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Es una de las bailarinas más importantes del mundo. A sus 43 años, Marianela Núñez, bailarina principal del Royal Ballet de Londres, destila una magia incuestionable con sus capacidades expresivas sobre la escena, conmueve con cada gesto y embelesa con su poderoso dominio de la técnica.
Por ello, cuando se anunciaron las presentaciones de la artista en La Habana, junto al cubano Patricio Revé, durante la temporada de fin de año del Ballet Nacional de Cuba, con el clásico Don Quijote, la expectación entre el público cubano ha subido a cotas elevadas. Y no es para menos, sobre todo después de constatar el éxito de las presentaciones del tándem durante la temporada de presentaciones por los 100 años del Teatro Colón, en Argentina, donde hordas de fanáticos y amantes de la danza —y de Marianela— coreaban su nombre, y el del cubano, al estilo de los más apasionantes partidos de fútbol.

En su país natal hay quien habla de “Nelamanía” o “efecto Marianela”, para referirse al componente dinamizador que supone su presencia sobre la escena. Incluso, la han llegado a llamar —en un país con tanta fe y práctica del deporte del balón— “la Messi del ballet”. Lo cierto es que cuando Marianela Núñez sale al escenario, cuando baila, el mundo se detiene y gira al compás de sus movimientos.
Es algo que los cubanos, en su mayoría, solo han podido ver a través de videos, pero podrán constatar en vivo, el próximo 28 y 30 de diciembre, cuando la icónica artista y su partenaire salgan al escenario de la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, arropados por el buque insignia de la danza clásica cubana, bajo la dirección general de Viengsay Valdés y con la versión coreográfica de Alicia Alonso.
Para esos momentos especiales, Marianela y Patricio venían preparándose bajo la atenta mirada de la maestra cubana Loipa Araújo, desde Londres. Ahora, en La Habana, perfilan cada detalle junto a la maître del Ballet Nacional de Cuba, Consuelo Domínguez. Se trabaja con meticulosidad. Ni siquiera se descansa por Navidad.
Es 25 de diciembre. Marianela y Patricio llegan a la sede del BNC y toman la primera clase del día, esa con la que los bailarines realizan sus calentamientos y entonan el cuerpo para el resto de la jornada. Tras ese momento, ambos reciben su primer ensayo juntos en el histórico salón azul, para repasar, de arriba abajo, sus variaciones en Don Quijote.

A medida que avanza el ensayo, se van acercando otros bailarines de la compañía que no quieren perderse este momento. Es una auténtica clase para ellos. Mientras Patricio colegia algunos detalles con la maître Consuelo, Marianela cambia de zapatillas y, sin ceremonias, acomoda el espacio a su gusto y cierra cuantas ventanas considera necesarias para regular una luz más amigable para su trabajo. Entonces, arranca la música.
En todo momento, la buena sintonía y el respeto entre ambos intérpretes se puede ver con cada gesto. Cuando Patricio hace sus variaciones, ella lo mira con una expresión que denota orgullo y encanto. Más que analizar los movimientos de su compañero y su técnica, Marianela disfruta de verlo bailar. La sonrisa de la artista llena el salón y hace del ensayo un momento distendido, sin perder un ápice de rigor.
Marianela se fija en cada detalle de la música. Hay variaciones donde necesita regular la cadencia para tener un poco más de tiempo a la hora de desarrollar sus movimientos, con las características que desea. Conversa con el director de la Orquesta del Gran Teatro de La Habana, Yhovani Duarte, y le va consultando e indicando “Maestro, ¿en esta parte podemos ir un poco más despacio?”. Yhovani le tararea la melodía y ella baila para encontrar el tempo adecuado.

“Siento que voy atrás de la música. Siento que no llego a terminar los pasos, que estoy cortándolos”, comenta Núñez al director de orquesta, mientras siguen ensayando y la artista se vira para el resto de los presentes para pedir disculpas, siempre con una sonrisa natural, por su jetlag. Patricio vuelve a la carga y ella, desde una esquina, lo observa con un cariño que se le desborda de la cara, para luego mirar a los periodistas, tras la variación que acaba de hacer el cubano, con expresión de quien quiere decir “¿Han visto eso? ¡Es maravilloso!”.
Entonces, los bailarines se toman una pausa de unos minutos para descansar y atender a la prensa, antes de seguir con los ensayos. Antes, Marianela toma un poco del sol que entra por una de las ventanas. “Se siente bien este sol, el calorcito. En Londres no siento nunca esto”, dice entre risas, mientras se dirige a la prensa presente.
“Estar aquí era un sueño pendiente”, es la primera frase que lanza Marianela, quien se muestra agradecida por este viaje. “Es hermoso estar acompañada de Patricio en este momento tan especial de su carrera y de su vida”, acota.
Kitri es un personaje determinante en la carrera de Marianela Núñez. La interpretación de este personaje, junto a Carlos Acosta, hizo posible su ascenso a bailarina principal en el Royal Ballet de Londres en 2002. Además, es un rol que ella interpreta con una naturalidad muy particular.
“El trabajo con Kitri no termina nunca. Es algo que sucede con todas las obras que uno va haciendo durante la carrera y es muy lindo: cada día y en cada función hay que empezar de nuevo”, comenta la intérprete.

Marianela basa buena parte del éxito de su trabajo en estar rodeada de personas, artistas, maestros en los que confía y a los que admira. “Me hace bien tener gente alrededor de mí y, además, la inspiración de estar bailando con compañeros como Patricio. Lo vi bailar a inicios de este año en Londres, con Natalia Osipova, Romeo y Julieta. Fue hermoso verlo y decidí que también quería bailar con este chico, algún día. Meses después pudimos bailar juntos Don Quijote y la química entre nosotros fue un boom. Lo admiro mucho y es un lujo estar en sus manos”, confiesa la artista.
Ambos intérpretes subieron a escena por primera vez en julio pasado, durante una temporada del clásico Don Quijote, con coreografía de Silvia Bazilis y Raúl Candal, para celebrar los 100 años del Teatro Colón. Marianela recuerda qué vio en su compañero cubano desde los primeros ensayos juntos. “Su técnica es impecable. Como partenaire tiene una habilidad, una sensibilidad que te hace sentir segura. Pero lo lindo que tiene, lo hermoso, que realmente me llegó, fue el carisma y su luz especial. Uno lo mira a los ojos y sabe que todo va a estar bien en el escenario porque tiene un alma hermosa y es luz en la escena. Por eso es una inspiración enorme y me recuerda mucho a mis años bailando con Carlos [Acosta]: esa química, esa forma de sentir la danza de la misma manera”, explica.
“Ver a alguien así —agrega—, que fue creado en una institución donde hay tradición, historia, escuela como la cubana, reconforta. Hay una ética de trabajo, un respeto hacia la danza. Patricio es alguien de quien los cubanos deben estar superorgullosos, porque han creado algo bello”.
Otro de los fuertes vínculos de Marianela con el ballet cubano y su método de enseñanza ocurre a través de la maestra Loipa Araújo, con quien estuvo ensayando en Londres, días antes de viajar a Cuba. Incluso, durante los ensayos en el Ballet Nacional de Cuba, Patricio y ella aprovechan para hacerle una videollamada y saludarla. “Loipa me conoce desde que tengo 14 años. La admiro profundamente”, comenta la bailarina principal del Royal Ballet de Londres.
Maestras como Loipa, asegura, hay muy pocas. “Es muy especial; ve algo y lo soluciona al instante con una corrección. Se fija en la parte técnica, en cómo construir un personaje, pero lo más lindo es que ella entiende a cada bailarín que tiene delante, las debilidades, las cosas que le funcionan y, al mismo tiempo, la personalidad. Entiende cómo hablar, cómo corregir. La quiero mucho”, confiesa.

La artista de 43 años asegura estar en un proceso de exploración permanente a través de la danza. “En esa búsqueda comencé a tratar de comprender mejor mi cuerpo, escucharlo, verlo, saber cuáles son mis necesidades, qué cosas son más fáciles para él. Trato de ayudarlo. Más allá de mi clase de ballet diaria, el Padre nuestro de cada día para un bailarín, hago mucho pilates y estar rodeada de maestros que me guían es fundamental”.
Tras casi tres décadas dedicadas a la vida profesional de la danza, Marianela considera, emocionada, que ha tenido una vida maravillosa que desea seguir explorando. “Descubrir una vocación es una de las cosas más especiales que uno puede recibir en la vida. Si uno recibe ese regalo, debe hacer todo lo posible para cuidarlo, día a día. Hay que darlo todo, porque es un privilegio vivir de lo que uno ama”, afirma.
De momento, ese amor y ese camino de vida la han traído, por estos días, a La Habana, donde bailará por primera vez para el público cubano. “Me hace muy bien bailar para un público que ama la danza. Yo soy una amante y una protectora de la danza, así que saber que bailo para un público apasionado por lo que hago, supone un regalo enorme. Será una fiesta de ida y vuelta, porque sé que recibiré mucho cariño, pero van a recibir mucho cariño de mi parte también”.

Al calor del sol que entra por la ventana
Empieza la tarde y en el salón azul del Ballet Nacional de Cuba, Marianela Núñez vuelve a acomodarse en una esquina estratégicamente seleccionada para tomar el sol, a ratos intenso, que entra por la ventana. Tras el impasse con la prensa, la artista se acomoda entre sus pertenencias, se acuesta un rato para recibir el baño de luz, hasta que alguien interrumpe su breve descanso con una mano de plátanos frutales que ella va comiendo con gusto. “¿Alguien quiere plátanos? ¡Tomen!”, pregunta la bailarina a sus compañeros desde su rincón soleado.
Sin perder la posición, Marianela Núñez (Buenos Aires, 1982) conversa con OnCuba sobre algunos aspectos significativos de su quehacer y sobre este viaje que le permitirá bailar, por primera vez, para el público cubano, aunque no es la primera vez que la artista viaja a Cuba con dicho propósito.
Fue en 2009 cuando la artista vino a la isla junto al Royal Ballet de Londres para bailar ante los cubanos, pero un incidente sanitario, en medio de la pandemia de la gripe A (H1N1), frustró aquellos planes. “No pudimos completar mi presentación porque apenas llegué, ya estaba con mucha fiebre y no pude bailar. Por eso digo que bailar en Cuba era un sueño pendiente”, aclara la intérprete.
Para esta bailarina argentina, la tradición cubana y su historia son muy reconocidas, sobre todo por su cercanía con Carlos Acosta. “Tuve la suerte de bailar muchos años con Carlos, así que lo viví muy de cerca. Ahora, con Patricio y con una maestra como Loipa. También he admirado mucho a Alicia Alonso, una de las leyendas de la danza. Estar acá es emocionante, pero confieso que siento muchos nervios de pensar que bailaré para los cubanos, incluso durante los ensayos. Es una responsabilidad enorme y, para una amante de la danza como soy yo, sé que estoy en un lugar con mucho prestigio. Hay que bailar bien”.
Lo cierto es que llegas con el viento de cola a favor, tras años de un quehacer brillante a la vanguardia de la danza mundial y el estremecimiento que provocaron aquellas presentaciones de mediados de 2025, durante las celebraciones por los 100 años del Teatro Colón.
Fue un gran recibimiento para mí, lo vivido en el Colón este año, pero fue un gran recibimiento para él (Patricio Revé). Ayer le contaba a su mamá. Cuando yo terminé la primera variación de Kitri, en el primer acto, él debía entrar. Pero cuando entró no se escuchaba la música, porque apenas lo vieron entrar, se vino abajo el teatro. Ya lo habían visto en Paquita y es ese carisma, la luz que tiene. Así que fue mutuo, no solo para mí, que estaba jugando de local (sonríe). Fueron unos momentos que marcaron algo único en mi carrera y en mi vida.

¿Qué representa para una artista, para un ser humano como tú, llegar a tu país natal y causar todo ese fenómeno dinamizador alrededor de tu arte?
Es una caricia al alma. Sentí que iba más allá de la admiración por lo que estaba haciendo. Es una cuestión que va más allá. Se creó algo muy fuerte, algo muy lindo y nunca imaginé que me podría suceder algo así. Es amor de ida y vuelta, es profundo, verdadero y se logró de una manera muy linda.
Quizá todo ese cariño que recibes se deba a la honestidad que muestras en tus interpretaciones. ¿Cómo vives esa honestidad? ¿Cómo crees que logras transmitirla?
Amo profundamente lo que hago, lo que me da la danza a diario, desde las clases, los ensayos hasta las funciones. El estar acá, donde pasó tanta historia, tomando un poco de sol ahora. No puedo creer que estoy acá: Alicia Alonso estaba acá. Eso me hace sentir privilegiada. Entonces, lo que intento hacer siempre es mi trabajo lo mejor que puedo, seguir buscando incentivos para el público, pero también para mí. Ya, con eso lo tengo todo.
Pienso en los momentos imprevistos, en medio de ese trabajo. ¿Cómo lidias con el paso que pueda fallar sobre la escena?
Es parte del juego. Estamos siempre en vivo y en directo, jugando al límite. A uno le duele. Si bien uno sabe que esas cosas pasan, que es parte de lo que hacemos, que hay todo un mundo artístico y un espectáculo que lo protege a uno, que va más allá de todo eso, obviamente a uno le duelen esas cosas y más porque uno las trabajó en los ensayos. Pero es bueno para el ego. Al otro día uno vuelve al estudio para seguir y empezar un nuevo día.

Llegas a La Habana con un personaje que has sabido hacer tuyo. ¿Cuánto hay de Kitri en Marianela y viceversa?
Un montón, un montón… eso es lo lindo de esto: ver cómo hay algunos personajes donde hay mucho de uno, como Giselle, Odette y Tatiana en Oneguin. Son personajes donde me puedo ver en ellas y hay mucho de ellas en mí.
Oneguin, por ejemplo, es una de mis obras favoritas. Por eso, haber hecho Don Quijote, que era también algo que quería hacer en el Colón hace mucho tiempo, fue especial, porque es una obra que me ha acompañado toda mi carrera, ha marcado mi carrera. Luego, hacer Oneguin allí hace que esta haya sido una gran temporada para mí.
A la altura de casi tres décadas dedicadas a la danza, desde la vanguardia internacional de este arte, ¿te quedan sueños, anhelos, por cumplir?
Sí, claro. Por ejemplo, bailar acá. Se me pasó en 2009 y, de la nada, un día me dice Patricio que querían que viniera. Me pasó igual con la Ópera de París: esperé toda mi carrera y el año pasado se me dio la oportunidad para hacer Giselle. Lo venía soñando desde que soy chiquita.
Creo que una de las cosas más grandes que tengo es la decisión de seguir cuidando de mi cuerpo. Quiero seguir bailando por mucho tiempo más; soy una amante de la danza clásica, además. O sea, que para hacer este tipo de obras, el trabajo debe ser intenso. Pero mi sueño es eso, que la llamita esta que tengo siga encendida como está y prometo darlo todo para el público y para la danza.
Llevas años siendo una figura principal en una de las mecas de la danza clásica global: el Royal Ballet de Londres. ¿Cómo ves el estado actual de la danza como arte y como mercado?
Me emociona que ocurran cosas como lo sucedido en el Colón y veo que se repite en muchos lugares del mundo. Lo que acontece en las funciones; si voy a Hong Kong, a Londres, veo que hay un interés por la danza y no se trata solo de un sector del público. Hay gente muy joven también que acude a las funciones y eso, por un tiempo, no lo vi. Ahora hay como un abanico de edades, de gente, que está muy interesada. Además, después de ver un talento como el de Patricio, que tiene 27 años, dándolo todo y solo puedo pensar que la danza tiene futuro para rato.

Te veo en los ensayos y miras a tu compañero con un cariño enternecedor. Lucen muy implicados. ¿Cómo es esa sintonía entre ambos?
Él tiene algo muy especial y provoca eso. Me gusta ver artistas así y me inspiran. Lo veo bailar y me pone las pilas. Más allá de ser bueno haciéndolo, es el cariño y la sensibilidad que tiene. De eso se trata este arte: estar conectado con lo humano, con la humanidad.
Ya que mencionas ese tipo de implicación, ¿cómo crees que el ballet de hoy puede ayudarnos a sobrellevar, a enfrentar, todo lo que el mundo está viviendo?
Encarando la danza de esa manera que te comentaba. Nosotros, como artistas, tenemos esa responsabilidad de subir al escenario y estar conectados con las historias que interpretamos. De lo contrario, no le hacemos llegar nada al público. Se trata de darlo todo con belleza, con sensibilidad, con humanidad, con honestidad. Si todos esos ingredientes están en cada paso que tomamos, en cómo construimos un personaje, en cómo se vive la historia que estamos haciendo, hasta la persona que no entiende mucho de ballet lo va a sentir.
Me imagino que en tus inicios tendrías algún ballet, o pieza coreográfica, que te marcara de esa manera.
La lista es enorme, pero cuando vi Oneguin por primera vez, en Argentina, no podía creer lo que estaba viendo. Cuando vi los videos del Royal Ballet, cuando vi A Month in the Country, Manon, La bayadera. Ese tipo de revelaciones también se produjeron cuando bailé con Carlos por primera vez. Son momentos mágicos. Bailarinas como Natalia Makarova, Ulyana Lopatkina son fuente de inspiración a diario.
Cuando digo que soy amante del ballet, lo digo también como espectadora. Constantemente busco todo lo de todos, más ahora que tenemos un acceso tan expedito con el internet en el mundo. Trato de ver a mis colegas y siento que admirando se aprende mucho. Además, me parece que sentarse en un teatro, lejos de los móviles, cuando bajan las luces y suena la orquesta, ya está.
Estar presentes en la vida.
Exacto.
Te he visto en las redes sociales compartiendo momentos recientes, celebraciones, con Carlos Acosta y con sus bailarines de Acosta Danza. ¿Qué te parece el trabajo de esa compañía?
¡Son unos bailarinazos! Lo que Carlos hace es maravilloso. Aparte, no para. Es un visionario y tienen un despliegue de talento esos chicos; los cuerpazos que tienen, cómo se mueven. Verlos en escena es un lujo.

Más allá del ballet, ¿hay tiempo en tu vida para buscar otras referencias por otras artes?
Seguro. Viviendo en Londres, obviamente, uno está dentro de una explosión cultural. Pero me inspiran cosas simples. Recién, en este estudio, acostada en esta esquina, tomando el sol que entra por la ventana, me vinieron a la cabeza muchos pensamientos inspiradores. Se pone la cabeza a volar.
Uno debe buscar inspiración en las grandes cosas, pero también en las pequeñas y creo que eso también nos hace estar presentes y da una fuerza especial en el trabajo diario. Pero confieso que la danza consume mucho tiempo. Por ejemplo, antes de venir, el último mes, yo estaba ensayando en la compañía, muchas horas al día, entre La fille mal gardée, Cascanueces. A la noche nos preparábamos para este viaje.
Esta es la rutina: en la mañana, temprano, tengo pilates, después, la clase de ballet. A mediodía, empezamos a ensayar hasta las 6:30 p.m. Después me quedaba con Patricio a ensayar, desde las 7:00 p.m. hasta las 9:00 p.m. Hay momentos en el año que el trabajo se pone tan intenso, que no tienes tiempo para nada más, pero son los días más felices de mi vida.
¿Cómo viene 2026 para Marianela Núñez?
¡Una bomba! (sonríe). Tengo una temporada hermosa en el Royal, con obras que me encantan. Bailaré en La Scala con Patricio y luego vamos juntos a la Ópera de Noruega a bailar La bayadera de Makarova. Después, realizaré una de las cosas más importantes para mí, que también era un sueño y creí que no se daría nunca.
Mi director, Kevin O’Hare, es como un ángel guardián a quien le agradezco el camino que fui construyendo. Me guía de una manera increíble y me dio una semana en la Royal Opera House de Londres para hacer mi propio show en el escenario principal. Yo, como no tengo manager, ni productor, no sabía cómo conseguirlo. Kevin me ofreció esa semana y en el mejor lugar posible, porque ese teatro es mi casa.
Estaremos allí, en el escenario principal, con orquesta y puedo hacer el repertorio que yo quiera, bailarlo con quien quiera, así que será algo fantástico. Elegí a cuatro partenaires que me acompañarán durante la noche; Patricio será uno de ellos. Son bailarines que siento que me marcaron de una manera especial, así que voy a estar compartiendo varias piezas con ellos.
Es un sueño en el que aún no sé lo que sucederá, pero será tremendo. Abriremos la temporada de verano y luego viene Carlos con su propio show. Son cinco funciones seguidas. El repertorio será de tributo a lo que ha marcado mi carrera; es una celebración mía y una carta de amor para el Royal Ballet, la compañía que me lo ha dado todo.
Y tú le has dado mucho a un público global y diverso que tiene muy presente lo que representas para ellos. Pero, ¿qué representa la danza para ti?
Es todo. La gente pensará: “Esta chica no debe tener vida”. Tengo vida, aunque esté toda revuelta (sonríe). Pero se trata de tener un propósito en la vida, que es mucho. Yo puedo hacer un vuelo de no sé cuántas horas, despertarme hoy, con el cuerpo no tan fresco, pero las ganas de estar acá y saber lo que tengo que hacer. Vivir de esa manera es un privilegio. Se puede venir el mundo abajo, puedo estar llena de preocupaciones, ansiedades que la misma vida nos da, pero me agarro de la barra y son esos los momentos en que acepto todo y comprendo el regalo que he vivido.










