A Miguel Iglesias le encanta el aroma de la playa, la tranquilidad del campo, observar el paseo de los caballos. El líder de Danza Contemporánea de Cuba es chistoso, sarcástico, gusta de lo inesperado y no piensa mucho en lo que va a pasar de aquí a cinco años, aunque le preocupe. Le encanta reverenciar la dignidad y a Cuba, una Isla que lleva tan dentro y que asegura que “no hay nada más importante”. El mantener su compañía con grandes estándares de nivel técnico ha sido su trabajo diario los últimos 30 años.
OnCuba estuvo en el centro creativo de Miguel Iglesias, el sitio donde la agrupación danzaria que cumple 57 años crea sus puestas: el Teatro Nacional. En su oficina, ubicada en ese coliseo habanero, había papeles por doquier, llenos de anotaciones, trazos, diseños de vestuario… sueños aún sin cumplir.
Sus muchachos, aseguró, utilizan las tardes para repasar las obras que se presentan desde el pasado 30 de septiembre y hasta el 9 de octubre en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Las puestas de piezas como El Crystal, Cenit, Matria etnocentra, Reversible, Tangos cubanos y Mambo3XXI, festejan el aniversario de una agrupación esencial en la danza nacional.
Ramiro Guerra y su huella
Danza Contemporánea viajó mucho antes de llegar a sus manos, dice Miguel Iglesias. Lo antecedieron alrededor de catorce directores. Ramiro Guerra, como reconoció, fue decisivo en el estilo inconfundible que hoy vemos en el grupo que lidera. Cuenta Iglesias que Ramiro llegó a la danza siendo abogado y revolucionó la manifestación con sus ideas claras.
Miguel resalta que no había nadie como Guerra para asumir el sincretismo criollo en la danza y destacó la primera actuación de la compañía –otrora Conjunto Nacional de Danza Moderna y que fuera creado el 25 de septiembre de 1959– con la obra Mulato y mambí, del propio Ramiro. Esa misma noche se llevaron a escena La vida de las abejas y Estudio de las aguas, ambas de Doris Humphrey, con montaje de Lorna Burdsall.
Después de esta era de luz para la compañía, otros creadores pasaron. Algunos como el músico Sergio Vitier y la bailarina y profesora Clara Luz Rodríguez contribuyeron a la gran obra que se gestaba año por año. Muchos más habrían de pasar.
Llegó 1984 y siendo aún bailarín, a Iglesias le proponen la dirección de la compañía, justo cuando se había decidido a hacer carrera en la actuación con el grupo de Roberto Blanco.
“Me dijeron que era muy rico criticar y no tratar de transformar. Aquello me impactó. Me pareció tremenda cobardía decir que no. Acepté a costa de algo que quería para mi vida: ¡Morirme actuando arriba de un escenario!” evoca.
“Pensé estar solo un par de años, pero me quedé y quise trabajar duro. Siempre soy sincero con qué debe ponerse en escena. Soy el primero que sabe los defectos y las virtudes de la compañía.
“Como intérprete quise tener una piel camaleónica, también deseo que lo sea la compañía. La danza y el teatro contemporáneos requieren no solo de un pensamiento contemporáneo, necesitan de un entrenamiento”.
Visiones y conceptos
“El proceso de selección de un bailarín me es espontáneo. Tengo que agradecer que mi instinto se vincula con mi capacidad intelectual y sensorial. Me paro delante de alguien y esa persona debe transmitirme una sensación que puede ser de tranquilidad, ternura, pasión, sensualidad y experimento. No me gusta perder, así que les saco hasta el final. El que quiere estar a un lado y no trabajar, ese no es de Danza Contemporánea.
“Me interesa la opinión del otro y precisamente en el grupo se toma en cuenta al otro. El día que diga: ‘Esto es así y ya’, entenderé que debo irme.
“Hay cosas que no he experimentado, pero tengo que tener la suficiente capacidad mental y física para asumirlas. Soy un hombre de acción que piensa y por eso cuando Theo Clinkard montó aquí The listening room, le propuse otra música para su obra y me dijo que no. Yo esperé los resultados. Él tenía razón”.
Hábitos que hacen al monje
“Cada día de ensayo perfecciono la técnica y siento que también ello anula la espontaneidad. Estar recordando constantemente el movimiento por repetición se convierte en algo mecánico. Por eso todos los días son como si fuera la primera vez. Ese mecanismo es la clase. La clase es el desayuno, el inicio del día, y a la vez la posibilidad de desarrollarse”.
La clave del éxito
“Mi ‘librito’ para dirigir es el mismo que consulto para ser persona. Cuando Marianela Boán buscaba el nombre para su compañía le escuché decir danza contaminada. Esa palabra me identificó. Soy un hombre contaminado y para mí eso significa suma de calidades.
“Lo primero es tener claro que ninguna nueva obra ofrece una disyuntiva. Me interesa que los artistas sean verdaderos y que lo que se haga en escena sea un acto de sinceridad, de dominio. Me agradan las cosas diversas y en una noche trato de ir de un extremo a otro. Busco el respeto a la sinceridad y a la calidad. No me pueden juzgar sin antes sentarse a ver, oír y sentir lo que propongo. Lo que intento es que viajen con la compañía y de paso yo lo hago a través de ella”.
Historias y legados
“Hay que adaptar e interpretar estilos variados, pero siempre conservando el espíritu de los fundadores. En 1998 visitó Cuba el señor Franco Bolletta, director asistente para la danza del teatro italiano La Fenice. Su objetivo era montar la ópera Aida. Venía buscando bailarines y nos escogió a nosotros. En aquel momento tenía mis sentimientos chovinistas muy exacerbados y para mí no había nada más importante y mejor en el mundo que un cubano, lo cual sigue siendo así.
“Bolletta me sugirió que debía propiciar un repertorio más internacional para en la agrupación. Me explicó que nuestro país estaba aislado, y quizá mezclando los nombres de coreógrafos extranjeros con los nacionales, a lo mejor alguien vendría a ver a otra compañía, además del Ballet Nacional de Cuba.
“Al principio no me gustó la idea. Después entendí y acepté la coproducción con el Holland Dance Festival, el Festival Nuevo Milenio y la Fundación La Fenice. Ahí empezó el intercambio, porque ellos trajeron cuatros coreógrafos: el alemán Jean Linquen, el propio Franco Bolletta y su coterráneo Giovanni Di Cicco; y Joaquín Sabaté, español radicado en Holanda. Por Cuba estuvo Isidro Rolando.
“Me percaté que el europeo tiene su dramaturgia más clara. La del cubano es más festinada y las ideas cuestan más trabajo concretarlas…
“Más tarde, Jan Linkens preparó un trabajo al estilo de Jiri Kylian, como yo quería. Entonces montaron Folia y la combinación del europeo con el cubano fue una explosión.
“Al final entendí que no soy cubano solamente, sino un individuo que nació en Lawton, en La Habana, en el Caribe, en América Latina, en el mundo. Soy un ciudadano del mundo.
Por eso busco que sean tan disímiles los coreógrafos que vienen a mi compañía.
“Todo el mundo asegura que la danza está en un momento post contemporánea. Estoy tan enfrascado en lo mío que me cuesta trabajo ponerme a discernir las demás propuestas. Respeto a todo el que se pare encima de un escenario y trate de buscar lo mejor de sí. Creo que el movimiento danzario cubano podría estar mejor y eso requiere de apoyo. Pero como siempre digo, lo que hace falta es estar”.