El público aguarda. Van, toman asiento, esperan a que empiece la función. Detrás del telón nada está inmóvil. Un hormigueo constante preside los últimos minutos antes de que se apaguen las luces y comience a sonar la orquesta. Los bailarines que más tarde regalarán El Quijote corren de allá hacia acá, de acá hacia allá, retocan sus peinados, se maquillan, ajustan el vestuario, calzan las zapatillas. Calientan sus cuerpos, repasan en sus mentes cada paso. Lo preparan todo para brillar en la escena. Brillarán. Se harán dueños del aplauso mayor. Es el Ballet Nacional de Cuba, en un lugar de La Mancha…