Para Vladimir Malakhov, el rubio maravilloso de la mítica escuela de Bolshoi, un escenario es el lugar más seguro del mundo. Lo dice sin pensarlo dos veces, sin respirar entre la pregunta y la respuesta, con la misma determinación que pone en sus giros.
Aquí está él, otra vez en Cuba, aunque ahora los habaneros se quedarán con las ganas de verlo bailar, la ciudad privilegiada es Holguín y todo el oriente de la isla está revuelto a la espera de las funciones en el teatro Eddy Suñol, los próximos 6 y 7 de diciembre.
Este ucraniano, mimado por los amantes del ballet, confiesa que lo más importante de un espectáculo es el público, sin importar el lugar a dónde pertenezca: “si ellos disfrutan, yo estoy feliz”.
“No bailo para mí mismo, trato de darlo todo al auditorio, todas mis emociones, si ellos la regresan a mí, entonces quedo satisfecho. A veces he sentido que doy y doy, mientras obtengo muy poco de vuelta, ¡por suerte solo ocurre en contadas ocasiones! “De hecho, la función perfecta es el público quien la juzga, es el público quien decide cuál es, nunca estoy completamente satisfecho con mis actuaciones, incluso cuando todos me dicen: lo hiciste perfecto, siempre quiero saber qué está mal, qué podría hacer mejor…
“Me gusta recibir halagos, por supuesto, pero es más provechoso escuchar las críticas negativas, así puedo pulir mi baile. Además, soy muy perfeccionista y siempre quiero hacerlo mejor, dar un paso más allá, llegar más lejos…”
Ha visitado los más afamados teatros del mundo entero, pero se resiste a hablar de preferencias por uno u otro, porque “cada escenario es único y guardo un recuerdo maravilloso de las ciudades donde actúo, no me parece justo poner a alguna en la cima y relegar a las demás”.
Y aunque no lo dice, tal vez sea Tokio la más generosa con el bailarín, allá es tan venerado como una estrella de rock y los asiáticos obstruyen las entradas de las salas solo para verlo pasar y si acaso, tener el privilegio de tocar a su dios de la danza. En 1985, fui por primera vez a Japón con la escuela del Bolshoi y el público me amó, así comenzó una relación que perdura. Hoy, las mejores compañías quieren actuar en ese país, si eres importante en el mundo del ballet, tienes que ir a Tokio”.
Eso sí, Malakhov siente una extraña fascinación por Cuba y su gente, cree esta isla es un país único que no ha sido descubierto aún.
“Muchos amigos de aquí, como el bailarín José Carreño, me alentaban a venir y yo trataba de hacer un espacio hasta que lo logré.
“Además, Rusia y esta isla tienen vínculos muy fuertes y quiero continuarlos en el mundo del ballet, construir con este proyecto nuevos puentes.
“Todavía no he podido descubrir bien qué es Cuba, quiero entenderla mejor, necesito venir más a menudo, ver otras realidades más allá del arte, y en tan solo unos días es muy difícil descubrir todo lo que me falta.”
Por el momento lo hará en Holguín, allá lleva su visión personal de la danza clásica y también sus anhelos de comprobar si Cuba es cómo las imágenes que venden de ella.
Mientras tanto, este grande de las zapatillas defiende a capa y espada la técnica rusa y el estilo oriental y considera que es muy temprano para hablar de legados. Tampoco confiesa sus sueños o planes futuros, porque prefiere sorprender.
“Según las supersticiones rusas, si los sueños se cuentan nunca podrán hacerse realidad, por eso no los digo y prefiero el silencio. Siempre me verán en algo nuevo porque mi mayor deseo es mantenerme muchos años en el ballet.
“Tengo un montón de planes, de ideas… pero no las puede decir, quiero que se cumplan”.
Ahora concentra aquí toda su pasión en el proyecto Un regalo de Malakhov, en el cual participarán la compañía cubana Codanza, el Ballet de Cámara de Holguín y otras prestigiosas agrupaciones del oriente del país.
Allá cuentan las horas para verlo en Voyage, pieza de estilo neoclásico realizada especialmente para él por el coreógrafo italiano Renato Zanella, pues el bailarín detesta los viajes. También interpretará con su impecable técnica el solo de La muerte del cisne, una versión con aires modernos en la cual aparece sobre escena casi desnudo.
Y puede que ya pocos recuerden que en 1996 bailó en Nueva York con Alicia Alonso en El espectro de la rosa. Él no lo olvida y desea seguir siendo parte de la escena danzaria cubana.
También quiere extender su “regalo” a otras ciudades como La Habana “pues todo el mundo ama el baile en este país ya sea ballet clásico, folclor, salsa, rumba…. A los bailarines cubanos solo les digo eso: que sean felices, que mantengan esa alegría siempre.”
Varias ciudades europeas continuarán reclamando la maternidad de este nacido en Ucrania y nacionalizado ruso -que a los cuatro años comenzó a estudiar ballet, se formó en la escuela rusa de Bolshoi y resultó el Bailarín Principal más joven de la historia- pero ahora Holguín lo mima y lo cuida, mientras la ilustre Habana se llena de celos tan acostumbrada a acaparar lo mejor.