Tute (Juan Matías Loiseau, Buenos Aires, 1974) tiene recuerdos de caricaturistas como Boligan y Falco. Alguna vez recogió materiales para que estos y otros colegas cubanos pudieran realizar sus trabajos en la precarizada Habana de finales de los 90. También le viene a la memoria el trabajo de animación que hiciera Juan Padrón con la obra de Quino, en especial con Mafalda. Calla. Piensa. Dice al fin: “A Quino no le gustó mucho”. Silencio.
En el apartamento, situado en el estómago de un edificio moderno con puertas “más duras que la realidad”. Predomina el silencio. Afuera, arde la ciudad. Y no escapa esta parte que, con sus calles estrechas, sus torres y gente, es la zona más habanera de Buenos Aires.
Hablamos de los personajes y la voz que de ellos tiene en su cabeza el dibujante. Alguna vez debió animar uno suyo: Batu. Lo hizo para el canal infantil Pakapaka y le fue tan difícil encontrar el tono apropiado que entrevistó a casi una treintena de actrices.
“Cada uno tiene su voz y tienes que lograr que esa voz que vos elijas coincida con la voz que cada uno le puso al personaje”. En ese sentido considera que su padre, otro célebre caricaturista argentino, Caloi, tuvo más éxito al adaptar su clásico Clemente. “Encontró una voz que era medio la voz que todos teníamos de Clemente; y si no era esa, era mejor que la que cada uno tenía”.
“Es difícil llevar a Mafalda al dibujo animado”, apunta, volviendo al tema de las adaptaciones de Padrón: “Ponerle voz era difícil y no ponerle voz era difícil también. ¿Cómo vas a hacer a Mafalda sin palabras cuando su fuerte era lo que decía? Las animaciones estaban muy bien, pero fracasaba el traspaso”.
“…y Quino era reticente, bastante difícil”, apunta.
Como yo, muchos amigos siguen los trabajos de Tute. Tiene espacios fijos en periódicos como La Nación, publica libros y comparte en las redes sociales sus creaciones y proyectos. Previo a la entrevista compré y leí su segunda novela gráfica, “Diario de un hijo”.
La escribió años después de la muerte de Caloi y recoge dolor y obsesiones. Comienza con una representación de sí mismo. Está tendido sobre un diván, dice a la psicoanalista que ha decidido hacer un libro en el que se lea desde su nacimiento hasta la muerte de su padre.
—¿Cuándo fue la primera vez que fuiste a terapia?
—Hace un montón, hace treinta años quizá.
—¿Por qué?
—Primero, por curiosidad. Era algo que me interesaba. En mi casa, mi viejo se psicoanalizaba. Mi vieja era psicóloga social; siempre se hablaba de la lectura entre líneas, se hacían interpretaciones y para mí era como un lenguaje que no dominaba, una lengua que no dominaba. La escuchaba, pero no entendía de qué manera se llegaba a esas conclusiones. Siempre me pareció interesante, pero muy ajeno. Lo escuchaba, era una música.
La mesa en la que estamos sentados en su casa de San Telmo es redonda. Frente a Tute, un librero donde se encuentran muchos títulos relacionados con su profesión; buena parte de ellos en inglés, como The world enciclopedia of comic, de Maurice Horn. Veo libros de João Fazenda, E. C. Segar, su coetáneo Liniers y grandes influencias para su formación, como Sempé y Steinberg. Además, logran verse objetos de fin utilitario y decorativo: un puño como de yeso; una caricatura de Mafalda hecha por Quino; otra Mafalda, pero de plástico; un caballo de madera cuyas patas descansan sobre balancines en el suelo, frente a las estanterías. Perteneció a su madre.
Tute ha escrito tres libros para desentrañar el tema del inconsciente: Tuterapia, Humor al diván y Superyó. Todos publicados por la editorial Sudamericana.
“Uno empieza por intriga, por curiosidad y después encuentra rápidamente motivos para quedarse en el diván y empezar a trabajar. Me acuerdo que la mía fue motivacional”.
Entrar al cerebro de Tute es fácil porque él no teme abrir las puertas de su alma en cada uno de sus trabajos. Las cosas que uno esconde y que solo suceden en las profundidades de la mente, quedan a la vista.
“Supongo —aventura— que tiene que ver con mi interés por el psicoanálisis, como lector del psicoanálisis y como paciente. Creo que una vez que uno pasa por el diván también cambia su mirada sobre todas las cosas, sobre la realidad toda; sobre lo personal, lo íntimo; pero también la mirada sobre la política, sobre la coyuntura social”.
Hay algo muy mental en este hecho, creo, muy racional; pero el caricaturista lo asocia con otros asuntos más determinados por la creación en sí misma y con las misteriosas maneras en que se nos presenta: “Lo asocio con el arte, con la poesía, con el humor. Esos dos componentes están presentes en la práctica psicoanalítica: el humor como posibilitador y la poesía como efecto sintético y como búsqueda permanente de los sentidos que se esconden detrás de la palabra”.
Internarse en el cerebro de Tute, repito, puede ser cosa muy fácil. De hojear algunos de sus libros, como este del que le he hablado, Diario de un hijo, puede uno atravesarlo como Dante en el viaje que cantó en su Divina Comedia, obra que me viene a la cabeza porque es un libro que está leyendo Tute en estos días. Veo dos ejemplares en su mesa de trabajo. “Estoy fascinadísimo con la Divina Comedia, leyendo y estudiando”.
Caminemos por su cerebro. Hagámoslo fácil. Pongámoslo así: hay una zona de producción inconsciente, un gabinete al vacío como en los recipientes para experimentos de Física donde flotan un gabinete y dos sillas. Hay una floresta llamada Bosque de Las Dudas y una Gruta tenebrosa y desapacible que termina en el borde del Leteo.
—El humor, la poesía, el psicoanálisis y la filosofía podrían salvar la cotidianidad de las personas —resumo de entre lo que me ha dicho.
—Creo que sí —responde—. Fíjate que producimos humor porque somos concientes de nuestra finitud, de nuestra muerte. En el reino animal somos los únicos conscientes de la muerte y por ende tenemos la necesidad de producir humor, para salvarnos, para no naufragar.
—Eres borgeano en ese sentido.
—Es borgeano en el sentido de convertir en una suerte de madera a la que uno se aferra en un naufragio.
—Es algo argentino también.
—La humanidad es así, todos producimos humor. Fíjate que en los momentos de mayor tensión lo que distiende es el humor. Lo que aparece como un efecto facilitador de algo es el humor.
Tute trata de que su humor sea lo más atemporal y universal posible. “No está atado a la noticia de la agenda política o mediática”. Tampoco cree que la época que vivimos, tan determinada por las redes sociales y el apogeo de los memes, afecte el arte o, al menos, la mirada que tiene del mundo. Tampoco deteriora su sentido de humorista: “El meme responde a una necesidad, a una exigencia social de esta época. ¿Cuál es? Que sea breve, rápido, conciso. Porque hay poco tiempo. Sintetiza un momento. Además, envejece rápidamente”.
El apartamento de Tute está ubicado a pocas cuadras de las calles Defensa y Chile. En esa intersección se encuentran las figuras de Mafalda, Susanita y Manolito, porque allí está el edificio donde Quino creó a esos personajes. La cercanía geográfica es solo casual; sin embargo, la vida de Tute de muchas maneras está marcada por la relación con un universo de humor y gráfica en el que sobresale Quino.
“Yo soñaba con entrar en el radar de Quino. Ese era mi sueño, y ese sueño fue ampliamente superado a partir de un llamado que me hizo, por los trabajos publicados”.
—¿Sentías la necesidad de ser reconocido por Quino?
—Uno, cuando empieza, sueña con ser reconocido por sus maestros. Había una parte del camino allanada por mi viejo; pero había otra que era más peligrosa, por ser hijo de quien era. La parte del camino allanado es que tenía acceso a esos dibujantes y la parte más de ripio es la que después tenés que ser consciente de que estás en el mismo camino de tu papá. Pero, creo que fue mucho más lo allanado que lo complejo.
Tute estuvo en Cuba a principios de los 2000. Fue un viaje para conocer, cuenta. “Paré en la casa de un matrimonio que ya estaban separados, pero como no podían acceder a una casa seguían conviviendo. Ella, linda, era anticastrista y él era policía de Castro. Él, muy serio, y ella muy simpática. Fue muy divertido”.
También recuerda que su padre, Caloi (Carlos Loiseau; Salta, 1948), alguna vez estuvo en Cuba para un evento ligado a la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Entonces se encontró con Fidel Castro, a quien llegó a preguntarle por qué en la prensa cubana no había caricaturas inspiradas en él, que si acaso estaban prohibidas, a lo que Fidel le respondió que cualquiera podría hacer una caricatura suya… mientras no hicieran contrarrevolución.
En la novela escrita a partir de la muerte de su padre, Tute asegura que es peronista desde que nació, porque lloró todo el día cuando, pocas semanas después de su nacimiento, murió Perón (al menos eso le contaron). En su casa había un retrato de Perón que a su hermana le hizo creer durante toda la infancia que se trataba de su abuelo.
—¿Lo político puede ser controversial para el creador?
—Yo siempre tuve el ejemplo de mi viejo, que era peronista y publicaba en Clarín. Siempre encontraba la vuelta para decir lo que necesitaba decir. No fue controversial. Si lo tengo que analizar hoy, después de veinte años publicando en La Nación, me doy cuenta de que me jugó a favor. Me vino bien, porque me obligó a un ejercicio que siempre es saludable: la sutileza. Me mejoró como dibujante, como artista.
—¿Y esta época de corrección política, de ataques en masa en las redes?
—Hay veces que me han hecho pensar, reflexionar y cambiar cosas; otras, no. Somos víctimas de una corrección política que es muy peligrosa. Está en la vereda de la solemnidad, y el humor gráfico está en la vereda del frente. Esta corrección política y esta cultura de la cancelación para el arte son muy nocivas. Creo mucho más en el pensamiento crítico y en la posibilidad de que cada quien se exprese como quiera y, en todo caso, uno pueda estar de acuerdo o no, con algunos límites que, por supuesto, toda sociedad debe tener para convivir.
La tarde era un horno. Buenos Aires llevaba días azotada por una ola de calor que mantenía a la gente bebiendo líquidos y producía unos atardeces naranjas como si estuviéramos siendo absorbidos por el sol. A veces se huele a humo, incluso en estas calles estrechas de una zona que me recuerda La Habana. La realidad no cambia al dejar el departamento de Tute. La ciudad y la gente que refleja en sus dibujos cada día, me esperan aquí afuera.