Sus antepasados conocidos nacieron y murieron en Cuba y eso lo llena de orgullo. Asimismo, espera que con el tiempo sus descendientes digan que Vitier es un apellido cubano, más allá del probable origen francés que se le atribuye.
El maestro José María Vitier García-Marruz (1954), como su ilustre familia, va constantemente en busca de la belleza y así lo demuestran sus composiciones, bandas sonoras, poemas… José María Vitier es Premio Nacional de Música (2021) y ya es tiempo de que llegue a sus manos el más importante premio del cine en Cuba.
Hace pocos días conversamos sobre su relación con Pablo Milanés y sobre su vínculo con el Movimiento de la Nueva Trova cubana, el cine y la literatura.
Maestro, ¿en qué momento empezó a relacionarse con los artistas que formaron el Movimiento de la Nueva Trova Cubana?
A finales de los 60, mi hermano Sergio llegó a nuestra casa con un jovencísimo y desenfadado trovador llamado Silvio Rodríguez. Tengo un nítido recuerdo de haberlo escuchado allí por primera vez, inaugurando un asombro que me ha durado toda la vida. También por la vía de mi hermano y mucho antes de que fuera una leyenda, conocí a Pablo y escuché sus primeras canciones (aquellos boleros deslumbrantes), cuando la trova apenas se cantaba en portales de amigos y veladas nocturnas.
Por entonces yo era un estudiante de piano en el Conservatorio “Amadeo Roldán”, pero recuerdo que de aquellos encuentros nació en mí una necesidad urgente de aprender a tocar algo de guitarra, para hacer un poco mías aquellas canciones nuevas…
A partir de entonces mi contacto con los trovadores ha sido permanente, tanto en el plano afectivo, como a través de numerosas colaboraciones. A Silvio y Pablito, ligados a nosotros de un modo entrañable, hay que sumar la cercanía de Amaury Pérez Vidal, Pedro Luis Ferrer, Sara González, Vicente Feliú, Liuba María Hevia… Son figuras que me han honrado con su amistad y a las que debo tanto mi vida personal como mi propia carrera musical. Y, en muchas ocasiones, poniendo en sus voces mis canciones, me han hecho sentirme un poco trovador.
A estas vivencias se sumó otra, decisiva en mi vida, cuando en 1971, en mi primera visita a Santiago de Cuba, descubrí en sucesivas e inolvidables sesiones el refinado arte de los viejos trovadores. En la Casa de la Trova de la calle Heredia alcancé a disfrutar la plenitud de la más pura trova.
Allí conocí a Emiliano Blez, a Pucho el Pollero, a Ángel Almanares, a Manolo y Augusto Castillo, a Ramón Márquez, a Jústiz, a Portela, a Lisabet, a Maduro. Recuerdos imborrables. Allí tomé la decisión de ser compositor. Fue una revelación. Y también una suerte inmensa de asistir en aquel momento de mi juventud a la confluencia de un mundo que parecía extinguirse y otro que le daba continuidad. Esa dualidad me influyó en todo lo que intenté en la música, y sigo intentando todavía.
A lo largo de mi vida estuve y estoy emocionalmente vinculado a la trova, en su sentido más amplio. El disco que realicé con Pablo, Flor oculta de la vieja trova, conmigo al piano y Pablo cantando primo y segundo, resume en cierto modo esa devoción y esa necesidad de continuidad. Para mí era una deuda que necesitaba saldar y una devoción que no ha dejado de inspirar toda mi música.
¿Cómo nació su amistad con Pablo Milanés?
Durante años, aunque mi admiración por su voz y sus canciones crecía, yo ni siquiera soñaba que pudiéramos trabajar juntos algún día. O quizá sí lo soñaba, pero el sueño demoró en hacerse realidad.
Mi primera experiencia profesional con Pablito fue tocando el piano en la grabación de una canción suya en el estudio de Prado. Seguramente fue una “suplencia”, porque por entonces —eran los años 70— Emiliano Salvador era el pianista imprescindible e insuperable de todas las grabaciones del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Creo que fue una versión de “Hombre que vas creciendo”, pero mi recuerdo no es muy confiable.
Sin embargo, lo que sí recuerdo es que en algún descanso de aquella sesión me puse a tantear una canción que estaba dándome vueltas en la cabeza y Pablo se detuvo a escucharme, con interés. Unos diez años más tarde Pablo la estrenaría en vivo con mi propio grupo en la Cinemateca de Cuba, en inolvidable concierto. La canción era “Tus ojos claros” y marcó el camino de nuevas colaboraciones y el despegue de nuestra genuina amistad.
Ya en 1980 Pablo graba por primera vez una canción mía, “Para empezar a vivir”, para la serie homónima de televisión. En 1986, compuse una canción para la serie La frontera del deber, expresamente para ser cantada por Pablo y Silvio, como en efecto ocurrió. “Te seré fiel”, creo, fue una de las últimas cosas que cantaron juntos (muy bellamente, por cierto), lo que inevitablemente le añade un toque de nostalgia a esa grabación.
Mi primer viaje a España en 1994 fue por invitación de Pablito, para presentar cuatro canciones mías en un concierto en el Teatro Monumental de Madrid. Una auténtica prueba de fuego fue presentarme en aquel escenario, como un absoluto desconocido, junto a Pablo cantando mis canciones y ante un público impaciente para escuchar solo las suyas. Pero, una vez más, cuando soltó su voz a volar, volamos todos.
Su siguiente gesto fue producir desde su Fundación PM un disco con mis canciones para niños (Si yo volviera a nacer, PM Records, 1995). De hecho, fue mi primer compacto y las canciones fueron interpretadas por Pablo y por María Felicia Pérez, solos y en dúo. Una interpretación conmovedora y uno de mis discos más queridos.
A medida que nuestra amistad fue creciendo, y en gran medida influenciado por ella, comencé a escribir más canciones. La posibilidad de tener un amigo e intérprete de esa categoría sin dudas fue un poderoso estímulo. De manera que se iba abonando el camino para empeños mayores.
Precisamente ese empeño mayor fue la grabación, (y la filmación) de un concierto-producción dedicado a mis canciones, interpretadas por Pablo, conmigo al piano. El álbum y el video en vivo de este trabajo, Canción de Otoño, representó la concreción del sueño original de escuchar mis canciones en la voz que desde siempre las había inspirado.
Entre los textos poéticos del disco, Pablo cantó también varios de mi autoría y dos de mi esposa Silvia Rodríguez Rivero: “Quizás fué ayer” y “Solía un ángel”. El concierto de lanzamiento en el Teatro Nacional marcó un hito inolvidable en nuestras vidas, largamente anhelado.
Sin dudas he sido un feliz deudor de la generosidad de Pablo como intérprete, pero por encima de eso lo soy de su amistad y el cariño familiar que él supo prodigar a su alrededor.
Me he extendido demasiado quizá. Ahora recuerdo la pregunta en su compleja sencillez: ¿como nació nuestra amistad? Y pude haber dicho simplemente que nació de un modo tal que aún sigue naciendo.
En estos días regresa el Festival de Cine de La Habana y su tema “Desde la aldea” se escucha en todas partes. ¿Qué cine prefiere el autor de tantas bandas sonoras?
Con el cine, como con la música o la literatura, comparto mis preferencias entre lo que ya conozco y me gusta revisitar, y lo nuevo que descubro y que me estimula como artista.
Entre los primeros están los clásicos: Bergman, Kurosawa, Tarkovski, Tornatore, Glauber, Chaplin, y un largo etcétera, y luego está el cine que voy descubriendo, en especial el que proviene de cinematografías independientes del mainstream hollywoodense. También me interesa vivamente el cine de mi país o, para ser más exacto, el cine realizado por artistas cubanos.
En cuanto a temáticas, me resulta más fácil mentar las que me aburren mortalmente, como la ciencia ficción, el catastrofismo, los superpoderes, las que tienen tramas subacuáticas, o emplean ”actores” del reino animal, y las fantasías heroicas, casi sin excepción.
Últimamente disfruto mucho algunas series extranjeras para televisión (del tipo de Breaking bad o Better call Saul) en las que percibo que se están produciendo cambios significativos en las técnicas narrativas que seguramente influirán en lo que será —o ya comenzó a ser— el cine futuro.
Quienes lo seguimos en las redes sociales disfrutamos de sus textos variados. ¿Ha pensado en publicar un libro con ese material?
Comencé a escribir, de manera sostenida, hace poco más de doce años, por una necesidad expresiva íntima, que nunca ha tenido pretensiones editoriales. He acumulado mucho material, tanto en verso como en prosa, y ciertamente no me faltan propuestas para publicar.
Sin embargo, hasta ahora no me decido a “armar un poemario” o un libro de relatos. La literatura fue, en mi caso, una fascinación tan temprana como la propia música, pero siempre he preferido verla como una extensión de mi trabajo musical, y no como un oficio.
Además, la experiencia de compatir mis escritos en las redes sociales me da la oportunidad de revisarlos y reescribirlos incesantemente, lo cual se aviene mejor con mi sentido autocrítico y mantiene mis textos en estado de permanente búsqueda. Hasta ahora, con eso me ha bastado y así pienso seguir, “hasta nuevo aviso”.