Haciendo a un lado París y Florencia, La Habana es un destino artístico por excelencia que merece mucho más reconocimiento internacional del que se le ha dado. Desde la antigua Escuela Nacional de Artes Visuales San Alejandro, la más antigua de su tipo en América Latina, hasta el incipiente distrito artístico de San Isidro, que fue noticia internacional durante la huelga de 2020, la evidencia está en todas partes.
Lo verás pintado en las paredes, consagrado en proyectos de arte comunitario, exhibido en galerías ilustres y, en el caso de locales como Fusterlandia, enlucido en todo un barrio. Sus estilos contemporáneos diversos pueden ser admirados tanto por locales como por visitantes.
Fusterlandia, un barrio conocido por sus vibrantes mosaicos, se caracteriza por las imágenes rústicas, casi caricaturescas, conocidas popularmente como “arte naif”, el modus operandi del maestro local, José Fuster. Por otra parte, el Callejón de Hamel, en Centro Habana, se distingue por un estilo afrocubano nítido y audaz del que Salvador González Escalona fue pionero a principios de la década de los 90 y que a menudo utiliza materiales recuperados. De procedencia más reciente es el arte callejero subversivo de grafiteros vanguardistas como 2+2=5, del que no se sabía en Cuba hasta la década de 2010.
La alta calidad del arte cubano refleja su importancia como un arma cultural provocativa. En un país como Cuba, el arte es una forma de comunicación no verbal crucial. En medio de las calles y edificios a veces monótonos de La Habana contemporánea, el arte público no solo llama la atención, sino también habla un lenguaje audaz que provoca la reflexión.
El pedigrí artístico de Cuba tuvo fuerza por primera vez en 1818, cuando el pintor francés Jean-Baptiste Vermay fundó la Academia de Artes de San Alejandro en La Habana Vieja. Invitado inicialmente a Cuba para cumplir un encargo en la catedral de La Habana, Vermay pintó los tres grandes lienzos que adornan las paredes del diminuto Templete de la Plaza de Armas.
La Academia, que funcionó bajo la dirección de Vermay hasta su muerte en 1833, ha producido desde entonces muchos alumnos ilustres, entre ellos Víctor Manuel (pintor de “La Gitana Tropical”, a veces conocida como “la Mona Lisa de América Latina”) y, más notablemente, Wifredo Lam.
Lam (1902-1980), un surrealista que forjó una importante amistad con Picasso en París a fines de la década de los 30 es, sin duda, el artista más valorizado de Cuba. En 2020, su “Omi Obini”, inspirada en la santería, se vendió por 9,6 millones de dólares en una subasta de Sotheby’s, la segunda cantidad más alta jamás registrada para una pintura latinoamericana. Su lienzo más célebre, “La Jungla”, se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, pero puede verse una colección mucho más grande de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, incluido el seminal cuadro “El Tercer Mundo” (1966).
Venerado en Cuba hoy, a Lam se le conmemora en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, en La Habana Vieja, un espacio cultural en cuyas salas exponen artistas cubanos modernos y que coauspicia la prestigiosa Bienal de La Habana, el festival de arte más grande del país.
Una ciudad vanguardista
La Habana fue responsable de fomentar su propio movimiento artístico. La Vanguardia fue un grupo de pintores y escultores activos durante las décadas de los 20 y los 30 del pasado siglo que rechazaron las enseñanzas clásicas de la Academia de San Alejandro y, en cambio, buscaron restablecer la identidad nacional de Cuba mediante influencias del movimiento vanguardista, desde el expresionismo hasta el surrealismo.
La mayor parte de la Vanguardia pasó tiempo en Europa, donde pintaron temas tradicionales cubanos como la vida guajira, la vegetación tropical y la santería a través de un prisma extranjero. Se pueden ver vívidas interpretaciones de la “Virgen del Cobre” de Carlos Enríquez, “Guajiros” de Eduardo Abela y “Naturaleza Muerta con Pitahaya” de Amelia Peláez, todas expuestas en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuyo gran campus en la calle Trocadero contiene la mejor colección de arte cubano del mundo.
El espíritu de La Vanguardia sigue vivo en tiendas, galerías y proyectos de arte callejero contemporáneos de La Habana, donde los artistas locales, a través de la experimentación con ideas abstractas, han transformado viviendas enmohecidas en vibrantes proyectos comunitarios.
El arte en el barrio
José Fuster creó Fusterlandia pared por pared y bloque por bloque, utilizando la influencia de Gaudí y una gran reserva de mosaicos para crear un paisaje urbano que se ha convertido en una de las atracciones turísticas más populares de la capital cubana. Muchas de las figuras abstractas de Fusterlandia evocan a Picasso, mientras sus curvas ubicuas siguen el estilo de Gaudí. Los motivos artísticos —incluidas banderas, palmeras y señores con sombreros— son de naturaleza fuertemente cubana.
El Callejón de Hamel, de menor escala, tiene una inclinación más propia al bricolaje porque utiliza bañaderas viejas, botellas de plástico y maquinaria recuperada para embellecer lo que alguna vez fue un callejón. Los turistas acuden en masa los domingos, cuando la rumba en vivo llena el aire.
El distrito de arte de San Isidro creció alrededor de la Galería Taller Gorría, una galería de arte moderno propiedad del actor cubano Jorge Perugorría, que abrió sus puertas en 2016. Situada en una esquina deprimente de La Habana Vieja, se ha convertido en el barrio de referencia para los artistas del graffiti cuyas sutiles imágenes emergentes evaden con inteligencia la censura para entregar potentes mensajes modernos.
Mientras muchas galerías privadas y tiendas se encuentran en las principales calles de La Habana Vieja, el corazón de la escena del arte moderno de la ciudad es la Fábrica de Arte Cubano (FAC), una galería y un espacio para espectáculos ubicada en una antigua fábrica de aceite de cocina, en El Vedado, donde puede conocerse a los artistas locales y hablar con ellos sobre su trabajo.
Menos conocidas que la Fábrica, pero igualmente convincentes, son las diversas galerías privadas surgidas en La Habana durante la última década. El Ojo del Ciclón, en La Habana Vieja, es una de las mejores, un dominio del artista Leo D’Lázaro, cuyo excéntrico trabajo se basa en la clásica tradición cubana de utilizar materiales recuperados para hacer cosas hermosas.
Muchos cafés y alojamientos también funcionan como galerías de facto. El Dandy es aclamado por su arte fotográfico; HAV Coffee & Art, en el barrio de San Isidro, exhibe lienzos atrevidos y amplios; y Malecón 663 es un hotel boutique con cafetería y tienda conceptual donde se desbocan creativamente desde los murales gigantes hasta los taburetes de la barra con asientos de bicicleta.
En medio de todo el modernismo, vale la pena regresar al principio para descubrir la obra de José Nicolás de la Escalera, uno de los primeros pintores de Cuba y el primero en dejar una obra significativa. Escalera estuvo activo en La Habana desde mediados del siglo XVIII y fue importante en muchos sentidos, entre otras cosas porque fue el primer artista nacional que representó a una persona negra en una pintura cubana. Sus lienzos barrocos se pueden encontrar en el Museo Nacional de Bellas Artes, pero también pintó las bóvedas triangulares de la iglesia de Santa María del Rosario, rara vez visitada, a 16 kilómetros al sureste del centro de la ciudad.