“Soy un devoto lector suyo, sé que viene a Sevilla y me gustaría que nos encontráramos”, le escribió Alejandro Luque (Cádiz, 1974) a Edmundo Desnoes (La Habana, 1930 – Nueva York, 2023) en la primavera de 2006, sospechando que para el escritor cubano sería un mensaje más, idéntico a muchos otros que habría recibido a lo largo de su vida y por tanto no merecedor de especial atención. Se equivocaba.
La carta marcó el inicio de una correspondencia “que se convirtió poco después en amistad en Sevilla, una amistad incipiente”, recuerda el autor andaluz. “Él era un gran seductor y, bueno, yo como escritor joven caí fulminado en sus brazos”, dice a OnCuba entre risas. Hablaron de “cosas emocionantes para los dos: Antonio Machado, Cuba…”.
Desde entonces Luque se dijo: “Algún día escribiré sobre este hombre”, sin sospechar que la empresa tardaría más de quince años en ocupar de lleno su tiempo.
Alejandro Luque, periodista, escritor y músico, trabaja en este momento no en uno sino en dos ambiciosos proyectos relacionados con Edmundo Desnoes: la edición crítica de Memorias del subdesarrollo para la editorial Cátedra, y una biografía del escritor cubano.
Dos primeros encuentros
Edmundo Desnoes y Alejandro Luque se conocieron durante aquel viaje del cubano a Sevilla; pero el andaluz le llevaba ventaja: conocía a su modo al escritor, a través de su novela más famosa, desde una década antes.
¿Cómo llegaste a Edmundo Desnoes?
En los años 90 viajaba relativamente a menudo a La Habana. Estaba muy interesado por la literatura, la música, la cultura cubana en general. Y en un tenderete callejero, por la Plaza de Armas, encontré un ejemplar de Memorias del subdesarrollo. Y me lo llevé por un módico precio.
No tenía noción del libro; tampoco conocía la película. Fue una compra a ciegas, de estas que hace uno de vez en cuando. Y cuando la leí quedé fascinado por la novela: fue amor a primera vista.
Luego supe que había una versión cinematográfica. Cuando pude ver la película, me gustó más todavía la historia que rodea a la novela.
Quedó como una especie de lectura favorita que yo tenía, como otras; además, con el regocijo de que nadie a mi alrededor sabía nada de la obra, con lo cual tenía como un tesoro que solo poseía yo. Y fue pasando el tiempo, hasta que en 2005 me mudo a Sevilla como periodista de El Correo de Andalucía.
En la redacción recibía a menudo, en una cafetería que había abajo, a gente que venía a traerme información; escritores que publicaban libros; músicos con sus discos… y recibí a un editor que había vivido en Cuba cuando estudiaba cine en la escuela de San Antonio de los Baños. Rápidamente encontramos afinidad por el tema de la cultura cubana.
Él estaba empezando un proyecto editorial y tenía muchas ganas de publicar cosas que había conocido en su estancia en Cuba. Y de pronto le digo:
—¿Sabes qué tendrías tú que publicar?
—¿Qué?
—Tendrías que publicar Memorias del subdesarrollo —me miró con una sonrisa y me dijo:
—Lo tengo contratado: sale el año que viene y va a venir Edmundo Desnoes a presentarlo a Sevilla.
Por alguna razón, hasta ese momento daba por hecho que Desnoes no vivía, porque no lo había visto, ni leído sobre él, ni había sabido de ninguna entrevista. Fue como si de pronto te dijeran que cualquier clásico está vivo y vendrá a tu ciudad. Rápidamente le pedí al editor el contacto para escribirle. Así empezó nuestra comunicación.
Lectura y relectura
Alejandro Luque pertenece al reducido grupo de quienes han leído la novela antes de ver la película de Titón, mucho más conocida que la obra literaria dentro y fuera de Cuba. Y no solo una vez, ni dos ni tres: “Desde que la compré en los 90, la he leído como mínimo una vez al año; lectura completa, y luego los trozos que vas consultando. La película también la he visto unas cuantas veces; pero no soy muy cinéfilo, lo confieso. De hecho, soy más lector que espectador de cine”.
El verano pasado fue la última vez que leyó el pequeño libro detrás del clásico cinematográfico. “Y volvió a encantarme —dice—, volvió a funcionar. La novela tiene algo particular que hace que no te canses de leer”.
Haberla leído tanto, sin embargo, no impide que aún consiga recordar qué fue lo que lo cautivó la primera vez: “Los que entramos mucho en la novela y en la obra de Desnoes, sean cubanos o europeos o americanos, al tiempo que compartimos las preguntas que se hace Sergio, nos sentimos identificados de alguna manera con ese tipo, un poco cínico, pero en el que podemos vernos reflejados los que sentimos a menudo que no encajamos del todo en el mundo que nos ha tocado; que querríamos formar parte de él pero al mismo tiempo despreciamos muchas cosas que lo conforman. Puede ser arrogancia, pero visceralmente no podemos evitar sentir que nadamos a contracorriente de las masas a la vez que nos gustaría también hacerlo a favor. Todo ese conflicto creo que es lo que explica, además, el éxito de la novela, que haya tenido ese recorrido tan largo y que todavía hoy haya gente acercándose a ella”.
Pero para él no queda ahí: “Luego tiene una serie de circunstancias prácticas que la favorecen, que es una novela corta que puede leerse muchas veces. Y con ese lenguaje que algunos creen que es deuda de sus lecturas anglosajonas, esas frases cortas muy precisas con alguna licencia poética; pero todo muy agudo, muy medido. Eso —asegura Luque— crea una música y una voz muy seductora”.
El escritor sospecha que quienes investigan la personalidad de Desnoes “en el fondo estamos trabajándonos por dentro y escarbando nuestras contradicciones, nuestras miserias, nuestros desajustes. Es un poco de psicoanálisis, o auto análisis, al que nos somete la novela.
“Luego tiene esa otra cosa, que es que no pierde su vigencia. He estado hace un poco más de dos meses en La Habana y continuamente estaba recordando frases de la novela. No es solo patrimonio cubano; también se da en otros lugares y son ideas muy fuertes. Siempre digo que Edmundo Desnoes utiliza no muchas ideas, no es que sea un surtido de ideas; utiliza pocas, pero muy agudas, muy bien escogidas y que te permiten estar sometiendo la realidad a ese punto de vista durante mucho tiempo, hasta hoy”.
La mirada antropológica y a la vez introspectiva, el ojo que mira lo que está pasando a su alrededor y se mira dentro a la vez, la voz que convierte en sonido las cavilaciones de un hombre que se busca a sí mismo en un mundo que le es ajeno, invita, dice Luque, “a mirar a tu alrededor, a tener la mirada analítica sobre lo que te rodea, observar, buscarte terraza propia, tu atalaya y usar tu lente para espiar al prójimo”.
De la observación del otro (otredad no solo cubana sino latinoamericana o incluso del tercer mundo, sobre todo como se concebía en los años 60) hay quien le critica al discurso de Sergio —y en última instancia, de Desnoes— una posición colonialista, eurocéntrica.
Luque está al tanto y cree que, al mismo tiempo “Desnoes fue uno de los que tuvieron muy presente la denuncia de la influencia colonial. Es de los primeros que desafían la opinión general y critica a Hemingway como el extranjero que viene a Cuba, pero que no le interesa en realidad; que viene a Cuba pero no le interesa realmente el cubano, no le interesa la cultura cubana”.
Más en lo profundo, Luque atribuye su tono a “un pesimismo de fondo; porque a pesar de que participó de forma muy entusiasta en la Revolución y se adhiere con mucho fervor junto a su mujer de entonces, María Rosa Almendros, en el personaje de Sergio —o él con la voz de Sergio— lo que plantea es que se está intentando realizar un proyecto humano, histórico, nacional, tan ambicioso, que teme y duda que el pueblo cubano sea el idóneo para para llevarlo a cabo; que hay en ese pueblo una serie de debilidades o de inercia que pone muy difícil amoldarse a un desafío que entraña tanto sacrificio, tanta concentración de fuerza.
“Lo que va diciendo Sergio de alguna manera en la novela es: ‘No somos el pueblo adecuado para esto, nos están poniendo un listón demasiado alto’. Y tiene que ver y no con el subdesarrollo, en el sentido de que ha habido en todo el mundo políticos que han querido llevar a sus países —de forma a veces racional y otras veces completamente irracional— a proyectos colectivos muy difíciles de cumplir, que exigían ser casi una raza de héroes. Y la mayoría de los seres humanos no somos héroes; somos eso, seres humanos, y tenemos debilidades y también queremos a veces no luchar, y queremos a veces tener una vida y no estar continuamente superando desafíos.
“Él juega un poco con otros conceptos, pero prevalece cierto pesimismo ante el reto que se ha propuesto y los mimbres humanos con los que el país puede llevarlo a cabo. Es mi interpretación”, concluye.
¿En la edición crítica que preparas en qué te estás enfocando?
Es, para empezar, la primera edición anotada de la novela, donde al lector que no conozca sus claves habaneras, cierto lenguaje y determinados detalles, se lo facilito. Además va a tener una introducción biográfica en la que hago un resumen de la vida de Desnoes, que creo que es también el primero que se publica como prólogo de un libro suyo; y un estudio crítico de Memorias… que no pretende medirse con otros estudios críticos que se han hecho, buenísimos y que admiro desde el punto de vista académico.
No soy académico, soy periodista; pero creo que puedo aportar un poco a esa parte divulgativa, acercarme un poco más al lector general, que es de lo que se trata Cátedra, una editorial que se maneja mucho en el ámbito académico pero a la que también se acercan muchos estudiantes y, por supuesto, un lector cualquiera.
He hecho primero el trabajo con mis medios para hacer esas anotaciones y luego se las he mandado a un par de amigos para que me hagan el control de calidad. Pero el prólogo y las notas los he hecho por mi cuenta, recurriendo a lo que se ha publicado y a mis propios datos; y luego en La Habana, para la biografía, he estado reuniéndome con gente.
He podido verme con Miguel Barnet, porque ellos se conocieron bastante; he estado visitando la Casa de las Américas, la Fundación Alejo Carpentier, buscando algunas cosas y hablando con profesores, con gente que ha trabajado la obra de Desnodes allí.
Por desgracia, uno de los hándicaps de este trabajo es que cuando me puse a abordarlo en serio, se había ido gente muy valiosa, que había estado muy unida a Desnoes, como Ambrosio Fornet, Humberto Arenal, Pablo Armando Fernández, Arrufat…, murió María Rosa Almendros, que también habría sido un tesoro como testimonio. Esas pérdidas han sido terribles. Bueno, siempre llega uno un poco tarde por muy pronto que empiece, y tiene que sacar adelante el trabajo con lo que tenga.
Siempre tengo la sensación de que todo es incompleto y al mismo tiempo agradezco cualquier hallazgo, porque cuando una biografía tiene tantos espacios de oscuridad (y la de Desnoes tiene muchos), cualquier lucecita que pueda iluminarte algún aspecto es muy bienvenida.
¿Cuándo calculas que se publicará?
De momento me queda lo más duro, que es el trabajo de redacción. Hasta ahora he estado recopilando información. Tengo una carpeta en el ordenador que va a explotar, con la dificultad de que hay muchos materiales dispersos, cosas que seguramente se han perdido para siempre y —lo que decía— muchos detalles confusos o momentos de su vida sobre los que hay menos información, y no es fácil encontrarla.
Sospecho que en el mejor de los casos necesito uno o dos años para hacer algo en condiciones. Es que cuando tienes los primeros cuatro datos o nociones sobre él, ya crees que lo conoces muy bien. Luego te pones a investigarlo y vas dándote cuenta de que sabes menos de lo que creías; y cuando has investigado mucho, te das cuenta de que no sabes casi nada.
A veces la cabeza me bulle de preguntas, porque es difícil meterte en una vida muy compleja, en una personalidad muy compleja y sin una guía concreta, buscando muchas cosas que te cuentan, teniendo que verificarlas o contrastarlas, porque la memoria es mala y además hay quien manipula la memoria a su antojo.
En fin, es un trabajo complicado que espero hacer con la máxima honestidad. Luego siempre están las influencias, gente que quiere que des una opinión determinada sobre una persona o sobre el país o sobre determinada política del país o del exilio… Ahí hay que intentar ser muy independiente; no todo el mundo desde luego va a estar contento; más bien pienso que no va a haber nadie contento. Es complicado que todo el mundo pueda leer la historia que quiere leer.
A mí me gustaría ser objetivo en lo posible, dentro del hecho de que es un trabajo abordado desde el cariño a Desnoes, y aportar algo que puede tener sentido o incluso ser valioso: una mirada externa. Ni generacionalmente he participado de la Revolución; tampoco soy cubano. Creo que puedo ver cosas que quizá desde dentro o desde la comunidad cubana, esté donde esté, sea más complicado al estar más condicionado por emociones, por visceralidades o por pasiones. Es el valor añadido que me gustaría aportar.
¿Qué te apasionó de la vida de Desnoes, más allá de su novela, al punto de dedicarte a investigarlo?
Su biografía tiene muchos episodios apasionantes. Una cosa que me encanta de él como personaje es que nunca está en primera línea de fuego; es decir, nunca ocupó cargos muy relevantes, nunca fue protagonista de su tiempo; pero está en todo. Es decir, él cruza, atraviesa; es una especie de presencia fantasmal que va atravesando todos los episodios principales. Me refiero a la Revolución; el asunto de aquella carta a Neruda; ahí está él en el caso Padilla; él está en cualquier foto que veas de esos años; si te fijas bien, por algún sitio aparece él; además, era muy alto, no podía esconderse.
Eso fue lo que me apasionó: no es un personaje protagónico, pero es un secundario que está en todas las películas de su tiempo.
Luego me interesa mucho esa lucha que él tiene por la vida. Cuando se trata de Cuba todo tiende a leerse bajo la lupa de la política, y es natural porque la política ha ocupado muchísimo espacio; pero insisto en que el drama del Edmundo Desnoes no es político, incluido el exilio o el autoexilio, no: el drama de Edmundo Desnoes es existencial.
Es una persona que, como escribí en el obituario que hice para El País, no encajaba en el mundo, no encajaba en su familia. Es alguien que pasa la vida buscándose a sí mismo, buscando su sitio. Ese drama es muy intenso y muy interesante. Creo que murió tratando aún de encontrarse.
El momento en el que por primera vez siente que pertenece a un sitio, a un país, a una comunidad, se lo da la Revolución. Por eso la abraza con tanta pasión; pero, insisto, no es tanto una cuestión política —aunque también escribió sobre política y se metió a fondo—, es una cuestión de que esa fantasía de “por fin pertenezco a algo” la tuvo con la Revolución, y no volvería a tenerla nunca más.
Ya en Estados Unidos… él estaba viviendo allí pero nunca se sintió americano ni se sintió siquiera neoyorquino, a pesar de tratarse de una ciudad en la que había estado desde niño viajando continuamente, en la que había vivido… Nunca terminó de ser neoyorquino; nunca dejó de ser un cubano en el aire.
Es un drama, porque ahora que se habla tanto de la identidad y se reivindica tanto, me apetecía contar que la identidad puede ser un drama; que a veces también necesitamos quitarnos la identidad como si fuera un traje y decir: “Mira, vamos a descansar un poco de esto”. Creo que ese drama se va a multiplicar ahora porque todo se está viendo a través de la cuestión identitaria; si no es racial, es religiosa; si no es religiosa, es nacional… y el individuo también necesita descansar de eso, necesita pertenecer, pero a la vez necesita darse una tregua y ser él mismo fuera de esos trajes.
Edmundo se creó un mundo interior en el que decidió vivir, y lo otro era casi una ficción.
¿Llegaron a encontrarse en persona después de aquella primera vez en Sevilla?
Sí, coincidimos muchas veces. Fui a visitarlo a Nueva York un par de veces; incluso pasamos juntos en su casa un huracán, y él empezó a abrir botellas de vino y a recitar el poema de Heredia: “huracán, huracán, venir te siento”.
Luego curiosamente coincidimos en Jerusalén. Yo fui de vacaciones y ellos habían sido invitados allí, Felicia [Rosshandler] y él. Y en 2022 pude estar dos meses con él en Nueva York, visitándolo a diario, pasando fines de semana con él. Ya estaba muy mayor, ya no estaba muy colaborador, en cama, un poco esperando la muerte y creo que casi deseándola. Pero bueno, fue bonito poder conversar con él y acompañarlo durante esos dos meses.
Pude consultar su archivo, ver muchas cosas, y ahora lo que me queda es la responsabilidad esta grande de hacer algo que esté a su altura y a la altura de la historia de fondo, que son unos años apasionantes, turbulentos; casi no puedo ni imaginármelos.
No sé si me hubiera encantado vivirlo o si doy gracias por haberme librado. Creo que las dos cosas. Hay momentos en los que pienso lo que debió de ser tener 30 años y estar en medio de ese huracán de euforia. Debió de ser una droga muy potente, que todavía hay a quien le hace efecto. A la vez, tuvo que haber momentos muy difíciles, grandes conflictos, gente que sufrió mucho. Todo eso ahora hay que convertirlo en material literario, e intentar hacerlo bien.