Me llamo Nadia, pero para mi mamá soy Nadie. Ella no me ve, y yo casi no la veo. A veces, cuando siento la moto del Trueno, que viene a dejarla, salgo corriendo para darle un beso y contarle cómo nos fue en la tienda, pero ella me empuja con la mano y se va chocando con todo hasta la cama. La mitad de las veces no se baña ni come.
Así comienza La tienda de Nadie, una novela que cuenta el desamparo de una niña de 12 años que vive con una madre alcohólica y sin contacto con su padre, que emigró a los EE.UU. Elena Corujo la escribió hace casi 15 años. No fue su primera obra, pero sí su primer Gran Premio en metálico. Gracias a él, la antigua profesora de español y literatura de preuniversitario, y luego directora de TV en un telecentro, pudo “levantar cabeza”.
Su hermana recordó públicamente hace unos tres meses, al recibir en nombre de ella, en Valladolid, España, otro Premio, el de Poesía de Laguna de Duero, que de niña Elena no escribía, sencillamente se pasaba horas en el piso de la saleta dibujando figuras humanas, a las que luego les construía historias orales y les hablaba.
Los Corujo, los tres, pues también hay un hermano varón, tuvieron una infancia feliz en Remedios, en el centro de Cuba, inmersos en lo que la misma Elena llama “riqueza pueblerina”, que a veces es difícil de describir, pero que comprende hechos insólitos, personajes raros, nombres indescifrables, pasados misteriosos, traiciones y fidelidades… Si bien sus relatos tienen lugar en el presente en que son escritos, están permeados de esas vivencias de décadas anteriores.
“Yo conocía a todos los vecinos. Cuando se iba la luz jugábamos a trazar la psicología de los personajes del barrio. Mi papá me decía: ‘¿Quién es Mastuerzo?’ Es el loco del pueblo y actúa de tal manera…‘¿Quién es Trovadio?’ Es el bodeguero y hace tal cosa… Soy hija de gente humilde de pueblo, pero mi papá recitaba a Lorca y a León Felipe y mi mamá escuchaba novelas radiales, leía mucho y adoraba a Rubén Darío.”
“Fui una niña muy inquieta, pero ágil nunca he sido, siempre me caía en cualquier travesura. Leía y me daba por interpretar personajes. Una vez me dio por ser Juana la loca y cogí a mi hermano lo metí en un cajón y me fui para el parque diciendo que era Felipe el hermoso. Soñaba con ser actriz, no con escribir. Con 16 años hice las pruebas de la Escuela Nacional de Arte y aprobé Actuación y Pintura, pero mi papá no me dejó venir a La Habana.”
A los 3 años Elena Corujo aprendió a leer porque había una maestra que repasaba a niños en la casa contigua y ella la escuchaba desde la suya. Pero eso fue hace 60 años en Remedios. Ahora lo que escucha son gritos, discusiones, palabrotas, reguetón… Eso sin tener ni que salir de lo que ella denomina su cueva celta, donde vive hace 5 años. Una habitación húmeda que en apenas 4 metros cuadrados reúne cocina, baño y cuarto-sala, que adquirió gracias a un premio literario. Ah, pero está localizada a un paso de la Avenida 51, de Marianao, y donde esos mismos vecinos escandalosos le ayudan a conseguir lo poco que se puede obtener en los desprovistos establecimientos comerciales cercanos.
“Aquí he escrito menos, y lo hago escuchando esos gritos de la gente del barrio a toda hora, pero que me nutren, porque me dan risa algunas de las cosas que dicen y también porque puedo sentir sus vidas o más bien sus sobrevidas, que las llevan muy fuertes, ‘guapeando’ para sus hijos. En la Isla de la Juventud también lo vi, pero eran otros tiempos. Allí tenía un paisaje maravilloso, desde mi apartamento en el reparto Abel Santamaría veía el mar si me paraba en el balcón y el monte si me paraba en el patio. Me conocí la isla completa. Allí fue donde más escribí”.
A Nueva Gerona Elena llegó en los años 80 con su hijo. Dejó atrás la docencia y, en alguna medida, las raíces. Pero había comenzado a escribir. Y poco después, a perseguir concursos y premios. “Cuando nació mi hijo, yo tenía 22 años y empecé a hacer poesía. Gané el Premio Villa Clara en 1984, que era de poesía para niños, pero eso no se publicó.”
Su primer libro publicado fue Garabatos y palomas, también de poesía para niños, volumen que vio la luz porque ganó el Concurso “Mangle rojo” 1987, en la Isla de la Juventud. A partir de ahí su maquinita Smith Corona no va a detenerse hasta bien entrados los 2000, en que pudo tener su primera computadora.
Escritos de un tirón, como suelen hacerse todos sus libros, salieron entonces de esa PC Pentium 1, lenta y quejumbrosa, sus primeras piezas narrativas. Todo comenzó con Coralita querida, una novela epistolar, en 2001. Son cartas de una niña llamada Emilia a su mejor amiga que se ha ido del país, a quien le cuenta maravillas y angustias de su vida adolescente. Coralita salta al pon, la segunda parte, serán las respuestas, también maravillosas y angustiosas, de Coralita a Emilia desde España. Verán la luz gracias a la humilde editorial territorial El Abra. Dos tristes libritos que visualmente no conquistan a ningún niño, aunque su lectura sea luminosa.
Con el acceso a internet, las cosas van a cambiar para Elena Corujo: tantas horas para fabular como para navegar en las profundidades de la red de redes que oferta innumerables concursos literarios, a veces bien pagados. En 2007 gana el Premio Internacional Desiderio Macía Silva, de México, con el libro de poesía para adultos Con gesto irreparable y se publica en ese país. Ese mismo año, una revista española le otorga mención a su cuento Carta de Dulcinea a Don Quijote. Y en 2010 con La tienda de nadie gana el Premio de Literatura Juvenil Libresa, de Ecuador, un certamen de gran prestigio en el cono sur.
“Después escribí Los pargos azules, que en 2012 ganó Mención en Casa de las Américas. Como vi que a nadie le interesó publicar esa novela, la mandé al concurso “Norma” de Colombia. Estaba dentro de las finalistas y no me dieron el premio porque yo declaré que había sido mención Casa, pero la publicaron en esa editorial, que es muy importante. Y luego la incluyeron como lectura complementaria en noveno grado, en Colombia.”
Los niños colombianos están leyendo la historia de un adolescente cubano que es víctima de la exclusión social. Daniel es hostigado por su abuela para que no se relacione con su padre gay y sufre bullying en la escuela. Los pargos… y La tienda… se han comercializado en varios países latinoamericanos. Cada tres meses Elena recibe los reportes de venta y sostiene intercambios con los promotores de libros en Colombia. A esas novelas les ha ido muy bien.
Pero ninguno de los libros de Elena Corujo forma parte de los catálogos de las más importantes editoriales cubanas de literatura infantil y juvenil. En su perfil de Facebook hace poco se quejaba además de que no la llaman para formar parte de la Feria Internacional de Libro de Cuba que tiene un amplio programa en sus pabellones infantiles. Habría que ver qué pasará a partir de ahora, después de ganar con otra novela, La ventana de las palabras, el Premio Barco de Vapor del Caribe 2022, uno de los certámenes más importantes de la literatura infanto-juvenil en habla hispana.
“A mí me daba pena, y me sigue dando, llegar con un libro mío a una editorial. Y como nadie se ocupa de pedírmelo, pues lo mando a concursos. Es la forma que he tenido para publicar y de cierta manera es mi sustento. Todo lo que he publicado es porque fue a un concurso. Yo soy muy competitiva, de niña lo era. En aquellos planes de la calle o dondequiera que hubiera una competencia, siempre íbamos y ganábamos, yo dibujando y mi hermana corriendo. Y nos llevábamos los mejores premios, que generalmente eran juguetes o cake. La gente decía: ahí vienen las Corujo, no hay na’ pa’ nadie. Quizás eso explique que no tenga miedo a los concursos de literatura y además casi siempre son anónimos. No he tenido la suerte de otros porque a mí nadie me llama. Además, yo soy simpática y alegre, pero solitaria. Quizás por eso no me han tenido en cuenta. No soy mujer de eventos, ni de reuniones literarias. Tengo buenos amigos escritores, pero aislados, ya cuando se reúnen varios, no me gusta estar.”
A la Isla de la Juventud Elena no ha regresado nunca y de Marianao a El Cano ha trazado un trillo. En ese pueblito habanero recóndito viven sus nietos, un futuro flautista y una fabuladora por excelencia, en una casa de más de 100 años, ideal para ensayar y fantasear. También son niños felices. No así la protagonista del libro recién premiado de la autora, otra vez una adolescente, que vive precisamente en El Cano. Su padre es un pintor esquizofrénico y su madre una religiosa fanática. La abuela es el sostén de la maltrecha familia y vende comida hecha en casa. Davina tiene la obsesión de ganar un Record Guiness y ese propósito la lleva a realizar mil peripecias.
Los personajes creados por Corujo son víctimas del maltrato familiar o social o viven situaciones extremas. En El niño del pregón (Mención en el Premio Abril 2018) el protagonista padece de Distrofia muscular de Becker y su contraparte es otro niño con retraso mental que vende aromatizante por las calles. Silvia, la del mundo al revés, (Finalista en el concurso Libresa 2017) es, digamos, más noble. Cuenta la historia de dos hermanas gemelas que enfrentan el divorcio de sus padres, con el agravante de que una de ellas tiene Síndrome XP, afección hereditaria caracterizada por una sensibilidad extrema al sol, por lo que hace su vida en las noches, y la otra en los días.
“Yo no escribo sobre niños felices, aunque lo son de alguna manera, pero encuentran la felicidad a través de alternativas. Me mata el dolor de ver sufrir a los niños. En mis novelas hay sucesos alegres, no voy solo a la tristeza, hay mucho humor y, desde luego, son muy cubanas, pero entendibles, porque las realidades que cuento son universales. No me propongo transmitir valores ni aleccionar. Los finales no son catastróficos porque son para niños, y ellos no perdonan eso, así que mis finales trato de hacerlos alegres.”
El más reciente Premio alcanzado por esta autora cubana podría cambiar el rumbo de su vida: salir de la cueva que habita, tener una mejor computadora, viajar, emigrar, dejar de fumar, mejorar su estado de salud, muy afectado por una diabetes insulino-dependiente…No ha decidido cuál de esas variantes emprender. Lo que sí sabe es que este nuevo triunfo le ha dado seguridad en sí misma. “Nunca me creo que puedo llegar a donde he llegado”. Tal vez Elena Corujo necesite un poco del coraje de una de sus criaturas literarias, esa que dice casi al final de una novela: Voy con la frente alta y mirando a cada uno que intenta reírse o gritarnos. Voy con los bolsillos llenos de las lunas que no recogí, para lanzarlas al primero que se atreva a gritarle a mi padre…