Se interna en la maleza en medio de su búsqueda. Bajo sus pies y frente a sus ojos solo encuentra la evidencia de que no ha quedado nada de lo que fue; la plantación y la casa desaparecieron sin dejar rastro. Pero es solo apariencia. Ha sobrevivido una huella.
Cristiano Berti (Turín, 1967) recorre los pasos de un paisano suyo que en el siglo XIX tuvo un pequeño cafetal y una dotación de esclavos cerca de Trinidad, y cuyo nombre encontró casi por accidente “en medio de la nada, en el olvido”.
A partir de la búsqueda y los hallazgos (o su falta) a lo largo de los últimos seis años, Berti, artista visual que suele trabajar con fotografía, video e instalación y enseña en la Academia de Bellas Artes de Macerata, decidió elaborar un proyecto: un libro, un cortometraje y una instalación sobre los “Herederos Boggiano”.
Pero Antonio Boggiano (Savona, 1778), como se llamaba el comerciante y propietario ligur que fue a dar a campos cubanos persiguiendo fortuna, es solo un punto de partida. Lo que interesa a Berti es reconstruir la red humana que tiene como eje un pasado común.
Herederos Boggiano, el ensayo en que rehace la historia de la estirpe, se presentó en Cuba en febrero pasado en la Feria del Libro y el Palacio del Segundo Cabo; luego en marzo en el Museo de Bellas Artes y en Trinidad. “Siempre van descendientes de Boggiano, sobre todo de La Habana; aunque la mayor comunidad con el apellido está en Trinidad”. En cuanto al video, solo se ha proyectado en Cuba. La instalación, de gran formato y tridimensional, está en producción en este momento.
El foco no está “en la vida de Antonio Boggiano —dice a OnCuba—, sino en lo que me parece más importe: lo que ha quedado de él en Cuba; que no son las riquezas, las propiedades, las casas…, sino apenas un apellido”.
El primer Boggiano de carne y hueso
Cristiano Berti supo pronto que su búsqueda lo llevaría a Trinidad, donde había vivido el propietario; así que comenzó a preparar su viaje desde La Habana. “La casera me da una lista de personas que rentan en Trinidad. Para mi sorpresa, había un Francisco Boggiano. Por supuesto reservé con él”.
Berti conoció a Francisco, abogado, “muy simpático y de rasgos que revelan ascendencia africana”. Le preguntó si había otros Boggiano en la ciudad. “Me dijo que había unos cuantos, sin vínculos claros de parentesco. Ahí nació la idea de hacer el trabajo sobre esta herencia inmaterial”.
La hipótesis de que descendieran del propio Antonio o de una única raíz común quedó descartada a medida que, buscando en los archivos, Berti reconstruye los árboles genealógicos. “Algunos provienen de las mismas personas; pero otros no”.
Por mucho tiempo el artista pensó que se trataba de descendientes de los esclavos de Boggiano, bautizados con su apellido, como al uso en la época, un sello de propiedad que a la vez despojaba a aquellos hombres y mujeres de su identidad original y los sumía en el desarraigo. Pero su investigación, casi al final, reveló un dato imprevisto: en realidad los Boggiano contemporáneos son descendientes de esclavos que se liberaron “ellos mismos”, insiste Berti.
“Fueron personas capaces de comprar su libertad; no la recibieron durante la abolición, sino que se hicieron libres años antes. El propio Boggiano muere en 1860, después de haber hecho apenas dos o tres liberaciones. En el archivo de Trinidad encontré actos de adquisición de la libertad”.
Esa libertad adquirida es la razón por la que el apellido llegó hasta hoy: “poco antes de morir, Antonio Boggiano vende el cafetal en 1857 y con él todos los esclavos. Los 128 que tenía en ese momento pasaron a una plantación de azúcar en Cienfuegos. Allí cambian de apellido y se convierten en Sánchez, nombre del nuevo propietario. Y es un rastro que, por la masividad del nombre, se pierde. Los que trajeron el apellido al presente son los que pudieron liberarse antes de la venta del cafetal”.
Berti afirma que este giro enriquece la historia: “el hecho de que la transmisión del apellido sea fruto de un acto de liberación; y no de una libertad recibida, sino conquistada con sacrificio propio en condiciones en que no era posible ser libre de otro modo”.
De la cuarentena de personas de apellido Boggiano con los que el artista se ha puesto en contacto durante más de cinco años (si bien en el índice del libro el apellido ocupa más de catorce columnas), “todos tenían presente que el origen del nombre es italiano y pensaban tener un ancestro de Italia”. Según sus investigaciones en los archivos, esto no ocurrió; “pero entre tener un ancestro esclavista y uno capaz de conquistar la propia libertad, la mayoría prefiere el segundo. Nadie puede estar orgulloso de alguien que explotó a otras personas de un modo tan odioso, aun cuando la esclavitud estaba tan difundida”.
Dos fuentes y una cantera de mármol
El origen de su interés, sin embargo, no tiene que ver con figuras vivas, sino marmóreas. “Di con Antonio Boggiano haciendo un trabajo precedente (Gaggini. Los Alpes y el Trópico de Cáncer, Quodlibet, 2017) en el que, como en este, la investigación histórica tiene un rol importante. “No soy historiador, de cierto modo entro en el campo de una disciplina que no es la mía —explica. Me interesaba desarrollar un trabajo artístico que se basara en investigación histórica, sin dejarle esa parte a otra persona: es distinto hablar de algo del pasado porque uno lo leyó en un libro que hablar después de años de búsqueda personal y haber incluso construido la interpretación del hecho histórico”.
Su trabajo anterior lo llevó a ocuparse de “dos historias diversas, lejanas, siempre en la primera mitad del XIX”. La primera era la de una cantera de mármol abandonada en los Alpes piamonteses. Y la otra, la comisión de la Fuente de la India, junto a otra “menos importante pero igual de conocida”: la de la Plaza de San Francisco de Asís.
Ambas fueron hechas por el escultor italiano Giuseppe Gaggini, entre 1834 y 1836, “los mismos años en los que Gaggini se convierte en gestor de aquella cantera de mármol de la que hablaba.
“Aunque las fuentes de La Habana se hicieron con mármol de Carrara, en Toscana, me parecía curioso que la misma figura estuviera relacionada con esta cantera de mármol abandonada en la montaña, a 2 100 metros de altura”.
Berti encontró noticias de las fuentes en un libro publicado en Cuba en 1916 por Eugenio Sánchez de Fuentes: “Cuba Monumental y Epigráfica; dentro hay un capítulo sobre la Fuente de la India. Sánchez había encontrado en el archivo nacional documentos que revelaban el nombre de dos intermediarios italianos a quienes el Conde de Villanueva había encargado encontrar un escultor. Uno de ellos era Antonio Boggiano”.
Así, partió de una cantera de mármol abandonada y dos fuentes en La Habana, para reconstruir la biografía de estos comerciantes ligures, uno de Génova y otro de Savona, cuyo apellido llegaría hasta hoy. “Había descubierto que un Antonio Boggiano había vivido en Trinidad, tercera villa fundada por la Corona Española y, en efecto, era él”.
Ensayos y ramas de generaciones
Hay otras dos partes de esta pieza difusa: un video y una instalación que consiste en dos grandes árboles genealógicos que se remontan a raíces africanas.
Si bien Berti trabaja con el ensayo histórico, concibe sus libros como obras de arte, en un gesto de cierta ruptura: “el arte contemporáneo en cierto sentido es la negación de la historia. Cuando los contemporáneos miran al pasado suelen hacerlo a través de los ojos de otros; hacer investigación histórica es un trabajo de especialista. A mí, sin embargo, me interesaba tener un contacto directo con estos hechos”.
Además, dentro de la historia del apellido ha encontrado una serie de elementos en los que resuenan conceptos habituales en lo artístico, como el de identidad. “Por cómo nace el apellido —como señal de opresión y marca de propiedad— en teoría sería una piel de la que uno querría deshacerse cuanto antes. Pero en la Cuba del siglo XIX, creo que ese apellido perdió pronto ese sabor amargo y adaptó un carácter de señal identitaria”.
La búsqueda imposible
El corto audiovisual, de título Pero está por ahí, citando a uno de los entrevistados que se excusa por no encontrar la fotografía de un antepasado, parece un documental, pero no lo es. “Tiene la técnica de ese género —explica el autor— pero no se documenta nada, no se reconstruye una historia. Es una exploración de los lugares en los que se hallaba el cafetal, que desapareció, y la conversación de un almuerzo de primos Boggiano. Como pasa a menudo, se empieza a hablar de cosas banales y bromas (una insiste en que ella tiene que ser italiana de origen porque le encanta la pizza), y se pasa de pronto a la política, el racismo, el sentido de tener ancestros esclavos, y hasta se habla del futuro”.
El avance de Berti a través de la maleza, registrado por una cámara subjetiva, buscando ruinas como quien intenta desbrozar las capas del tiempo es, dice el artista, “en realidad una búsqueda imposible. Tengo una idea bastante clara de dónde pudo haber estado; pero no ha quedado nada. El cafetal perdido se convierte en una metáfora de tantas otras desapariciones.
“Es una forma de reconocer que quien quiera escribir sobre esclavitud está obligado casi totalmente a basarse en relatos que no fueron producidos por los esclavos, sino por los esclavistas. Incluso si hago una investigación de archivo, incluso en los actos de bautismo, el cura ganaba del esclavista al registrar esos nombres. Había una fila de niños que bautizar y los curas iban a las plantaciones con sus libros y los inscribían con nombres cristianos. Eran parte del sistema de opresión. Hablar de historia de la esclavitud supone reconocer que no podemos escuchar la voz de los esclavos”.
Berti, en lugar de sustituirla o imaginarla, escoge como material de trabajo la desaparición. “Prefiero trabajar sobre el vacío, el hueco que queda, como una huella: no veo más el pie, solo la marca que ha dejado; y es la cavidad que estudio, esta ausencia”.
El cafetal estaba en la zona de Polo Viejo, un pueblo con una historia particular en tiempos recientes, cuando una banda de alzados a inicios de los 60 le prendió fuego. Fue luego reconstruido a unas decenas de metros de su ubicación original. “En el tiempo se ha movido; no se encuentra ya donde estaba, sino en otro lugar. Se convirtió también en una metáfora que tiene que ver con algo más que me interesa del Caribe: su condición de lugar de lo ‘inaferrable’, donde todo es una fuga”.
“Aunque sí quedó algo material —recuerda. Hay un altar de mármol claramente italiano en la iglesia de la Santísima Trinidad, erigido originalmente en la de San Francisco por encargo de Antonio Boggiano; pero la parte más importante es el centenar de personas que llevan el apellido. Son un monumento viviente”.
Pasado colonial
En Italia, asegura Berti, no hay suficiente consciencia del hecho de que gente de los reinos que hoy conforman la nación estuvieron relacionados con la esclavitud y la trata. “El propio Boggiano fue un mercader de esclavos, no era solo un propietario de plantación que necesitaba fuerza de trabajo. Llegaban goletas francesas y era destinatario de cargos de esclavos africanos, que después vendía; al menos entre 1812 y 1821. Antes, quién sabe. No está claro cómo hizo su fortuna inicial”.
“En Italia no está muy estudiado el tema. Pensemos también que estas cosas sucedían en una de las últimas colonias españolas en América, mientras Italia como nación no existía aún. Quedan las responsabilidades individuales”.
El colonialismo italiano, añade, “fue ‘tardío’, inició a finales del siglo XIX y terminó con la Segunda Guerra Mundial, y tuvo los episodios más atroces en Libia, Eritrea, Etiopía”. Así como no se habla del colonialismo italiano en África, asegura, aún menos se habla del rol de los italianos en el comercio de esclavos; y “hay evidencia de que los ligures se vincularon bastante”.
La piel del turista
Una Virgen de Regla acompaña nuestra charla virtual, al fondo de la habitación que muestra la pantalla. “Me atrae mucho el aspecto del sincretismo —explica Berti a propósito de la imagen, y repara en la conexión con las madonne nere, como la Virgen Negra de Loreto.
Berti quiere volver a Trinidad; no solo recompuso una memoria hasta entonces invisible sino que construyó vínculos nuevos. “He conocido tanta gente que me gustaría ver de nuevo… Tuve la oportunidad de salir en algunos momentos de la piel del turista, cuando entraba a las casas cuyos dueños me abrían la puerta para contarme sobre su familia, y yo también les llevaba información sobre su pasado. Era un intercambio”.
El artista cuenta que las familias recibían con agrado sus revelaciones, salvo una. “No dijeron nada, pero fueron un poco evasivos. De todos modos no tenía el objetivo de echarle en cara a nadie la realidad; solo quise rehacer un gran monumento a partir del polvo de las vidas comunes; como si fueran pequeños ladrillos que construyen entre muchos un castillo imponente; ese aspecto monumental que se expresa en los árboles genealógicos, construidos, sin embargo, de pequeñas piezas: la monumentalidad que se alcanza gracias a la suma de pequeñas cosas”.
“Una vez conocí gente ‘del lado blanco’ —cuenta una Boggiano en el cortometraje de Berti—, pero no quisieron comunicarse más. Y al final, parece que todos somos harina del mismo costal”.
“¡Somos! —confirma su primo. El origen no lo puedes tapar; es como el sol y la luna: sale. Hay tres cosas en la vida que siempre salen: el sol, la luna y la verdad”, sentencia.
Uno de los árboles que integran la instalación parte de la pareja de José María (“de Francia”, seguramente haitiano) y Concordia (nacida en África). “El otro árbol es más complejo, las ramas que arriban a hoy son dos descendencias, la de Liberata, y Rosa y Francisco”.
Herederos Boggiano ha sido publicado por Quodlibet en italiano, inglés y español. En Cuba, se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes; también en el Instituto de Estudios Crìticos 17 (Ciudad de México) y la Universidad de Texas Arlington (Arlington, USA).
A partir del trabajo de Berti, los Boggiano cubanos del siglo XXI comenzaron a conectarse a través de las redes sociales para intentar descubrir si o cómo estaban emparentados, algo que pronto se revelaría infructuoso; pero no quedó ahí.
“Cuando estuvo claro que en realidad no había parentesco, decidieron que serían de todos modos una familia. Crearon un grupo de WhatsApp y me incluyeron. Boggiano ad honorem”, ríe Berti.