Marcelo Chiriboga salió de la nada, vivió en la nada y un día, simplemente, volvió a ella.
Un autor invisible para un día imaginario.
Carlos Fuentes
La condena del que fuera posiblemente el mejor escritor del Boom Latinoamericano fue la invisibilización. El olvido que ha sufrido fue agenciado por su propio país, donde prácticamente nadie lo conoce.
Marcelo Chiriboga nació en 1933 en una pequeña ciudad de los andes ecuatorianos. No se sabe si fue en Cuenca o Riobamba. Su padre fue un entusiasta de la vida militar. Envió al hermano mayor de Marcelo –Antonio– a que peleara en la guerra de 1941 contra Perú. Antonio murió. Y Ecuador, además de la guerra, perdió poco más de la mitad de su territorio.
Después del terremoto de Ambato (1949) la familia Chiriboga se desplaza a Quito. Marcelo empieza a trabajar como periodista en el diario El Comercio. Allí publica sus primeros textos bajo el seudónimo de Pito Donaire. Son tiempos de combustión política en los cuales las palabras “Marx” y “Revolución” son protagonistas.
En 1962, a orillas del Toachi e influenciado por Ernesto Guevara y la joven Revolución cubana, Chiriboga formó la primera guerrilla del Ecuador. El nombre del grupo insurgente sería el mismo del río.
El historicismo ecuatoriano no reconoce este fenómeno subversivo que, dicho sea de paso, tampoco duró mucho: entre sus filas había un infiltrado que entregó el movimiento a la represión del Estado. De hecho, fue en la cárcel donde Chiriboga escribió su primer libro.
El volumen de relatos se titulaba Jardín de piedra y en 1963 ganaría el premio Casa de las Américas. Sin embargo, la obra nunca llegó a Ecuador porque la dictadura reinante había roto relaciones con Cuba, el país emisor del premio.
Marcelo logró salir de prisión gracias a presiones externas y, sin pensarlo, abordó un transatlántico bananero con destino a Europa. Quería llegar a Berlín oriental, persiguiendo la utopía socialista.
Al llegar, se identificó con el realismo socialista y se dedicó a escribir bajo ese credo artístico. Los días transcurrieron con él inmerso en una burbuja de cultura elevada y bohemia campante. Odiaba París. Creía que la ciudad luz era el sumidero decadente y superficial al que iban a parar todos los latinoamericanos aspirantes a escritores.
Berlín oriental era su lugar ideal. Sus intereses temáticos rondaban los fantasmas de la guerra y, no había mejor país para estudiar ese fenómeno que Alemania. En 1969 aparece su primera novela, La línea imaginaria, una irónica obra inspirada en la guerra del 41.
Chiriboga adquirió allí cierto renombre gracias a La línea imaginaria, más que nada por el lenguaje poético y alucinante que ideó para desairar, con refinada agudeza, el terrible cosmos de la guerra. Las críticas suscitadas empezarían a inscribirlo, sin que él lo quisiera, en el Boom latinoamericano, que en esa misma década daría al mundo obras como La ciudad y los perros, Rayuela y Cien años de soledad.
La lectura particular de Chiriboga sobre lo nefasta que resultó para su país la guerra referida, le permitió concertar atmósferas surreales en torno al conflicto. Nadie, aún hoy, ha podido develar la ranura que separa la realidad de la ficción en La línea imaginaria.
Chiriboga suprime al Ecuador: después de la guerra, algunos soldados vuelven a lo que era su país y, volviéndose locos, descubren que ya no existe y que están encerrados en su propia tierra, que ya no se llama Ecuador sino Perú. Según se cuenta, Luis Buñuel tuvo la intención de llevar esta novela al cine, pero por cuestiones de adaptación (discutidas con Chiriboga), el proyecto fue abandonado con el desenlace de una enemistad.
En Europa Chiriboga es llamado el Kafka tropical. Se relaciona con García Márquez, Vargas Llosa, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. En 1970 el presidente de turno en Ecuador (José María Velasco Ibarra) lideró la prohibición de las obras de Chiriboga en su país. No se podían editar. No se podían leer. Mucho menos portar so pena de prisión. Chiriboga es acusado de traición a la patria: un antinacionalista, un properuano.
Durante los 70s su obra seguiría siendo censurada por los subsiguientes gobiernos militares. Tanta fue la reprobación que sobrellevó La línea imaginaria, que hubo intelectuales y figuras prominentes de la cultura ecuatoriana que llegaron a afirmar que Marcelo Chiriboga no existía, que había sido inventado por otros escritores latinoamericanos para meter a Ecuador en el radar del Boom.
A finales de los 70s muere la madre del escritor. Sus días se nublan. El exilio empieza a robustecerse. Chiriboga ya se había casado con una actriz de cine cuyo nombre es impreciso: para algunos se llamaba Remil Iowemberg y para otros Adéle de Lusignan. Según cuentan, el matrimonio se realizó en abril de 1971 en la casa de los novios, acompañados por varios referentes del Boom.
Al parecer fue en el transcurso de esa reunión en el que una acalorada discusión entre García Márquez y Vargas Llosa a propósito del caso del cubano Heberto Padilla los llevó a resolver el pormenor a los puños, dejándole al colombiano un ojo negro y al peruano una fama de boxeador. El altercado se hizo famoso gracias a una fotografía que no tuvo más opción que dar la vuelta al mundo. Del matrimonio entre el escritor ecuatoriano y la actriz alemana quedaría una hija: Sofía.
En Berlín Chiriboga escribe su segunda novela: Diario de un infiltrado. Una elevada ficción donde el autor se consagra definitivamente por la depurada prosa poética que desarrolla. Es una suerte de thriller –tan real como mágico– que trata sobre un agente de la CIA infiltrado en medio mundo.
Nadie sabe qué decir de esta nueva obra. Literariamente es magistral y argumentalmente es extraordinaria, pero ideológicamente resulta difusa y muy comprometedora, sobre todo para el conglomerado de intelectuales berlineses que lo hacían parte de su lucha, y que creyeron que el dichoso agente no era más que un alter ego del mismo Chiriboga.
Por esos días el escritor tuvo que viajar a España para cumplir con unos compromisos editoriales. En su estancia en Madrid, cede una entrevista al famoso periodista Joaquín Soler Serrano apareciendo en su popular programa A fondo por el que transitaron Rulfo, Borges, Cortázar, Dalí, Polanski, etcétera.
En esta entrevista Chiriboga se descarga contra los procesos de represión que se estaban gestando en Alemania Oriental. Habla del miedo que tiene la gente, de la censura y de la secreta conformación de un estado policivo. El resultado no pudo haber sido otro: las puertas de Alemania le fueron cerradas.
Segundo exilio
Una vez más desterrado, Chiriboga opta por establecerse en España, donde varios amigos editores le ofrecen ayuda.
Después de un tiempo deambulando entre Madrid y Barcelona, uno de sus editores lo ayuda a ir a París. Chiriboga accede completamente desencantado y allí se achica por completo. Bebe desenfrenadamente y yerra sin rumbo fijo. Personifica el tipo ideal de escritor latinoamericano que tanto reprochó.
Es en 1978 que publica La caja sin secreto, su tercera y última novela. Una crítica feroz contra el Boom que utiliza todas las vivencias de un escritor latinoamericano en su peregrinaje por Europa y que cuenta, con exquisito cinismo, la menesterosa y disimulada realidad de los autores.
Este libro, hoy inconseguible como todo el grueso de su trabajo, lo llevaría a ganar el prestigioso Premio Cervantes de 1979, que rechazó por considerarlo fatídico para su obra, debido a que él suponía que la aceptación de dicho premio era reconocer su pertenencia al Boom, cuando lo que había hecho con La caja sin secreto era justamente burlarse de esa –su– generación.
Por esta razón, el Ministerio de Cultura de España, conciliando con las respectivas academias de la lengua de los países de habla hispana, decide dividir el premio entre el español Gerardo Diego y al argentino Jorge Luis Borges. La distinción que extrañamente sí aplaudió y alegró a Chiriboga, pero que nunca materializó, fue la que le otorgó el gobierno francés como Caballero de las Artes y de las Letras.
El retorno
En 1980, después de dos décadas de exilio, Marcelo Chiriboga vuelve al Ecuador. La democracia había retornado de la mano de Jaime Roldós Aguilera, quien había levantado la censura literaria contra el escritor, plenamente convencido de que sus obras de factura universal debían ser conocidas y estudiadas en Ecuador.
En ese mismo año estalla la guerra del Paquisha. Otro conflicto con Perú. Era como volver a 1941, piensa Chirboga. Gracias a este contexto, La línea imaginaria recobra vigencia convirtiendo a su autor en un profeta. La obra es considerada una reivindicación patriótica de primer orden, cosa que horroriza profundamente a Chiriboga.
Su indignación fue tan monumental que él mismo utilizó una buena cantidad de sus ahorros para comprar todos los ejemplares existentes en Ecuador y, en un acto de inusitada autocensura, los quemó en la vieja casa de los Andes que lo vio nacer.
Marcelo Chiriboga no saldría nunca más de esta casa, encerrándose a escribir religiosamente hasta el último de sus días, que transcrurrió en 1990 a sus 57 años.
Su muerte pasó inadvertida en Ecuador y sólo unos cuantos escritores supieron tiempo después del deceso. Nadie sabe hoy dónde están todos esos manuscritos de los últimos años.
Otra teoría de su destino afirma que Marcelo Chiriboga murió de cáncer en el hígado y completamente solo en París, en 1996, inmediatamente después de volver de una visita a Estados Unidos donde había dictado una serie de conferencias en distintas universidades.
Esta versión también asegura que no tuvo descendencia y que, además, escribió una cuarta y muy prolífica novela de la cual se tienen muy pocas referencias (La caja secreta), una obra que funciona –dicen– como continuación de La caja sin secreto.
Marcelo Chiriboga salió de la nada, vivió en la nada y un día, simplemente, volvió a ella. Su vida parece la novela sincrética más grande que no pudo escribir el Boom sobre la soledad y el ostracismo al que Latinoamérica está condenada. No sólo su obra es excepcional y vaticinadora, si tenemos en cuenta que en 1995 estalló otro conflicto entre su país y Perú, conocido como la guerra del Cenepa, sino por las mitologías que se han forjado a partir de su imagen como pensador y escritor.
Para quienes quieran ahondar en la vida del prolífico escritor ecuatoriano, ya que sus obras no se consiguen, es necesario consultar: de José Donoso El jardín de al lado (1981) y Donde van a morir los elefantes (1996), así como las novelas Cristóbal Nonato (1987) y Diana o la cazadora solitaria (1994) del escritor mexicano y entrañable amigo de Chiriboga Carlos Fuentes.