Fue Lenin y Andoba, Reinier y Tony Guaracha, el arquitecto de Se permuta y Esteban Zaya, pero por sobre todos esos personajes fue Mario.
Mario Federico Balmaseda Maurisco (La Habana, 1941-2022) actor, director teatral y dramaturgo que llena una época del arte escénico nacional, la cual se inicia en los años sesenta en el teatro Ocuje y llega, con notables niveles de excelencia, hasta La obra del siglo, filme de Carlos Quintela realizado en 2015.
Balmaseda ejercía una fina versatilidad. Si bien no fue lo que se llama —término quizás un tanto demodé— actor de carácter, tampoco su histrionismo lo llevaba hasta planos de hacerlo irreconocible bajo las diversas caracterizaciones. Era él y otro. Más o menos expresivo, pulsando cuerdas que iban desde el drama a la comedia, pero siempre creíble, que es la única condición que no le puede faltar a un actor.
Cuando este 8 de octubre, a los 81 años, se producía su deceso en La Habana, sellaba un currículum envidiable, con actuaciones a recordar tanto en el cine, como en la televisión y en el teatro. Entre sus filmes memorables se cuentan Los días del agua (Manuel Octavio Gómez, 1971), El hombre de Maisinicú (Manuel Pérez, 1973), De cierta manera (Sara Gómez, 1974), Se permuta (Juan Carlos Tabío, 1983), La segunda hora de Esteban Zayas (Manuel Pérez, 1984), En tres y dos (Rolando Díaz, 1985) y La inútil muerte de mi socio Manolo (Julio García Espinosa, 1989).
En la televisión protagonizó series y telenovelas como Las aventuras de Juan Quin Quin, En silencio ha tenido que ser, La gran rebelión y Un bolero para Eduardo.
Dos de los elencos más potentes de nuestros audiovisuales tuvieron a Balmaseda en sitio destacado. Estoy pensando en El hombre de Maisinicú y En silencio…En el filme de Manuel Pérez se reunieron, entre otros, Sergio Corrieri, Reynaldo Miravalles, Enrique Molina, Adolfo Llauradó y Raúl Pomares. Mientras que en la serie de Jesús Cabrera (1979), sin duda uno de los éxitos más resonantes de la televisión cubana, encarnó a Reinier, oficial de la Seguridad, y alternó nuevamente con Corrieri, Miravalles y Molina, además de Consuelito Vidal, Enrique Santisteban y Salvador Wood, por solo citar unos pocos.
La ejecutoria de Mario Balmaseda en el teatro pasa por su participación en el movimiento de artistas aficionados, así como por estudios en la República Democrática Alemana y por la conducción del Teatro Político “Bertolt Brecht”, cuya dirección asumiría en la década de los ochenta. Puede fijarse el año de 1980 como el de su definitiva consagración teatral. Por el papel de Lenin en El carillón del Kremlim (Nicolás Pododin) obtuvo el Premio a la mejor actuación masculina en el Festival Internacional de Teatro de La Habana en 1980; mientras que Andoba (Abraham Rodríguez) recibió el galardón a la mejor puesta en escena en la misma edición de ese prestigioso certamen.
Tres veces tocó Balmaseda en el templo del arte cubano, y tres veces fue escuchado; se le concedieron los más altos reconocimientos para su especialidad en Cuba: Premio Nacional de Teatro (2006), Premio Nacional de Televisión (2019) y Premio Nacional de Cine (2021). Este último, injustamente demorado, su precaria salud apenas le permitió disfrutarlo.
Si tuviera que hacer el ejercicio poco gratificante de escoger aquella obra donde Mario realizó los aportes más significativos a nuestra cultura, me quedaría con De cierta manera, una cinta de gran densidad artística y antropológica, estéticamente osada, con que la llorada Sara Gómez se situó en la élite del cine nacional. El conflicto entre Mario y Yolanda, 1 quienes asumen sus propios nombres, un obrero de origen marginal y una maestra de escuela, aún está latente. La lucha contra el sistema patriarcal, las taras coloniales, el sexismo, el racismo, el enfrentamiento entre lo viejo que se niega a dar paso y la dialéctica bullente de la vida, es “algo de ahora mismo” que no podrá cambiar códigos ni decretos, sino el esfuerzo multifactorial y mancomunado de las sociedad civil y el Estado, en un clima de aceptación, respeto, empeños educacionales y plena empatía.
Mario Balmaseda nos interpretaba a los cubanos. Honor a quien ayudó a reconocernos en nuestra fragorosa imperfección y a asumirnos como factores del cambio posible.
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Nota:
1 Yolanda Cuéllar