¡Así que esta voz vive más que su hombre
y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas,
un sombrero
con alas voladoras enormes
–y un bastón!
Fragmento del poema “Oyendo un disco de Benny Moré”,
Roberto Fernández Retamar.
Benny Moré es un dios en Cuba. Se habla de él en presente, como si fuera un amigo cercano, un vecino inmediato, como si nunca se hubiera ido, como si todavía su voz estremeciera el Ali Bar, el night club que convirtió en guarida personal y donde sus seguidores solían esperarlo cada noche, no importaba la hora a la que irrumpiera por la puerta para que se desatara el delirio. Nadie podía resistirse a su incomparable voz, a su inigualable carisma, a su singular manera de hacerlos bailar. Los cubanos de todas las partes del mundo hablan de él y lo tutean, le llaman simplemente El Benny, o El Bárbaro, El Bárbaro del Ritmo.
No hay un cubano que, en un trance de nostalgia, no eche mano a uno de sus grandes boleros. Oírle cantar “¿Cómo fue?”, “Alma mía” o “Mi amor fugaz” es suficiente para que afloren los sentimientos contenidos. No son pocas las veces que se le escucha en una celebración. Al compás de “Qué bueno baila usted”, “Santa Isabel de las Lajas” o “Maracaibo oriental” se desata la locura del ritmo y, en ese momento, se confirma la certeza de que El Benny es atemporal: sus sones, guarachas y boleros resisten el paso del tiempo.
Benny Moré es un genio popular, cuyo talento innato se impuso: tenía que cantar, siempre cantar, y lo hizo desde sus inicios en la calle, en las esquinas, como músico ambulante para ganar unos centavos que ayudaran a paliar la pobreza en la que vivía.
Debió estar muy seguro de lo que llevaba dentro, de su talento genuino y del coraje que demostraría después, cuando solo con unos cuantos pesos y su guitarra al hombro llegó a La Habana a probar fortuna. Su voz resonó en bares precarios, cabarets de dudosa reputación, fondas y cantinas, hasta que Miguel Matamoros lo descubrió cantando en un restaurante de la Avenida del Puerto y Benny, rápido y listo, aceptó enrolarse en el conjunto que el gran sonero armaba para viajar a México.
Ese fue el punto de giro en su vida y el inicio de una carrera musical histórica: vendrían su paso por México, sus primeras grabaciones para la RCA Victor, su trabajo en discos con Pérez Prado y su incursión en filmes del llamado cine de rumberas, en la Época de oro del cine mexicano, lo cual lo sitúa en los inicios de la eclosión internacional del mambo; Benny es la voz de la gran big-band con la que Bebo Valdés estrenó su ritmo batanga, referente decisivo al que apelaría luego el propio Benny para conformar la imbatible Banda Gigante.
Con ella reafirma su clase. Es excelente cantando lo mismo un son montuno, una guaracha, un bolero, que improvisando unas décimas campesinas. Pero lo que es aún más asombroso: es capaz de dirigir su gran orquesta de avezados músicos; hace brillantes arreglos y orquestaciones partiendo de los sonidos, sin haber estudiado música, ni poder leer una partitura.
Benny le pedía a su director musical y compadre, además de genial trombonista (Generoso Jiménez), lo que quería de cada instrumento en una pieza determinada. El resultado son esos extraordinarios y modernos arreglos, que Jiménez articulaba y llevaba al papel pautado, y causaban el asombro y la complacencia de todos.
Durante los años cincuenta, Benny Moré provocaría una auténtica locura en la música popular cubana. La certeza se iba adueñando de quienes lo veían y escuchaban cantar. Benny Moré es un fenómeno musical sin precedentes, es el gran genio musical de Cuba.
Así llegó con su música a Venezuela, Colombia, Perú, Panamá. También a Puerto Rico a Los Ángeles y Nueva York. Acompañado por Tito Puente y su orquesta, actuó en 1960 en el Hollywood Palladium en una presentación única. Puente, al igual que Machito y sus Afrocubans, le acompañaría una que otra vez en el famoso Palladium de Nueva York. Con esas actuaciones Benny pretendía iniciar, en cierto modo una conquista: pocos allí le conocían. Su fama entonces se reducía a la comunidad latina y a los norteamericanos asiduos a estos escenarios, donde el mambo y el chachachá hicieron época.
Pero no pudo volver más a ellos. Moriría a los cuarenta y tres años, cinco meses y diecinueve días, en medio de una carrera triunfal que solo una terrible cirrosis hepática pudo detener. El alcohol y un ritmo de vida que disfrutaba –tanto como aborrecía–, adelantaron su final.
La leyenda ha sido fiera en enfatizar la informalidad y la incapacidad para atenerse a una disciplina cronométrica, como rasgos característicos del gran músico cubano. Sin embargo, aquí también sería contradictorio un juicio crítico definitivo, cuando se sabe que a cuarenta y ocho horas de morir y en condiciones alarmantes no canceló un baile pactado en el poblado de Palmira, a más de doscientos kilómetros de la capital. Lo dio todo sobre el escenario hasta que terminó de cantar y un vómito de sangre anunció el cercano e inminente final.
Quienes lo vivieron, aseguran que no se recordaba una manifestación de duelo popular tan grande y espontánea. El pueblo le acompañó con profundo dolor a lo largo del recorrido fúnebre desde la capital hasta su natal Santa Isabel de Las Lajas, querida, en Cienfuegos.
Le bastó su tiempo, sin embargo, para dejar un legado que lo coloca sin equívocos entre los más grandes músicos de Cuba y Latinoamérica. Ahí están sus grabaciones, en su mayoría con la RCA Victor, donde quedaron apresados su voz y su manera tan personal de ser cubano.
Bartolomé Maximiliano Moré no tuvo precedentes, ni ha tenido sucesor, de tanta genialidad y talento inigualables. Con él se cerró un ciclo en la música cubana que no ha podido ser renovado, porque Benny es único, es de esos genios naturales y raros, que nacen con escasa frecuencia.
La ausencia definitiva de Benny Moré sedimentó la percepción de su genialidad, y también la verdad y el mito, nunca tan rotundos y certeros, y alimentados cada vez más con el amor que solo un país bailador y de boleros es capaz de construir.
Si leyera esto, Benny, probablemente respondería con una sonrisa incrédula y despreocupada, porque, para él, cantar y guarachar era lo más natural del mundo, lo mismo en La Habana, Los Ángeles o Nueva York.
*Benny Moré nació en Santa Isabel de las Lajas, el 24 de agosto de 1919 y murió en La Habana, el 19 de febrero de 1963.
Un genio, un verdadero artista del pueblo y un músico de los de verdad, aunque no supiera leer una partitura. Su legado es una bofetada en toda la cara para la camada de improvisados actuales que con el nombre de “música cubana”, desprestigian su legado con el aluvión de chusmería , cochinada y falta de talento que caracteriza a lo que han querido llamar “regetón cubano” Que aprendan, que aprendan del Benny lo que es hacer arte yverdadera música cubana, que muchísima falta les hace.
Muy bien por ti. Me hace muy feliz leerte. Maura