Para Gabi, y mis viejos que me enseñaron a escuchar
Hay un lugar al que siempre regreso cuando un gorrión se estrella sobre las tardes lejos de Cuba. No es un paisaje memorable, no es un río adonde marcharse fugitivo en horario de clases, no es un pedazo de horizonte junto al mar. Mi sitio, era, y es, algo más íntimo y musical. Está situado dos plantas por debajo del primer televisor a color que hubo en casa. Bien cercano al suelo para que mis escasos 1,05 m de infancia pudieran alcanzarlo. Allí alineados casi como por voz de mando militar, encontraba una decena de discos que mis padres habían decidido coleccionar. Fue sentado en ese sitio, frente a un tocadiscos que con los años se fue descomponiendo -como otras tantas cosas- que escuché por primera vez la voz de Caetano Veloso.
Obviamente mi gusto musical tenía una fuerte influencia del idioma. Un paladar al que había que entrarle en español. Así que el portugués de aquel flaco y peor aún, su castellano promiscuo, no fueron en esos tiempos tan primarios, santos de mi devoción. Pasó el tiempo y pasó, un águila, y balsas, y gente que conocí; por y sobre el mar.Un día mientras escuchaba junto a varios socios temas de cantores latinoamericanos, alguien al que se le había alejado otro alguien sobre el mar, pinchó “Contigo en la Distancia”, ese tema enorme de Cesar Portillo de la Luz. Recuerdo que estaba en la cocina, con seguridad picando algo a escondidas cuando escuché nuevamente el castellano impuro de Caetano Veloso. Y dejé de picar. Me fui a escuchar y agradecí el gesto de alguien, ya no recuerdo quién, que pidió otra. Sonó entonces “Capullito de Alelí” para dar paso a “Lamento Borincano”. Tengo un amigo que describe la interpretación de este tema por Caetano como una de las cosas más impactantes que ha escuchado. Me dice que su nivel de perfección sólo es comparable con el de las matématicas, y él es cibernético. Otra amiga, tan reciente, como importante, me cuenta que duerme a su bebé con la “Tonada de la Luna”, –así es como se enamora tu corazón con el mío.
Aquel día en que lo descubrí, Caetano Veloso corrigió las limitaciones de mi paladar musical y se alineó definitivamente con el patrimonio coleccionable que quiero tener y dejar para mis hijos.
Yo también pasé sobre el mar. El destino, accidentado, me trajo a la tierra del cantor que hoy, con cada nota de su “Cucurrucucu Paloma”, como a Marcos Zuluaga en Hable con Ella, me pone los pelos de punta. Y aquí, en las tardes, o mediodías -porque la nostalgia no tiene horas, aunque sí cómplices- su voz y un poco de su historia, me ayudan a sobrevivir el insomnio, los kilómetros que se meten entre el presente, y aquel sitio de mi infancia, dos plantas debajo de mi primer televisor a color.
Hace pocos días tuve la suerte de asistir al cierre de su tour Abraçaco, en Sao Paulo. Mientras lo escuchaba, hice estas fotos. Tuve un pequeño instante de contigo en la distancia. Más bien con todos.
Gostei muito do texto final e as fotos, a cereja do bolo! Obrigada por ir além!