A Dj Dark no lo escogí como entrevistado, fue a la inversa. Cuando me dispuse a hablarle ya lo había visto entregado a la magia de los sonidos y había captado en su pasión y manera de comulgar con las máquinas una energía única en la escena de la electrónica cubana. En momentos así uno comprueba que son esas personas de vuelo alto las que como periodista queremos seguir. Y más que por una historia, porque nos llevan lejos… Uno se acerca cuando regresa del viaje espiritual que, incluso muy tempranamente como en este caso, regalan los creadores como él.
Me he roto la cabeza, pero no recuerdo con exactitud el momento en que conocí a Alain Medina. Pero sí tengo claro que fue a inicios de los 2000, en momentos en que Dj Dark –su “nombre de guerra”–, parecía decidido a alcanzar el poder absoluto sobre la noche habanera. Su mente era un torbellino; un espacio abierto, un universo en el que se mezclaban sonidos y ritmos que más tarde dieron vida al dj y productor en que se convirtió. Un artista que fue evolucionando a lo largo del tiempo hasta ocupar un sitio de privilegio en las grandes ligas de la música electrónica en la Isla.
Con sus inconfundibles dreadlocks sobre la espalda, su gorra, sus tatuajes en los brazos y su caminar pausado como si tuviera todo el tiempo del mundo, Alain era un ser totalmente reconocible a simple vista. Vivía dando forma a nuevas mezclas y sonoridades que simbolizaban a la perfección el orgullo que sentía por lo que hacía y tener su lugar allí, detrás de las máquinas, con esa demencial entrega que percibía el público y, sobre todo, los que habitaban su entorno más cercano.
Alain se sumergió con libertad plena en los sótanos del underground cubano, ese mundo en que han nacido a escondidas varias obras cumbres de la música contemporánea de la Isla.
Durante algunos años, –tres o cuatro si la memoria no me falla–, fue dj de la banda Doble Filo, uno de las formaciones cardinales del hip hop cubano. Allí entabló una relación creativa y de amistad para toda la vida con los MCS Edgaro e Yrak Sáenz. Luego comenzó a contar su verdad detrás de las máquinas con un estilo que fue depurando con los años, y que sostuvo especialmente sobre el drum and bass. Para ese momento de definición, ya no era más que un simple músico: era un relato, una historia.
El paso de Alain dentro de la sonoridad electrónica tiene muchos puntos coincidentes con la de la mayoría de djs y productores. Primero se acercó a la escena como seguidor de las fiestas, hasta que pudo abrirse paso y probar suerte como dj, luego de pasar talleres y cursos donde depuró sus habilidades.
Sus colegas fueron entonces los mismos con cuya música había bailado antes como uno más del público. Ellos lo escucharon, descubrieron una poesía propia, y le insuflaron ánimos para que no perdiera el arranque, el ímpetu vital. Y Alain se lo tomó tan en serio que sus fiestas pasaron de boca en boca y sentaron cátedra en La Habana por la fuerza de sus ritmos compulsivos.
Su talento lo llevó a que otros pioneros de la electrónica cubana, como Dj de Cuba, lo apoyaran y le dieran esa certeza definitiva… Parte de ese mundo que crearon él y sus compañeros fueron las fiestas en las que Alain y Kike Wolf celebraban juntos haber nacido en octubre. En ellas, no tardó en crecer el círculo de conjurados, de seguidores incondicionales a los aniversarios de ambos amigos, a quienes llamaban con cariño los “escorpions brothers”.
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Durante algunos años mantuve un vínculo bastante estrecho con Alain. Me llamaba habitualmente para actualizarme sobre sus nuevos proyectos, sus colaboraciones con djs internacionales y sus próximas fechas en los clubes habaneros. En una de esas ocasiones, me habló sobre una producción que gravitaba sobre el minimal que, finalmente, nunca llegué a escuchar. Cuando salió a Alemania el vínculo se hizo más espaciado hasta que a su regreso nos volvimos a ver en el ritmo asfixiante de La Habana.
“Michel, qué bola”, me gritaron desde la puerta del teatro América. Luego de fijar la vista lo descubrí por sus dreadloks y el rostro de quien parecía estar siempre buscándose a sí mismo.
Conversamos durante casi una hora y entonces me habló de sus problemas de la diabetes, que “tenía que cuidarse como oro” y me pasó otros dos temas nuevos. En ese instante estrenaba un espacio en la sede de un grupo de un teatro en el centro histórico habanero. Estallaba de emoción por su nuevo proyecto, pero era un estallido blando, tranquilo, hacia dentro, que solo se revelaba en sus ojos.
Sus primeras declaraciones de principios, al menos para un público multitudinario, las dio en el festival Rotilla, uno de los eventos más entrañables para la música electrónica cubana. Allí ofrecía su batería de ritmos con los que no buscaba de conectar con facilidad con el público, sino de presentar un set exigente de acuerdo con su perspectiva de la electrónica como un campo para la experimentación total. Y, aún así, encendía los cuerpos de cientos de personas que se acercaban a su mundo.
En una de las noches de Rotilla presentó el material Clara Luz, dedicado a su madre, quien había fallecido. Fue un momento muy simbólico para él y para los amigos que sabían todas las emociones encontradas que estaban en juego en ese momento tan importante para el dj.
Muchas veces, Alain parecía tocar solamente para sí mismo, para librarse de una desazón interior que siempre le exigía no claudicar en su manera de proyectarse sobre las máquinas. La suya era una poética brutal con la que se aventuró desde el inicio en ese terreno inhóspito para muchos que es la electrónica cubana, en el que nunca se veía cansado de viajar. Para él, la noche podía extenderse hacia los lugares más insospechados, mientras seguía declamando su mensaje a todos los que quisieran escuchar y moverse con sus creaciones.
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Dj Dark vivía en el edificio Roma, en O’Reilly y Aguacate, en el centro histórico de La Habana, donde armó uno de los clubes más sonados en la capital hasta que, por diferencias con su otro dueño, el lugar se disolvió.
El último fin de año se reunió con un grupo de amigos en su casa, pero ya su condición física le exigía demasiado esfuerzo. Luego cayó enfermo y pasó a vivir junto a su padre en el Casino Deportivo. Sus riñones se habían deteriorado por la diabetes y necesitaba auxiliarse de la hemodiálisis.
Pero fue el corazón, del que tanto se había apoyado para desarrollar con vehemencia sus producciones, el que falló luego de un estallido de la presión arterial y ya no pudieron salvarlo en el hospital “Salvador Allende”, la conocida Covandonga. Tenía apenas 37 años.
La mayor prueba de su huella en la electrónica cubana, en sus colegas y en el público, han sido los miles de mensajes publicados en las redes sociales tras su partida.
Todos quedaron conmocionados por una pérdida tan íntima y grande al mismo tiempo y le desearon mucha luz en su camino, esa misma luz que entregó a la música electrónica cubana.