El 8 de mayo de 2021 por primera vez se celebrará en Cuba el Día Nacional del Son, fecha que recuerda el natalicio de Miguel Matamoros y Miguelito Cuní, dos de sus más grandes exponentes nacionales, un acontecimiento más que merecido para uno de los géneros más importantes de la música nacional.
Antecedente de este acontecimiento resulta la declaración en el año 2012 que reconoce al son como Patrimonio Inmaterial cubano, primer paso para la conformación del expediente de propuesta para la candidatura de similar reconocimiento por la Unesco.
Cuba cuenta con la rumba y el punto guajiro entre las manifestaciones musicales y culturales reconocidas por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, una distinción que también merece el son cubano, visto por músicos e investigadores como género matriz de la música popular cubana.
Nacido en el Oriente de la Isla a finales del siglo XIX, este ritmo ha sabido adaptarse a los tiempos y variaciones de la industria musical cubana y extranjera, con un reconocimiento internacional relevante, gracias al trabajo de intérpretes cubanos y melómanos de todo el mundo, amantes de este contagioso ritmo.
“El son es el género bailable más importante de la música cubana y el más replicado en muchos países del mundo, se canta y baila en infinidad de lugares del planeta”, nos dice Adalberto Álvarez, el Caballero del Son.
Por su parte, la cantante Osdalgia, una de las voces femeninas defensoras de este y otros ritmos tradicionales cubanos, afirma que “en nuestra isla y en el extranjero, el son montuno y la alegría del cubano están estrechamente relacionados desde siempre y hasta hoy. En todos los países donde hay un cubano la gente lo sabe. Lo bailan, lo cantan y lo disfrutan, aunque tengan ‘dos pies izquierdos’ y sean desafinados”.
Uno de los principales promotores de este ritmo actualmente es Alden González, productor vinculado a la música popular cubana, en especial al son, quien reconoce que este “es una de las basas culturales más sólidas de la nación cubana y cuando hablo de nación cubana, me refiero a todo, de lo que tenemos dentro y fuera de la isla, a lo largo de la historia de la diáspora cubana. Es un elemento tan importante e inherente al desarrollo de nuestra nacionalidad que no solamente deberíamos considerarlo inmaterial, respecto a la Unesco, sino también nosotros aquí debemos constantemente rendirle el culto merecido”.
Desde sus inicios, el son bebió de varios ritmos para su conformación, un patrón que mantiene con el paso del tiempo, con una capacidad de adaptación increíble que ha servido no solo para enriquecerse como género, sino para fusionarse con otras sonoridades autóctonas, otras de las características que resaltan en su condición patrimonial.
La familia sonera
Resulta raro no encontrar la presencia del son en otros géneros musicales cubanos: el bolero, la guaracha, el danzón, la salsa, el songo, el latin jazz… son muchos los espacios comunes donde se mezclan estos ritmos.
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El reconocido tresero y compositor Pancho Amat, nos dice que para analizar este fenómeno debemos ir al punto de partida: “la música que trajeron los colonizadores europeos y la que luego trajeron los africanos, la mezcla de ambas dio una síntesis muy básica, a las claras se nota que es algo autentico”.
Añade que “el son se ha mantenido vivo todo este tiempo con una capacidad de mutación tremenda. Siempre está presente en casi todas las nuevas tendencias musicales, dando origen a otros géneros. Su autenticidad y capacidad para resistir en el tiempo y de conectarse con otros géneros y así transitar el mundo, son elementos para tener en cuenta a ser reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”.
Al respecto, precisa Adalberto Álvarez, uno de los principales promotores de la labor de reconocimiento del son como Patrimonio ante la Unesco, que “desde su surgimiento hasta nuestros días, es el que da origen como base a la combinación con otros géneros de nuestra música popular, por ejemplo la guajira-son, bolero-son, rumba-son, padre de la llamada salsa, que para mí no es un género (sin son no hay salsa), esto por citar solo algunos sin dejar de mencionar su presencia en la música sinfónica”.
En cuanto a su relación con la salsa, Amat también considera que no es más que un subgénero del son, pues “los cultores más famosos de esta modalidad aseguran que su punto de partida fue el son. Ahí puedes escuchar en el mundo de los salseros como difieren en las diferentes modalidades: la salsa neoyorquina, la de Puerto Rico, la que se hace en Colombia, hay hasta salseros japoneses que al final, son soneros en esencia, porque esas orquestas por lo regular tienen un tres o un bongó, instrumentos auténticos del son primigenio”.
Pero ese mestizaje sonoro pasa por otros ritmos, lo explica también Osdalgia a OnCuba: “El son nació en el Oriente de Cuba y fue traído a La Habana sobre 1909. En su desarrollo influenció el surgimiento de otros géneros: el mambo, Cha Cha Chá, la guaracha, la guajira, el songo, la timba… y sentó las bases para el surgimiento de la salsa en la década del ’70 del pasado siglo”.
Alden González lo asume como un gran complejo musical, más allá de un género aparte. “Si lo miramos como complejo, vamos a entender su prevalencia y ascendencia en otros géneros. En el caso del latin jazz, nos pudiéramos preguntar si existiría el latin jazz de no existir el son, en el surgimiento de este y del jazz afrocubano tuvo un peso importante, independientemente que ya desde el principio tenía otras tendencias afrocubanas, pero el son tiene un gran porcentaje importante en cuanto a ingredientes digamos”.
“En el caso del danzón — precisa quien fuese productor y mánager del Septeto Santiaguero— ese que conocemos hoy que ha llegado hasta nuestros días y que los mexicanos lo bailan como música actual, no es en su estilo más tradicional. Ese danzón que conocemos y que defienden muchos acá en Cuba, ¿pudiese haber llegado sin esa segunda parte con el son incorporado? A lo mejor sí, a lo mejor no, porque esa segunda parte sonera le dio una nueva vida al danzón”.
Dicho fenómeno también lo explica Amat, al decir que “cuando el danzón empezó a perder vigencia, echó mano del son y se le agregó un montuno al final. Los estudiosos toman como punto de partida este fenómeno el conocido danzón El bombín de Barreto. Ya en la época de Arcaño, sobre la década del ’40, el danzón de nuevo tipo, como le llamaban, se fue haciendo más popular”.
Basta con escuchar la orquesta de Miguel Faílde, uno de los cultores más populares del danzón en Cuba, con una sonoridad contemporánea donde mantiene estos preceptos y logra mostrarnos un danzón moderno, donde incorpora melodías más actuales sin abandonar esa cubanía y tradición danzonera que los caracteriza.
En el caso del bolero la influencia de los trovadores santiagueros que lo trajeron a la Habana infirió mucho en su incorporación posterior del son gracias a la convivencia regular entre la cancionística y el son, nos dice Alden. “De hecho, Villalón fue guitarrista del Septeto Nacional, o sea que estamos hablando de un bolerista-sonero. El bolero está entreverado de son, así podremos verlo como un complejo, un género del cual se han nutrido demasiadas vertientes en nuestra música nacional. Eso explica la ascendencia del son en muchas variantes de la música cubana”.
En el caso de la cancionística cubana, Amat expresa: “está el bolero son, que en Santiago de Cuba lo tocan bastante ‘soneaíto’, en grupos que muchas veces tienen tres o bongó, y ya el de los años ’30 era una modificación, quizás más enriquecida del son de (Ignacio) Piñeiro”.
“Muchos ya después se fueron componiendo concebidos con un estribillo al final — aclara— y en el mundo de la cancionística cubana, el filin, un género que de alguna manera se relaciona con el bolero, pero que sin embargo se tocaba sin ritmo, ad libitum, trasciende las barreras del Callejón de Hamel cuando el Niño Rivera empieza a escribir boleros para que lo tocaran el Conjunto Casino y Roberto Faz en los bailes y de alguna manera, sin ser son abierto o absoluto, llega también el filin al conjunto bailable popular”.
Gracias a este intercambio el son se mantiene vivo. Amat reconoce que “incluso nosotros los cubanos, viendo como se hace el son en otras partes, también nos da elementos para reflexionar y de una u otra forma tenerlo en cuenta a la hora de hacer nuestro trabajo”.
Estos son algunos aspectos que hacen del son, como diría Adalberto Álvarez, uno de sus principales defensores y exponentes “la expresión musical más importante de nuestra música bailable”.
¿Se baila Son o Casino?
Uno de los puntos más controvertidos respecto al son se encuentra en la manera de bailarlo, y las derivaciones que han surgido a lo largo del tiempo, siendo el baile de Casino una de sus vertientes más reconocidas.
Para el maestro Adalberto Álvarez, el son montuno no guarda similitudes con el casino tradicional que se practica en Cuba. “Se bailan de manera diferente, uno a tiempo y el otro a contratiempo, lo que pasa es que hay bailadores que les cuesta trabajo bailar el Son Montuno a contratiempo y en algunos casos lo bailan como casino.
No obstante, reconoce que “el son en sí, no el son montuno, es adaptable a bailar de la manera que se prefiera y es cierto que el casino se baila a partir del Son, pero con los pasos a tiempo. Por ejemplo, el tema Mami me gustó de Arsenio Rodríguez, que es un genuino son montuno, es casi imposible bailar Casino con él, sin embargo, no sucede esto con el Son de la Madrugada o cualquiera de los sones más contemporáneos”.
Desde su surgimiento en la mitad del siglo pasado, este popular baile de salón ha transgredido varios géneros bailables populares y de salón en Cuba y el extranjero, para convertirse en tradición cubana por excelencia.
“El casino es un son moderno, en la forma tradicional de bailar el son es la raíz y antecedente del casino tal y como lo conocemos hoy. El hecho de que el baile, algo tan importante para el cubano, que la mayoría de las señales en el baile cubano estén relacionadas con el son, para mí son suficientes para considerarlo como un alma mater de la música cubana”, especifica a OnCuba Alden González.
Esa relación entre el son y el baile popular cubano, lo define el productor como la matriz de “un gran complejo musical más allá de un género, que abarca muchísimas cosas que inciden en el baile, y el baile es total inherente al cubano. Por decreto nuestro baile nacional es el danzón, pero el real nacional es el casino, y este es una forma de bailar el son”.
Una anécdota curiosa respecto a cómo se introdujo el son en otros géneros, y de ahí su incidencia en el baile, nos la narra Amat: “Me contaba Rafael Ortiz, quien fue director del Septeto Nacional a la muerte de Piñeiro, que en las academias de baile las canciones tenían que durar cierta cantidad de tiempo porque las personas pagaban por bailar los temas, y los boleros se hacían muy cortos, entonces se tocaban los boleros y se les incorporaba un montuno”.
De ahí la necesidad de rescatar espacios para el baile no solo de casino, son o danzón para inculcar estos a las nuevas generaciones, también porque a través del baile promocionamos a los músicos defensores del son y sus variantes musicales.
“Crear escenarios categorizados con el son ontuno, al igual que otros géneros como el bolero, el filin, la guaracha… apostar en serio a nuestra música. Inculcar en las escuelas de arte el amor por la música popular que hemos creado, que para todos es tradicional, y hasta llamada en el extranjero clásica cubana”, añade Osdalgia, una de las mujeres defensoras a ultranza de que lo mejor de la música popular tradicional de la Isla se conozca no solo allende a nuestras fronteras, sino primero aquí, la cuna del son.