Parece que fue ayer, pero han pasado siete años del histórico concierto de los Rolling Stones en La Habana. Aquella presentación, impensada poco tiempo antes de su realización, cumplió el sueño de una legión de melómanos cuando todo indicaba que ya no sería posible. La mítica banda estaba en la recta final de sus giras mundiales por la avanzada edad de Mick Jagger y su tropa. Pero, de pronto, corrió la noticia como pólvora y sus Majestades Satánicas aterrizaron aquel marzo de 2016 en la capital cubana.
El concierto estuvo a punto de malograrse por su coincidencia inicial con la visita a Cuba de Barack Obama. Pero, finalmente los astros se alinearon y los preparativos, realizados en silencio durante meses, llegaron a buen puerto gracias a un mínimo cambio de fecha. De esta forma, los Stones pudieron tocar ante más de un millón de personas en los predios de la Ciudad Deportiva, apenas un día después del viaje de Obama, y dejaron grabado uno de los momentos más memorables de la historia reciente de la isla.
El suyo fue un show lleno de simbolismo, que hizo pensar en un futuro en el que los cubanos podrían ver en vivo a estrellas de la música que solo habían escuchado en discos o en la televisión. Sin embargo, ese futuro se puso entre paréntesis y los Stones en Cuba quedaron hasta ahora como un recuerdo y un momento de ilusión. Eso sí, como un recuerdo vivo y expansivo que todavía reconstruye su memoria al indomable ritmo del rock and roll.
Días antes del aterrizaje de la banda británica había llegado a La Habana el Dj y productor Diplo con Major Lazer, quienes reventaron el malecón habanero con su coctel de techno. Ninguno de los dos conciertos, el de Major Lazer y el de los Rolling Stones, fue obra de la casualidad. Sus significados pueden leerse desde las ópticas sociales, culturales y políticas más diversas. Fueron las credenciales de una época esperanzadora y entre sus resultados más visibles estuvo, sin duda, el interés que despertaron en otras grandes figuras de la música internacional por tocar para los cubanos.
Pero las ilusiones de muchos se hicieron humo. El reforzamiento del embargo por parte de la Administración Trump, la acelerada marcha atrás al acercamiento promovido por Obama, las crisis de diverso signo acrecentadas en Cuba, así como otros obstáculos de índole global, atentaron contra la intención de no pocos de los músicos que deseaban seguir los pasos de Diplo y sus Majestades Satánicas.
Las intenciones de algunos de esos músicos ya han desaparecido. Se desvanecieron ante la presión de los nuevos tiempos o por la lógica evolución de los intereses de los artistas. Sin embargo, otros no han desechado la posibilidad de tocar en la isla, algo que en buena medida también dependerá del conocimiento, el esfuerzo y la voluntad de las instituciones estales cubanas.
Meses después de aquellos conciertos históricos, varios pesos pesados de la música declararon que querían viajar a Cuba. Fue como una ola expansiva. El astro del rock estadounidense Bon Jovi, durante un viaje personal a la isla, aseguró que quería tocar en La Habana y dijo en tono de broma que los Stones se le habían adelantado. Sin embargo, sus palabras, registradas en Granma, no tuvieron al parecer suficiente resonacia en el país, y lo que quizá pudo ser otra legendaria actuación no pasaría de una simple anécdota.
Incluso antes de las declaraciones de Bon Jovi y al calor del concierto de los Stones en La Habana, un funcionario británico en Cuba señaló a este redactor que la banda irlandesa U2 y el mítico ex Beatle Paul McCartney manejaban la posibilidad de presentarse por primera vez en la isla. Era el reflejo genuino de lo que suponía un nuevo tiempo; el deseo de esas figuras de no dejar escapar un momento histórico y cumplir lo que bien podría ser un deseo postergado por décadas. Al final, ya se sabe, tampoco ha podido ser. Pero la lista de estrellas interesadas no se ha detenido.
En los últimos años he conversado con varios artistas de calibre internacional y con algunos de sus representantes, y el interés por actuar en Cuba, a pesar de todos los cambios y dificultades en el horizonte, se ha mantenido. En llamadas telefónicas y correos electrónicos, la mayoría hacen consultas sobre cómo se pueden realizar conciertos en el país. Entre los que así lo han hecho menciono, por ejemplo, al británico Tricky, a los estadounidenses Laurie Anderson, Kid Rock, Coco Rosie, y a los alemanes de Scorpions, por citar algunos nombres de probada trayectoria y valía.
Ahora bien, una de las principales dificultades para que figuras y bandas de primera línea internacional actúen en Cuba es la alta suma que suelen exigir por sus presentaciones, de acuerdo, lógicamente, con su pedigrí en el mercado de la música.
Sin embargo, algunos de los músicos con los que me he comunicado han asegurado estar dispuestos a tocar gratis para los cubanos, o, al menos, a disminuir sus exigencias, ofrecimiento que no muchos artistas, y menos sus agentes y empresarios, suelen hacer en el feroz mundo de la industria musical.
Ante este tipo de ofrecimientos, de llegar efectivamente hasta ellas estas propuestas, las instituciones cubanas harían bien en ser más abiertas. Son posibilidades que no deberían desecharse, tanto por el peso de los artistas como por las resonancias y significados que de seguro tendrían sus conciertos en Cuba.
A pesar de la grave crisis económica que vive la isla, el escenario para la celebración de grandes conciertos en Cuba no es precisamente el peor. En la actualidad se ha abierto una puerta colaborativa para la organización de estos espectáculos con el incremento de las mpymes y otros actores privados en el país. El establecimiento de alianzas entre este sector y las entidades estatales puede contribuir a solventar escollos financieros y logísticos para facilitar estos eventos, los que, a fin de cuentas, siempre traerán más beneficios que pérdidas, no solo monetarios sino también a nivel simbólico y cultural.
Algunos festivales que se realizan en la isla, como el Havana World Music y el Eyeife de música electrónica, que cuentan habitualmente con artistas extranjeros en sus carteleras, ya han ofrecido lecciones de cómo se pueden organizar eventos similares con este tipo de gestión compartida, y sus resultados han brindado importantes señales para el futuro.
En cualquier caso, lo que debe primar es la preparación de las personas encargadas de seguir la pista a solicitudes y ofrecimientos de músicos foráneos y de gestionar sus posibles conciertos en Cuba. Estas personas deben poseer el conocimiento necesario para valorar cuánto significa la presentación en la isla de artistas que son iconos de la música internacional. Y también la habilidad y la gentileza para dialogar con estos músicos y sus representantes, y llevar las negociaciones a buen término para ambas partes.
Por mencionar un ejemplo, el grupo de rock Red Hot Chili Peppers estuvo durante meses indagando cómo podía tocar en Cuba sin que por diversos motivos pudieran fructificar sus intenciones. No es necesario explicar lo que hubiese significado que la icónica banda estadounidense se presentara en el país.
Cuba vive una grave crisis en medio de nuevos pero hasta ahora tímidos contactos gubernamentales entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. En el vaivén de los vínculos bilaterales la música siempre ha sido uno de los mejores puentes de comunicación. De hecho, así volvió a demostrarse recientemente en el festival Jazz Plaza, un evento en el que los músicos estadounidenses se sienten como en casa y dialogan con sus colegas cubanos en un enriquecedor intercambio de ida y vuelta.
Artistas de otras naciones y géneros, desde la música tradicional hasta la de concierto, también desembarcan con regularidad en la isla, muchas veces invitados a presentaciones puntuales o a distintos eventos. Con estos referentes, que grandes figuras del rock, rap u otros géneros hagan públicas sus aspiraciones de actuar en Cuba y sus deseos no lleguen a materializarse no resulta lógico, ni inteligente; menos si ello llegara a suceder por falta de oídos receptivos u apoyo en la isla.
Tal vez ahora, en un contexto que parece más propicio, podría ser el momento de responder a esos deseos y abrir —o reabrir— canales de comunicación con quienes no han perdido el interés de presentarse en la isla, y a los que Cuba les sigue resultando un destino atractivo para su música.
Quizá más temprano que tarde los melómanos cubanos puedan vivir otros grandes conciertos como aquellos de Major Lazer y los Stones en marzo de 2016.