La crítica tiene entre sus tradiciones recordar obras musicales cuando se cumplen aniversarios cerrados de su publicación, o alguna fecha concreta relacionada con su salida a la luz.
Hay obras, sin embargo, que por su actualidad, por su permanencia diaria en el asfalto de la ciudad son, sencillamente, impresionantes y cobran vigencia a diario. No recuerdo una película en los últimos años que haya definido mejor a una generación en Cuba que Habana Blues.
La cinta de Benito Zambrano, estrenada en 2005, plasmó en directo clamores persistentes de la vida en la isla; la escena underground, sus músicos, su público, las separaciones y esa enorme herida supurante en la piel del país: la emigración.
X Alfonso se pregunta “cuánto aguanta un corazón sin el latido de creer” en un tramo de la banda sonora de la película. El tema es “Arenas de soledad” y es una de las canciones más sobrecogedoras del filme.
La pregunta se reitera y prepara el escenario para otras interrogantes que van pasando por la trama. Le sigue un rosario de canciones que asumen y ponen el país frente a su propio espejo. Cuba frente a Cuba.
Cuando se estrenó, la película nos puso al descubierto. Reveló muchos de nuestros dolores y angustias como generación. Sin medias tintas. “Esta es también tu realidad, tu posible futuro y haces con ellos lo que quieras”, parece que nos dice en un abrumador silencio Benito Zambrano.
Antes lo habían hecho Varela, Santiago, Polito, con canciones que dejaban en evidencia las cicatrices que existían, que iban aflorando hasta que finalmente se convirtieron en un volcán en erupción en una gran parte de las familias, en una gran parte de Cuba.
“Arenas de soledad” continúa diciendo que el intérprete se siente atrapado por lo que ha vivido. La canción se escucha lejana, en un espacio ficticio, pero el tema tiene mucho de manifiesto.
En 2005 no esperábamos una película con la magnitud emocional de Habana Blues. Nos tomó por sorpresa en medio de una edad en la que todavía cabía la ilusión. Los conciertos, el rock and roll, el sexo furtivo, los alcoholes baratos, las esperanzas puestas en algún título universitario para colgarlo en una pared de la sala y a la entrada de la vida de nuestros padres.
Por aquellos años todavía había mucho de descubrimiento. Llegó Habana Blues y nos dijo con toda la crudeza extraída de la realidad que el viento no estaba a nuestro favor. Y que el documento colgado en la sala podía convertirse de la noche a la mañana en pura decoración.
A los jóvenes de entonces nadie se lo había explicado tan bien, con tanto simbolismo. La identificación fue plena. Instantánea. Lo fue sobre todo porque la película estaba destinada a un público que estaba en la pantalla.
Cualquiera de las criaturas maravillosas del underground cubano quedó dentro del filme, aunque la cámara no las hubiera captado. Algunos llegaron a salir como extras en alguna escena devenida homenaje. Era la otra Cuba, el discurso ajeno al discurso oficial, la vida en el dark side of the moon. Quedamos impregnados por el poder de la música, pero sobre todo por el poder de la palabra.
X canta que se siente atrapado por lo que ha vivido, que todos somos lágrimas tatuadas de mi Habana Blues. Escape toca “Cuba Rebelión”, y Tierra Verde pide que vivamos juntos como hermanos.
Del otro lado, cada uno cae por el propio peso de sus emociones. “Todos se han marchado buscando el camino, todo lo que ha amado, todo lo perdido”. Esas canciones tensaron la cuerda de lo que éramos en aquel momento y nos hicieron sentir parte de una generación que, a tientas, ya iba trazando su rumbo, sin imaginar del todo lo que aquellas canciones adelantaban.
En los conciertos, la música de Habana Blues se convertía en apoteosis. Había que vivir aquellas noches en que muchos todavía no habían desechado los sueños de la infancia para comprender la magnitud del momento. Nos subíamos encima del lomo de las canciones para derrochar sudor, para reconocernos en otros cuerpos, para vindicar el desenfreno, sin percatarnos de que también estábamos bailando sobre el dolor cubano.
“El futuro es cuestión de mandarse a correr”, sin conocer la dirección —no es falta de fe. Y entonces la voz de X Alfonso se blinda con acordes de rock and roll y respira hasta explotar en medio del riff de guitarra más furibundo cuando dice que en silencio se van al mar. Le sigue una orgía de guitarras y sonidos eléctricos. La banda sonora avanza.
Hay muchas formas de evaluar una película, un disco, un libro, o cualquier obra. Pero cuando una entrega artística se hace un espacio en el caudal de las emociones de una generación, se puede intuir que se trata de una propuesta de alto calibre. La prueba del tiempo, se sabe, no la pasa cualquiera. Habana Blues aun hoy deslumbra y sobrecoge.
La película, por otro lado, tuvo la virtud de enseñar al mundo a artistas que en buena medida permanecían en la oscuridad mediática e institucional. La mayoría de los que grabaron ya se marcharon de Cuba. Escape, Porno para Ricardo, Free Hole Negro, Descemer Bueno, Kumar, Qva Libre, entre muchos otros que ya son nombres que se pronuncian también desde otras orillas.
A pesar de los años, Habana Blues parece que fue estrenada ayer. Muchos de aquellos adolescentes y jóvenes desecharon la idea de cumplir el sueño de la infancia en Cuba y hoy se encuentran en cualquier lado del mundo, buscando sobrevivir en el mismo proceso de reinvención que recrea la cinta. “Todos somos lágrimas tatuadas de mi Habana Blues”.
Bella y cruda pelicula aun la reveo a pesar de apretarme el pecho.
Gracias Michel por escribir con tanta fuerza y honestidad. Te leo desde hace más de 10 años.