Hace casi treinta años, en algún rincón del mundo el cantautor español Ismael Serrano experimentó un estremecimiento que lo envolvió. Por suerte, tenía a su alcance una guitarra, papel y lápiz, y así, en 1996, escribió:
Vértigo, que el mundo pare,
que corto se me hace el viaje.
¿Me escucharás, me buscarás,
cuando me pierda
y no señale el norte
la estrella polar?
Serrano a sus 22 años entendió que las canciones serían sus aliadas para enfrentar miedos, transformar su mundo y, quizá, el de los demás. El descubrimiento lo llevó a abandonar la carrera de Ciencias Físicas en la Universidad Complutense de Madrid después de cuatro años de estudio. Aunque dejó atrás su sueño de ser astrofísico, nunca dejó de mirar las estrellas y encontrar inspiración en ellas.
Cambió el camino de las ciencias exactas por el de la música, y empezó a frecuentar cafés madrileños con su guitarra. En esos pequeños escenarios, a menudo y entre su público se cruzaba con el gran Luis Eduardo Aute.
Serrano confesó en una entrevista radial de esa época: “Agarré la guitarra un día porque crecí escuchando la música de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute o Silvio Rodríguez. Son mis primeras referencias de los músicos-autores que marcaron a fuego mi forma de interpretar la música”.
En la segunda mitad de los 90, su nombre emergió como uno de los más destacados representantes de una nueva generación de cantautores de la escena musical hispana.
En esa época en que la música se compartía en casetes, unos amigos argentinos dejaron uno de Ismael Serrano en mi casa. Era transparente y en unas letras pequeñas se leía: Atrapados en azul. Era el primer álbum del cantante madrileño, que incluía canciones como “Papá cuéntame otra vez”, “Amo tanto la vida”, “Un muerto encierras” y la mencionada “Vértigo”.
Volvería a cruzarme con “Vértigo” años después, en 2001, cuando cantautores cubanos y españoles se unieron para grabar Encuentros con La Habana. En este disco, con producción y arreglos del cubano Miguel Núñez, Ismael eligió precisamente esa canción para formar parte del proyecto musical destinado a recaudar fondos para las escuelas de arte cubanas.
Al borde de cumplir 50 años en 2023, Ismael Serrano ha acumulado a lo largo de su carrera doce álbumes de estudio y cuatro en vivo, varios libros de cuentos para adultos y otros de literatura infantil, un cancionero, y hasta ha escrito obras de teatro. Con más de un cuarto de siglo en el oficio de la música, continúa con su guitarra al hombro, como los bardos de antaño, tejiendo historias en forma de canción.
Ahora se encuentra de gira mundial para presentar su más reciente disco, La canción de nuestra vida. Cuando lanzó el primer sencillo del álbum, de igual nombre, compartió en sus redes sociales:
“Esta canción habla de nosotros, de ti y de mí, de todo lo vivido y lo soñado, de tantas cosas compartidas. Pretende ser un homenaje a todas las personas que me han acompañado en cada viaje, creciendo a mi lado, empeñadas en seguir abriendo ventanas a la esperanza. Cuando el mundo duele, siempre estás ahí para aliviarlo, en cada canción, en cada palabra”.
Ese “vértigo” que lo acompañó desde sus primeros años sigue estando, aunque lo ha asumido de diferentes maneras. En este fonograma, busca reconciliarse con el paso del tiempo y celebrarlo. Además ha compartido su deseo de “reivindicarnos como dueños de nuestro tiempo, aunque otros intenten controlar nuestros relojes, nos insta a alejarnos del derrotismo y a planear un mundo mejor”. Este sentimiento se refleja en su canción “Tiempo”:
La vida es un instante
eterno si el recuerdo
no deja de brillar
que los relojes callen
que tú guardas el tiempo
el nuestro hoy está por comenzar
por comenzar, por comenzar.
En el Teatro Ópera, emblemático escenario de la calle Corrientes en Buenos Aires, con capacidad para 2 500 espectadores, Ismael Serrano presentó recientemente su nuevo disco en tres funciones con entradas agotadas.
Fue una invitación a escapar por espacio de tres horas del agitado mundo exterior. Serrano utilizó una estructura teatral para compartir su vida y las de sus amigos, interactuando con gran sentido del humor. Así condujo al público hacia sus canciones, bálsamo para sus propios miedos y las incertidumbres que todos enfrentamos en esta travesía llamada vida.
En una época en la que la música y los conciertos a menudo se adaptan a la tecnología para captar la atención del público, Ismael logró despojarse de toda parafernalia en su espectáculo para seguir siendo un trovador. Se reinventa para ofrecer un contenido profundo. Su cálida y grave voz, que conocí en mi juventud a través de un casete, sigue impecable, como un buen vino que envejece con gracia.
Ismael Serrano utiliza su arte como un faro en medio de la tormenta de la vida, un refugio en el que sus seguidores pueden encontrar consuelo y fuerza para afrontar las sombras que acechan.
La escenografía fue efectiva, con luces suaves y sin andariveles. La simplicidad resaltó la profundidad de las letras y la emotividad de la música, recordando la esencia en el mensaje y la conexión con el público.
Musicalmente acompañaron al protagonista el maestro Jacob Sureda al piano y en la dirección musical; un cuarteto de cuerdas armado en los violines por Natalia Cabello y Jorge Calderali; en la viola por Ana María Corrado y en el chelo Claudia Sereni. También, sobre el escenario estuvo la cantante y actriz Inbal Comedi como una interlocutora exquisita y única del espectáculo.
Los presentes corearon las letras; algunas fanáticas le lanzaron a garganta limpia piropos y otros entre el público clamaron por sus temas favoritos. Ismael sonreía e interactuaba con estos pedidos, mezclando las canciones de su nuevo disco con clásicos como “Ana” o la propia “Vértigo”.
También se dio sus gustos, como lo hizo en el disco La canción de nuestra vida. Cantó “Un vestido y un amor”, de Fito Paez y, a guitarra limpia, “Burbujas de amor”, de Juan Luis Guerra. El tema del dominicano tiene una estrofa que, en la voz de Ismael Serrano, alcanza una dimensión tan poética que perfectamente pudo ser un tema suyo:
Y ese corazón,
se desnuda de impaciencia ante tu voz.
Pobre corazón,
que no atrapa su cordura.
Ismael Serrano es un trovador de estos tiempos, que utiliza su voz y letras para narrar historias de amor, desamor, esperanza y lucha. En su nuevo disco, incluye tres temas fundamentales como “Saber ganar”, “Me amo” o “Fábula de los conejos”, que la última estrofa dice:
Devoran a los conejos
como la historia contara
moraleja el tiempo amigos
no hay que perderlo en bobadas.
En medio de un silencio profundo y conmovedor durante el concierto, mientras interpretaba la canción “Papá cuéntame otra vez”, acompañado solo por el piano, cuando llegó a los versos finales: “Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad./ Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam”, una joven desde el público gritó: “¡Son 30 mil!”, haciendo referencia a las víctimas de la última dictadura argentina y contra el discurso negacionista que prolifera en días de elecciones por parte de la ultraderecha. Ismael asintió y, como si el grito fuera parte de la letra, antes de que la melodía terminara, añadió: “¡Sí, son 30 mil!”. Ovación.
Ese himno compuesto a cuatro manos con su hermano Rodolfo, que cuestionaba a la generación de su padre, el poeta y periodista Rodolfo Serrano, ahora se reinterpreta desde una perspectiva nueva. En una entrevista reciente con el diario español ABC, Ismael afirmó: “Las canciones testimoniales son vigentes en tanto en cuanto nos son útiles, porque mantienen viva la llama de la memoria y, para entender el mundo en el que vivimos, debemos saber de dónde venimos”.
A medida que el concierto llegaba a su fin, el público se despedía con aplausos interminables que sacudían el teatro. Serrano abandonaba el escenario y regresaba ante los vítores del público, ofreciendo más canciones.
En medio de este mundo agitado un trovador del tiempo nos invita a detenernos, escuchar, sentir y aferrarnos como a una tabla salvadora a “la canción de nuestra vida”.