Conversar con el maestro José María Vitier, además de constituir un privilegio, resulta un aprendizaje, una oportunidad para penetrar en un muy personal mundo sonoro: sin dudas, el compositor y pianista tiene ya asegurado un lugar cimero dentro del quehacer musical contemporáneo cubano.
Vitier trabaja actualmente en “dos grandes proyectos”: un concierto sinfónico para solistas que tendrá su estreno mundial en Cuba y que está dedicado al medio milenio de la villa de San Cristóbal de La Habana y la terminación de la música del largometraje El mayor, del recientemente fallecido cineasta Rigoberto López: estos dos temas fueron el centro de nuestro reciente diálogo.
“El concierto para orquesta sinfónica para solistas parte de una iniciativa de la delegación de la Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE) en Cuba, que ante la pregunta ¿qué va a hacer la SGAE para celebrar los 500 de La Habana? tuvo la iniciativa de proponer y encargar una obra de un compositor y sugirieron que podía ser yo.
No fue una petición propia y agradezco mucho esa generosa idea. De vuelta vino la respuesta afirmativa de que sí, que estaban dispuestos a hacer un encargo de obra: eso quiere decir que la SGAE asume el patrocinio en términos de su creación, su posterior ejecución y eventual grabación. A mí me toca echar a andar ese proceso escribiendo la obra. Pero, primero tenía que terminar la película de El Mayor: son dos cosas grandes que no podían convivir juntas, mezclarse. Estoy acostumbrado a trabajar en varias cosas a la vez, pero esta obra sinfónica —como antes la película— me requería de un pensamiento único y concentrado en una sola dirección. Ahora estoy en el momento exacto de armar esta obra dedicada al quinto centenario de La Habana.
¿Con cuántos músicos contará?
La obra está planteada en términos de proyecto como obra sinfónica y eso ya te está hablando de un formato —formato sinfónico y la orquesta sinfónica. Lo que distingue una orquesta sinfónica de una no sinfónica no es, solamente, el número, sino la composición.
La sinfónica tiene todas las familias de los instrumentos —de cuerdas, de vientos, de percusión, de maderas, etcétera. Si son veinte primeros violines o si son diez, depende de cada país, de cada institución. Pero sí, es una orquesta nutrida. En Cuba, por cierto, tenemos varias orquestas sinfónicas no solo en La Habana. El compromiso es estrenar en La Habana en marzo del 2020.
Quisiera estrenarla en La Habana, en un concierto grabado, público, y vamos a tener algunos solistas invitados, pero no voy a adelantar mucho más. Va a tener varios movimientos y un papel central lo ocupará la flauta y, cuando digo esto me refiero a la mejor flautista que ha habido en Cuba no solamente en estos tiempos sino en todo los tiempos, y ¡gracias a Dios, es amiga nuestra!, luego podemos utilizar otro solista, que será un violín, y el piano que tendrá un papel protagónico como en toda mi música.
¿El concierto tendrá una sonoridad contemporánea o la sonoridad de La Habana de cinco siglos?
Es difícil hacer una obra en varias partes, dedicada a La Habana, y que, al menos, no incluya una habanera: eso dalo por sentado. En las partes que estoy haciendo ahora, habrá una gran influencia de las sonoridades de La Habana en sus cinco siglos, o sea, empezando por las cosas que pudieron sonar o ser ejecutadas cuando en en esta ciudad empezaron a haber músicos y música. Seguramente, será una reverencia a esas fuentes sonoras de las primeras fusiones que se hicieron en nuestro país con la influencia española y africana.
El problema es que todo eso tiene que conducir a la contemporaneidad y voy avizorando que en esta obra va a haber un tributo a géneros como la contradanza y la habanera. Pero, indefectiblemente, vamos a avanzar hacia lenguajes más modernos y espero que sea una obra abarcadora que va a tener varias partes. Algo semejante a un medio punto, un vitral, que tiene varios colores y que es típicamente habanero y colonial; creo que eso es lo que simboliza ese crisol.
La Habana es una ciudad muy incitadora, muy nostálgica, y probablemente no será una loa triunfalista a la Habana porque creo que también tiene que estar la Habana con su dureza, con su realidad, con su actualidad y con sus esperanzas. Hay otro detalle que caracteriza a La Habana: como todos los puertos del mundo, La Habana con su puerto es un punto de llegada y de salida, de tropiezos; es un punto de amor y desamor, de encuentros y desencuentros, de llegada y partida, tiene esa magia que tienen las ciudades portuarias.
Siempre he pensado que La Habana está constituida por todos nosotros y por todos los que no están aquí también, por todos nuestros recuerdos, por todos los que vivieron en ella y por todos los que se fueron, por los que regresan o no. La Habana tiene todo ese tejido emocional que, de alguna manera, tiene que ir saliendo en una partitura que, por momentos, creo que va a ser compleja.
Supongo que sea un reto personal componer para La Habana…
Así es, aunque desde hace tiempo quería hacer una obra con una entidad magna, con una envergadura sinfónica. Hace años que no trabajo con formatos tan grandes: he hecho mucha música de cámara, canciones, música para cine, para teatro. En mi carrera hay cosas pensadas en grande, como El salmo de las Américas o Misa cubana o La leyenda del caballero y su destino —dedicada al Che Guevara—, también hay música para el séptimo arte gestada a lo grande como El siglo de las luces. Creo que después de haber trabajado tanto el pequeño formato, me tocaba hacer una obra sinfónica y quisiera que tuviera la comunicación y la facilidad de ser escucha como lo tiene el pequeño formato. Eso es un reto para mí como compositor: hacer una obra inteligible, que no reniegue de la contemporaneidad, pero que tampoco traicione la tradición.
Hace cuarenta años atrás, ¿podría haber hecho esta obra que está creando ahora?
Hace cuarenta años ¡por supuesto que no! Cuatro décadas atrás yo tenía 25 años y a esa edad, en el 1979, yo escribí la música de la serie En silencio ha tenido que ser que, al menos, la gente la sigue recordando. Y unos años después, hice las primeras músicas para cine que ya tenían bastante ambición. Es una música que analizándola de manera retrospectiva, no la encuentro tan lograda, sin embargo, le reconozco una gran ambición de ir a más. Así he llegado hasta el día de hoy.
No quisiera dejarme seducir por ningún tipo de megalomanía: uno no puede concebir las obras pensando en la posteridad ni nada semejante. Creo firmemente que los homenajes son mejores, mientras más humildes son. Lo que puedo decir es que voy a poner en esta obra todo, todo, todo mi empeño al ciento cincuenta por ciento para que La Habana acepte este homenaje y que la gente se sienta emocionada y agradecida.
Hablar de La Habana es hablar de un hombre que ha dejado —y deja— su piel en y por esta ciudad. Obviamente, me refiero al doctor Eusebio Leal, ¿algo especial para Leal tendrá este concierto a La Habana?
¡Seguramente! Leal ha dejado una huella indeleble en nuestras vidas ya no en la música, en nuestra profesión, sino en nuestras vidas personales. Nosotros tenemos una hermandad. Eusebio fue nuestro padrino de boda y yo creo mucho en eso de los padrinos: el padrino es el que ocupa el lugar del padre cuando el padre no está. Mi padre ya no está, pero tengo a mi padrino esplendoroso.
Hablemos del trabajo suyo para la película El mayor…
Es una deuda antigua que tenemos todos los cubanos con la figura deslumbrante de Ignacio Agramonte. Una película producida enteramente por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que ha contado con la colaboración de varios organismos. Es un largometraje necesario que comenzó y terminó de filmar Rigoberto López, destacado director cubano, fallecido luego de concluido el rodaje y en plena fase de edición. Un fallecimiento repentino, que no esperábamos, y esta circunstancia, de momento, colapsó la postproducción de la película. Pero, el ICAIC convocó al equipo de creación y también a los técnicos que están involucrados en la postproducción y al director de fotografía, que es Ángel Alderete, quien también figura como coordinador.
Se estima que pueda estrenar para la venidera edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en diciembre de este año, aunque no hay metas: se terminará, cuando se termine. Por mi parte ya concluí el trabajo de creación de la música.
En ese sentido, ¿qué le aportó?, ¿cuál fue el pie forzado de trabajar musicalmente la figura de Ignacio Agramonte?
Para un creador audiovisual, para un músico o para un guionista, es una figura muy estimulante, muy insinuadora porque es muy completa; es un héroe casi perfecto. Tiene una arista romántica intensa que está documentada por sus cartas y su relación con Amalia Simoni —su vida fue muy breve y por lo tanto su romance también—, pero de una gran intensidad, con un amor que podría calificarse de imposible por las circunstancias en que se produjo: se casaron muy jóvenes y se separaron cuando comenzó la guerra, ella tuvo que huir, primero a la manigua y después salir de Cuba y no se vieron más. Tuvieron un hijo surgido de encuentros furtivos durante la propia guerra. Todo eso sale en la película. Ese sería, digamos, el lado romántico y está el lado épico que es la parte que tiene que ver con sus dotes de militar, que eran inauditos siendo un hombre tan joven que aún no alcanzaba los treinta años y llego a ser, prácticamente, el segundo jefe de los insurrectos. Por otro lado, estaba Carlos Manuel de Céspedes, que era el primer presidente de la República en Armas, y quien estaba al frente de toda la tropa del centro del país.
¿Y cómo todo eso se representa musicalmente?
¡Imagínate!, eso quiere decir que hay muchas batallas en la película, hay seis batallas que son las más importantes de su largo historial. Fue muy centellante cómo Agramonte se convierte en estratega y en todo un militar sin haber sido de carrera sino un hombre de una posición medianamente acomodada —en el caso de su esposa muy acomodada. Era un abogado recién graduado. Lo que a mí me ha resultado significativo e instructivo es la relación, que no es tan conocida, compleja, polémica, entre Agramonte y Céspedes, a la cual José Martí se refiere en un famosísimo texto que se titula “Céspedes y Agramonte“.
Traducir eso al lenguaje de la música es una tarea complejísima, ¿no?
Me releí mucho, ¡muchísimo! a Martí y analice detenidamente lo que quiso decir cuando expresó: “de Céspedes el ímpetu, de Agramonte la virtud”. Cuando uno se pone a escribir la música tiene que saber plasmar esas ideas, esas afirmaciones, y tienes que valorar el hecho de que son dos figuras que estaban en el mismo bando, pero con enfoques muy, muy diferentes de cómo hacer las cosas: uno defensor de una República en Armas y otro defensor de un mando único. Para mí ha sido apasionante encontrar la música de esas tres facetas: la romántica, la épica y la de la lucha política que enfrentaban los protagonistas entre ellos mismos. Esas son las líneas principales del filme. Un tejido complejo cuyos matices la música trata de resaltar.
¿Qué tiempo le llevó hacer la música?
Por los motivos que expliqué, la película se ha demorado más de lo previsto para su terminación. Inicialmente cuando me hablaron de la película, se me ocurrieron algunos temas, incluso, antes de ver nada filmado ni leído el guion. Empecé a trabajar en un tema romántico, que es la relación entre Amalia e Ignacio.
Luego llega la película con la realidad de lo que se filmó y viene el proceso de ver si el tema que hice se ajusta o no. Sucede que, a veces sí y otras no, y me di cuenta que la película tiene muchas situaciones que reclaman música y que está pensada para llevar música. Es un filme largo, de casi dos horas, entonces hay que respetar esas tres líneas de conflictos, de personalidades y de visiones que se sucedieron en el siglo XIX y con el entorno sonoro del siglo XIX.
¿Es decir que tiene el espíritu del XIX?
En algunos momentos sí, aunque queríamos que fuera una película que se sintiera hecha desde el presente. Creo que tiene de las dos cosas: una influencia clara de algunos géneros como la contradanza o la habanera, que vienen como anillo al dedo, sobre todo, en la parte romántica de la película. Y, luego, tiene otras escenas de mucha más acción que llevan elementos más contemporáneos. Ha sido un trabajo que es difícil medir por el tiempo: a veces uno hace una canción por el tiempo que dura, es decir, 3 minutos aproximadamente, pero si la haces a los 65 años que tengo, se demoró 65 años en hacerla. La hiciste así, rápido, porque no la hiciste solo en ese momento, en realidad la hiciste con toda tu vida anterior. Ha sido, en lo personal, un trabajo muy intenso en este 2019 porque tuve que esperar tener las imágenes finales.
Su trabajo para el cine ha sido prolífico, ¿qué de complejo tiene hacer música para cine?
Lo que más fácil que me resulta es comenzar porque al comienzo todo es posible y yo le entro a las cosas con mucha ilusión. Específicamente, este es un proyecto que me ha llegado en el momento preciso. Ahora es cuando, creo, que mejor estoy en disposición anímica y emocional para enfrentar este reto.
Todas las películas son un reto, pero esta es una cinta esperada, necesaria. Todo el mundo está a la expectativa de cómo quedará. Es muy difícil contar una historia que la gente conoce como, por ejemplo, puede ser Cecilia Valdés, que son leyendas que la población ha visto en zarzuelas, en series y escuchado por la radio. De repente, recrear ese mundo, que es conocido, es muy peligroso porque a veces no das la medida que se espera de ti.
Es más fácil trabajar con historias fantásticas que con la historia con mayúscula y El Mayor, es la historia en superlativo: que no sea un producto encartonado ni rígidamente didáctico, sino potable, inteligible y emocionante, es lo más importante.
Nuestra herramienta fundamental es la emoción, no es la información porque para eso están los periódicos, las revistas y los noticieros. Las películas están hechas para emocionar a los públicos y, después, puede venir la reflexión. Pero lo importante es emocionar al espectador y comprometerlo: a ésta figura le faltaba este homenaje audiovisual porque ni Agramonte ni Céspedes, habían entrado en la filmografía de ficción de Cuba. Era un vacío que se llenará.
Insisto, el cine histórico es muy complicado porque paradójicamente, mientras más fiel a la historia quieres ser, más complicado lo tiene como obra de arte. Hay creadores que han salido muy airosos de este empeño como, por ejemplo, Fernando Pérez, con su película dedicada a una etapa de la vida del Héroe Nacional Cubano, José Martí, titulada El ojo del canario. Lo que no se sabía de la historia tuvo la valentía de imaginárselo y ponerlo en boca de personajes que no se conocía qué habían dicho y cómo lo habían dicho y todo el mundo se lo cree perfectamente. Opino que en el cine de corte histórico, la historia hay que reinventarla para que sea creíble, pero a su vez, hacerla desde la propia historia. Todo un reto.