No fue una sorpresa el éxito de Cimafunk durante su debut en Estados Unidos. El músico aterrizó con los antecedentes de haber llenado cada espacio que le abriera las puertas en el circuito cubano. Ya se sabe que llenar un teatro o una plaza al aire libre no es, por sí solo, un ejemplo de que el artista defienda una obra de calidad que soporte el paso del tiempo. Sobran los ejemplos de esta clase en la música cubana. Cimafunk, sin embargo, ha sabido compaginar la popularidad con la entrega de una obra que, si bien todavía está en plena formación, ha dado muestras de que nació con un original sentido creativo y un interés en ser parte de algo nuevo en la escena contemporánea.
Su repertorio, conformado por su álbum debut Terapia, nace a partir de la indagación en los clásicos de la historia sonora cubana y de la relectura de fenómenos como los históricos James Brown o Funkadelic. Y de esa amalgama, desarrollada con conocimiento de causa, se ha sostenido la obra de Cimafunk, quien ya cocina su segundo disco con la certeza de que él mismo se ha puesto el listón muy elevado y debe entonces estar a la altura de las circunstancias.
Erick Iglesias, que dejó su nombre en el camino para adoptar, con un claro matiz reivindicativo, el alias de Cimafunk llegó a Estados Unidos para hacer lo que mejor sabe hacer. El músico le entró a al país por la puerta de Texas, donde compartió en marzo el cartel del festival SXSW en el que también, una artista cubana, Eme Alfonso, llamó la atención con su disco Voy.
En Texas Cimafunk armó un buen rumbón como si estuviera en el Solar de la California. Lo hizo con Terapia, en el que muestra sus habilidades para dar cuerpo al trepidante poderío de un mestizaje estilístico que representa las búsquedas conceptuales de una zona de la música contemporánea cubana, esa escena que, si bien ha pasado inadvertida para una buena parte de los medios y la crítica, ha entregado al mundo algunos de las propuestas más atendibles en Cuba. Podemos nombrar, a vuelo de pájaro, grupos como Orishas, Free Hole Negro, las cantantes Danay Suárez, Daymé Arocena, o el propio Cimafunk.
La industria musical estadounidense no pasó por alto su presencia. De hecho, le nacieron propuestas de agentes de disqueras y festivales para que continuara expandiendo su obra en el mercado de ese país, que bien visto, es un escenario natural —como lo es Cuba— para la música de este pinareño de 30 años que en principio iba para médico.
Texas fue solo la primera parada de un artista convertido en un incipiente fenómeno que no se veía en la música cubana hace años. Por suerte algunos muros se han derribado en las miradas más ortodoxas sobre la música y cultura cubanas y parece que el “Cima” podría lanzar su carrera desde la isla sin tener que pasar el duro lance “del bajo cero” de París o emigrar con todo lo que conlleva.
La música de Cimafunk, como lo es la creciente escena del jazz cubana, de la que el también participa, es un viaje de ida y vuelta entre Cuba y Estados Unidos. Por eso tal vez los norteamericanos se sintieron tan a gusto balanceándose sobre el puente establecido por el ex estudiante de medicina y el ex trabajador por cuenta propia de cuantas labores hicieran falta para ganarse la vida. Porque cuando viajó a La Habana tras suspender sus estudios con el objetivo de probar suerte en la música, hizo casi de todo para ganarse la vida antes de que algunos músicos bien conocidos le cerraran la puerta y otros lo invitaran a compartir escenario, aunque lo hubiesen relegado a la tenue luz de los coros.
La obra de Cimafunk, con una “estética afro” que lo mismo remite a los inicios de la revolución del movimiento de hip hop que a la contagiosa fiebre de los pioneros del funk, desembarcó en casi todos los escenarios cuando un cartel en la puerta le robaba las esperanzas a los que no habían comprado su entrada a tiempo. “Sold Out”, se podía leer en la vitrina de la mayoría de los clubes donde estaba programado con antelación.
En sus conciertos lo mismo compartían las descargas de adrenalina o el sudor espectadores estadounidenses, latinos o cubanos residentes en la zona o que se habían aventurado a comprobar en vivo todo lo que escuchaban sobre este artista.
Washington, DC, Nueva York, Los Ángeles, Chicago y Nueva Orleans fueron algunas de las ciudades que recibieron a la tropa de Cimafunk. En Nueva Orleans, ciudad que siempre ha dado abrigo con especial calidez a los músicos cubanos, se presentó en el histórico Tipitinas, por donde han desfilado un rosario leyendas del panorama estadounidense.
“Fue una experiencia súper mágica y el público norteamericano nos acogió y nos recibió con mucha energía junto a todos los cubanos que asistieron a los conciertos. Una de las presentaciones más impactantes fue la que ofrecimos en Tipitinas, una plaza histórica de New Orleans que se llenó por capacidad. Fue un gran estremecimiento tocar en un sitio donde habían actuado grandes de la música estadounidense”, dijo Cimafunk a OnCuba.
“Realmente pudimos tener ese éxito en Estados Unidos gracias a los caminos que han abierto orquestas como Los Van Van o Paulo FG. Ellos abrieron la senda para que muchos músicos cubanos pueden seguir tocando en Estados Unidos y para que la música de la isla sea tan bien recibida en los escenarios estadounidenses”, agregó.
En Hollywood Hills, en Los Ángeles, compartió con parte de la crema y nata de Hollywood. En el grupo de invitados se podían ver rostros tan conocidos como los de Leonardo Di Caprio y Silver Stallone, entre otras figuras de la industria del cine.
Bajando las colinas de Hollywood Hills, Cimafunk se trasladó a secundarias públicas donde ofreció conciertos gratuitos e intercambió sobre Cuba, sobre música y sobre todo lo que podía ser de interés común en estas charlas que resultaron un notable aprendizaje. También actuó en hospitales para niños y en albergues para personas sin hogar.
La parada del Grammy Museum, por razones obvias, tuvo una resonancia especial. Puso a bailar a un heterogéneo público conformado por cubanos, miembros del Museo Grammy, managers, representantes de sellos discográficos y abogados de la industria del entretenimiento.
“Era la primera vez en la historia del teatro Clyde Davis que un espectáculo se había convertido en una fiesta así”, recuerda uno de los asistentes.
Con todo, se sabía que los shows de Miami iban a resultar los más explosivos de la gira. Desde que el nombre de Cimafunk entró en el panorama, su presencia era reclamada cada vez con más fuerza desde la otra orilla.
Cimafunk se gastó dos conciertos en Miami. Los cubanos, como era de esperarse, se entregaron a su música trepidante y sexual, con la libertad que nace del mestizaje de sonidos tan característico de la música cubana.
Cimafunk volverá a viajar a Europa en julio y regresará a Estados Unidos para presentarse en el caluroso agosto neoyorquino en el Central Park.