Pablo Milanés ha sufrido como la mayoría del mundo los estragos de una pandemia que ha derribado nuestras certezas. El cantautor, con su especial sensibilidad, ha sentido como propio el dolor por la pérdida de vidas y la lucha encarnizada por la sobrevivencia ante este virus letal. Él, un hombre de la calidez de los escenarios, de vaporosas bohemias, de conciertos al límite, ha puesto a punta sus mejores armas para no dejarse arrastrar hacia ese abismo de incertidumbre que le ha mirado directamente a los ojos a millones en todo el planeta. Para remontar la crisis, los bajones espirituales, la inusitada pérdida de amigos cercanos y colegas se ha refugiado en la creación, en ese pequeño territorio espiritual de libertad que lo ha hecho grande. Desde ahí se mantiene componiendo para romper la tristeza y darle aliento a una humanidad que necesita el confort espiritual de la música y el arte.
Pablo vive ahora ese proceso de asimilación de la realidad y de hurgar en los procesos más difíciles de la vida para convertirlos en poesía aunque en algún momento la cerquen las ruinas de la soledad. En ese (re)descubrimiento ha grabado con músicos de diferentes latitudes, colaborado con su hija Haydee Milanés y ha estado también muy pendiente de la realidad cubana, que ha sido siempre el principio y el final de su obra ya legendaria. El trovador encuentra en la música su paraíso perdido en la tierra y sabe que con solo una canción puede ayudar a desaparecer, al menos por un momento, las grietas de ese edificio maltrecho en el que se convierte a veces el decursar de cualquiera de nosotros.
Pablo ha pasado por mucho en una carrera de más de 40 años. Sabe como pocos lo que puede ayudar una canción, una letra al oído que te demuestre que no estás solo, que hay personas hablando en tu mismo lenguaje, que saben cómo la soledad puede convertirse en una laberinto de cristal del cual es difícil escapar sin que desde el fondo no haya alguien dispuesto a extenderte una mano para aliviar la fatiga. Por eso, tal vez, ha compuesto un tema que él mismo califica como plegaria. Lo más importante es que la canción nace del interés del trovador en situarse en la geografía espiritual del otro, en sentir en su propia piel el dolor de las heridas dejadas por la pandemia en el mundo.
Tituló la canción “Esperando el milagro” y la estrenó en sus redes sociales, una plataforma en la que el veterano trovador se ha desenvuelto con facilidad. La nota que acompaña la presentación indica que la obra es “una profunda reflexión sobre la trágica pandemia que ha asolado al planeta”. En ella el trovador vuelve a hacerse esas interrogantes sobre la vida que han sobrevolado su obra. Pero en esta oportunidad cobran un sentido especial por el escenario convulso en que Pablo le pregunta a Pablo:
¿Volverán los pecados?
¿Las deudas sanarán?
¿Tendremos un paraíso de igualdad y paz?
El trovador se hace esas preguntas y de paso nos interroga. Nos dice que él no tiene las respuestas. Pero nosotros sabemos que en esos textos se pueden despejar algunas de las incógnitas de ese mundo desconocido al que nos hemos asomado de pronto y que nos ha puesto al filo de una navaja que al menor descuido nos lleva la vida por delante. Las preguntas de Pablo, bien vistas, trascienden los tonos llenos de grises de la pandemia para convertirse en esas preocupaciones universales que han acompañado, como un mantra, a la humanidad y a la propia obra del trovador.
La carrera de Pablo en los últimos tiempos no ha sido precisamente una oda a ese optimismo vacío que solo busca mantener una línea recta en la vida que todos sabemos no existe. El músico ha escrito de la fatiga, de la desesperanza, de los paraísos artificiales, del amor en todas sus variantes. En resumen: de la propia existencia humana que se rompe y a veces es imposible recuperar los pedazos extraviados de su identidad. El arte, Pablo lo sabe, no puede ser un homenaje perpetuo al extravío, sino que debe huracanar los sentidos humanos para energizarlos y para que vayan creciendo aunque en ocasiones se enfrenten a un campo minado para alcanzar la plenitud. Pablo, en su afán de alertarnos, nos dice en su nuevo tema que “estamos al borde del final”. Que somos como peces ahogándose en el mar. Como un salto al vacío del precipicio. Pablo hace sonar las alarmas por nosotros y por él mismo, porque se siente, a pesar de haber descifrado el milagro glorioso de la creación, como uno más que puede caer bajo esa ola terrible de desaciertos que de vez en cuando regresa para recordarnos la fragilidad de nuestra existencia.
No se trata, como pudieran pensar algunos, de un pesimismo que aprieta la garganta. Es otro capítulo de ese recordatorio que el trovador se ha propuesto despertar en el corazón para que no perdamos la certeza de lo que somos, para decirnos que todavía tenemos el don de la transformación si abrimos el destino al cambio y a la solidaridad frente al egoísmo, a las imposiciones, a la deshumanización. También, sin proponérselo tal vez, nos recuerda que el infierno se lleva definitivamente por dentro y puede asomar la cabeza en cualquier momento antes el mas mínimo envés.
“He querido hacer esta canción como si fuera una oración al modo del Padre Nuestro católico, como si fuera una misa divulgada por un Papa, por un sacerdote, por un babalao, por cualquier guía de cualquier religión…”, dice Pablo sobre esta canción que ya alcanza vida propia entre los seguidores del trovador.
En el comunicado circulado por su oficina explica también el significado que ha dado a este proceso de creación. Habla de las letras como un ruego o una súplica y nos exhorta a la meditación, a replantearnos, a mirar las cosas a fondo para tratar realmente de verlas. “Creo que el milagro se puede traducir de distintas formas y el milagro, en este caso, se traduce en la forma que pueden trabajar los pueblos, los países, los gobernantes para hacer que todo funcione mejor, que la sanidad funcione mejor, que la ciencia funcione mejor, todo eso puede resultar en un milagro para la humanidad”.
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Pablo siempre mira profundamente a los ojos cuando habla. Deja que su interlocutor se exprese como un torrente incontenible mientras te observa. Si no logras captar su atención en los primeros minutos es muy difícil que la recuperes luego. En sus reuniones familiares y con amigos siempre habla con calma y lanza preguntas directas cuando un tema le llama la atención o lo sobresalta. No deja escapar fácilmente esas historias increíbles de su vida cuando lo interrogan sutilmente en algunas de esas tertulias. A veces ríe para deslizarse sobre las interrogantes; a veces cambia el hilo de la conversación para colocar un tema que posiblemente sea más interesante que el que uno puso sobre la mesa. Pero siempre pasea la mirada por el espacio que ocupan sus interlocutores con la curiosidad de quien sabe que todos tenemos una historia que contar, que cada uno es un mundo muy particular que puede tributar a ese otro mundo al que él le canta para tratar de descifrarlo y hacerlo, por qué no, un lugar mejor. Por eso no sorprende que en medio de esta etapa de encierros forzados, de incertidumbres, haya publicado un tema como “Esperando el milagro”. Una canción que debe partir de su propio dolor humano, de esa fuerza magistral a la que trata de asirse para mantener la fe con la seguridad de que hoy y hace mucho tiempo, la vida, el compromiso real con el otro y ese acto de justicia que es la verdad son el más hermoso milagro humano.
ESPERANDO EL MILAGRO
COMO PÁJAROS QUIETOS EN EL AIRE
COMO PECES AHOGÁNDOSE EN EL MAR
COMO UN SALTO AL VACÍO DEL PRECIPICIO
ASÍ ESTAMOS, AL BORDE DEL FINAL
YO NO SÉ SI HA FALLADO EL PERDÓN DE LOS PECADOS
DE LAS DEUDAS CONTRAÍDAS DURANTE UNA ETERNIDAD
O FALLÓ EL PARAÍSO QUE PROMETIERON LOS HOMBRES
DE UN PLANETA DE IGUALES, DE RIQUEZAS, DE PAZ
SÓLO SÉ QUE LLORAMOS CON MIEDO, SIN FUTURO,
ESPERANDO EL MILAGRO QUE UN DÍA LLEGARÁ
UN MILAGRO QUE VIENE SATURADO DE DUDAS
DEL SALDO QUE RESULTE SALVAR LA HUMANIDAD
POR ESO ME PREGUNTO:
¿VOLVERÁN LOS PECADOS?
¿LAS DEUDAS SANARÁN?
¿TENDREMOS UN PARAÍSO DE IGUALDAD Y DE PAZ?
NO TENGO LA RESPUESTA
LA TENDRÁS TÚ, JAMÁS
(12 de noviembre de 2020)
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