Liuba es, si se mira bien, proporcional a sus discos. Se le encuentra siempre en el mapa de sus canciones. Guajira y habanera. Naranjo en flor. Luna del 64 que reencarna en Vidas Paralelas. Y le quedan, todavía, Tantas Vidas por hacer. Se escapó con su música al cine, al campo, a La Habana y a Argentina. Se cuela entre los niños y entre los no tanto. Como dice su amigo Luis Alberto García, “estuvo, está y estará muy enferma de buen gusto. Es su mejor padecimiento. No tiene canciones malas. Tristemente dulce. Aletriste. Tristegre. Más tierna que la ternura”.
Ha probado su arte con todo, sin miedos, pero luego dice cosas como estas: “A veces estoy tan nerviosa, y me pregunto ‘¿esto hará falta, tendrá sentido?’. Yo creo tanto en el silencio… Además la timidez es algo que me vence. Me pongo más nerviosa en una descarga pequeña que en un gran teatro con una luz, porque ahí yo me abstraigo de una manera diferente, siento otra libertad dentro”.
Obsesiva con su trabajo, con la grabación de su obra, acaba de terminar y presentar su más reciente álbum, 68 canciones repartidas en cuatro sencillos, donde canta a dúo con muchísimos artistas amigos las canciones propias y de otros. Este ha sido, particularmente, un trabajo de grandísimo rigor. “Es que dar por terminado un hecho artístico es tan difícil”, dice a OnCuba. “La perfección es amiga de lo terrible pero también hay que ser muy respetuosos con lo que hacemos, y como ese límite no está escrito, uno piensa que dio poco, que siempre puede estar mejor”.
En Vidas Paralelas Liuba canta junto a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Carlos Varela, Amaury Pérez, Raúl Torres, Kelvis Ochoa, David Torrens, Frank Delgado, Isarel Rojas, Isaac Delgado, Gema Corredera, Beatriz Márquez, Ivette Cepeda, Omara Portuondo…; y junto a otras voces del mundo como los españoles Ana Belén, Luis Pastor y Javier Ruibal, los dominicanos Pavel Núñez, Víctor Víctor, Maridalia Hernández y José Antonio Rodríguez, el puertorriqueño Danny Rivera, la argentina Georgina Hassán y la ecuatoriana María Tejada… si bien en la presentación oficial de esta obra, el viernes 12 de mayo en Casa de las Américas, solo pudieron acompañarla Raúl Torres, Polito Ibañez e Ireno García, así como la brasileña María Marta y la venezolana Amaranta.
Vidas Paralelas, el concierto y el disco, son un homenaje a la trova. “La buena trova para mí y mi generación fue un compromiso con lo hermoso, encontrar un modo de decir diferente, delicado, profundo y también popular”, dice Liuba.
Durante poco más de una hora la trovadora hizo en la Sala Che Guevara un repaso por algunas –imposible abarcarlas todas– de las canciones del disco. Con Raúl Torres cantó de su autoría “Canción breve”, con María Marta una versión que hizo la brasileña de “Ángel y Habanera” en portugués y con Ireno García “Andar La Habana”, porque “hay muchas canciones que La Habana le debe a grandes trovadores y esta –según dijo– es una de ellas”.
Luego llegó, con las imágenes de Sara González y Santiago Feliú en la pantalla, una canción de su disco Puertas, escrita en el año 1997, y dedicada según contó en el escenario a esos dos grandes amigos que ya no la acompañan:
“A Sara, primero porque le debo muchas cosas como trovadora, y luego porque en los momentos difíciles cuando perdimos a Ada [Elba Pérez] y nos quedamos desarmados, ella y Diana [Balboa] me tendieron la mano, me buscaron, supieron que había pasado algo.
“Santiago es un príncipe que me encontré alguna vez y tuve después la dicha de tenerlo en el disco de tangos. Pero sobre todo tengo la suerte de tenerlos a los dos en el corazón y de cantarles especialmente hoy, a sus ausencias”.
Ausencia, remoto fantasma/
que violas las puertas/
que cantas, que gritas al cielo esa voz/
que has llevado contigo/
que escribes tú la canción que falta/
que siempre nos recuerdas la distancia/
¿Qué es Vidas Paralelas? ¿Cómo definirías este disco?
Es un disco de dúos, un recorrido de viaje. El nombre surge de un tema con ese mismo título y además por la complicidad que uno establece con sus colegas, por coincidir en tiempo y a veces en espacio también. Es que se pierden tantas de las cosas que hacemos a veces en el lobby de un teatro, en un camerino, en la sala de la casa con un amigo. Yo quería que en este disco apareciera ese misterio, que estuvieran las canciones con las que yo me siento feliz en mi casa, en la intimidad, canciones mías y también de mis amigos.
En el caso de los cantautores hacemos dos canciones: una mía y otra suya. Por ejemplo, con Silvio Rodríguez hago “Puertas” y “Segunda Cita”; con Carlos Varela, “Luna del 64” –una canción que nunca había grabado– y “Habáname”; con Raúl Torres “Canción breve” y “Se fue”; con Frank Delgado “Tonada borracha” y “Orden del día”, con Polito Ibáñez “Se busca” y “Me muero de ganas”; con Amaury Pérez “Como un ángel que despierta”, que a él le gusta mucho y “Dolor a griega”, un texto de Martí que musicalizó hace algún tiempo. Y así con el resto.
El mapa de mis canciones es otro disco presentado este año, sin mucha difusión, y que ahora se queda detrás de Vidas Paralelas…
Es un disco homenaje a la guitarra y los derivados de este instrumento. Un disco muy desnudo. De un total de 16 canciones, hay cuatro conocidas y el resto son todas inéditas. Las canciones que reaparecen es porque tenían arreglos más orquestales y yo quería que la gente las pudiera apreciar más desnudas, más de cerca, que le vieran los ojos a la canción. Grabo ahí “Homenaje al joven trovador”, el tema con el que por primera vez salí en la televisión acá en el programa Todo el mundo canta, donde fui finalista de la cuarta jornada anual.
Casi todos los cantautores graban sus primeros discos a guitarra pero yo me demoré, por suerte, porque creo que para hacer un disco hay que tener varias canciones que ya uno haya trabajado, que sean parte de un mundo. Un primer disco lleva un cuidado especial y el primero mío fue con el grupo, por eso es un poco atípico que aparezca este disco después de varios años de trabajo y de grabación.
Has dicho que fuiste una niña difícil. ¿Por qué?
Yo era una niña muy inquieta, con dificultades para concentrar la atención, lo que hacía que no apreciara bien lo que me ofrecían los profesores, a veces me iba con la libreta en blanco. Era una niña muy hiperactiva y a los niños así les cuesta concentrarse. También una niña muy sensible a lo que ocurría a mí alrededor y esos contrastes marcan mucho la personalidad. Pero nada de eso impidió que fuera una niña muy feliz, y que apreciara muchísimo la música, que me enamorara de la guitarra y tuviera claro que mi camino era la música desde muy pequeña.
Esas curvas fueron conformando mi personalidad, esas cosas se van creando desde la infancia y después adquiere otros toques en la adultez pero yo creo que desde la infancia llega una información importante de lo que somos.
¿En esa primera etapa surgió también tu gusto por la música para niños? ¿Qué autores y canciones del repertorio infantil siempre te acompañan?
La verdad es que el gusto por la música infantil se lo debo a mi mamá que desde pequeña me llevaba al Guiñol y me hizo escuchar muy buena música para niños. Había en ese tiempo muy buenos programas de radio y televisión, así que tuve acceso a lo más importante del cancionero infantil latinoamericano, como Gavilondo Soler, María Elena Walsh y Teresita Fernández.
Pero dentro de mi trabajo la música infantil se la debo sobre todo a las versiones que he hecho; yo más que compositora soy intérprete de música para niños. En el caso de las canciones que tengo escritas con Ada, componíamos música y letra entre las dos y eso es lo curioso de esta creación. Luego, después de su fallecimiento, yo seguí componiendo letra y música porque ella dejó fragmentos de canciones grabadas, como es el caso del estribillo de “Estela”, de “Caracolillo de Coral”, las primeras cuatro líneas de “La Calabacita”, la mitad de la canción de “La guayabita madura”. Lo cierto es que son canciones empatadas, continuadas, con el aliento de las dos.
El resto son canciones de Teresita Fernández que yo canto y las composiciones de Ada, que muchas fueron escritas para que yo las cantara. Por ejemplo “Señor Arcoíris”, “El Cangrejo Alejo”, “El trencito y la hormiga” se probaban conmigo y Ada le cambiaba algunas cositas para distinguirlas en mi voz.
¿Cuánto de la música para niños es también para los adultos?
Todo, porque son canciones que hacen la vida más hermosa. Canciones que te interrogan para bien, para ser mejor persona. Canciones muy bien construidas, donde la poesía es quien lleva la voz cantante, donde la melodía es generosa y logra la complicidad con los oídos nobles a los que llega. Son canciones que no se te olvidan, Las de Ada tienen esa personalidad transparente e infantil que vivía en ella, y están también las grandes canciones de Teresita, cuántas generaciones no hemos crecido oyendo y cantando a Teresita.
Es un trabajo que a mí me gusta mucho porque uno siente la sensación de utilidad, que es al final la mejor compensación para un artista, sobre todo hablando de la canción que es un espacio tan sensible, donde lo que se busca es mover las zonas del sentimiento y esas canciones son herramientas muy nobles. Yo creo que la buena música infantil es de todas las edades.
¿Y esa sensibilidad cómo se cultiva?
Hay cosas que no tienen explicación. Uno es un componente raro de cosas y corrientes que se mezclan. Tuve una madre de campo, con una sensibilidad extraordinaria, que estudió mucho después que nosotros crecimos porque tenía una necesidad de instrucción muy grande, y yo vivía rodeada de música gracias a ella. El acercamiento a la naturaleza fue también muy importante para mí.
También me gusta mucho leer poesía, leo todo lo que me caiga en las manos. Mis grandes pasiones: El Indio Naborí, José Martí, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz –que aunque breve tiene una obra muy intensa–, Mario Benedetti, que tiene un estilo tan conversacional; María Elena Walsh… porque yo creo que también he leído poesía a través de las buenas canciones que he escuchado.
Repasando todo el repertorio de Liuba no se sienten las diferencias entre la música infantil y el resto de las canciones, hay un tratamiento y un aliento similar… ¿Cómo lo ves tú?
Muchas personas me lo han dicho y me alegro porque es algo intencional. Lo que pasa es que cuando hacemos un trabajo para los niños no minimizamos, le ponemos lo mismo que a un gran concierto para adultos. Por ejemplo, yo me cuido de los excesos de diminutivos, no canto canciones de ese tipo, porque erróneamente mucha gente piensa que hacer canciones para niños es hacerlas sencillas. No es lo mismo sintetizar para decir más, que simplificar porque subestimamos al receptor.
Los niños vuelan más alto que nosotros y se dan cuenta de cosas tremendas y hacen análisis y ven imágenes en las cosas que decimos que nosotros no podemos ni imaginar, ni siquiera creando las mismas imágenes. Entonces lo que yo siempre he hecho es poner en los niños el vuelo más alto, el mismo que pongo para los adultos, porque también en esos conciertos de adultos hay niños que van a vernos. Yo creo que la buena canción puede ser recibida por cualquier tipo de público.
¿En qué momento de la vida Liuba decidió que se dedicaría para siempre a hacer canciones?
¿Dedicarme a la música? Siempre. Siempre lo dije y se reían de mí. Como académicamente no era una niña dedicada a los estudios, cuando decía lo de la música no me hacían mucho caso. Mi mama no sabía tampoco si yo era buena para eso, así que con 7 años empecé a ir al taller de Leopoldina Núñez pero tuve que dejarlo porque para estar allí había que tener guitarra propia. Fue una ruptura traumática, de consultas con el psicólogo y todo, porque mi obsesión fue la guitarra siempre. Yo quería tocarla desde que la descubrí con 5 o 6 años.
No estudie música desde pequeña por mil razones, soy hija de padres divorciados así que lo más que mi mamá pudo hacer fue conseguirme un maestro de guitarra para los fines de semana. Tuve dos grandes maestros: Armando Pestana, un zapatero que trabajaba en la fábrica de calzado con mi mamá y luego el maestro Guyún [Vicente González Rubiera], una gloria de la guitarrística cubana, maestro de grandes músicos de este país y autor de varios libros de armonía aplicada a la guitarra. Pero cuando mi mamá tocó a su puerta no sabíamos nada de eso, solo que era un viejito del pueblo que me podía ayudar con la guitarra.
Su casa olía a madera y a guitarra. Hablaba tanto o más que la clase que daba y me enseñaba la guitarra con símbolos más que con partituras; le ponía crucecitas al brazo de la guitarra en la parte donde quería que yo prestara atención porque creía que yo necesitaba eso con urgencia. Con él comprendí lo infinita que era la armonía, cómo con siete notas combinándolas de formas diferentes se pueden hacer tantas cosas. En mi mente de niña una canción se tocaba de una sola manera con una armonía. Cuando yo vi que ese hombre tocaba una misma canción de varias formas distintas ahí yo me morí por la música, supe que estaba totalmente perdida, que la música era mi camino. Más que una certeza fue una señal de vida.
Hace algún tiempo soñabas con un disco para tangos, luego con otro de canciones a guitarra y después con un álbum de dúos. Ahí están Naranjo en flor, El mapa de mis canciones y Vidas Paralelas. ¿Qué te gustaría hacer ahora?
Hay muchas cosas que me encantaría hacer. Me gustaría un recorrido por la música latinoamericana que yo adoro, de Brasil, de Argentina, no ya el tango sino chacareras, un zamba argentino… Me falta algo así porque me gusta mucho toda esa música.
Hay una Liuba amante a los tangos, una guajira, una habanera… ¿a cuál te pareces más?
Yo creo que hay un poquito de todas. Decir una es esconder la otra y no sería sincero, porque yo soy un poco de todo eso. Ojala tuviera vida para hacer todo lo que me gusta, pero esta carrera tiene un tiempo también. De verdad me encantaría hacer tantas cosas que no caben en una entrevista ni en diez.
Lindísimo el concierto en Casa. Gracias.