Sabía que te acercabas aunque no te vi llegar /
Todas las aves del monte me vinieron a avisar.
Lien deseaba dar a luz a su hija el 6 de julio, el mismo día que nació Marta Emilia Valdés González, la gran compositora cubana. Casi lo consigue, pero el trabajo de parto se extendió y la Luna Pantoja Rodríguez asomó su cabecita en las primeras horas del 7 de julio de 2005. Entre las primeras llamadas que llegaron a la casa de la recién nacida en Matanzas estuvo la de Marta. “¡Casi nace el mismo día de tu cumpleaños!”, le dijo Rey, el padre de la niña.
El mundo de Luna muy pronto se llenó de melodías gracias a sus padres, extraordinarios músicos cubanos. Cuando la arrullaban, entre el amplio repertorio de canciones que le dedicaban, no faltaban las de Marta Valdés.
En marzo de 2015, cuando Luna tenía 10 años, la familia recibió una carta de Marta. En un párrafo de la misiva se dirigía a Luna, le daba su dirección postal en La Habana y la invitaba a escribirle una carta de su puño y letra. “Luna, escríbeme por correo. Yo te contesto. Será entretenido. Los quiero, Marta”, termina la misiva.
En una época en la que ya el correo electrónico había enterrado prácticamente del todo las cartas tradicionales, Luna decidió escribirle a su amiga de La Habana, compartiendo historias de su vida infantil, escuela, amiguitos, la maestra de música…
Semanas después sonó el silbato inconfundible del cartero frente a la casa en Cárdenas y se escuchó desde la calle: “¡Cartaaa para Luna!”. La pequeña tomó el sobre entre las manos como quien sostiene una reliquia. Con cuidado rasgó el sobre tratando de no estropear el sello. El contenido eran dos cuartillas escritas por ambas caras con tinta negra y una letra cursiva de trazos cuidados; la misma letra con la que se habían escrito tantas canciones. Emocionada y con los ojos bien abiertos Luna comenzó a leer. En la carta, Marta le contaba:
(…) cuando yo era niña, nadie me mandó una carta; los mayores no se daban cuenta de que, cada vez que el cartero traía un sobre con noticias de los primos, tíos y amigos, yo observaba lo contentos que se ponían y me daban ganas de ser grande.
Hoy Luna tiene 19 años y es una de las chelistas más talentosas de Cuba. Estudió en la Escuela Vocacional de Arte de Matanzas, en el Conservatorio Amadeo Roldán en La Habana y en el Conservatorio Popular de Música, Danza y Teatro de Ginebra, en Suiza. Actualmente cursa estudios superiores en el Conservatorio de Ámsterdam, una de las instituciones de música clásica más prestigiosas del mundo. Cuando, hace dos años, decidió partir hacia Europa, entre las pocas pertenencias que llevó consigo estaban las cartas de Marta. Sí, aquella fue la primera de muchas.
El 3 de octubre nos despertamos con la noticia de su pérdida, a los 90 años, en La Habana. El mundo de la canción lloró la partida de la compositora, cantante, guitarrista y crítica musical, autora de las imprescindibles “Palabras”, “Deja que siga sola”, “En la imaginación” y “Hay todavía una canción”. Las redes sociales se inundaron de versos y fotos, rindiendo un emotivo tributo a su legado.
Entre esos homenajes, Luna compartió imágenes de la correspondencia que intercambiaron. No era una despedida. Todo lo contrario. Luna no estaba diciendo adiós a su “primi”, como se llamaban entre ellas, sino revelando un lazo que trascendía generaciones, y desde ahora la propia vida.
Mientras músicos y público rendían tributo a Marta en La Habana con flores y un concierto en la Casona de Línea, me conectaba, desde Buenos Aires, a una videollamada con Luna en Ámsterdam.
“La primera vez que vi a Marta, tenía 10 años”, recuerda Luna. “En Matanzas le hicieron un homenaje en el Teatro de las Estaciones por sus 80 años. Acompañé a mis padres tocando el violonchelo en ‘El viento eres tú’, de Silvio Rodríguez. Pero lo que más recuerdo de ese día es que luego nos quedamos conversando toda la noche, ella y yo. Fue amor a primera vista. Se quedó varios días en Matanzas, así que nos vimos seguido. Pasó un día entero en mi casa y me dijo que quería verme estudiar, pero como si ella no estuviera presente. También me dijo que me quería regalar una muñeca, porque seguro mis padres me hacían estudiar mucho”, me contó entre risas.
De esa velada hay una foto en la que se percibe la complicidad entre Luna y Marta. “Ella, siempre con humor, me decía que tan solo me llevaba 71 años”, rememora Luna al tiempo que suelta una carcajada.
A partir de entonces se mantuvieron en contacto, primero por teléfono y luego a través de las cartas. “Esperaba sus cartas con ansias. Tardaban mucho; y una vez envié la misma carta tres veces porque había escrito mal la dirección”.
En paralelo, Luna fue descubriendo la música de Marta. “Me enamoré completamente de sus canciones, al punto que mis padres tuvieron que esconder el disco Palabras, de Haydeé Milanés, que la propia Marta nos había regalado, porque era lo único que quería escuchar”.
Con el tiempo, las cartas dieron paso a mensajes de voz en WhatsApp. Luna le enviaba audios a Marta mientras estudiaba y tocaba partituras de música clásica.
En momentos cruciales de la vida de Luna, Marta estuvo presente. “Cuando tenía 14 años, mis padres se separaron. En ese momento, comencé a cuestionarme mi futuro en la música. Sabía que mi vida estaba en la música, pero no tenía claro qué rama seguir. Gracias a mis padres había explorado el jazz, la música clásica, la trova y el canto. Todo un universo se abría ante mí”.
En medio de esas dudas, apareció Marta con su sabiduría. “Me ayudó mucho con sus consejos. Me hizo ver que si al cantar me sentía nerviosa y temblaba, pero al tocar el chelo y la música clásica me sentía libre, ese era mi camino. Marta me enviaba audios diciéndome que debía hacer lo que realmente me hiciera volar en un escenario. Y eso es lo que la música clásica me da”.
Sin proponérselo, Marta se convirtió en una guía constante, y juntas rompieron las barreras del tiempo y las generaciones. “Lo hacía con intención”, reflexiona Luna. “La profundidad de su pensamiento y su enfoque de la vida son impresionantes”.
Luna recuerda cuando, hace dos años, llegó a Ámsterdam con 17 años. Comenzó a trabajar como camarera en un restaurante italiano mientras estudiaba. Se sentía triste, frustrada. “Marta me dijo que ese trabajo era una gran oportunidad para conocer un mundo ajeno a la música. Me aconsejó que aprovechara la experiencia, que aprendiera, por ejemplo, sobre la cocina italiana, porque sabía que eso sería temporal. Y tenía razón”.
La compositora cubana siempre fue visionaria, también en su música. “Sus boleros tienen una armonía impresionante, una marca inconfundible. Son canciones difíciles de interpretar, cercanas a la perfección. Detestaba que se modificaran sus textos y melodías. Marta es como Beethoven o Brahms: no hay que cambiar nada, solo respetar e interpretar lo que han compuesto”, sentencia la joven música.
Cuando le pregunto con qué canción de Marta podríamos despedirnos, Luna sonríe: “Le cantaba mucho ‘Aunque no te vi llegar’, y ella siempre me decía que abriera más la boca y pronunciara bien las palabras”.
Entre lágrimas y risa, Luna no puede evitar hablar de Marta en presente. Cada recuerdo y consejo sigue tan vivo que parece que aún espera una carta suya. Para Luna, Marta Valdés, además de ser una ilustre de la música cubana, fue y es una presencia constante.
Luna ha bebido de fuentes inagotables de la música y una de esas grandes fuentes es la de Marta Valdés, los que la conocemos bien damos fe del cariño y la devoción de ella por la música de Marta Valdés, cariño y devoción recíprocos. Me ha emocionado mucho el escrito. Gracias