Hay una interrogante que no deja de pasarme por la cabeza. ¿Qué ha sido de mi generación? ¿Existe realmente algo que nos identifique como tal? ¿Un código, una palabra, una herida?
Se han hecho varios experimentos para tratar de establecer pautas y semblanzas sobre ese concepto acosado por las memorias. Recuerdo que en mis años de la Facultad de Comunicación estuve muy cerca del equipo formado por Aran Vidal y Erick Coll para grabar el documental “DeGeneración”, cuyo propósito hablaba desde el nombre. El material reunía entrevistas sobre las personas crecidas en los 80 que conversaban de sus expectativas y sus líneas de desintegración.
Mi generación también es un disco de Tesis de Menta publicado en 2003 que nos cuestionaba sobre la relación entre la edad y nuestro rol social. En esas canciones está muy claro el intento de manejar ese concepto desde el envés emocional y con un sentimiento de lejanía o extrañeza social con que se identifican una buena parte de los que rozan los 40 años. Pero no ha sido fácil llegar hasta aquí dejando detrás una carretera en cuyo tránsito se perdió la embriaguez de la inocencia y comenzaron a sentirse los alaridos, la noche… y en la que para salir ileso muchos decidieron romper el espejo retrovisor con tal de no mirar hacia atrás.
Pero mi generación tiene en su fuero interno puntos clave que nos unen y nos recuerdan que hemos tenido la prudencia de no convertirnos en estatuas de sal. Entre esa amalgama, y en un peregrinaje que se avizora eterno hay un disco que todavía hoy, 30 años después de su estreno un 24 de septiembre de 1991, nos recuerda uno de nuestros primeros encuentros con la rabia, la angustia y la libertad. O sea, uno de nuestros primeros encuentros con lo que ha sido mi generación.
No es fácil que a esta altura algo pueda unir tantas certezas inconclusas, tantos sentimientos dispersos entre sí. Pero Nevermind funciona como un espacio democrático que nos reúne y nos sigue hablando directamente al oído. Muy pocos entendíamos en los 90 los gritos de Cobain expandidos por sus guitarras ásperas y distorsionadas, el bajo de Novoselic y los repetidos golpes de batería de Grohl. Nadie sabía qué era aquella música endiablaba con la que sin embargo nos identificábamos plenamente. Solo teníamos la certeza de que nos hacía sentir parte de algo y que aquello trascendería la furia adolescente para seguirnos a través de la vida como un mapa para que no nos extraviáramos del todo, para que de alguna forma recordáramos que veníamos de esos años en que todo a nivel emocional podía resolverse con un concierto de rock y una canción de Nirvana, especialmente del Nevermind.
Yo tenía unos 11 años cuando salió Nevermind un martes de 1991. El disco no fue un suceso inmediato. Recibió algunas críticas favorables pero no pasó de ahí en su primer intento. Sn embargo, con el paso de los meses comenzó a despertar el interés de las disqueras mainstream y de las grandes revistas que veían un enorme potencial en el álbum, en el que Cobain depositaba sobre todo sus primeras influencias de Pixies y de la actitud rebelde del punk, del do it your self.
Nirvana ya había publicado su debut Bleach en 1989 y ahora salía con un disco que era una bomba de tiempo. Y explotó en las mismas narices de una industria que se dedicó de manera furibunda a la caza de nuevos grupos como Nirvana para tratar de exprimir el concepto grunge y venderlo lo más posible.
La época en que salía Nevermind fue uno de los momentos más prolíficos y sinceros para el rock en las últimas décadas. Diría, con perdón de los más ortodoxos, que fue la última gran revolución que vivió este género, reverenciado en su autenticidad durante la época por grupos como Nirvana, Soundgarden, Alice in Chains, Stone Temple Pilots, todo una generación de músicos que tenían como punto en común el desencanto, la rabia y su propia guerra interior con la industria que los quiso convertir en la nueva moda de la música estadounidense.
Nevermind, podrán decir, tradujo el mismo sentimiento de desencanto y desolación de una franja de adolescentes en todo el globo. Bien, pero la escucha en los 90 en Cuba de canciones como “Smell Like Teen Spìrit”, “Come As You Are”, “In Bloom”, “Lithium”, “Something in the Way” atesoraba un capital simbólico que no tenía la más mínima comparación.
El disco que catapultó a Nirvana y que de alguna forma también le asfaltó el camino hacia su entierro, era un bálsamo, un toque de atención, y un refugio para airear nuestros desencantos y conflictos que nos iban formando radicalmente la personalidad. Era un peligroso espacio de libertad que a la vez nos dio un lenguaje en común con el cual comunicarnos, reconocernos y sentirnos parte de algo que crecía muy lejos de Cuba, pero que aquí tenía un perfecto anclaje.
El disco lo redescubrimos con 13, 14 o 15 años. Después lo guardamos al lado de otros iconos grunge que nos han acompañado a lo largo del tiempo. Es muy difícil que alguien que se identificó plenamente con Nevermind haya renunciado al disco, porque sería como renunciar al pasado, a lo que fuimos. Aunque también el impulso de la rabia puede ser infinito. Podría haber provocado incluso que alguien haya destrozado alguna vez aquel álbum para romper con todo su pasado y mantenerse fuera de la línea divisoria de los recuerdos de aquellos años que hoy mantienen la misma carga de nostalgia y tensión interna. Pero verdad, sépanlo, es absoluta: no existe, pese a todo, incluso pese a nosotros mismos, una escalera de emergencia para escapar. Lo que sí existe son discos como Nevermind, que cambió la faz de la música, del rock, destronó de las listas a otros que parecían imbatibles como Michael Jackson y de paso se convirtió en un documento generacional tan vigente como las lecciones de honestidad creativa que impartió al mundo la escena grunge, con todos y sus conocidos excesos, con todo y los suicidios de la mayoría de sus exponentes.
Nevermind se coló en el primer lugar de todas las listas posibles. Fue un auténtico terremoto que removió los cimentos de un panorama de la música que mostraba signos de agotamiento durante aquellos años de resurrección y dio de comer a la desilusión y la rabia con un lenguaje heredado de la propia vida de sus protagonistas, sobre todo de Cobain. El líder de Nirvana estaba puesto de drogas hasta la cabeza. Pero nunca perdió la lucidez ni la sensibilidad por tratar de conocer a fondo cómo su música le estaba cambiando radicalmente la vida a millones en todo el mundo. Las letras de los nuevos temas que llegaron tras la explosión y los ideas que plasmaba en su diario personal dan muestras de que Kurt, a pesar de estar en el ojo de la tormenta, no era solamente el músico que se entregaba en los conciertos como si quisiera estar cada vez más cerca de la muerte, hasta que la muerte finalmente se ocupó de él con solo 27 años.
Nevermind no creció solo en la escena alternativa. Compartió peldaños en la cumbre del éxito con otros discos seminales como Blood Sugar Sex Magik, de Red Hot; Screamadelica, de Primal Scream; Superunknown, de Soundgarden y Out of Time, de R.E.M, entre muchos otros. Después vino In utero, la tormentosa relación de Cobain con Courtney Love, y el disparo en la cabeza del líder de Nirvana. Mi generación fue testigo de todo. Lo conocíamos por las revistas que llegaban a Cuba, por los videos de MTV, por las historias de familiares o amigos que viajaban. Éramos protagonistas en tiempo real de una escena y de una época que, a pesar de la distancia, la sentíamos en nuestros jóvenes huesos como si nosotros estuviéramos también cercados por el huracán.
Nevermind cumple 30 años. Ya pasé la frontera de los 40 y como muchos no estoy en paz con el pasado por un rosario de causas que han hecho grietas de una profundidad que no hemos logrado aquilatar. Somos seres desperdigados, difusos, que nos hemos visto obligados a reinventarnos para no sucumbir, para seguir tratando de pertenecer a cualquier sitio a pesar del duro ejercicio de la reinvención. De pertenecer a cualquier cambiante o nueva realidad o de alejarnos totalmente. Conocemos, no obstante, nuestros anclajes. Conocemos que en Nevermind están las respuestas a esas preguntas que alguna vez nos hemos hecho a pesar del dolor, de la distancia y de todos esos fantasmas que nos rondan. Las preguntas sobre lo que somos, sobre la imagen que nos devuelve el espejo, siempre estarán como una navaja pegada al cuello. Pero sabemos que estará el Nevermind para confluir y encontrar todo lo que aún nos pueda identificar como generación en esta autopista que a veces mas bien parece reducirse a un callejón sin salida.
Sin embargo, cuando suena “Come as You Are” o “Smell Like Teen Spirit” es como si volviéramos a la vida con la misma intensidad de un adolescente que después de la resaca, después de haber vomitado los trocitos de hígado por la boca, sabe que todavía tiene el éxtasis del mundo por delante.
Ahi Nama todo esta dicho
Nos retratates