Llegó a la comunidad de tránsito Carbó Serviá un 12 de febrero por seis meses, algunos días más, otras tres semanas, ya cinco, 16, 18 años. Seis meses debía Luisa estar albergada, mientras se gestionaba una vivienda para ella y su familia. 18 años es el tiempo que cumple, de pronto, una mañana cualquiera. 18 años de los que lleva 12 cargando un cubo de agua que sube goteando desde los bajos hasta el segundo piso. Vino con su hija de tres años, y tiene ya dos nietos, uno recién nacido. Llegó con 34 años y ha caído, en el momentico que demora su nueva casa en llegar, en los 52.
Fue de los 34 años a los 52 sumida en la provisionalidad, mucho más que una condición temporal: es, sobre todo, un estado mental. En el tránsito no se establece una proyección concreta a partir de la realidad, no se crece desde un suelo firme porque se está en suspensión, el presente pierde sus límites por la permanencia perenne en un impasse, en medio de algo, en un contradictorio efímero constante. El tiempo no avanza hacia el futuro, sino que se amontona sobre sí mismo, en otra dimensión, ascendente pero no progresiva.
Se alberga en uno de los cuatro edificios (se identifican dela A a la D) donde comparte espacio y destino con otras 779 personas. Todo dentro del área que comprende dos escuelas de construcción soviética, filtraciones, un puesto médico vacío como el local habilitado para el jefe de sector, una bodega, una farmacia, un punto de gas, tupiciones, una cafetería, una zanja profunda que se abrió hace más de seis meses para colocar tuberías que no han llegado y que ya no importa si llegan, que la tapen, que a diario hay que cruzarla y ya han ocurrido accidentes, una explanada ahora limpia porque hace dos o tres días Comunales chapeó. “Vinieron ahora porque hay visita. Un acto de cultura lo dan cada 20 años. Ayer encendieron las luces solo porque viene Silvio Rodríguez”.
“Yo, como delegado, he tratado de gestionar eso con todos los organismos durante más de cinco meses y no se podía; y ayer, en menos de cuatro horas, la Empresa Eléctrica ilumina la calle y todo el albergue. O sea, sí se podía”, dice Roberto, también albergado hace casi 20 años, y lo apoyan sus vecinos, que lo eligieron, y lo escuchan y lo comparten. “Cuando el delegado habla, la administración dice que es un chismoso o un mentiroso. Le han ido arriba por las verdades que él ha dicho”.
Es justo Roberto, internacionalista y topógrafo: “El Partido municipal ha estado aquí, lo que pasa es que esto ha quedado en manos de organismos indolentes. Esto es responsabilidad de la Dirección Municipal y la Provincial de Albergues; pero nadie atiende a los albergados”.
Carbó Serviá está a unos 15 kilómetros del Wajay. Es su “centro” más cercano, donde los albergados deben abastecerse de artículos de primera necesidad, recibir atención médica y educación por encima del nivel secundario. Están aislados. “Este lugar está tirado al olvido, es como un lugar del que nadie se acuerda y está abandonado.Nadie viene hasta aquí, más que inspectores poniendo multasde entre 500 y mil 500 pesos, por tener un puerco”. El domingo estuvieron allí, por primera vez, artistas, con música: “Por lo menos una distracción, porque aquí no viene nada”.
Saben cuándo llegaron, pero no alcanzan siquiera a adivinar cuándo se irán, si es que se irán. “Han salido de aquí personas por tener enfermedades terminales”, sufre una muchacha.
El 12 de febrero de 2014 Luisa cumplirá 19 años en Carbó Serviá, albergada. “Vine por seis meses y llevo 18 años”, entonces estalla en una carcajada que no tiene de alegría, sino algo de melancolía disfrazada, una melancolía que no puede más que ser ya risa. “Dicen, dicen, que la esperanza es lo último que se pierde. No podemos hacer más nada”.
* El título se refiere a un verso de Tu soledad me abriga la garganta, de Silvio Rodríguez.
Fotos: Alejandro Ramírez Anderson
Publicado originalmente en Cubadebate