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Hay un lugar en la avenida del Puerto —el número 52, entre las calles Jústiz y Obispo— que aspira a convertirse en un santuario del jazz en Cuba. Tiene muchas papeletas para lograrlo, aunque aún no ha abierto sus puertas. La falta de espacios en la ciudad con una programación estable del género, a pesar de la abundancia de proyectos y artistas que lo cultivan, da pistas sobre el éxito que puede tener un lugar como este en la urbe capitalina.
El César Jazz Club es casi una realidad. Será la materialización del sueño gestado durante años por el saxofonista y compositor cubano César López y su esposa, Seiko Ichii. Al empeño se han ido sumando amigos, colaboradores e instituciones como la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH), entidad clave para definir la ubicación del club.
Se trata de un lugar con una posición privilegiada, consagrada por la brisa de la bahía habanera; su acera es amplia, de tránsito obligado para nacionales y turistas, y colinda con un espacio destinado al parqueo de vehículos. El edificio —el club ocupará la primera planta; encima hay seis apartamentos de vivienda familiar— ya está en fase de terminación, y sus gestores aspiran a inaugurar el negocio durante el próximo mes de julio.
“Este es un proyecto para los músicos cubanos”, es lo primero que dice César López cuando nos sentamos a conversar sobre el reto que ha implicado llevar adelante este empeño y los planes que tiene para el futuro. La OHCH cataloga el inmueble de la esquina de Obispo y San Pedro (Avenida del Puerto) como un edificio con grado 2 de protección.
“Imagínate que el grado 1 es para inmuebles como el Capitolio o el edificio Bacardí. Este edificio tiene un valor patrimonial alto; es una construcción del siglo XIX, y el entorno favorece mucho todo lo que queremos hacer aquí”, explica el músico cubano, quien hace siete años se acercó a la Oficina del Historiador de la Ciudad con el proyecto.
En principio, aclara, no tenía previsto gestionar un lugar tan grande. “Después que nos aceptaron el proyecto, nos convocaron para que viéramos cuatro lugares y nos llevaron primero al que pensaban que sería el mejor. Cuando llegamos aquí, determinamos que no queríamos ver los otros. Era este”.
El edificio tiene tres plantas: la baja pertenece al espacio del César Jazz Club, y las siguientes se dividen en seis apartamentos de vivienda familiar. Para emprender el plan, César debía realizar una reparación capital del inmueble, respetando ciertos parámetros de conservación, para lo cual contó con la empresa Restaura, de la OHCH.
“Este lugar tiene una belleza añeja que está a la vista de todos. Todo está restaurado. Como todo inmueble patrimonial, tiene su método de restauración y de mantenimiento, respetando su historia, lo que fue este lugar. Eso fue lo que se hizo aquí, independientemente de que se realizaron obras como el mezzanine, que no existía. El lugar ha quedado tan bello y se ha hecho con tanto empeño que se ha planteado la posibilidad de nominarlo a un premio nacional de restauración. Hemos tenido el apoyo de un gran equipo, que nos ha acompañado a mi esposa y a mí; principalmente a ella, que ha sido el alma de esto. Yo la he seguido”.
Según cuenta César López, la historia del edificio es tan longeva —unos 200 años— como variada en sus destinos. “Creo que uno de los primeros usos que tuvo el inmueble fue como hogar de monjas. Después, como estaba ubicado a la entrada de la bahía, sirvió de hospedaje a marineros; en los años 80 y 90 se almacenaban hojas y cajas de tabaco. Lo último, cuando llegué aquí, era una carpintería y una herrería; estaba mal cuidado, insalubre, y nadie que trabajaba aquí le tenía ni un cariñito a la historia del lugar. En cualquier parte del mundo, un sitio con dos siglos merece respeto”.
El proceso de construcción, asegura, ha durado dos años y cuatro meses. “Ha ido bastante rápido, tratándose de un rescate capital”, aclara.
“Nosotros nos involucramos también en la reparación de las seis viviendas del edificio. Las encontramos en estado crítico; había personas que no podían caminar por su casa porque el piso se estaba cayendo. Ese piso es mi techo. Recibimos una ayuda muy importante de la OHCH, que nos proporcionó la posibilidad de hospedarlos durante un año en viviendas de tránsito que tiene la institución para este tipo de casos. En un año arreglamos los seis apartamentos por completo. Ya las familias volvieron a sus casas. Ha sido una felicidad para todos”.

¿Tendrás una jazz band residente?
La jazz band es la orquesta de la casa y tocará los jueves. Mi disco más reciente tiene, precisamente, el formato que se tocará aquí; se llama Habana Ensemble Jazz Band. Es un formato de tres saxofones, tres trompetas, dos trombones y la base. Empezaremos tocando el repertorio de ese disco, porque los arreglos ya están hechos. Tenemos ideas de invitar a artistas para presentarse con la orquesta también.
Pensamos en hacer dos shows diarios, porque es como se está trabajando en el mundo: toda la cadena Blue Note, todos los grandes clubes. He pasado por todos esos lugares y he visto cómo es.
¿Cómo has diseñado el sonido en este lugar? Me imagino que esta ha sido una preocupación especial para ti.
Yo me considero una persona bastante afable y comprensiva, pero he vivido toda mi vida fajado con los ingenieros de sonido. Esa es una de las cosas con las que he sido muy quisquilloso en este lugar. La calidad del sonido en los espacios que hay en Cuba suele ser pésima, porque los equipos están viejos, no funcionan o no los hacen funcionar correctamente. Hay una política en muchas orquestas —y músicos a quienes les gusta, o que lo exigen— de tocar muy alto y fuerte. Eso atenta contra la calidad. Esas cosas las he sufrido y he ido aprendiendo, poco a poco.
El sistema de sonido que se compró para este lugar es óptimo en todo lo que se refiere a equipamiento de bocinas, consola digital y microfonía. Hemos tenido hasta la suerte de que amigos nuestros se han sensibilizado con el proyecto y nos han regalado, por ejemplo, la consola digital. La microfonía se adquirió en Japón, a través de un crowdfunding.
El lugar tiene una acústica perfecta; se ha trabajado para eso. Se insonorizó el techo; es un lugar con puntal alto, no tiene reverberación natural, es medio seco, lo cual es importante. Además, cuando el lugar esté lleno, absorberá más sonido y el sonidista podrá trabajar con más holgura.

Ante los nuevos retos, ¿hay más dificultad en la composición, en la interpretación musical o en el papel de empresario?
La música está muy vinculada a mi vida. Es una forma de vivir porque yo la estudio desde los 10 años y hoy tengo 57. Son muchos años ganándome los frijoles así.
Esto de ser empresario es algo que respeto mucho y para mí es bastante complicado. De hecho, no me considero un empresario; me considero una persona que está dando los primeros pasos en este mundo de la gestión.
Es una etapa de mi vida que ha llegado ahora, la cual creo que estamos asumiendo con mucha seriedad. Estoy completamente seguro de que todo saldrá muy bien, porque nunca hemos dado un paso sin consultar con personas con más experiencia, aprendiendo. Creo que todo está saliendo bien por eso: por hacerlo con mucha cautela, entereza y respeto.
En el desarrollo de tu vida, de tu carrera como músico, ¿vislumbrabas la posibilidad de desarrollar un proyecto como este en algún momento?
Sí, lo había tarjeteado hace algún tiempo. Incluso llegué a pensar que en mi casa podía hacer un club de jazz, pero mi esposa me lo negó enseguida (sonríe). Hasta eso me pasó por la cabeza. Lo que nunca imaginé fue que íbamos a lograr una cosa tan impresionante como esta, en un lugar así.
Eres uno de los rostros prominentes del jazz en Cuba, con un reconocimiento internacional notable. Aspiras, incluso, a convertir este club en una referencia para el mundo. ¿Cuál es tu valoración de la escena del jazz internacional, en la que se insertan los músicos cubanos?
Hay acontecimientos en el mundo que han marcado un antes y un después para la humanidad. Tristemente, la COVID-19 fue uno de ellos; volver a echar a andar el motor de la humanidad costó. Se deterioraron muchas cosas, materiales y espirituales. El circuito de festivales no ha sido el mismo después de eso; las agencias que contratan artistas tampoco, y todo tiene que ver con cuestiones económicas. Entonces, es más difícil para los músicos ganarse la vida. En Cuba, por supuesto, hemos sido muy golpeados por eso y no es un secreto que los lugares donde tocábamos ya no son lo que eran.
Es un desastre espiritual que sufre la humanidad, junto al deterioro de las artes que han provocado, en parte, muchos medios de difusión. La mediocridad ha ido ganando espacio, se ha normalizado, y Cuba no es la excepción. Ya tú sabes toda la música que se escucha por ahí —no me quiero buscar líos (sonríe)—. Es muy mala, y eso ha creado un ambiente de estupidez generalizada: son más los que consumen la chatarra.
Este lugar no es para entrar en guerra con eso. Queremos ofrecer una alternativa para las personas que quieren consumir un arte diferente. Queremos que los músicos tengan un lugar donde expresar, de verdad, lo que quieren. ¿Tú sabes cuánta gente, para ganarse la vida, tiene que estar haciendo concesiones y tocar algo que no le gusta? Eso fue lo que estudiaron. Yo no sé nada de oficios, ni carpintería, ni plomería, nada de eso. Yo estudié música y con ella me busco la vida.
Me imagino que el shock para el gremio fue grande, cuando acabó la pandemia y espacios como La Zorra y el Cuervo perdieron vitalidad…
El Jazz Café desapareció. Yo fui fundador de ambos. Se parecían bastante a lo que debe ser un club de jazz, porque tenían programación —La Zorra y el Cuervo continúa teniéndola—, una serie de condiciones, y fueron lugares que crearon un espacio para que los músicos pudieran expresarse. La Zorra y el Cuervo tuvo su momento de esplendor, pero no es este.
Hablar de esta etapa de tu vida es un pretexto para hablar de tu historia personal, de tu desarrollo como artista. Decías anteriormente que el jazz es, para ti, una forma de desahogar el alma. ¿Cómo lo haces en el escenario?
Hay personas que piensan que el artista se desahoga cuando se sube al escenario, y no es tan así. Desde que empiezas a practicar diariamente, lo estás haciendo; cuando estás componiendo, también. Lo que pasa es que el escenario es el momento cumbre, donde todas esas emociones que venían acumulándose salen a flote. Eso está en el alma. Hay procesos de composición que pueden durar meses; es un tiempo en el que estás conviviendo con esa idea y esos sentimientos.
¿Qué sentimientos te provoca Irakere, 50 años después de ese fenómeno del que fuiste parte, y a la altura de tu desarrollo como artista?
Irakere fue lo máximo. Estamos hablando de una banda que revolucionó la música, y no solo en Cuba. Yo puedo percibirlo porque comencé allí con 19 años. Es la orquesta de los grandes maestros cubanos, y te confieso que en el momento en que yo entré no me sentía con condiciones para tocar ahí. Pero me aclimaté rápido y Chucho lo vio: vio las condiciones y posibilidades. Pasar por ahí fue tan fuerte que yo todavía me siento integrante de Irakere.
Cuando celebraron los 50 años, sentí un placer tan grande por saber que todavía vive, pero también cierta frustración porque no pude estar en esa celebración. No sé por qué, pero ninguno de los artistas que estábamos en Cuba, que fuimos fundamentales en momentos determinados de la banda —yo soy de la tercera generación—, fuimos convocados. Te hablo de Enrique Pla, Germán Velazco, Orlando Valle “Maraca”, yo… Me imagino que tenga que ver con ajustes económicos, que tendrían que gastar más dinero con nosotros, y era más fácil escoger a músicos que estaban en Estados Unidos y podían hacer ese trabajo.
Me sentí un poquito decepcionado, hasta musicalmente, con el trabajo que se hizo en los 50 años, porque Irakere fue una banda de trabajo sostenido, una banda que le dedicó mucho tiempo al ensayo, a la práctica, por la complejidad que tenía la música que se interpretaba. Irakere nunca fue armada para el momento, entonces hacer una especie de “ventú” hizo que se percibieran algunas lagunas en el sello de la sonoridad de una banda que fue única e irrepetible.
Participaste en el homenaje discográfico Los herederos. Homenaje a Chucho Valdés e Irakere (EGREM, 2022), para el que compusiste algunos de los temas. ¿Sueñas con poder hacer algún homenaje concreto a aquella etapa de tu vida?
Seguramente. El legado que dejó Irakere, no solo a nivel mundial, sino en lo personal, es algo que defenderé siempre. Irakere es un tatuaje que tengo en mi corazón, que solamente puedo ver yo. Eso, para mí, tiene un significado tan fuerte, tan grande… Uno de los momentos más trascendentales de mi vida fue tocar con Chucho Valdés, con Oscar Valdés, con Carlos del Puerto, con Carlos Emilio, Enrique Plá, Carlos Averhoff, Jorge Varona. Eso no se va a borrar nunca, ni aunque quisiera. Y, por supuesto, yo no quiero.
¿Qué queda en César López del niño que fue, ese que vino de Camagüey y al que no le gustaba el saxofón al inicio de sus estudios?
Considero que mi vida ha sido muy bonita, y todo empieza con la familia. He tenido padres maravillosos —soy hijo único— y había mucha protección conmigo, pero una protección muy ligada a los sentimientos, al amor, al cariño, y un apoyo espiritual en todo. Mi familia fue trascendental en toda mi carrera, y todo fue cogiendo un vuelo casi inesperado.
Yo era un niño trovador, cuando tenía 11 años gané el primer Festival de Niños Trovadores de Cuba. Tocaba la guitarra y cantaba. Entonces empecé a estudiar música; el saxofón resultó algo traumático al principio porque yo quería estudiar guitarra. Me pusieron en la cátedra de ese instrumento sin contar conmigo, pero al tiempo lo asumí. Por eso creo tanto en las elecciones del destino.
Estudié en la escuela vocacional de arte Luis Casas Romero, de Camagüey. Fue un momento maravilloso. Allí estrené dos saxofones Selmer Mark VII, la mejor marca del mundo. Los maestros eran increíbles, con una formación sólida. Después entré en la ENA, donde experimenté los disfrutes más grandes que he tenido. Y luego, el ISA, que no terminé porque entré en Irakere.
Recuerdo con mucho cariño a mis profesores: Miguel Villafruela —el primer latinoamericano graduado del Conservatorio de París—, y Mario Lombida, que fue mi maestro en nivel elemental y se ocupó de tejer mi vida como músico, punto por punto, con un tacto del carajo. Luego, Jorge Luis Almeida, en nivel medio, quien me graduó como profesional. Todo ese tránsito fue, poco a poco, mostrándome las posibilidades.
A los 16 años empecé a tocar con Bobby Carcassés. A los 19, entré en Irakere. Todo se fue complicando. A los 28 hice mi propio proyecto. Fueron cosas inesperadas que abrieron otras puertas. Ahora tengo 57 años y voy a fundar mi club de jazz. Quiero que esto sea un templo para el jazz cubano.

¿Te sientes ilusionado?
Estoy tan inmerso en el desarrollo de todo esto que no sé si lo que siento es ilusión, devoción… Es una grandeza que siento, al lado de mi esposa, que ha sido el puntal más importante de todo. Esto es incomparable y no puedo resumirlo en una palabra o emoción.
Me imagino que Cuban Sax Quintet será otro de los proyectos que veremos programados por acá.
Eso lo verán de cañón, porque es uno de los proyectos más exquisitos que tiene este país. Cuban Sax Quintet surgió conversando en un bar —en los Estudios Abdala—. El maestro Germán Velazco estaba grabando en un estudio y yo en otro. De casualidad coincidimos en un receso, tomando una cerveza en el bar del estudio.
Ahí empezamos a conversar sobre hacer un disco, no un proyecto estable. La conversación fue tomando unas dimensiones inesperadas y, a los dos meses, me dice Germán que debíamos empezar a componer para el disco. Buscamos a los otros tres integrantes. Por supuesto, el maestro Alfred Thompson, un compositor de altura.
El primer disco lo hicimos con composiciones de los tres. Y resulta que ese disco tomó un vuelo —Gran Premio Cubadisco 2019— y después fue nominado a los Latin Grammy ese mismo año. Decidimos continuar.
Luego vino el siguiente disco, que también recibió varios reconocimientos. Son producciones diferentes, con una exquisitez tremenda. Llegamos a tocar, incluso, en una de las salas más prestigiosas del mundo: la Tchaikovski Concert Hall, en Rusia. Germán es el músico más experimentado de la formación y, por supuesto, tenía que ser el líder.
Tú entraste a Irakere sustituyendo a Germán Velazco.
Yo sustituí a Germán, y él había entrado por Paquito D’Rivera. Coincidentemente, nos llevamos diez años cada uno. Cuando yo asumí el atril, aquello ya estaba caliente (sonríe), porque por ahí lo que había pasado era candela.
¿Cómo te defines creativamente en estos momentos? ¿Estás componiendo?
Ahora ando envuelto en un trance que me tiene alejado de la composición, por todo este proceso constructivo. Esto nos ha llevado mucho tiempo, mucho sacrificio; es una inversión muy fuerte de dinero, esfuerzo mental y emocional. No he podido recuperar el ritmo creativo con el que vivía antes de comenzar esto, pero estoy convencido de que se volverá a activar, y con más fuerza.
Eres inseparable del tabaco. ¿De dónde viene ese gusto?
Desde 2002 fumo tabaco, y para mí ya es una necesidad. Desayuno y prendo un tabaco, almuerzo y prendo un tabaco. Es algo que, por supuesto, tiene un impacto en la salud, pero hasta me ayuda en mis procesos. Este olor… Me fumo tres tabacos al día, como mínimo. Fui embajador de Cohiba y estoy muy vinculado a eventos que hace Habanos S.A.
¿Ya tienen decidida una fecha para la inauguración del César Jazz Club?
Estamos próximos a la etapa de terminación, pero vamos con cautela. Si hemos pasado tanto trabajo para hacer una cosa tan exquisita como esta, no vamos a olvidarnos ahora y pasarle por arriba a los detalles. No podemos hacerlo, sobre todo si es un lugar que puede ser propuesto para un Premio Nacional de Restauración. Que se obtenga el galardón o no, no importa; al menos pensaron en nosotros.
Eso me pasó cuando estaba por entrar a Irakere: cuando Chucho me hizo la prueba, yo estaba muy nervioso. Entonces hablé conmigo mismo y me dije: “Ya tú ganaste, entres o no entres”. Entonces, ya nosotros ganamos con esta restauración, con la belleza que tiene este lugar. Ahora, ¿por qué nos vamos a apurar y no vamos a terminar los detallitos para que se cierre el ciclo? Pensamos que nuestra inauguración sucederá en julio.
Si tuvieras que definir todo este proceso de construcción del César Jazz Club con un tema de Irakere, ¿cuál sería?
“Misa negra”. Ese tema tiene la afrocubanía tan metida dentro, en su historia, y este es un lugar con mucha historia. Y hay una parte de esa pieza, la del saxofón alto, que la toqué muchas veces, muy sublime y ardorosa. Este lugar tiene eso también: lo sublime en esas paredes rústicas que han sobrevivido siglos.

Sentado aquí, en tu lugar, con la bahía de La Habana al frente… ¿Ves el futuro de este espacio proyectado en cinco o diez años?
Desde que pusimos el primer bloque aquí, todos los días me imagino cómo va a funcionar este lugar, cómo va a trascender. Estoy seguro de que se convertirá en un ícono, en el templo del jazz cubano. Está en La Habana, pero es para el mundo.