Está sentado frente al escenario del Centro Cultural Pablo de la Torrente, en La Habana Vieja, donde se desarrolla uno de esos conciertos en el espacio a Guitarra Limpia, que durante varios años animaron las tardes del domingo en La Habana. Habíamos coordinado por correo una entrevista antes de que llegara a la capital, pero no quería interrumpirlo cuando disfrutaba con toda su robustez de la música de aquellos trovadores que le agradecieron su presencia, si la memoria no me falla, haciendo guiños cómplices a la bachata, ese género al que le dio cuerpo e identidad en la música dominicana.
Víctor Víctor es uno más en aquella sala al aire libre. Cuando termina el concierto, saluda a los trovadores y a todos los que se le acercan para tomarse fotos o sencillamente para agradecerle por estar ahí esa tarde. Me le acerco para recordarle el compromiso pactado y enseguida me saluda con esa cálida efusividad de los dominicanos. Esa fue la primera de las tres conversaciones que tuve con el bachatero dominicano durante sus habituales pasos por Cuba, una isla, que me dijo, tuvo mucha resonancia en su música.
La conversación no comenzó por su música, sino por la de uno de sus coterráneos. Le pregunté por Luis Díaz, ese genio desconocido prácticamente en Cuba, que se movió entre la música popular y el rock, y enseguida establecimos una comunión que se extendió en el tiempo. “Ese es uno de los músicos más admirables que conozco. Es un monstruo”, recuerdo que me dijo sobre el “Terror Díaz”, como conocían a este artista de culto en los predios dominicanos.
Víctor Víctor, fallecido este viernes a los 71 años a causa del coronavirus, fue un artista que rompió arquetipos en la escena dominicana. Llevó a planos mundiales la bachata luego de que fuese una expresión cultural excluida por los centros de poder en Dominicana. Conquistó los escenarios de medio mundo con los ritmos populares de su país y sus canciones fueron incluidas en los reportorios de astros de la música internacional que, como él, conocían toda la riqueza y la sensibilidad que habita en las culturas populares de América Latina.
El bachatero dominicano, nacido como Víctor José Víctor Roja, quien también ejerció influencia en otros compositores como Juan Luis Guerra, conoció al dedillo la música cubana, con la que estableció una relación que fue totalmente recíproca.
“Te busco”, una de sus composiciones de mayor fuste, se hizo famosa en la voz de Celia Cruz, ese símbolo de la música cubana que todavía espera que se la haga, entre nosotros, justicia.
Las canciones del dominicano fueron interpretadas por otros músicos como el boricua Danny Rivera. El dominicano era un magnífico contador de historias, que pudo construir un paisaje sonoro propio, del que bebían no solo sus inquietudes artísticas, sino también su sed de libertad y el compromiso con su tierra. Ese último rasgo definió una obra a la que le dio vida mediante una estrecha conexión con el espíritu dominicano más raigal.
Si bien fue conocido por hacer grande la bachata, Víctor Víctor tenía un conocimiento enciclopédico de la música caribeña y latinoamericana. Podía nombrar a vuelo de pájaro cualquier artista de peso y explicar sus contribuciones a las distintas esferas de la creación musical. Y lo hacía sin prejuicios. Incluso me comentó en aquella ocasión cómo percibía la evolución de la música urbana y sus contribuciones a esta modernidad sonora que no ha sido del todo bien entendida, aparte de que en sus entresijos, como en cualquier época, también coexistan artistas de méritos discutibles.
Dio un paso de gigante en la música cuando publicó “La casita”, un éxito total que cantó con Wilfrido Vargas. La increíble acogida que tuvo el tema lo llevó a tomarse en serio su carrera como vocalista y compositor. La decisión, ya sabemos, le dio no solo grandes frutos a la música de su país, sino a la de todo el continente. Pero nunca dejó de estar anclando a su tierra, a sus raíces y era común verlo conversando con cualquiera que se le acercara, como cualquier hijo de vecino.
Después del punto de despegue, su carrera se extendió durante más de 40 años, un tiempo en el que, como cualquier artista, sufrió altibajos. Sin embargo, nunca le quitó hierro a su idea de seguir definiendo pautas con esas canciones que perfilaron un territorio propio y no perdieron la sal que le impregnó a su música.
Con su grupo Nueva Fortuna conoció los misterios y reclamos de República Dominicana hasta la médula y se fue colocando poco a poco como uno de los nombres fundamentales de la música popular, nada fácil en un país que, como se sabe, resulta una de las fortalezas de la música en la región. Un fenómeno interesante en la música dominicana fue la creación a fines de los años 70 del grupo Flamboyán, fundado por Víctor Víctor. Este le permitió aumentar el poder del mestizaje que ya se divisaba en su carrera.
Su trayectoria fue tan vasta como la proyección de los ritmos que defendió desde sus raíces. Publicó cerca de 20 discos con canciones que se movieron cómodamente entre la bachata y el bolero, que siempre estuvieron atentos a los reclamos de su tiempo.
En los últimos tiempos llevó sobre las espaldas, como Luis Díaz, la categoría de músico de culto entre su público y el resto de los artistas que tienen su obra como una preciada escuela.
Me dijo un amigo desde Dominicana que hoy en su barrio existe una soledad que corta, tras la noticia de la muerte de ese gran músico. Dice también que el dolor ha llegado a sus compatriotas que viven en los barrios latinos de Nueva York y de otras partes del mundo.
En verdad, Dominicana, con la muerte de Víctor Víctor, pierde a uno de los artistas que entendió profundamente la condición de ese país y supo ponerle música a los dolores y alegrías de su pueblo.
EPD gran persona