William Roblejo es un “violinista que conoce un poco de jazz”. Lo dice con mucha modestia, desde el respeto por un género del que se dice poco conocedor. Sin embargo, lo respaldan años de estudio e interpretación y disímiles reconocimientos .
Graduado del conservatorio Amadeo Roldán, incursionó en la música contemporánea cubana y el jazz más bien por oficio. Con 17 años formó junto a un grupo de amigos Traza, un cuarteto de dos guitarras, un cello y un violín. En Traza crearía sus primeras composiciones. Desde entonces, Roblejo le imprimiría la técnica depurada y limpia, tan propia de la música clásica, a géneros populares.
Casi a la par, y sin cumplir la mayoría de edad, formaba parte de un escenario musical tan rico y diverso como fueron los primeros años 2000 en Cuba. En 2002 comienza a colaborar con Interactivo y con casi todos los músicos del proyecto por separado; Yusa, Kelvis Ochoa, Decemer Bueno, William Vivanco… además de Carlos Varela, Santiago Feliú, David Torrens, entre otros. En 2005 estaría en la grabación del disco Goza pepillo (BisMusic, 2006).
A pesar de ser un artista reconocido, Roblejo aún no tenía un proyecto propio. Por eso, a petición de una amiga, se presenta en el JoJazz de 2010 y gana el primer premio. Consiguió así el auspicio para la producción de su primer álbum, que salió a la luz con el nombre de Dreaming (Colibrí, 2012) y sería nominado al Cubadisco 2013.
Una década después, fue nominado a tres premios Cubadisco con su más reciente fonograma Hay amor (BisMusic, 2023), en las categorías de Instrumental, Concierto Instrumental y Diseño de Sonido Controlado.
En el álbum el violinista, junto a William Roblejo’s Trío, hace un homenaje a la música cubana y latinoamericana con arreglos a temas muy conocidos. De ahí que en el disco aparezcan canciones de Los Van Van y la Orquesta Aragón, por ejemplo.
La discografía de Roblejo la completan los álbumes Capitalia (Egrem, 2019), y Los tres mosqueteros (BisMusic, 2022), con dos excelentes músicos y amigos suyos, Ruy Adrián y Harold López-Nussa. Ambos fonogramas fueron reconocidos en su momento con nominaciones al Cubadisco.
Natural de Bayamo, a sus 39 años William Roblejo ha logrado construir una carrera sólida, ha participado en festivales nacionales e internacionales como los Jazz Plaza desde 2011; aunque en las últimas dos ediciones del evento decidió no participar. Durante más de dos décadas con su violín ha aportado una visión propia de la música cubana contemporánea.
¿Cómo influyó el entorno familiar en tu formación como músico?
La familia es prácticamente la esencia y lo más importante en cada ser humano. Tuve la suerte de ser hijo de dos profesionales; una, licenciada en Historia, profesora, y un médico. Me llevaron siempre por el buen camino, incluso a la hora de escuchar música, al igual que mi hermana, que también es música.
En mi casa se escuchaba Julio Iglesias, Luis Miguel, Fito Páez, Pedro Luis Ferrer… buena música; aunque no mucha en inglés. Cuando empecé a estudiar, mi mamá se encargó de buscar música clásica, y la poníamos en tocadiscos, casetes, etcétera.
¿Empezaste estudiando piano?
No, empecé estudiando violín. Había un piano en mi casa porque mi hermana estudiaba piano. Yo estaba dispuesto a, si entraba en la carrera de música, estudiar piano. Cuando me aceptaron y me preguntaron qué instrumento, da la casualidad que pasa un muchacho tocando violín y dije: “Yo quiero eso”.
No sabía cómo se llamaba. Lo supe al momento cuando dijeron: “¡Ah, violín!”.
Después hubo una etapa de arrepentimiento. El violín es un instrumento muy serio. Todos lo son, pero el violín es total, completamente enfocado en él. Siempre he dicho que para lograr ser un gran violinista, quienes lo hayan logrado no deben hacer muchas más cosas en la vida. El violín para mí es de lo más complicado que hay.
¿Cómo te adaptaste?
Esta carrera comienza a los 7 años, y había que tener el rigor de estudiar cuando llegabas de la escuela. Me dejaban ver la televisión, jugar un rato; pero uno necesitaba más. No me vine a adaptar bien al violín hasta que vine a La Habana a estudiar en la escuela Manuel Saumell.
En la secundaria me di cuenta de que esta era mi carrera, porque no sabía hacer otra cosa. Le tomé el gusto a estudiar. Después pasé al Amadeo Roldán siendo alumno del maestro Evelio Tieles, un gran violinista. Allí terminé la carrera en tres años, siendo de cuatro.
El violín es un instrumento que se asocia mucho con la música clásica, de concierto. Sin embargo, tu carrera se ha definido más por el jazz. ¿Cómo llega ese vínculo?
Siempre he dicho que soy un violinista que toca o conoce un poco de jazz. El jazz no es solamente improvisar. Conozco un poco de country, de música celta, música cubana. Trato de hacer todo ese tipo de música dentro de lo que pude aprender como estudiante, el tecnicismo de la música clásica. He tratado de que el jazz, o la mal llamada música popular, suenen con la limpieza, la dedicación y el buen gusto de la música clásica.
¿Con qué proyectos te aventuras a lograr esto?
Comencé con el cuarteto de cuerdas Traza, a dos guitarras (Alí Arango y Gerald Moya), un cello (Martín Meléndez) y mi violín. Son unos músicos increíbles que hoy no viven aquí; Alí Arango se ha ganado todos los premios internacionales de guitarra clásica, es un genio. Tenía 17 años, finales del Amadeo Roldán, y con este cuarteto es que comienzo a dedicarme a la música contemporánea.
Después formé parte del cuarteto clásico de la sinfónica de Cuba Amadeo Roldán, creado por Leo Brouwer. Hicimos un disco con música del propio Leo, Guido López-Gavilán y los dos violinistas del grupo. Nosotros dos fuimos los encargados de la producción, donde también participó Roberto Chorens, musicólogo director de la Filarmónica de Cuba y del Amadeo Roldán.
Desde muy joven estaba tocando con buenos músicos. Nervioso, preocupado por saber si les gustaba lo que hacía. Al parecer, tuve la suerte de haberlo hecho al menos decentemente.
¿Cómo llega William Roblejo’s Trio, tu actual agrupación?
Estando en el cuarteto comienzo a tocar con David Torrens en 2006. En 2009 me invitan a un festival de jazz en Trinidad y Tobago, pero tenían que ser tres personas, no más; cuando yo estaba acostumbrado a tocar y componer de cuatro en adelante. Llamé a un guitarrista, Yordanis García, y a un bajista, Julio César González. Empezamos a ensayar los temas y fuimos en abril de 2010 al festival. Tuvimos buena aceptación. Nos llamaron para más trabajos, dimos clases… Al regresar, hablé con los músicos para mantener el formato y estuvieron de acuerdo.
A los tres meses, en otro festival, conocí a Ivette Carnota, que trabajaba en el Instituto de la Música, y puso toda su confianza junto a su esposo, Luis Felipe Otero, en lo que yo hacía. Luego se convirtieron en mis amigos y él sería mi representante. Ivette me recomienda que me presente al JoJazz. Yo no tenía ninguna intención, pues como decía, no me considero jazzista.
Tal vez por el tipo de formato del Trío, que llamó la atención, ganamos ese año y nos dan la oportunidad de grabar nuestro primer álbum: Dreaming.
Ya que mencionas el JoJazz, ¿qué importancia le concedes a esos festivales en Cuba? El Jazz Plaza o el propio JoJazz.
En ese momento el festival de jazz se hacía en varios teatros importantes, no solo en la Casa de la Cultura y el Teatro Nacional, como ahora. Se hacía en el Mella, en el Raquel Revuelta, la sala Tito Junco, el Hubert de Blanck.
Tuve la suerte de tocar por primera vez en el festival de jazz de 2011 y abrirle un concierto a Gonzalo Rubalcaba en el Mella. Rubalcaba venía por primera vez después de años, y corrimos con la suerte de que al público le encantó nuestra presentación. A partir de ahí surgieron viajes, colaboraciones, amistades.
La primera etapa de tu carrera está marcada por muchas colaboraciones, incluso en tu primer álbum. En tu segundo trabajo, Capitalia, ¿querías algo más personal, propio?
En el primer disco —y creo que pasa en muchos ámbitos— quise demostrar lo aprendido. Intenté demostrar, incluso a la hora de escribir, que podía hacer muchas cosas.
Después, con tranquilidad y tiempo de escuchar, pude reconocer los errores e inmadureces de la edad. Por eso es que demoro siete años —2019— en hacer Capitalia, donde considero que todo es más música y menos malabarismo.
Tuviste una etapa como profesor en el Amadeo Roldán. ¿Tuvo que ver con vocación o fue por otro motivo?
Cuando terminé el nivel medio pasé el servicio social en la Manuel Saumell durante tres años, dando clases a niños. Fue una experiencia que disfruté. Al tiempo me llama el director del Amadeo Roldán para proponerme dar clases y ser jefe de la cátedra de cuerdas. Al principio dudé. No era clase a niños, si no a muchachos de 15 a 17 años, músicos casi hechos. Dije que sí.
Además de enseñar, lo que más disfruté fue el aprendizaje, la información que recibí de los mismos alumnos. Tenía que estudiar para impartir las clases. Como mi carrera me obliga a estar más pendiente de la música popular, se pierde en ocasiones el rigor de la música clásica. Incluso a la hora de tocar y componer, pensaba en si les gustaría a mis alumnos.
¿Cómo ocurre la composición en tu caso? ¿Qué te inspira?
Al principio lo hacía más por demostrar que tenía melodías en mi cabeza. Componer no es sencillo, hay que saber de composición, sus reglas —algunas no las sé, debido a que no estudié composición. Tengo un conocimiento general que trato de mezclar con lo que aprendí en la academia.
Después fue pasando mi vida, y ahora como mejor compongo es sabiendo que va a tener un fin o que me va a dar un resultado. Es cuando mejor me llega la inspiración, y no quería entender eso.
Encontré un equilibrio, porque a un artista también le gusta componer y hacer algo bello. Un ejemplo es el álbum que estoy haciendo. Es un encargo en el que hago una mixtura de géneros en los que no había incursionado antes.
A Johann Sebastian Bach una vez un alumno que le estaba haciendo una biografía le preguntó cuándo mejor le bajaba la musa, y este le contestó que cuando le ponían un saco de arroz en la puerta.
¿Esto tuvo algo que ver con tu último álbum, Hay amor?
Hay amor lo hice porque se decía que yo no hacía música cubana; algo sin sentido, porque en todo lo que hice y hago está el ritmo de la música cubana.
Un día me llamaron para un programa de televisión y me preguntaron si podía llevar dos canciones de la música cubana con un arreglo instrumental. Fue cuando hice “Pensamiento”, de Teofilito y la argentina “Alfonsina y el mar”, del compositor Ariel Ramírez, mundialmente conocida por el canto de Mercedes Sosa. Al final el programa nunca se dio.
Entonces se me acerca una realizadora de Bis Music para decirme que quería hacer algo conmigo. Le dije que estaba haciendo un álbum de música cubana, aunque en ese momento solo tenía esos dos temas grabados.
Son temas que funcionan mucho en escenarios como en los que te mueves, privados.
Exactamente, la gente los conoce. Trato siempre de tocar mi música, pero con estos temas puedo alcanzar un mayor público. Toco un tema de Van Van, y a lo mejor todos se ponen a cantar, y después hago un tema mío. Los voy alternado.
¿Hay suficientes lugares en los que presentarse?
Llevo dos años sin presentarme al Jazz Plaza. Todos estos años han venido buenos jazzistas de Europa, Canadá, Estados Unidos, y no es menos cierto que el nivel de organización en un festival de tal magnitud es importante. Algunos músicos cubanos en ocasiones quedamos relegados, y los espacios para las presentaciones del festival no son tan abundantes como antaño. Sigue siendo un gran Festival; eso no se lo quita nadie.
También pasa por el tema económico; a veces los músicos no tenemos más opción que presentarnos en locales privados.
En la actualidad se hace muy difícil tocar en un teatro, pues necesitas el presupuesto y el apoyo de las instituciones.
Hay artistas jóvenes haciendo muy buena música en Cuba, y desgraciadamente no se conocen. Un ejemplo son los hijos de Neris González, los hermanos Abreu, unos muchachitos que ya son profesionales.
Habiendo sido profesor en el Amadeo, ¿qué crees de los músicos jóvenes, esa nueva generación?
Hay músicos buenos, pero está haciendo daño la música que están escuchando, como el reguetón y el trap. Aunque no me gusta, no la critico. He hecho colaboraciones con artistas del género y en determinados lugares claro que lo escucho; pero no es mi día a día, sino la buena música, la que hace que yo sea lo que soy.
Antes, decir que una persona estudiaba música era suponer que tenía conocimientos, otra sensibilidad, más abierto a captar ideas.
Me fui del Amadeo Roldán porque sentí que estaba perdiendo el tiempo. Tanto por las condiciones de la escuela para impartir las clases como por el interés de alumnos y padres.
¿Qué no puede faltarle a un buen jazzista?
Primero que todo, escuchar buena música. Si vas a ser jazzista, jazz; salsero, salsa; clásico, lo mismo. Necesitan constancia, mucho esfuerzo, estudio, si no, va a ser muy difícil. Muchos menosprecian el jazz, pero para tocar un poco de jazz tienes que estudiar mucho.
¿Qué música escuchas en tu día a día?
No todos los días escucho música, pero cuando lo hago, trato de escuchar sobre todo canciones. Por ejemplo, aunque me critiquen, escucho a Luis Miguel. Es un cantante que pronuncia todas las letras, hace las terminaciones correctas y es muy afinado. Da gusto. Recuerda que los instrumentos generalmente se hicieron para imitar la voz.
No soy una persona a la que le guste escuchar ópera. Me encanta la música clásica, el jazz. Música brasileña, desde instrumental hasta cantada. También jazz francés, violinistas franceses. Ahora he estado enfrascado escuchando mucho flamenco y persa. Siempre trato que sea de la mejor.
¿Qué haces en tu tiempo libre, cuando no estás haciendo algo referente a la música?
Me gusta compartir con mis amistades —con dos o tres, porque no quedan muchos. Me gusta dormir, ver series, perder tiempo en su momento. Necesito días de no hacer nada y descompresionar.
¿Te ha afectado la emigración?
Mucho, en cuanto a la vida personal y al trabajo. Se han ido personas importantes que tocaban conmigo y que considero grandes músicos. Amigos como Harold y Ruy Adrián López-Nussa, con los que crecí. El disco Los 3 mosqueteros fue una especie de despedida. Fue difícil, porque no solo hacíamos música, también hacíamos comidas, nos íbamos para la playa, salíamos; lo que hacen los amigos de toda la vida.
La familia también, mi sobrino, mi hermana…
¿Has pensado en emigrar también?
Antes tenía la posibilidad de viajar constantemente, tres o cuatro veces al año. Me sentía bien, trabajando, no tenía ningún sentido quedarse fuera de Cuba. Ahora todo es más difícil. Por ejemplo, hace poco teníamos una gira en Francia y no se pudo dar.
No he decidido quedarme, pero sí es un pensamiento que me viene últimamente más seguido. Supongo que todo tiene su tiempo. Tengo muchas personas esperándome en varias partes del mundo. Mientras tanto estoy aquí, haciéndolo lo mejor posible, en cuanto a la música y a la vida.
¿Cuándo saldría el último álbum que grabaste?
Lo grabé con una disquera inglesa. Hay músicos que van a cantar flamenco, árabe, habrá más instrumentos implicados, por lo que dejé ciertos espacios. A partir de octubre empezaremos a hablar del lanzamiento.
Con el disco Hay amor me gustaría hacer un lanzamiento en un teatro, pero ya comenté los problemas que supone.
Al final, dentro de todo, estoy agradecido por el apoyo que he recibido de las disqueras. Ellas me abrieron las puertas. Agradecido con algunas personas en específico que apostaron por mí. Agradecido también con Ivette Carnota y su esposo Felipe. Julio César González, un bajista que me apoyó muchísimo. Mi hermana, mi mamá, mi papá y los músicos con los que he tocado.