Uno no prevé estos momentos. Es tan grande el inventario de cosas dejadas en La Habana que no puedes sospechar que un día será lunes, 20 y junio, 30 años después del primer Giro, y tú no estarás en la ciudad. En cambio, Fito sí.
Me cuentan las imágenes de fotógrafos que he conocido en el suelo del Karl Marx -de los mejores sitios donde uno puedo conocer gente en Cuba-, los post indetenibles de amigos que estuvieron, roncos felices, ojerosos malditos, que fue bárbaro. Que La Habana fue otra vez loca. “Re loca” la llamó Rodolfo.
Dicen las fotos que en algún momento se le juntaron El Tosco (Un vestido y un amor), Pablo Milanés, su amigo y genio de oro negro (Yo vengo a ofrecer mi corazón), Varela (Parte del Aire) y Diana Fuentes (El Amor después del amor). Cuentan que, sobre todo, se le unió la ciudad, esa ciudad que lo pone y él pondrá siempre a sus pies.
De haber estado ayer en La Habana, tendría hoy el piso del Karl Marx en mi camisa, una garganta rota y 5 mil fotos por procesar. También la resaca que dejan las noches habaneras de Rodolfo, esas en que se hacen uno el cielo y el estado de coma. De haber estado en La Habana no me habría ido a dormir temprano, sometido a la doméstica disciplina del horario laboral. Pero no estaba. En mi armario, una camisa ridículamente limpia, una cámara fotográfica ridículamente envainada. Unos oídos ridículamente vacíos, Unos ojos, ridículamente dormidos.
Y entonces llama mi madre. Es 21 ya —siempre es un día más cuando estás lejos de La Habana—. Cumplo 33. No me habla. Me pone con Fito. Canta él, Brillante sobre el Mic. Y mi madre es tres veces mamá. Porque no han pasado cinco segundos desde que es 21, porque no se pone, prefiere que escuche a Rodolfo, a La Habana, y sobre todo porque una vez más me lava la cara, me lava los ojos, y la garganta mientras todos repetimos: el tiempo —y digo, la distancia— es un efecto fugaz.
Gente. Gente que como yo no estuvo ayer en la ciudad. Ya sé que en estos momentos uno siente la tentación de silbar un tango oxidado. Váyase la nostalgia a otro lugar. Entre La Habana y Fito, por muy rosarino que él sea, nunca va a mediar un bandoneón. No por gusto cerró la noche con Y Dale Alegría a mi Corazón. Sin nostálgicos bandoneones. Bebamos y emborrachemos lo que nos llega desde La Habana.
Y ya verás (n) -al menos por este instante- como se transforma el aire del lugar
Y ya verás, que no necesitaremos nada más…