El dibujante estadounidense Talus Taylor llevó una vida de perfil bajo, tanto así que falleció el pasado 19 de febrero y recién ahora, segundo día de marzo, se hizo pública su muerte. En efecto, con la mayor discreción del mundo picó su boleto al Más Allá el padre de unos personajes que marcaron a mi generación: los Barbapapá…
Aunque aquellas criaturas amorfas nacieron en 1970, en Cuba vinimos a conocerlas una década después, en espacios de la televisión como Entra o Dando Vueltas, o en los capítulos reservados para semanas de receso escolar y vacaciones. Su capacidad de convertirse en lo que quisieran hizo de ellos unos muñequitos más que populares.
En efecto, al conjuro de “Oplajuco Barbatruco”, Barbapapá y su prole se convertían en lo que quisieran, una envidiable cualidad que alimentó nuestras fantasías, aunque no solo el imaginario infantil se nutrió de estos personajes: la conjunción de los términos “barba” se explica por sí sola.
Taylor había nacido en San Francisco, California, en 1933. Poco más se sabe de su vida, salvo que a inicios de los años 1970 paseaba por los parisinos jardines de Luxemburgo con su esposa, la francesa Annette Tison, cuando escucharon a una niña balbucear “barbapapá”, el típico algodón de azúcar.
Aquello les dio la idea para nombrar a un personaje de forma y colores cambiantes, cuyas aventuras fueron publicadas primero en Francia y luego recorrieron el mundo, con traducciones a unos 30 idiomas. Originalmente, Barbapapá era de color rosa y Barbamamá era negra. Cada hijo tenía un color característico: Barbalalá era verde, Barbabella violeta, Barbalib naranja y con gafas, Barbabravo rojo, Barbabrillo azul, Barbazoo amarillo y Barbabello negro y peludo.
Con episodios de apenas cinco minutos de duración, la saga promovía valores de amor, tolerancia y respeto, amén de ser considerada pionera en la ecología. Gracias a ellas conocimos también sobre leyendas y tradiciones, como la historia del volcán Popocatepl y otras animaciones de palo, pero que al menos enseñaban. Y divertían igual…