Antes de que la televisión nacional rescatara recién en su programación los concursos de talentos, azuzada por la masiva aceptación entre los cubanos de la franquicia La Voz y otros similares, ya había nacido Oye mi canto, en Santiago de Cuba. Este show surgió hace más de dos años y desde sus comienzos ha logrado mover al público santiaguero al margen de los medios oficiales.
Lo hago notar, no para plantar la clásica bandera chovinista que en muchas ocasiones nos impulsa a reclamar el frágil –si no inútil– derecho de ocupar una cima que nada determina. No. Lo digo simplemente para dejar claro que, sean de donde sean, a los organizadores de este concurso les pertenece al menos el mérito de haber avizorado el éxito y el sentido de semejante empresa primero que la propia televisión nacional. En otras palabras: que supieron –al menos localmente– robarse la arrancada.
Con este elemento clave a su favor Oye mi canto desarrolla por estos días su tercera edición. Para que se tenga una idea de su alcance actual, más de 180 personas –jóvenes hasta los 35 años según las bases del concurso– se presentaron esta vez a las audiciones, candidatos no solo de Santiago, sino de todo el oriente cubano e incluso de territorios tan distantes como Matanzas. Treinta de ellos fueron seleccionados en primera instancia por un jurado compuesto por reconocidos músicos santiagueros, una cifra que se irá reduciendo hasta llegar a la gala final en el venidero mes de diciembre. Todo ello se irá filmando y organizando en programas de 57 minutos que se distribuirán por diferentes vías, incluso por un canal propio en la red social YouTube.
Dejemos algo claro: si vamos a la esencia no hallaremos grandes diferencias entre Oye mi canto y los más recientes concursos televisivos de aficionados como el reciente Sonando en Cuba. Más allá de alguna diferenciación temática y aspectos estructurales y de producción, todos apelan a la competencia como centro y a recursos organizativos y dramatúrgicos que podemos descubrir sin grandes sobresaltos – y la mayoría de las veces mejor planteados– en sus pares foráneos.
La novedad de Oye mi canto estriba entonces en el germen del proyecto, en su grupo gestor y lo que a partir del mismo ha podido generarse. Sí, porque este concurso no surgió como una iniciativa del telecentro santiaguero ni de alguna instancia oficial del territorio, sino del realizador audiovisual Aramís Fonseca Reyes y su casa productora Lía Videos. Él supo conformar un equipo para llevar adelante una idea que no pocos creyeron descabellada, pero que con el apoyo de otros, entre ellos varios cuentapropistas, y apelando a fórmulas independientes y a medios alternativos, ha sabido mantener una elevada expectativa.
Cierto que casi desde sus inicios contó con algún respaldo o aprobación institucional y que ahora, a la altura de su tercera edición, tiene el coauspicio de la Dirección Provincial de Cultura en Santiago de Cuba; pero ello no es sino resultado del lugar que ha ido ocupando el concurso en la sociedad y en el siempre peliagudo consumo cultural de los santiagueros, y la lógica que impulsa a una y otra parte –los gestores independientes y los coauspiciadores estatales– a legitimarse a través del otro.
No era del todo difícil suponer que una iniciativa como esta no podía “caminar” sola mucho tiempo sin que generase oficialmente algún nivel de inquietud. Así que Aramís y su equipo no demoraron en echar mano a la filosofía de “el que a buen árbol se arrima”, sin renunciar a los patrocinios y recursos que hasta hoy les han permitido llegar adonde están, e incluso a otros nuevos. En esta cuerda puede sumarse, por ejemplo, a los humoristas españoles del grupo Congatur, quienes financiarán parte de los premios, a la par de otros auspiciadores e instituciones estatales.
Este pragmatismo necesario se combina con una intención de legitimidad cultural, dada no solo en la búsqueda de apoyo de instituciones y figuras de la cultura santiaguera, sino también en la idea de superar el mero show de talentos a partir de una estrategia de comunicación que así lo proclama en diversos medios y soportes, y en una estructuración del concurso –reforzada ahora– que apela no solo al pop y a otros géneros internacionales, sino también al bolero y la canción raigalmente cubana. Que lo consiga o no, es cosa que se irá viendo a medida que avance en el tiempo. Tenemos hasta diciembre para comentarles.