Jens Fuge llegó a Cuba con su Harley- Davidson a cuestas en 2012. Y como quienes andan en Harley hablan un mismo lenguaje, Fuge, alemán y periodista de profesión, encontró aquí toda una comunidad de amigos que comparten la devoción por estas motocicletas.
Dígase Harley, y usted entiende que es como un código con el que se identifican inmediatamente los seguidores de una secta. Más que una marca, es un modo de vida. Es lo que tienen en común un cantante de rock, un campesino, un abogado y un friturero de Santiago de Cuba.
Fuge supo que quería hacer un libro con historias de los harlistas cubanos cuando en una reunión del grupo en Varadero, dos años atrás, vio las fotos de otro devoto, el italiano Max Cucchi. Durante diez años Cucchi se había dedicado a documentar el mundo de la Harley en un país donde sobreviven aproximadamente 100 de esas motos norteamericanas.
Poco tiempo después otra periodista, la estadounidense Conner Gorry, completó el trío definitivo para conformar el foto libro Cuban Harleys, mi amor, que se presentó en la Feria Internacional del Libro de La Habana de este año.
Entre Fuge y Gorry recorrieron la isla hasta recopilar 50 testimonios, 49 hombres y una mujer. Este no es un manual sobre aspectos técnicos de las motos, ni sobre su mecánica, sino el registro documental de una subcultura de la resistencia, en un país donde estas máquinas caminan aunque hace 60 años que no se comercializan oficialmente sus piezas.
“Cuando conocí a Max, me encantaron las fotos, pero también la hermandad, la resistencia, las ganas y agallas de los harlista cubanos para resolver, y mantener esas motos andando”, dice a OnCuba Conner Gorry, quien realizó más de la mitad de las entrevistas del volumen.
“Quienes tienen una Harley son como compañeros de guerra: se saludan, si se encuentran por casualidad en la carretera, y si a uno del grupo se le rompe la moto, nadie se va hasta que no se haya solucionado el problema. Los más jóvenes ayudan a arrancar la moto a los mayores, en Cuba hay harlistas de 70 años de edad.”
Aunque existen otros libros sobre el tema, varios motivos convierten a este en un volumen especial, disponible en español, alemán e inglés. El protagonismo de las fotos es sin duda uno de ellos. No se trata solo de las Harleys y sus dueños tomados como “rock stars”, sino de Cuba. Es la visión de Max Cucchi, un extranjero que vivó aquí durante casi 20 años, a lomos de su moto. Tiene, por tanto, una mirada desde dentro que trasciende los estereotipos que frecuentemente persiguen a los harlistas, y se mueve en los escenarios más inesperados para quien compare a los cubanos con los motoristas de otros países.
Sin una tienda oficial para conseguir las piezas de repuesto, los harlistas tropicales se las arreglan para buscar las soluciones más camaleónicas, sin perder el estilo. Hay mucha solidaridad entre ellos, una lucha con mucho swing, como dice Conner.
“La escasez te lleva al invento. De los camiones rusos Kamas cogíamos las válvulas, también sacábamos los cilindros, algo modificados de los todoterrenos rusos gas-69 y los tubos de escape los hacíamos de piezas viejas de transformadores. Nos salían muy bien las cadenas de rodillos hechas de viejas cadenas de transmisión que sacábamos de una antigua fábrica de Coca-Cola y como cuando aquello solo se conseguían ruedas de 15 pulgadas, las ruedas de las Harleys se transformaban a su debido tamaño”, cuenta Luis Enrique Gonzáles Sáezen uno de los testimonios del libro.
Cuban Harleys… mapea la historia del harlismo en Cuba, cuando se hilvanan los testimonios que recoge. Hay fotos tan antiguas como las del equipo de acrobacias que tenía la policía antes de la Revolución, o las de los hermanos Breto, los dueños de la única tienda de Harley antes de 1959, en Centro Habana, donde se compraron muchas de las motos que corren todavía.
Aparece la historia de Servando, en Villa Clara, quien posee su moto desde 1936, cuando su padre la compró, en el mercado oficial de entonces. Tres generaciones de su familia la han conducido hasta ahora.
Héctor, quien en medio del Período Especial rechazó un montón de ofertas para comprar su moto, porque era el medio de transporte que le permitía traer a su hija enferma al médico todas las semanas, desde Santa Clara hasta La Habana.
Leonid, profesor de buceo, le puso a su hijo el nombre de Harley.
Hace dos semanas se celebró en Varadero el quinto encuentro internacional de Harlistas. Y no fue un acontecimiento aislado, sino otro de los eventos que se realizan con bastante frecuencia. En el próximo mes de marzo viajarán a la isla motociclistas estadounidenses, de la Latin American Motorcicle Asociation (LAMA). En la mayor de las Antillas existen diez filiales de LAMA, en distintas provincias.
Los cubanos tienen mucho en común con los fanáticos de otras partes del mundo, comenta Jens Fuge, quien acostumbra a participar en raleys por países europeos. No obstante, algo distingue a los harlistas de aquí: para estos la moto es el medio de transporte del que dependen su dueño y su familia. Ello marca una actitud de lucha por procurar que la moto esté siempre en forma.
Que tener una Harley-Davidson propia es especial, eso no se discute. Y la hace más querida el hecho de arreglarla cada día con tus manos, en lugar de dejársela a un mecánico para que la examine, adaptarle la pieza que inevitablemente se rompe, confeccionarle una a la medida con repuestos de otras máquinas, o simplemente con lo que aparezca.
“Cada vez que escucho el motor de una Harley se me pone la piel de gallina- refiere Ronmel Calzadilla en otra de las historias del texto- . “Uno tiene sentimientos por la moto, pero la moto por ti también. La moto se puede sentir, tocar y besar como a una mujer, se lleva en la sangre y nadie te lo puede quitar. Ni un diccionario contiene las suficientes palabras para expresarlo. Nosotros tenemos un dicho: Quédate con mi coche, con mi casa, con mi mujer, pero no con mi Harley“.