Recuerdo que era domingo. Detrás de una muralla de cartulina, un muñeco nos dio la bienvenida con su guiño misterioso. Tan minúsculo como era, lograba ser el centro de aquella sala oscura. Se movía de un lado a otro y, sin salirse del margen de su muralla, contó una historia. En todo el tiempo que duró la función no logré verle los pies. Han pasado más de veinte años desde aquel día y no he vuelto a pisar esa salita del Focsa donde conocí el teatro de títeres.
Hace cerca de un mes las sincronicidades de las redes sociales me hicieron encontrar la página del Teatro Nacional de Guiñol (TNG) en Facebook y aquel recuerdo de mi niñez despertó de su largo sueño. Varias de las publicaciones en la página no anunciaban estrenos; sino una promesa: la renovación y reapertura de la salita del Focsa. Con ella, la vuelta del teatro Guiñol, que ha estado en reparaciones desde 2019, al Vedado.
En marzo de este año el TNG completará sesenta años de fundado, ahora bajo la dirección de Rubén Darío Salazar. A propósito de su aniversario y en la expectativa por la apertura de sus salas, OnCuba conversó con Rubén sobre el pasado, el presente y el futuro de la casa de los títeres y los titiriteros en Cuba.
¿Somos un país de títiriteros? ¿Cómo llega a Cuba el teatro de títeres?
No somos un país con tradición titiritera, como China o India. Al menos no se conoce de una existencia titiritera autóctona, con una función dramática, como en Europa; donde el teatro de títeres se remonta a siglos pasados. Sin embargo, la labor desarrollada entre 1961 y 1963 por los hermanos Camejo y Pepe Carril, miembros del entonces Guiñol Nacional de Cuba (GNC) convirtió esta isla en un país titiritero de punta a cabo. A partir de los 60 se fundan grupos profesionales en las ciudades cabeceras de las seis provincias en que se dividía Cuba por entonces.
Títeres populares sí ha habido desde antes de la existencia de un gremio. Así como la presencia de muñecos en ritos, fiestas y celebraciones de otras épocas. Pero eso no alcanza a superar la gesta de los entusiastas integrantes del GNC, que luego se multiplicó con la creación de nuevas agrupaciones profesionales y de aficionados, y de instituciones pedagógicas especializadas en la formación de artistas para el teatro de títeres.
Títeres, no marionetas…
En Cuba nunca decimos “teatro de marionetas”, como en Europa. Para los cubanos y en otros países de América Latina y el Caribe, la marioneta responde al conocido títere animado por hilos. Los títeres antiguos no solo eran de hilos. Había también, como ahora, títeres de guante, marottes, digitales (de dedos) y de papel, entre otras técnicas.
¿Por qué “Guiñol”?
Varios investigadores convergen en que se le llama guiñol al teatro de títeres por el personaje francés de hace un par de siglos, Monsieur Guignol, concebido como títere de guante y proveniente de Lyon, de profesión tejedor. Su creación se atribuye a Laurent Mourguet.
La popularidad del personaje llegó a ser tanta, que comenzaron a llamar al género titeril así: teatro de guiñol. De hecho en “Bebé y el Señor Don Pomposo”, uno de los cuentos originales escritos por José Martí para de La Edad de Oro, se menciona que Bebé irá con su mamá a ver “el Guiñol de París, donde el hombre bueno le da un coscorrón al hombre malo”. Es un nombre hermoso, el justo tributo a un personaje que todavía da batalla en los retablos del mundo.
En 1963 se funda el Teatro Nacional de Guiñol de Cuba (TNG). ¿Cómo fueron sus inicios?
El inicio de los hermanos Camejo (Carucha y Pepe, Bertica y Perucho se incorporan después) fue en 1949, bajo el nombre de Guiñol titiritero de los hermanos Camejo. Al unírseles Pepe Carril, proveniente de Mayarí, Holguín, en 1956, fundan juntos el Guiñol Nacional de Cuba (GNC), que dura hasta 19621.
En 1961, el Departamento de Educación y Cultura del Gobierno revolucionario le encarga la tarea de fundar guiñoles en las seis provincias existentes en Cuba por aquellos años. En Oriente (el Guiñol de Oriente, con sede en Santiago de Cuba se funda en 1961). En Camagüey, Las Villas, Matanzas y Pinar del Río se fundan los guiñoles en 1962.
El Teatro Nacional de Guiñol (TNG) se fundó en La Habana, en 1963.
Podemos hablar de un antes y un después de la fundación del Teatro Nacional de Guiñol (TNG) en el universo de las marionetas en Cuba. ¿Qué cambia con el trabajo desarrollado por los hermanos Camejo y Pepe Carril?
Los hermanos Camejo y Pepe Carril se consagraron al teatro de títeres por completo desde su juventud. Investigaron, estudiaron, buscaron enlaces con lo mejor de nuestra cultura. De ellos fue la idea de pedirle a la escritora Dora Alonso la creación de un personaje nacional. Fue Pelusín del Monte, junto a una nutrida tropa que integran su abuela Doña Pirulina, niños, niñas y animales domésticos, presentes en el teatro y la televisión.
También crearon figuras como Libélula, con la gracia y picardía del teatro vernáculo o bufo. El Señor Mascuello, tomado del Retablillo de Don Cristóbal, de Lorca, Alelé, nacido de las rondas folklóricas infantiles de Latinoamérica, entre otros.
Ellos conformaron un método de trabajo en el que el aprendizaje del canto, la danza, la actuación, las técnicas de animación y el conocimiento en general eran fundamentales para el elenco del TNG, asentado desde 1963 en la salita subterránea del edificio Focsa.
Deshicieron los límites entre el público infantil y el adulto, pues crearon para ambos segmentos etarios. Llevaron al retablo autores nacionales e internacionales. Rescataron la influencia de la cultura africana e ibérica en nuestro arte; sus leyendas, mitos, colores, sonidos. La transformaron en arte. Se convirtieron en un referente del teatro de títeres en nuestro territorio. Además, fueron los primeros profesores de nuestro movimiento titeril profesional en Cuba.
¿Qué hay del legado de los hermanos Camejo y Pepe Carril en el TNG dirigido por Rubén Darío Salazar?
Todo. Por las demoradas labores constructivas no he podido ejercer al cien por ciento la dirección artística y general de esa institución histórica. Soy el director número 11, de una lista que incluye a personalidades como Pepe Camejo (1963-1971), Karla Barro (1971-1976), Gerardo Fernández (1977-1978), Delfina García (1979-1980), Eddy Socorro (1981-1986), Xiomara Palacio (1987-1990), Ulises García (1990-1993), Roberto Fernández (1994-1997), Ricardo Garal (1998-1999) y Armando Morales (1999-2019).
Todos hemos sido marcados por la huella indeleble del liderazgo de Camejo y su equipo técnico, artístico y administrativo. Fue una escuela y una inspiración que hasta hoy dura.
La nueva concepción del TNG no incluye la presencia de una compañía estable. Aspira a convertirse en la casa de lo mejor del teatro de títeres, de muñecos o de figuras —hay varias formas de reconocer nuestro arte— de nuestro país y del mundo.
El TNG se fundó una década antes del “Quinquenio gris”, ¿cuáles fueron los desafíos de la institución en aquellos años? ¿Cómo resistió aquella crisis?
El libro El 71 anatomía de una crisis (Letras Cubanas, 2013), del escritor e investigador Jorge Fornet, ahonda en las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas del país en ese período.
Por otro lado está mi libro Mito, verdad y retablo: El Guiñol de los hermanos Camejo y Pepe Carril, coescrito con el colega Norge Espinosa y publicado en 2012 por Ediciones Unión. En ambas publicaciones existe un análisis pormenorizado de cómo ese suceso llamado “Quinquenio Gris” removió las bases de lo conseguido en el teatro de títeres nacional y en la cultura toda.
El primer reto fue recomenzar las labores del arte titiritero sin la referencia física y activa de muchas de las personalidades fundadoras de esa manifestación, removidas de sus cargos y actividades por algo tristemente llamado “parametración”. Fue un invento que, en el caso del TNG, dejó acéfala una poética imprescindible si se quiere entender la historia de este género en las tablas cubanas. Ahí estaban los maestros modélicos de los artistas y creadores que llegaron después. Esa crisis no se resistió, era imposible. Desmoronó lo alcanzado.
Cuando todo se acomoda a nivel legal, se crea el Ministerio de Cultura y muchos “parametrados” volvieron a sus puestos de trabajo. Ni Pepe ni su hermana Carucha regresan a trabajar en el lugar que fundaron y ahí comienza una segunda etapa, que tuvo una tercera y una cuarta.
Estaremos iniciando una quinta cuando se reabra la institución. Reconozco que nunca más ha sido igual, al menos no con la misma altura creativa de ese inolvidable momento fundacional, a pesar de que se alcanzaron posteriormente muchos logros de carácter nacional e internacional.
El teatro de títeres siempre ha estado próximo del folklore cubano. ¿Qué papel ha tenido el género en el rescate de las raíces y oralidad cubanas? Como director, ¿de qué formas pretende darle continuidad a esta labor a través del TNG?
Si el folklore —dígase canciones, bailes o costumbres enraizadas en la tradición popular— no está en la base de cualquier manifestación artística, el terreno de lo superficial, de lo no auténtico, estaría invadiendo lo producido. Le robaría esa riqueza que ha acumulado con el tiempo. Ese acervo de saberes e historias populares estaba en la antesala de la fundación del TNG, pues los Camejo y Carril fueron conscientes de ese valor y lo recrearon profusamente en sus espectáculos.
Esa presencia del alma de Cuba seguirá en las tablas de la salita del Edificio del Focsa, rescatada, revivida, renovada por los propios tiempos, pero fiel a las esencias primarias. Ya estuvo antes, ¿quién soy yo para acabar con esa senda que habla de nosotros mismos, de quienes somos y porqué somos así?
En sus orígenes la vitalidad del teatro de títeres venía de los saltimbanquis, marionetistas ambulantes y andariegos que recogían y contaban historias. Luego de establecida la sede del TNG en La Habana. ¿Algo de esa vitalidad cambió para la tradición titiritera cubana?
No solo las historias recogidas fueron el síntoma de vitalidad del arte titeril cubano de antaño. También la gracia, imaginería y sentido plástico y sonoro con que fueron contadas estas historias del camino. Eso no cambió ni en lo que fuera el Guiñol Nacional de Cuba, ni en el Teatro Nacional de Guiñol después, en 1963. Lo que hizo fue dignificarse, alcanzar la categoría de tesoro patrimonial, de objeto de estudio y disfrute. Se transformó hasta alcanzar el reconocimiento y prestigio de una escuela cubana de títeres, jóven sí, pero igualmente atractiva y singular.
De La Caperucita roja a Shangó de Ima, ¿cuáles obras considera más entrañables de las producidas por el TNG hasta hoy?
El TNG llevá años cerrado. Shangó de Ima estuvo en el repertorio de los 60 y luego se rescató a finales de los 70. Después de eso, nunca más se ha repuesto en nuestra sede. Lo hizo Luis Emilio Martínez con el Teatro Océano hace ya algunos años, 2016, creo.
El repertorio acumulado antes del estreno de esa obra pasa de los cien títulos. En cada etapa hay obras claves que le dieron gloria y brillo a nuestra cultura. También inmensa felicidad a infantes y adultos. Muchas me las perdí, o porque no las vi o era muy pequeño y vivía alejado de la capital.
No sería justo hablar de afectividad por una obra u otra, que la tengo, pero entonces mi respuesta no sería justa, sino personalísima. Le restaría al respeto que merecen los directores artísticos que consiguieron el sello distintivo de este lugar.
Las artes tradicionales y Cuba, en específico, viven nuevas crisis. ¿Cómo sobrevive, a sus 60 años de fundado, el TNG? ¿De qué forma el arte titiritero nos salva en estos tiempos?
Las nuevas crisis no son nuevas, el mundo siempre ha estado en crisis, por una cosa o por otra. Ellas han creado nuevos trances y dificultades en todos los órdenes. Cuba no está ajena a esos percances, sino en medio de la vorágine universal y en condiciones nada halagueñas, sobre todo en lo económico, debido a razones múltiples que no me corresponde ahora enumerar ni discutir, pero que obviamente afectan lo producido en cualquier institución cultural.
El Teatro Nacional de Guiñol lucha ahora mismo por volver a vivir, por renacer. No consiguió sobrevivir en la sucesión de crisis que vivimos. Un teatro cerrado es síntoma de parálisis, de tránsito, de defunción, más allá de la importante historia acumulada.
Al Guiñol hace falta abrirlo con urgencia y llenarlo de nuevas voces, historias, colores, canciones. Un teatro vivo, cumpliendo su función esencial, si no salva por lo menos consuela, reconforta y alimenta las esperanzas.
¿Cómo ve el estado del arte titiritero cubano en el futuro? ¿Están contribuyendo a su supervivencia los programas educativos y de formación artística en Cuba?
Soy un firme defensor de que el futuro se construye en presente. Hay que hacerlo todo ahora para mañana, si lo hacemos mal somos los responsables de ese futuro. Me consta, porque mantengo comunicación con muchos colegas del país y del mundo, que en nuestra tierra y allende los mares se hace un esfuerzo mayúsculo por seguir haciendo arte titiritero. En ese esfuerzo salen a flote todos nuestros problemas como seres humanos, como entes cotidianos que soñamos, hacemos el amor, comemos y sufrimos. Esa es la marca del teatro que dejamos para mañana.
Me gustaría que los programas educativos y de formación artística de nuestro país fueran mucho mejores de lo que son ahora mismo. Soy parte de esa formación, pues dirijo desde 2019 una Unidad Docente de Nivel Medio Superior que ostenta el nombre de Carucha Camejo. La inquietud, la inconformidad, la aspiración de crear artistas del teatro de títeres mejores que nosotros está en pie, en medio de una tormenta que nos remueve los cimientos, pero que no alcanza a derrumbarnos.
¿Dónde y cómo ha estado presente el TNG en la escena cubana tras una pandemia y mientras espera la reapertura de su sede en La Habana?
Cuando fallece el maestro Armando Morales, director del TNG por dos décadas y fundador, junto a los Camejo y Carril del grupo, la compañía existente allí ya no tenía el nivel de referencia artística para el país y el mundo que tuvo en otras etapas. Armando siempre mantuvo una alta cota intelectual y creativa.
El edificio cierra por reparaciones y los integrantes que quedaban allí, sin el liderazgo de una figura como Morales, fueron reubicados. Entonces sobreviene la pandemia y continuar la reparación se volvió un problema, no solo por asuntos sanitarios, sino también económicos. La institución abrió una página virtual en Facebook que se ha mantenido activa y optimista.
Me hubiera gustado funcionar de manera híbrida, desde las redes y con el teatro abierto, ofreciendo una programación con lo mejor que se produce aquí e internacionalmente, convocar a concursos, temporadas temáticas. Tenemos en proyecto muchísimas opciones, pero la realidad obliga y estamos en esa espera desesperada, con el teatro casi concluído, pero carente de una inversión tecnológica necesaria e imprescindible para su apertura (luces, sonido y climatización, principalmente). En un lugar subterráneo como la sede del TNG, la climatización es fundamental. Seguimos buscando alternativas y sopesando ideas.
¿Qué novedades encontrará el público cubano en la salita del Focsa tras su apertura?
Tendremos una galería transitoria que llevará el honroso nombre de “Pepe Camejo”, un salón de encuentros y reuniones llamado “Pepe Carril”. Los camerinos serán nombrados “Xiomara Palacio”, “Ulises García” y “Ernesto Briel”. Ideamos construir la sala experimental “Armando Morales” y la sala grande será llamada “Carucha Camejo”. Auspiciaremos proyectos de representación, eventos teóricos, publicaciones, materiales audiovisuales y formaciones pedagógicas, entre otras acciones.
Imágenes y muñecos de todas las etapas en las diferentes áreas del TNG convertirán su sede en una especie de museo vivo.
Será ese el mejor homenaje a quienes debemos tantísimo.
¿Por qué dedicarse al teatro de títeres? ¿Ha valido la pena?
Hay algo que se llama vocación, y tiene que ver con disposición, con gusto, con un don que uno no pidió y lo tiene. Debes desarrollarlo o te mueres. En más de treinta y cinco años como profesional me he movido del Uruguay a China, de una región como Eslovenia a una isla pequeñita y caribeña como Martinica. Sigo enamorado de mi profesión, es a lo que jugaba de niño, tras una silla, debajo de la cama, con una sábana de retablo.
Tengo el privilegio de haber conocido a Carucha Camejo, a Dora Alonso, a Xiomara Palacio. A maestras y maestros internacionales como Mireya Cueto, de México, Percy Press Junior, de Inglaterra. A Monsieur Jacques Felix, francés, un promotor del arte titiritero de corazón.
Todos dijeron adiós y yo sigo aquí —junto a muchos colegas de inmensa valía—, entre el influjo de aquellos y el arte maravilloso de los que continúan. Claro que vale la pena, de la A a la Z. Si volviera a los tiempos en que me gradué del Instituto Superior de Arte de La Habana con “Título de Oro” y escogí hacer teatro de títeres, volvería a elegir lo mismo. Los mismos maestros, amigos, enemigos, amores, situaciones, triunfos, alegrías, decepciones, tristezas e ilusiones.
En el teatro de títeres —que para mí no debe privarse de la mezcla con ningún arte— puedo ser yo mismo. Puedo ser el hombre realizado y lleno de insatisfacciones (nada es perfecto) que está al frente del Teatro Nacional de Guiñol de Cuba.
1 Entre los años 40 y principios de los 60 del siglo XX, existieron varias agrupaciones de títeres como el Teatro de Títeres de Mayarí, La carreta, Titirilandia y El retablo del Tío Polilla, por mencionar algunas, más la acción de personalidades como María Antonia Fariñas y Nancy Delbert, entre otras.
Un excelente escrito y un recuerdo bello de los niños cubanos que pudimos disfrutar del Guiñol