Cuando se ha vivido tanto y de una manera tan especial en el mundo de la actuación, es imposible no haber conquistado el cariño del público, no importa si fuiste “la buena”, “la mala”, “la inocente”. Sea en papeles protagónicos o secundarios, todas esas pieles que visten los actores a través de sus personajes se quedan para siempre en la memoria del espectador.
Para Cuba, una de esas figuras icónicas de las artes escénicas es Verónica Lynn, quien llega a los 90 años de edad este 7 de mayo, pero parece que siempre ha estado ahí, lo mismo en teatro, en cine, en televisión, o en la radio. A pesar de haber dado vida a muchos personajes inolvidables, el público aún logra recordar su nombre más allá de uno u otro rol en específico. Y solo los grandes actores son capaces de estamparse con esa fuerza en la memoria de la gente.
No basta con ser excelente profesional, para ser buen artista, como lo es Verónica, hay que ser aún mejor persona. Solo así es posible ganar tanto cariño y respeto entre el público, la crítica y los compañeros de profesión, que deben contarse en cientos cuando se lleva más de 60 años en el gremio actoral.
Verónica ha sido Santa Camila de La Habana Vieja; Luz Marina en Aire Frío, (luego también, la madre de Luz Marina); la regia Doña Teresa en la telenovela Sol de Batey, aquella alcohólica imperfecta, madre de Rachel en La Bella de La Alhambra, o la noble Isabel que añoraba ver a su hijo migrante en Video de Familia. La lista se extiende desde que Verónica iniciara su carrera artística en el teatro, en la década del 50 del pasado siglo.
Precisamente fueron las tablas una escuela y templo para aquella joven que alternaba el trabajo en el teatro con apariciones en la naciente televisión de la época, donde conoció a quien fuera su compañero de vida por más de tres décadas, Pedro Álvarez.
Fue con Álvarez con quien recorrió Cuba a través del proyecto “Trotamundos”, fundado por ambos ambos alrededor de los años 90 del pasado siglo, llevando el espíritu del teatro a las comunidades, en espacios impensados para una puesta en escena. A Verónica y a Pedro les daba igual hacer arte para obreros de una fábrica o para los habitantes de una zona rural; en aquel entonces fue cuando despertó el espíritu de la enseñanza en la ya consagrada actriz.
Al teatro tiene que agradecerle mucho Verónica, acción recíproca, por cierto, pues muchas generaciones de actores han sido influenciados por roles que la Lynn inmortalizó en las salas del país. No cabe imaginar la Santa Camila de Luisa María Jiménez sin la interpretación de su predecesora, o la Luz Marina de Yuliet Cruz, con Argos Teatro, que tuvo en la nonagenaria actriz una de sus más recordadas encarnaciones en Aire Frío, pieza antológica del teatro cubano creada por Virgilio Piñera.
Al escenario siempre trató de volver como un mantra, incluso cuando comenzó a trabajar en el cine. Sus primeras apariciones en la gran pantalla advierten ese dulce vicio de teatralidad, con el que nos regaló papeles memorables como la Susana de Lejanía, madre ausente que se reencuentra con su hijo y entorno familiar luego de una década de ausencia, y para cuya construcción la actriz apeló a su histrionismo y experiencia en las tablas, condiciones que bien supo aprovechar el director del filme, Jesús Díaz.
Luego llegaría la madre de Rachel en La Bella del Alhambra, rol que no por secundario pasó desapercibido en pantalla, en la que fue una de las interpretaciones más recordadas por los cinéfilos, también quizás por las tantas retransmisiones que ha tenido el filme de Enrique Pineda Barnet en la televisión cubana, una suerte con la cual no han corrido otros filmes del recién fallecido cineasta, donde también lo acompañó esta actriz, como es el caso de La Anunciación y otras producciones del realizador, también entrañable amigo.
Precisamente en los roles maternos es donde también ha destacado Lynn, a veces tempestuosa, a veces calmada, pero siempre transmitiendo ese sentimiento de vínculo con el cual el público ha sabido sentirse identificado.
En particular recuerdo uno de sus primeros personajes, si acaso el primero, en el que la vi actuar: Isabel, en Video de Familia, en la piel de aquella frágil madre que lucha con la lejanía de uno de sus hijos, aunque desde una perspectiva distinta a la de la película antes mencionada.
En el mediometraje de Humberto Padrón podemos ver a una señora, ya mayor, que intenta reconciliar una pintoresca familia, a través de un video familiar dedicado a su hijo que había emigrado hacía 4 años.
Me atrevo a decir que esa aura cariñosa es la que muchos espectadores guardan al ver a Verónica. No importa cuántas mujeres malvadas haya interpretado a lo largo de su carrera, es difícil separar de sus personajes esa tranquilidad que la actriz emana fuera de escena, despojada de las fantásticas mujeres a las que ha dado vida, aunque siempre, se dice, algo tienen de ella.
“Me gustaría que me conocieran como una buena cubana. Que me recordaran como una buena actriz. Es tan importante lo que tú aportas a la sociedad”, confesaba Verónica a OnCuba hace algunos años, en entrevista, donde también afirmaba que “Una persona muere cuando la olvidas”, algo difícil para quien tantas emociones y enseñanzas ha dejado, y aun tiene que dejar, en la escena cubana.