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Entre las recomendaciones para combatir la depresión que encontramos en Pinterest y el memorable discurso de Chaplin en El gran dictador, transcurre El tridente del diablo, una hora y diez minutos de actividad desenfrenada sobre las tablas de El Ciervo Encantado, la sala alternativa por antonomasia en el panorama teatral de La Habana.
Una voz en italiano dirige el proceso de relajación. Sus indicaciones, apoyadas por el accionar de los actores, van apareciendo subtituladas en una pantalla, al fondo:
“Cierra los ojos, imagínate conduciendo por una carretera. Imagínate las manos en el volante, la música de fondo, el paisaje que atraviesa. Ahora imagina que pasas frente a una valla publicitaria gigante con luces de neón intermitente. Te distrae, ¿cierto? Que esta mirada regrese al camino de modo de mantener el rumbo”.
Dicho así, parecen acciones simples: un poco de imaginación, y ya.. Pero estamos en el teatro y en 2025, es fin de semana en la capital de Cuba, y eso de no soltar el timón, de concentrarse en una sola dirección, no parece posible o, cuando menos, fácil para nosotros.
Con una cotidianidad durísima, cargada de desesperanza, en situación de vulnerabilidad histórica, a los cubanos se nos hace muy cuesta arriba tomar el destino personal con nuestras manos y no dejarnos distraer por las ¿luces? que nos salen al paso. El mundo convulsiona. Nuestro pequeño país está a punto de entrar en estado vegetativo. Es obvio que dentro de un pequeño espacio de tiempo incalculable, el mundo, tal como lo conocemos, dará un vuelco. Tal vez no sea del todo para mal. Aunque parece.
El tridente del diablo, que así se llama la acción en escena número 16 de Lázaro y César Saavedra Nante —tercera que realizan para Ece—, no puede contarse en forma lineal. Sucede ante nuestros sentidos como aluvión, y no cabe hacer otra cosa que prenderse algunas imágenes en la retina, cazar sonidos al vuelo, en un intento vano de racionalizar lo no racionalizable. Este dúo creativo, los gestores y actores de este espectáculo, dice lo que quiere —al parecer, lo saben muy bien—, y nosotros tratamos de darle alguna coherencia a nuestro estupor.

El heavy metal da entrada a los personajes. The Sword canta: “Muchachos, ¿se han caído? Levántense, levántense. Cielo oscuro lleno de caos; el destino llama”. Y esa última línea parece centrar la filosofía toda de la acción que los Saavedra nos proponen. No es una proposición amable —la vida que conocemos tampoco lo es—; estamos siendo conminados, más que a mirar, a ver. Y no podemos volver el rostro para contemplar las vallas rutilantes del camino, aunque su fulgor se contraponga a la oscuridad (literal) en que estamos sumergidos.
Sobre “La era está pariendo un corazón”, ambos actores sostienen un artefacto lumínico, rojo, como el órgano mismo. ¿Recuerda el lector esta canción de Silvio, las circunstancias que metaforizaba en 1968? Hablaba de un nuevo mundo en eclosión. ¿Por qué desempolvarla ahora? ¿Será que la era no ha terminado de parir y que este plazo nuestro es apenas una fracción de segundos en términos de devenir histórico o que, por el contrario, nos hallamos a las puertas de un nuevo alumbramiento?

El tridente del diablo expresa, da elementos para el debate apasionado. The Sword hablaba de destino; Silvio, de porvenir, que parece lo mismo, pero no es igual. El destino se cree que ya está prefigurado, escrito en un libro secreto con renglones torcidos, y poco o nada se puede hacer para cambiar su curso. En cambio, el porvenir es ese espacio que se abre ante nuestros ojos, y que podemos convertir en erial o en campo fértil; lo cual va de la resignación a la acción propositiva, incluso sobre la escena.
Escuchamos el himno de la alfabetización, y desandamos nuestra historia. En el suelo, César ejecuta movimientos paroxísticos. Lo que para estos jóvenes actores-autores es referencia, para una parte del público congregado en la sala es vivencia. Igual unos y otros viajamos a los albores de un tiempo en que la utopía por primera vez nos pareció posible.
En otro momento, uno de los personajes corre desesperadamente en el mismo lugar, en vivo, sobre un fondo de alguna de las redes sociales del momento. No avanza, a pesar de que está dándolo todo. Termina por desfallecer sin haber siquiera vislumbrado la meta.

Párrafo aparte merece la “escenificación” de “La niña”, bachata de Aventura, que narra la violación de una menor por su padre. Aunque el género es bailable y suele asociarse con amores despechados, en este contexto, la canción se convierte en una denuncia contra uno de los abusos más execrables entre los humanos. Para ello se sirven de un empaque muy familiar al oyente, como afirmando que lo contado, el abuso sexual a menores, no es tan extraordinario como quisiéramos creer.
Pero lo que recibimos en El tridente… es otra cosa. El actor baila, goza la música sin detenerse en el texto, lo que a las claras alude a la banalidad imperante en nuestro mundo, donde todo se subordina a la exposición, al espectáculo, en tanto mercancía potencialmente realizable.

En otro momento, Maya Plisetskaya, la memorable bailarina rusa, lanza un alegato por la libertad personal. Dice que no quiere agachar más la cabeza, que alguien decida por ella, que tenga que esconder sus pensamientos…
Hay más, muchísimo más: ráfagas de ideas, fogonazos de sentido. Vamos encajando en la luneta sentimientos desgarrados sin apenas tiempo de reponernos. Reparto, música rock, textos confesionales de los propios autores, desgarradas cartas y reflexiones. Y el magno discurso de Charlot transmutado en dictador mundial.
Es gloriosa la alocución donde el tirano se desdice, renuncia a sus supuestos poderes y muestra el amor que siente por la humanidad:
“Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es asunto mío. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Quisiera ayudar a todos, si es posible: judíos, gentiles, negros y blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir de la felicidad de los demás, no de su miseria. No queremos odiarnos ni despreciarnos. En este mundo hay espacio para todos. Y la buena tierra es fértil y puede proveer para todos. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido.
“La codicia ha envenenado las almas humanas, ha atrincherado el mundo con odio, nos ha arrastrado a la miseria y al derramamiento de sangre. Hemos desarrollado la velocidad, pero nos hemos encerrado en nosotros mismos. Las máquinas que nos dan abundancia, nos ha dejado en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia, duros y crueles. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos bondad y gentileza. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá…”
El tridente del diablo habla de las bajas pasiones, pero también de la esperanza. Estos dos artistas nos provocan y nos enfrentan a nosotros mismos. Por el camino de la emoción nos conducen a las ideas. Es un viaje riesgoso. A veces no se ve el fin, pero está ahí, como el pesar, el rencor, la paciencia y la bondad, dentro de cada uno de nosotros.
Los católicos dicen que Dios está en los detalles. Nuestros santeros dicen que el diablo son las cosas. Ambos tienen razón. Cuidar los detalles con esmero puede lanzarnos a una calidad superior. No abandonar “las cosas” a los designios del egoísmo y el odio. Aún hay tiempo.
Qué: El tridente del diablo, con Lázaro y César Saavedra Nante. Dirección general: Nelda Castillo.
Dónde: El Ciervo Encantado. 18 e/ Línea y 11, El Vedado.
Cuándo: Hasta el 27 de abril. Viernes y sábados, 7:00 pm; domingos, 5:00 pm.
Cuánto: 50 CUP.