José Saramago (Portugal, 1922-España, 2010) obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1998. Hasta hoy, el único escritor de su país en alcanzarlo. Mundialmente conocido por su obra literaria, en particular por su narrativa de ficción, el periodista y escritor se desenvolvió en múltiples géneros, entre ellos la crónica, el ensayo y el teatro. Cuatro son sus obras en esta última modalidad. La noche (1979) es la pieza inicial entre sus discursos para la escena y la primera en subir a nuestras tablas. Evento feliz que ha tenido lugar en el último mes del año.
Debemos tal suceso a los artistas de Ludi Teatro, comandados por Miguel Abreu, su director general y artístico, quienes desde meses antes han venido laborando con la producción dramática del artista lusitano a través de las lecturas dramatizadas de fragmentos de las obras In Nomine Dei, conducida por la actriz Arianna Delgado, y de la novela Las intermitencias de la muerte, a cargo del propio Miguel Abreu, quien acaricia el sueño de realizar su versión teatral y presentarla en escena.
La noche tiene por contexto la llamada Revolución de los claveles de Portugal en abril de 1974. Desarrolla su acción durante las altas horas del 24 de abril y las primeras del 25; el decisivo intervalo de tiempo en que los militares del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) se levantaron y terminaron con la dictadura del llamado Estado Nuevo, establecida en el país desde 1925; depusieron del poder a Marcelo Caetano e instauraron la Junta de Salvación Nacional presidida por António de Spínola; momento en el que da comienzo la restauración de la democracia en Portugal luego de cinco décadas de ejercicio de una dictadura que mantenía el insensato régimen colonial sobre los territorios africanos de Angola, Cabo Verde, Guinea Bisáu, Mozambique, Santo Tomé y Timor Oriental —con un elevadísimo costo para la economía del país— mientras recrudecía la represión política al interior de la nación.
La insurrección militar comenzó a las 22:55 horas del 24 de abril; la señal para su inicio provino de la radio, donde se transmitió la canción E depois do Adeus de Paulo de Carvalho, que había representado a Portugal en el reciente Festival de Eurovisión. Las tropas ocuparon sus puestos y sincronizaron sus relojes. A las 00:25 horas del 25, la radio transmitió Grândola, Vila Morena, de José Afonso, una canción conocida por su carácter político. Se trataba de la segunda señal acordada por el MFA para tomar los puntos estratégicos del país.
A partir de las 01:00 horas del propio 25, las tropas de las principales ciudades decidieron asumir las órdenes del MFA. Fueron ocupadas las terminales aéreas y las instalaciones civiles de gobierno. La dictadura perdió el control de la nación sin tener ocasión de oponer resistencia.
Durante esa madrugada, los principales jefes del MFA reiteraron las exhortaciones radiofónicas a la población para que permaneciera en sus hogares; no obstante, esta salió a las calles y se sumó a los militares sublevados.
Abril es temporada de claveles en Portugal. El uso de dichas flores por parte de la población, así como de los militares, quienes los colocaron en las bocas de sus armas (fusiles y cañones de los tanques) para expresar el deseo de confraternidad entre civiles y militares y la determinación de estos últimos de evitar una guerra civil.
En los días posteriores fueron puestos en libertad los presos políticos y regresaron del exilio figuras de la oposición como Mário Soares y Álvaro Cunhal. Terminó el imperio colonial portugués en el continente africano. Angola, Mozambique y el resto de los territorios obtuvieron su anhelada independencia.
En 1926 fueron convocadas elecciones en Portugal para crear una asamblea constituyente y se conformó una democracia parlamentaria. Miles de portugueses asentados en África y en otros lugares del planeta regresaron al país.
Si bien este es el escenario social de la trama teatral, su espacio físico y de relaciones es, nada menos, que la redacción de uno de los diarios de Lisboa. Sus personajes se reparten entre periodistas —de diversas generaciones y posiciones políticas—, administrativos (el director y el administrador, este último, heredero del dueño) y obreros de los talleres (los tipógrafos), aunque su gran protagonista es la censura, la coartación de la libertad de pensamiento y expresión.
Las contradicciones que mueven la historia son múltiples: las que existen entre los propios periodistas, de acuerdo con sus posiciones con respecto a la profesión y dentro de la política; las que se expresan entre los trabajadores de los talleres y los periodistas y las que se manifiestan entre los administrativos y estos dos grupos.
La vasta experiencia de Saramago dentro del mundo del periodismo sustenta todo este intenso entramado dramático donde se negocia la noticia y se comercia con la verdad de los acontecimientos. Mientras asistimos a la negociación de la jefa de la redacción, la Sra. Valadares, interpretada por Arianna Delgado, con el sibilino y detestable director que nos presenta Evelio Ferrer, se denuncia sin ambages cómo, en realidad, son los coroneles del gobierno dictatorial quienes definen “lo noticiable” de cada edición.
La discusión ética en torno al respeto por el ejercicio de la profesión tiene por eje las relaciones entre Manuel Torres, redactor de provincias, a cargo de Luis Ángeles León, y la jefa de la redacción, a la cual se suma el personaje de Claudia, la joven becaria que defiende Sindy Rosario.
Difícil será hallar un espacio de más alta tensión que la redacción de un periódico dentro de un contexto sociopolítico francamente fascista, como el del Portugal de la época, y aquí encuentro el primer valor de La noche como producto dramático.
A ello le sigue la gama de personajes, coherentes en sus intereses con sus posiciones en la escala social.
Como clímax, la acción dramática incluye el hecho de la asonada militar. ¿La registra el periódico como noticia de su edición matutina o se atreve a ignorar lo que va siendo, durante la madrugada, una verdad a voces?
La puesta de Miguel Abreu mantiene el tono realista de la pieza y lo acentúa con un diseño minimalista donde nada distrae la atención del espectador sobre los personajes. Nuevamente, su elenco responde a las exigencias de texto y dirección, y a los actores ya nombrados se suman Raiza D´Beche, como Josefina, redactora de los temas internacionales; Tomas Agüero en Figueredo Jr., administrador, a la par que heredero del dueño del diario, y Carlos Padrón a cargo de Jerónimo, un decidido jefe de los talleres que sabe defender su responsabilidad con lo que allí, finalmente, se produce.
El espacio escénico se ha reducido aún más en la ya pequeña sala de Ludi. Una primera fila de espectadores lo rodea de modo rectangular. En todos sus lados existen asientos que son ocupados por los personajes (no por los actores) cuando no se hallan en el centro de la acción. En determinados momentos, estos interaccionan, de modo discreto, con el espectador más cercano.
Sin desconocer el estilo propio de esta particular propuesta saramaniega, Ludi no renuncia a la presencia de la música. Por fortuna para todos Llilena Barrientos está de nuevo en escena —si bien esta vez en penumbras, en un ángulo tras la fila de espectadores—, con música original para el espectáculo que incluye dos canciones muy bien interpretadas por los actores.
Por descontado que la situación —Lisboa, 1975, no importa— halla eco en nuestro público. Los temarios relativos a la comunicación social, y dentro de ella la información veraz a la ciudadanía, la transparencia en la información, el papel social de la prensa, la responsabilidad del periodista son asuntos relevantes en la agenda actual de los cubanos.
Agradezco a Ludi Teatro que, en medio de tan severas dificultades y carencias que no solo atentan contra la producción de un espectáculo sino contra la permanencia en pie de la más modesta sala se mantenga sobre la escena, encargado de incluir en nuestras vidas —duras, inclementes— una dosis imprescindible de belleza, convocándonos una vez más al encuentro y a la constatación de nuestras verdades.
Me regocija disfrutar de este Saramago teatral tan poco conocido y que lo hagamos, además, con esta privilegiada y fecunda noche.