Para seguir amándose, todos los días se cuentan la misma historia ella y él, mientras intentan recordar la casa en la que desapareciera la nieta hace más de treinta años junto a un limonero estéril.
En la casa, que habría de morir baleada, funcionaba una imprenta clandestina detrás de un muro que sudaba tinta, un par de cocineros expertos en conejo al escabeche, una muchacha que hacía milanesas y dos niñas. Era la Argentina de la dictadura y la abuela se llamaba Chicha Mariani. La búsqueda de esa niña, la espera, la Plaza de Mayo y el dolor, los mantendrá vivos durante toda la obra.
Instrucciones para abrazar el aire, del grupo ecuatoriano Malayerba, cerró este domingo la décima edición de Mayo Teatral para La Habana de manera espectacular. Arístides Vargas y Charo Francés interpretan a los seis personajes que conforman la obra (los abuelos, los cocineros y los vecinos) y uno no puede, no quiere, elegir entre ellos. Están fusionados dentro y fuera del escenario, se complementan magistralmente entre risas y lágrimas mediante un texto exquisito del propio Arístides basado en la historia de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.
Narrada en dos planos temporales que se unen y se alejan por momentos, la obra establece un diálogo con la política, a partir del fenómeno de la expropiación de miles de niños durante la dictadura argentina. En el presente, los abuelos se ahogan con el dolor de la ausencia (de su nieta, de justicia, de respuestas) y talan árboles en vez de tocar el chelo. En un arrebato de desesperación, ella se apunta a la frente con una pistola: “O te morís o te rendís”, dice Chicha, y luego la baja resueltamente, “No te rendís ni carajo”, dice, y camina medio ciega toda la ciudad hasta llegar a la casa agujereada y abrazar al limonero estéril que aún no se ha secado, como no se seca la esperanza de los protagonistas. En la década del setenta, los vecinos intentan averiguar qué se esconde detrás del muro de la casa, y los cocineros, desde la ingenuidad y la ignorancia, tratan de esconderlo.
Los seis personajes confluyen —intencionalmente o no—, en la casa donde ocurrieron los sucesos. La casa suda tinta y respira libertad, o al menos lo intenta, hasta que muere, finalmente, llena de plomo. La casa es, entonces, un personaje más en la obra, que asiste al dolor que rodea a los sucesos y los protagoniza.
Malayerba ha logrado una vez más trasladar la realidad al lenguaje propio que como grupo teatral desarrollan desde 1980. La mezcla de nacionalidades y culturas entre sus miembros tributa a la consolidación de una identidad y una poética propias que lo sitúan entre lo mejor del teatro latinoamericano contemporáneo.
Instrucciones para abrazar el aire establece además un balance perfecto entre las escenas. Los dramáticos parlamentos de Charo Francés y Arístides Vargas, dichos como quien intenta liberarse de un peso enorme, conmueven a la audiencia y se conjugan con la comicidad de los cocineros y los vecinos. Un humor lleno, por demás, de reflexiones sociales y políticas.
En su infinito dolor, la abuela da instrucciones específicas para afrontar la ausencia. El abuelo parece más fuerte, pero sol en apariencia. Cada mañana tienen que contarse la misma historia y luego se marcha a talar pájaros, dice, que intentan en vano agarrarse al vacío.
No queda entonces más que seguir luchando y aferrarse al aire, que en definitiva, en este país está lleno de muertos, reconoce él mientras ambos rodean un cuerpo imaginario y van cerrando el abrazo, lentamente, mientras las lágrimas caen de las mejillas y mojan el suelo y al limonero, que sigue estéril, a pesar de la lluvia, a pesar de los años, a pesar, lamentablemente, de los abrazos.