Martí dejó escrito que subir lomas hermana hombres. Quería decir que el esfuerzo conjunto, las circunstancias infortunadas compartidas acercan a los seres humanos, los empatizan. Es un aserto que no admite discusión. La vida cotidiana lo valida a cada instante. Ahora, lo que me llena de dudas es si compartir las penurias por un tiempo que comprende a varias generaciones tiene el mismo efecto. Si la insolvencia y las estrecheces materiales a lo largo de décadas no nos ponen en peligro de convertirnos en seres insensibles, sentimentalmente descomprometidos, defensores de la filosofía salvaje del sálvese quien pueda.
Sobre esto y más reflexiona la obra teatral Más unidos que nunca, escrita y dirigida por José Ignacio León para el Teatro del Sol, y que tendrá presentaciones hasta el primer fin de semana de agosto en la Sala Llauradó, de La Habana.
Un grupo de seres variopintos se encuentran en la madrugada habanera en el sitio en el que, muchas horas después, se organizará una cola para adquirir alimentos. Son los días pandémicos, de movimientos restringidos por las autoridades y escaseces impensables.
Ellos están ahí para asegurarse los primeros puestos en la fila, aun sin saber qué “sacarán” a la venta, ni si habrá de “eso” suficiente para todos. El suyo podría parecer un asunto kafkiano, pero en realidad es un ejercicio de sobrevivencia: da igual lo que vendan. Todo es necesario. Pero si es pollo, la casi exclusiva proteína animal de que podrían disponer, las tantísimas horas de cola tendrían mucho más sentido.
La policía intenta que no se viole el toque de queda. Dispone multas a los “coleros”. Mas se trata de un movimiento incontenible. Ahí van apareciendo el que ha hecho de la cola su modus vivendi (marca para diez personas invisibles, a los que les venderá los turnos en la medida en que aparezcan), mientras argumenta que el suyo no es otra cosa que un acto de “resistencia creativa”; la señora mayor, migrante interna, fiel seguidora del noticiero de televisión, que ha venido del campo, donde hay muchas más calamidades, a paliar en algo las necesidades alimenticias de su familia; la anciana a la que se le agotó la provisión de leche, descreída de todo, de vuelta de una historia personal de abandonos por emigración que, se suponía, no debería desembocar en ese alijo de necesidades; el impedido físico momentáneo, erotómano irrefrenable, que cayó de una ventana cuando rascabuchaba a una vecina, y cuya condición pudiera favorecerlo a la hora de organizar la fila; la peluquera que, por su bata blanca, se deja confundir con doctora, y aprovecha el momento para vender desde pulseras de abalorios hasta guantes quirúrgicos; la predicadora que piensa que, con el favor de Dios, todo se va a resolver más adelante; el trabajador que ha venido a hacer la madrugada para que su hija asmática no tenga que someterse a la humedad ambiente; y, por último, la deslenguada que todos conocemos, dispuesta a desbaratar el orden para aprovecharse de la confusión y así ocupar los primeros puestos: ella, personaje de nuestro vernáculo existir, también tiene urgencias que satisfacer, muchachos que en casa esperan la proteína necesaria…
Se trata de una guerra sin cuartel, de todos contra todos y, aunque por momentos hay brotes de solidaridad entre ellos, cada uno despliega sus mejores armas.
Más unidos que nunca es una obra costumbrista ágil, con diálogos que fundamentan su comicidad en la intertextualidad que se opera al descontextualizar consignas oficiales y razonamientos maniqueos que emanan de los entresijos del poder político.
Los lemas de optimismo infundado que se lanzan a través de los medios nacionales, los personajes los resemantizan y deconstruyen con descacharrante desenfado. Y si el nivel de actuación es destacable en términos generales, el desempeño más brillante corresponde a Ernesto González Umpierre, delicioso en su papel de anciana campesina, dicharachera, crédula y batalladora.
La puesta tiene un ritmo incesante, los personajes están perfectamente delineados, y si no presentan un calado sicológico mayor es porque el género no lo precisa. La banda sonora, diseñada por Juan Piñera, tiene la virtud de acompañar, subrayar y matizar las acciones dramáticas sin estridencias.
Como sucede en este tipo de piezas que hurgan en la conflictiva actualidad de Cuba, el propósito del dramaturgo no es develar ángulos nuevos para la dilucidación de los conflictos, ni aportar elementos inéditos para el debate. Su propósito es servir de espejo al público, que se reconoce en toda su complejidad, al tiempo que ríe. Y eso se cumple a cabalidad. La gente goza con Más unidos que nunca, pasa una hora aparcando sus propios dilemas y asumiendo los de los personajes, que son los suyos mismos; pero como si no lo fueran.
Si algo habría que señalar en sentido negativo, solucionable para futuras escenificaciones, es el uso, en los minutos finales, del segmento audiovisual, que estuvo a cargo de ese gran actor que es Omar Alí. Aunque bien realizado, no aporta a la trama. Y se recibe como un intento de “humanizar” a unos personajes que están suficientemente expuestos con sus máscaras y, también, con sus luces.
Entretenida, brillante por momentos, de grandes dosis de humor criollo, con este nuevo trabajo del Teatro del Sol, la compañía cuya dirección general recae en Sarah María Cruz, se anota un tanto a favor en este verano caldeadísimo.
Si piensa ir a ver la obra, acuda temprano a la taquilla, pues las localidades vuelan. Decida usted si los cubanos de ahora mismo estamos más unidos que nunca, o no.
Qué: Puesta en escena de Más unidos que nunca, comedia costumbrista
Dónde: Sala Adolfo Llauradó. Calle 11 e/ E y D, El Vedado, La Habana
Cuándo: De viernes a domingo, a las 5:00 p.m., 28, 29 y 30 de julio; 4, 5 y 6 de agosto
Cuánto: 20 CUP