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No hay personaje que se le resista a Osmara López. La actriz, egresada de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y de la Universidad de las Artes (ISA), ha conseguido posicionar su nombre en los medios de comunicación gracias a su talento, perseverancia y amor genuino por el oficio. Estas cualidades han quedado patentes en sus actuaciones, donde aflora la versatilidad interpretativa, acompañada de un alto sentido de compromiso con su carrera.
Actualmente la vemos como Zenia en la telenovela Regreso al corazón (2025), pero su recorrido en el arte comenzó a los nueve años. Su rostro y presencia están asociados tanto a las tablas como a la pequeña pantalla, con participaciones en la telenovela El derecho de soñar (2023) y en el espacio policiaco Tras la Huella.
En el teatro, donde se revela su alma de actriz, el público la ha disfrutado en Oficio de isla, Luz, El Collar y Personas, lugares y cosas, entre otras obras en las que ha demostrado su capacidad para encarnar personajes complejos con una sensibilidad única.
¿Qué fue lo primero que hiciste en la actuación que recuerdes que alguien haya aprobado?
Desde niña formé parte de la compañía infantil El Hombrecito verde. Allí hice varias cosas: canté, bailé, hasta que comencé a actuar. Aunque era muy pequeña, siempre lo asumí como un trabajo; sinceramente, me iba la vida en ello. En particular recuerdo una obra llamada Fernández de Alba (versión de La casa de Bernarda Alba). En ese montaje interpretaba a La Poncia y doblaba con quien fue mi guía, mi pilar y mi maestra en ese momento: Claritza Hipólito. Tenía 13 años entonces, y aún guardo el recuerdo de mi estreno, las felicitaciones, los abrazos, los aplausos…todo.
¿El teatro es tu verdadera pasión?
Sinceramente, se lo debo TODO (en mayúsculas por una clara razón). En el teatro me formé. Me dio las herramientas para poder enfrentar muchas cosas en esta profesión. Te da el tiempo para crear con libertad y sin apuros. Hace que en cada función te renueves y experimentes, porque somos seres humanos y no estamos igual anímicamente todos los días. El teatro me remueve por dentro y siempre volveré a él. Pero hoy, afortunadamente, estoy descubriendo otros caminos: la televisión y el cine. Diría más bien que la actuación es mi verdadera pasión.

¿Tu físico te ha condicionado a interpretar algunos personajes?
Definitivamente sí, eso nos pasa a todos. Aunque un personaje tenga alguna característica física en particular, siempre lo adapto a mi cuerpo. Imagina que a un mismo personaje, con una cojera marcada, lo interpreten dos actrices distintas: no saldría igual.
Con esto quiero decir que nuestras características físicas siempre son aliadas a la hora de crear y hacer único al personaje. Yo, por ejemplo, soy una mujer de baja estatura, negra, de pelo corto, manos pequeñas; todo eso lo he usado en función de los personajes.
Para Zenia, marqué un contoneo que provocaban los tacones, pero que se acentuaba más en mis caderas, que no son pequeñas. Usé también mis uñas largas para darle cierto glamour y la versatilidad de mi pelo afro para crear un look exclusivo del personaje.

¿Has rechazado algunas propuestas de trabajo para que se desarrolle la carrera que quieres llevar?
No, hasta ahora he aceptado todas las propuestas que me han llegado. Estoy en proceso de aprendizaje, así que tengo la política, hasta el momento, de aceptar cada trabajo. Siempre hay algo que aprender, incluso del personaje más pequeño.
¿Entrar en un personaje resulta complejo o excitante?
Las dos cosas. Los actores le damos vida a seres totalmente desconocidos para nosotros. Podemos toparnos con características que se asemejan a las nuestras o no. El proceso de encarnar un personaje requiere mucho esfuerzo físico y mental.
Descubrir y vivir a ese ser es excitante, pero para llegar ahí hay que recorrer un camino complejo. El personaje tiene aspiraciones, sueños, virtudes, defectos, pasiones, un pasado, un futuro, resentimientos…y eso los espectadores deben vivirlo junto a nosotros. Por eso es un trabajo extremadamente minucioso.
¿La autenticidad es lo más difícil de conservar en este oficio?
Sí, por supuesto. Los actores somos seres humanos y también estamos en proceso de crecimiento, construcción del carácter y autodescubrimiento. A veces uno se pierde en la popularidad, los reflectores, los aplausos, y fácilmente puedes tomar el camino equivocado e imitar.
Por supuesto, no les pasa a todos. Pero si encuentras tu propósito, tienes claras tus ideas, sabes poner límites —a otros y a ti mismo—, te expresas sin miedo a la opinión ajena y logras mantenerte firme en ello, entonces eres auténtico. Eso es irrefutable.
También hay que luchar mucho por mantenerse humilde. Creo que es una profesión que requiere de muchísima humildad.

Comentaste en otro espacio que te habría gustado mejorar algunos aspectos de tu trabajo en El derecho de soñar. ¿A qué te referías?
Ese fue mi primer gran trabajo en la televisión. Hice un personaje muy complejo que, desde donde estoy ahora, veo que requería de una Osmara con más experiencia. Aunque esto no quiere decir que no me abrace y me celebre, porque lo di todo con las herramientas que tenía en ese momento.
En aquel entonces no tenía conocimiento de los códigos de la televisión. Yo salí del teatro directamente a hacer ese personaje, y en algunas escenas pienso que quedé desfasada. La energía del teatro, por supuesto, no es la misma que la de la televisión, y aunque lo tenía claro, no logré encontrar ese punto medio. En algunas escenas bajé demasiado la energía, tratando de evitar que se viera teatral.
La manera de decir también fue algo que me golpeó mucho; no lo entendía bien. Hace poco, casualmente, estaba viendo unas escenas de la novela y me di cuenta. Pero nada de esto significa que no esté contenta —aunque no conforme— con mi trabajo y la experiencia. Yo viví a Jessica a plenitud: la amé, la amo y la amaré siempre.

¿Esa inconformidad guarda relación con tu nivel de autoexigencia?
Totalmente. Aunque a veces puede ser muy dañina, pienso que ahí está el desarrollo. En la conformidad te quedas en tu zona de confort, no avanzas ni creces. Escogí esta profesión porque es lo que me apasiona hacer, así que debo superarme y tratar de dar siempre lo mejor.
Soy muy dura conmigo misma y eso me lleva a niveles de estrés elevados. He aprendido a perdonarme un poco, porque evidentemente no siempre voy a estar al cien por ciento. Pero eso no quiere decir que me vaya a acomodar. Incluso en los personajes que me resultan cercanos trato de buscar la complejidad, para sacar el mayor aprendizaje posible.
¿Una actriz siempre debe enriquecer un personaje que ya trae sus características o debe respetar el guion al pie de la letra?
Ese es el trabajo del actor: darle vida a lo que está en el texto. Es inevitable enriquecer un personaje porque siempre pasa por nuestro filtro, nuestras creencias y experiencias, y al final le ponemos nuestro sello. Aunque también depende del equipo con el que trabajes. Hay directores a los que no les gusta modificar casi nada, pero el texto es resultado de un pensamiento y un mundo interior que pasa por nosotros. Así que sí, es necesario —casi una ley— enriquecer a un personaje. De lo contrario no es creíble. Muchos personajes no están tan desarrollados en el guion porque no son protagónicos, y si yo como actriz no les doy vida, ¿quién va a creer en mi trabajo?

¿Cómo asimilaste el cambio que experimentó Jessica en la novela?
Fue una transformación muy linda. Ya te digo, amén de todo, disfruté el proceso a cabalidad. Pude entenderla desde el inicio, pero más lo disfruté cuando la novela ya estaba en pantalla. Yo sufría como espectadora y como actriz que le dio vida al personaje. Esa transformación vino a calmarlo todo. Creo fielmente que una persona, si se lo propone y trabaja fuertemente en ello, puede cambiar, y Jessica lo logró.
En la televisión le has dado vida a personajes controversiales. ¿Te has planteado seguir actuando en este registro o han sido decisiones de los directores?
Bueno, esta es mi segunda novela y por coincidencia —con sus diferencias y transformaciones— los dos personajes han sido “negativos”. En ambos casos ha sido decisión de los directores, porque uno se presenta al casting y son ellos quienes deciden en qué personaje ubicarte.
Como actriz quiero experimentar otras cosas, no quedarme en el mismo registro porque eso sería estancarme. Pero reconozco que he aprendido muchísimo con estos dos personajes, tanto en lo profesional como en lo personal. Un personaje negativo requiere creatividad, apertura para entenderlo y justificarlo, tacto para que no se convierta en un cliché y, sobre todo, amor para poder vivirlo.
¿Te has sentido arropada por el público?
Realmente sí. Ahora mismo tienen una relación de amor-odio con Osmara-Zenia. Muchas personas saben que es un trabajo, un personaje, y cuando hablan con odio es hacia ella, no hacia mí. Eso me hace muy feliz.
En la calle me abrazan, me besan, me felicitan y me desean tantas cosas lindas que me conmueve. También he recibido mensajes muy bonitos, tanto de colegas como del público. Sinceramente, no puedo estar más feliz ni más arropada.
¿Qué experiencia adquiriste en la comunidad creativa Nave Oficio de Isla que incorporaste durante tu participación en la telenovela Regreso al corazón?
En Nave Oficio de Isla, Osvaldo Doimeadiós (Doime) es muy exigente con nosotros, y para bien. Eso es algo que siempre llevo conmigo. La posibilidad de crear en esa compañía me ha ayudado mucho a abrir mi mente para construir un mundo propio a los personajes, a no quedarme simplemente con lo que está en el guion.
También la disciplina de llegar con la propuesta y la tarea hecha. Claro que se puede crear en el momento y dejarse llevar por lo que te da el compañero, pero siempre sobre la base de una propuesta clara y estudiada. Si algo me ha dejado todo este tiempo es la confianza en mí misma y en el proceso, y el lanzarme sin miedo.
¿El ritmo que impone hacer un dramatizado supone una presión extra?
Definitivamente sí, y más para quienes venimos del teatro, donde estamos acostumbrados a tener tiempo para el proceso y la creación del personaje, y el trabajo es continuo.
En la televisión todo es demasiado rápido y agitado. Uno puede hacer muchísimas escenas con registros emocionales distintos en un solo día, y eso es extremadamente agotador. Y si la escena quedó hecha, quedó. No es como en el teatro, donde tienes la posibilidad de perfeccionar algo en la función siguiente. En televisión, si una escena no te satisface del todo pero funciona, se queda. Eso genera presión, sin dudas.
Uno aprende sobre la marcha, y más allá de ser enemiga, esta característica se convierte en aliada.
Ers una de las actrices jóvenes más demandadas de nuestros medios. ¿Te comprometen estas oportunidades?
Por supuesto. No solo con el público, sino también conmigo misma. Me comprometen a hacer algo diferente y novedoso en cada personaje, a interpretarlo con mayor verdad, a prepararme para hacerlo mejor cada vez, a desaparecer para que el personaje cobre vida. A hacerlo sin vanidad, poner todo lo que el personaje necesite, ya sea pelarme, usar prótesis, no verme tan bonita o glamurosa, etc. Es un reto que estoy dispuesta a asumir porque ese es mi camino y siempre lo será. Me va la vida en ello, no me veo haciendo otra cosa.
Proyectas mucha seguridad en pantalla. ¿La preparación le otorga confianza al actor?
La preparación ayuda en todos los sentidos, ya sea la formación académica o la preparación para asumir un personaje. La primera es clave porque te da herramientas para enfrentar con mayor claridad un proceso creativo, aunque esas herramientas se desarrollan con el tiempo, la experiencia y el hacer.
Para mí la ENA fue determinante. La disciplina que exige la carrera se la debo en gran parte a la academia. La preparación en el otro sentido también es extremadamente necesaria: dejar claras las características, la forma de caminar, de expresarse, las circunstancias del personaje. Todo eso te da seguridad para vivirlo a plenitud.

Si tuvieras la posibilidad de armar un elenco para una película con compañeros de tu generación, ¿a quiénes convocarías?
Hay muchos colegas a los que admiro muchísimo, sean de mi generación o no. Pero no me faltarían Jessica Aguiar, Roberto Romero, Daniel Triana y Rolando Rodríguez. También incluiría a Johan Ramos, Geyla Neira, Ariel Zamora, Alejandro Philips, Ingrid Lobaina, Luis Ángeles León, Andrea Doimeadiós, Claudia Alonso, entre otros. Realmente me gustaría trabajar con muchos.
Las redes sociales han propiciado la interacción entre los artistas y el público. ¿Te nutres de los comentarios que recibes o prefieres no centrarte en las valoraciones de personas que no te conocen?
Siempre es bueno saber qué opina el público, porque al final para ellos trabajamos. Pero muchas veces los comentarios no son tan halagadores, ya sea sobre el trabajo en sí o sobre el físico de los actores. Por supuesto que afecta, pero particularmente he aprendido a lidiar con eso. Tomo lo que considero una crítica constructiva y lo demás lo ignoro.
Sí me importa mucho lo que el público piense, porque la magia de leer y vivir al personaje es distinta a la de ver el resultado en pantalla. Ellos son los receptores y crean sus propias versiones y visiones. Increíblemente inventan historias que uno como actor ni imagina, y eso es constructivo. Te ayuda a ver qué gusta, qué desagrada y a redirigir las cosas en el próximo personaje.
¿Qué pensabas que sería importante en tu vida y al final no lo ha sido?
De niña siempre soñé con fama y popularidad, y justamente eso, entre otras cosas, ha perdido importancia para mí. Actúo porque es una necesidad que viene de adentro. La popularidad puede ser un resultado, pero ya no es un objetivo.
¿Qué experiencias ansías como actriz?
Quisiera interpretar un personaje —o varios— que me exijan un cambio físico radical. Creo que sería un reto que me encantaría superar y me haría sentir realizada, además de todo el aprendizaje que esa experiencia traería. Creo incluso que me transformaría personalmente.