Queda vida en el “Rascacielos” de Jazz Vilá

La ópera prima de la compañía vivió un reestreno inusual en La Habana, con un montaje performático.

Puesta en escena especial de “Rascacielos” en La Habana. Foto: Yoel Rodríguez.

Una historia tendrá vida siempre que haya un público dispuesto a escucharla, sentirla e imaginarla. En ese afán, el teatro siempre será un recurso tanto para inmortalizar un hecho real como para materializar sucesos que surgen de la imaginación del artista que los crea. 

Hace unos años Jazz Vilá se apropió de una historia personal para añadirle sinsabores, un poco de drama y alguna que otra alegría fugaz a Rascacielos, su ópera prima con la compañía que lleva su nombre. La puesta en escena ya le ha ofrecido al creador muchas alegrías dentro y fuera de Cuba.

Recientemente, la obra volvió a cobrar vida para el público, pero esta vez con un montaje peculiar en el que la cuarta pared mutaba en la Mansión Castillo, una de las casas patrimoniales del Vedado habanero. Las artes visuales y la música en vivo acompañaron esta particular puesta en escena.

Si algo ha caracterizado el trabajo de la compañía Jazz Vilá Projects (JVP) ha sido la experimentación y la constante búsqueda de nuevas maneras de hacer en el teatro, que han coqueteado con otros formatos creativos como la televisión y el cine. La música también tiene un papel destacado en las obras, y se presenta casi siempre en forma de creaciones originales.

El pasado mes de abril JVP celebró sus ocho años de fundada con presentaciones especiales en Miami, donde cuatro de las cinco historias originales coincidieron en una misma narrativa, cambiando el anterior formato (una habitación común para cuatro parejas), para alternar al unísono una habitación, una cocina, una sala y un balcón.

Ahora, en La Habana, durante la última semana de junio, se retomó la idea original y los espectadores pudimos disfrutar de las cinco historias originales de amor y despedidas, de momentos de goce y enfados, con penas y glorias, siempre con la metáfora del rascacielos como sumun de felicidad, pero también como recordatorio de la estrepitosa caída que puede suponer habitar en semejante edificación.

El espacio escogido tuvo como escenografía la exposición colectiva Medio milenio, que en su segunda temporada, bajo el nombre de Habana erótica, busca un “(re)conocimiento de otros ángulos visuales e interioridades no mostradas” de la capital, en palabras de las curadoras Mayda Tirado y Lia Milanés, un concepto que se ajusta a la temática de Rascacielos.

El erotismo y la provocación que emanan de los rincones de la ciudad son absorbidos por los actores durante la función, donde las vidas de los personajes se entrelazan bajo un hilo no tan invisible, habitando en una ciudad que los lleva a desatar sus pasiones y oscuros deseos, evocando viejos amores y buscando la vitalidad que lleve a las parejas a mantenerse en pie, a pesar de los pesares, como la propia Habana que, aunque no cuente con su propio rascacielos, trata de no caer en el olvido y en el desánimo.

Las piezas de los 11 artistas que integran la exposición tienen los nombres de Adrián Socorro, Alicia de la Campa, Rafael San Juan, Arián Írsula, Ismael de la Caridad, Harold Marín, entre otros. Las obras buscan reflejar, a través de la pintura, la escultura y la fotografía, principalmente, los diversos matices, constantes y colores de la centenaria capital cubana, que ha estado adornada por historias de amor y desarraigo a lo largo de sus cinco siglos de existencia.

Así, la obra de Vilá, adaptable a cualquier entorno, sabe reflejar los diferentes estados de ánimo de la ciudad, tal como sucede en cualquier relación de pareja, —sea esta heteronormativa o no—. Rascacielos no busca indagar en los tejemanejes de una relación convencional, sino que muestra al público la diversidad de afectos que componen a las sociedades, sea en La Habana o en cualquier otro destino del mundo.

La música en vivo en este montaje funciona como elemento sutil y puntual durante la puesta en escena, aunque pudiera cobrar mayor protagonismo en futuras presentaciones, para adecuar un ambiente más propicio a cada una de las cuatro historias presentadas, que incluso pudieran tener su propia banda sonora, sin abusar de la música en cuestión.

En el caso de las parejas de la obra, si bien los jóvenes actores supieron asumir sus personajes con solvencia, faltó por momentos la afinidad y química que distingue cualquier relación, da igual si es en una pareja establecida o en los amantes que recién comienzan un romance.

El aprovechamiento de los espacios resultó otro de los aciertos de este singular montaje, con el cual el público se trasladaba de lugar, permitiendo un acercamiento inusual en el teatro más convencional. Incluso, por momentos se coqueteaba con el público presente, propiciando una mayor interacción tanto con la narrativa en sí como también con las piezas de la exposición.

Escenarios y puestas en escena como esta sacan al público de su zona habitual de expectante pasivo, y le posibilita adentrarse más en la historia que se narra, a su vez que le permite la exploración del entorno donde conviven los personajes. Vilá sabe como llamar la atención de su público y con esta presentación busca, además, llevar el teatro a otros escenarios, con una obra fácilmente adaptable. La puesta es “aire fresco” para las tablas cubanas, necesitadas de iniciativas que puedan llevar las artes escénicas a cada rincón donde el arte sea siempre bien recibido.

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