Harry Potter: se acabó la magia, el estreno más reciente de la escena cubana, por Teatro El Público, un texto de Agnieska Hernández bajo la dirección de Carlos Díaz, es parte del programa de la edición 38va del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
Un puño en la boca, un corazón roto en medio del pecho hueco, unos mondongos sobre la calle, frente a la parada del Trianón, y una muchacha que intenta pasar por encima de esos mondongos que pertenecen a la isla o a su madre, que es más o menos lo mismo que una matria, para no molestarla. Un muchacho aburrido, frívolo en apariencia, cuyo único problema es no tener problemas, un muchacho que mira la ciudad desde una escalera con brochazos de colores vivos. Solo brochazos.
Harry Potter, el de aquí y ahora, es el reverso del personaje libresco y cinematográfico a veces ingenuo, casi sonso, astuto por accidente y destino. Su par caribeño rompe la varita y se rebela contra la magia o contra lo que supuestamente es la magia y la academia. Su equivalente isleño no anda con miedo y desafía las autoridades, las reales y las simbólicas. Estos muchachos ponen en solfa, con un derecho ancestral e histórico, todo, lo que se dice todo, todo: el “maleconazo”, el periodo especial, la migración, las penurias, la educación, las leyes migratorias, el poder político de allá y acullá. Exponen con desparpajo la “feancia” del tercer mundo, del subdesarrollo, del mal gusto vaporizado y en conserva, aquello que nos hace de un modo y no de otro: el pellizco plástico, las medias negras caladas, las uñas postizas, etcétera, etcétera… Y en medio de ese enojo, de esa rabieta, también se ponen ellos en el centro, también ellos son blanco de sus propias balas, también ellos tiran del arco para atravesar la manzana sobre sus cabezas en una especie de suicidio colectivo, de harakiri juvenil.
A mí me gustó lo que no vi, a mí me estremeció lo que no se dijo, a mí me conmovieron las imágenes ocultas detrás de los murales coloridos y de la visualidad cinética. Como siempre, los adultos no comprendieron la rabia, amplificaron la catástrofe adolescente, quizá porque miraron de cerca, demasiado cerca, con una lupa gigantesca, con un microscopio que los dejó fuera de foco, desenfocados, sofocados ante tanta demanda de preguntas, de dolor y de miedo. Muchos nos miramos y nos preguntamos ¿y? Todavía seguimos sin entender.
Estos jóvenes han heredado el corazón roto de la isla. A sus manos ha llegado hecho trizas, y no ha sido su responsabilidad. Dejar claro este punto, clarísimo, así como reclamar ese corazón a medio latir para restaurarlo, para transfundirlo, para hacer un trasplante quizá, son algunos de los deseos de Harry y sus compañeros, raritos ellos, pero reales también.
Poner en cuestión casi todo, incluyendo esa herencia y el destino de esa herencia, es un derecho que estos incómodos muchachos defienden en una postura que no es nueva en la escena cubana. Ahora la desfachatez vuelta recurso, vehículo, actitud política, partido único, rompe con el ceremonial de ciertos discursos oficiales acartonados y tiesos. Con Harry Potter: se acabó la magia asistimos a la iniciación de un ritual que le es inherente al teatro: un espacio en riesgo, un espejo cuarteado, una verdad oscura y sucia.
Feliz y finalmente sube al escenario del Trianón la versión definitiva de un espectáculo que ha estado en cartelera, en su condición de work in progress, por dos años, participando en circuitos teatrales tan importantes en el país como el Festival Internacional de Teatro de La Habana y la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral, de la Casa de las Américas. En ambas plazas, el público pudo apreciar momentos de un proceso creativo aún en producción que iba camino a su resultado final (si fuera el final). Tal como sucedió en Antígonón, primero los espectadores fueron testigos de un proceso abierto, vulnerable, cosido con los hilos de un vestuario de trabajo, y luego, confrontaron un montaje cerrado con la producción y la inclusión de nuevas escenas y otras lecturas que complementaban el proceso. Como en Antigonón, también el motivo principal fue el trabajo de graduación de sus actores. De manera que magisterio y experimentación escénica han sido una práctica frecuente en Teatro El Público gracias, además, al vínculo vivo y abierto de Díaz con los más jóvenes teatristas.
Tanto Carlos como su autora, Agnieska Hernández, apelan a iconos representativos de la saga inglesa para recontextualizarlos. En sintonía con un segmento importante del teatro cubano, la puesta en escena pertenece a esa delgada franja del público juvenil. El espectáculo profundiza en dolores sociales, históricos y latentes, y visibiliza, con punzante ironía y humor, las complejas relaciones de los jóvenes con la memoria y el futuro de la isla.
Reclaman un derecho y se rebelan por él. Denuncian, declaran y se delatan en un doble discurso crítico que tampoco los deja fuera de juego. Exponen maneras de “luchar” y de permanecer, desde lo cotidiano, encarnado en la madre interpretada por César Domínguez (también en el personaje de la Guamampola, directora de la Academia) que lo único que tiene es “tristeza en mi corazón”, o desde la alta política, en las referencias a la normalización de las relaciones con Estados Unidos en una especie de mascarada hipócrita y falsa.
Un gesto sanador y reconciliador, en una narración dividida por cuadros o “capítulos”, es el viaje a África. Allí, en esa tierra primigenia, el corazón de la isla es trasplantado por un corazón de una elefanta. Quien narra esta historia es un personaje cuyo vestuario es similar al traje de los médicos cubanos en África durante la epidemia del ébola.
Sonará raro, me consta, pero Harry Potter: se acabó la magia es un espectáculo esperanzador en medio de la incertidumbre. Harry, el nuestro, rompe la varita al final porque sabe que la magia no está en ese trozo de saúco. “Yo pensé que era una varita, y era desconfianza en mi generación… Si la varita no funciona, ¿cuál es mi talento?… Mi talento es la rebelión contra mí mismo, mi talento se llama distopía…”.
En el gran fresco construido por Teatro El Público junto a habituales y nuevos colaboradores, los quince muchachos hacen notar su empuje, fuerza y verdad. Dos años transcurridos les han permitido, incomprensión y polémica mediantes, curtirse la piel con cada acción, cada palabra, cada gesto, creciéndose sobre el escenario del Trianón. Un escenario que ha soportado el peso de la isla y del teatro, dos espacios que se funden sobre esos viejos tablones para ser lo mismo.
Harry Potter: se acabó la magia ofrece funciones durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano todos los días a las 8:30 pm y el domingo 18, a las 5:00 pm, en el Teatro Trianón, en Línea y Paseo, Vedado.