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Zenén Calero Medina (Cárdenas, Matanzas, 15 de octubre de 1955) es un diseñador de teatro y uno de los referentes más importantes del arte titiritero en Cuba. Su carrera comenzó en los años 80, cuando se unió al Teatro para Niños y Jóvenes de Matanzas, que más tarde se transformó en la agrupación Papalote.
Su pasión por los muñecos y vestuarios lo llevó a desarrollar una estética única que ha quedado plasmada en producciones emblemáticas como Nokán y el maíz y Los Ibeyis y el diablo. Junto a Rubén Darío Salazar fundó el Teatro de Las Estaciones en 1994, un proyecto que ha sido pionero en el arte titiritero matancero y cubano.
A lo largo de su carrera, Zenén ha sido galardonado con varios reconocimientos, incluidos el Premio Nacional de Teatro en 2020 y el Premio Provincial de Artes Plásticas 2025 en Matanzas. También ha creado obras de gran profundidad y dedicación como La caja de los juguetes y El gato con botas. Su contribución al diseño escénico ha sido fundamental para la evolución del teatro en la Isla.
Este año se celebrará la jornada “70 Caleros, un mar de colores”, con exposiciones que reflejan su vasta trayectoria artística, incluida la muestra Lorca vs Calero, que examina su trabajo inspirado en el poeta granadino.
Zenén continúa innovando y explorando nuevas formas de expresión en su Galería-Estudio El Retablo, un espacio que considera como su “niña de los ojos”. A pesar de los logros alcanzados, sigue buscando maneras de reinventar historias a través de sus personajes y mantener su creatividad viva.
Su carrera en el diseño escénico comenzó de manera casi accidental. ¿Qué lo motivó finalmente a dedicarse al diseño teatral, y cómo recuerda esos primeros momentos?
Lo accidental a veces no lo es tanto. Mucho que jugué de niño a armar escenografías, iluminarlas y concebir vestuarios, sin tener la más mínima experiencia. Los destinos a veces se confabulan y te hacen andar el camino hasta el lugar con que sueñas. De alguna manera me pasó eso: se unieron juego y profesión.
El encuentro, primero con Néstor González, el diseñador del Teatro Lírico de Matanzas, y luego con los destacados diseñadores Diana Fernández y Derubín Jácome, que hacían el viaje conmigo —Cárdenas, Boca de Camarioca y Matanzas— desató todo lo demás. Los directores Eddy Socorro y Sara Miyares me dieron la posibilidad de trabajar en el entonces Teatro para Niños y Jóvenes de Matanzas, luego Papalote; eso trajo todo lo demás.
Después de haber pertenecido 18 años a la compañía, ¿qué representa Papalote para la vida artística de Zenén Calero?
Una escuela, el lugar donde aprendí a hacer y amar la especialidad de teatro de títeres o de figuras, desde las directivas del maestro René Fernández, con experiencias profesionales de diseño, hasta la interacción con artistas plásticos y gráficos como Juan Antonio Carbonell y Ramiro Ramírez. Nunca he ido en soledad ni por la vida, ni por el trabajo artístico. Me gusta juntarme con otros creadores, intercambiar opiniones y saberes con ellos. Uno nunca lo sabe todo, tengo eso muy claro, por suerte.
¿Cómo describiría su trabajo con los títeres? ¿Qué descubrió en ellos que lo hizo quedarse inmerso en ese mundo?
Trabajar con títeres me produce un gozo mayúsculo. Uno se convierte en el creador de un universo que depende de tus criterios estéticos, culturales, filosóficos, más los aportes del equipo artístico y realizador.
Cuando descubres que ese gozo también fue sentido igual por Lorca, Paul Klee, Andersen, Leo Delibes, Roberto Diago o Pepe Camejo, entiendes que no estás perdido, que has descubierto un mundo maravilloso.
¿Qué etapa le complace más durante el proceso creativo de una obra/proyecto nuevo?
El proceso creativo es algo que adoro: poner, quitar, mejorar, enriquecer, descubrir. Va uno de asombro en asombro. Súmale la magia esencial de los muñecos, que me hablan y me sugieren imágenes, sonidos, sensaciones. Para algunos será cosa de locos; entonces asumo que la cordura en la creación no debe ser tan estricta ni es tan necesaria.
¿Cuál ha sido uno de los trabajos que mayor satisfacción le ha traído como artista?
He hecho muchos trabajos de diseño escénico, no solo con Teatro Papalote o Teatro de Las Estaciones, sino con Teatro Escambray, Teatro Nacional de Guiñol, Teatro Caribeño, la Compañía de Marionetas Hilos Mágicos, el Teatro SEA de Nueva York, los Guiñoleros de la Universidad Autónoma de Sinaloa en México o el Teatro Cucara Mácara en República Dominicana. Eso, por solo mencionar algunas de las más lindas experiencias en cuarenta años y algo más de trabajo profesional. No sería justo ponerme a discriminar entre un resultado u otro; todos han sido una obsesión y un disfrute en su momento, aunque tenga algunos elegidos en mi corazón, pero ese es mi secreto profesional.
¿Qué tiene el teatro que otros medios no ofrecen?
Tiene la verdad del ser humano, su corazón, sus sudores, su intelecto; primero sembrado y abonado en los ensayos, y luego en esa germinación perenne que son las representaciones. Entre lo más hermoso y auténtico que le va quedando a la humanidad, sin dudas, está el teatro de títeres.

¿Cómo cree que ha evolucionado la estética de su trabajo desde sus primeras obras hasta la actualidad?
Ha sido una evolución natural, madurada y renovada por cada encuentro o descubrimiento con otros creadores, públicos, de Cuba y el mundo. Lo social y lo material también han intervenido.
No he dejado que nada erosione mi creación; hasta los peores momentos de carencias y pandemia los he aprovechado como la mejor enseñanza. Lo que amas es digno de ser protegido. En esa batalla te puedes perder o encontrar; yo elegí lo segundo.
Posee numerosos premios y reconocimientos por su labor artística. ¿Cuánto influye esto en su desenvolvimiento como diseñador escénico?
He tenido obras de una elaboración exquisita, detalles y soluciones pensadas y vueltas a pensar, y los jurados especializados han pasado de largo ante ellas; el público no, las ha colocado en su lugar con esa sabiduría inclasificable. Obras con menos elaboración y concepto han sido reconocidas y premiadas una y otra vez.
Moraleja: no se puede trabajar para ganar premios o reconocimientos. La subjetividad existe, pero el amor y respeto por lo que haces también. Ese es el premio mayor, el que ha dejado huellas profundas en mí.
Los creadores le atribuyen un significado diferente al éxito en dependencia de cómo lo perciben a lo largo de sus carreras. ¿Qué representa en la trayectoria de Zenén tener éxito?
Algunos dicen que he tenido suerte; tal vez lo digan por eso que llaman éxito y que verdaderamente no me ha faltado, pero… mi suerte y mi éxito no se basan en alimentar una vanidad que no va a ninguna parte.
Mi suerte tiene que ver con los sacrificios personales que he hecho para salir adelante como artista, y no me han parecido pérdidas ni renuncias, sino acciones coherentes con lo que la creación me provoca, inspira y satisface.
Con más de tres décadas en Teatro de las Estaciones, ¿cuál ha sido el gran reto que han enfrentado como agrupación? ¿Qué queda pendiente?
El gran reto ha sido no dormirnos en los laureles, ni su otro líder, Rubén Darío Salazar, mi mayor cómplice en todo, ni yo. No nos hemos creído absolutamente nada. Hemos vuelto una y otra vez sobre nuestros pasos, buscando otros y pegando el oído a los latidos del mundo del arte para seguir siendo útiles y activos.
Eso no se logra con pavoneos o autocomplacencias; no hay nada más cercano a la muerte de la creación que la autosuficiencia y la soberbia que nos hace creer que lo sabemos todo. Nos queda mucho por delante. A veces me duelen la espalda y las manos, pero mi pensamiento es muy cercano al de un niño asombrado por lo bello de la vida.

¿Cómo ha logrado mantener la inspiración viva y en constante transformación durante tantos años de trayectoria artística?
Como pude, como me nació del corazón. Hay que dejar esos análisis a los estudiosos del teatro; ellos podrán decir cómo ven lo que uno hace, tal vez uno esté para responder, pero tal vez no, y entonces lo realizado es lo que habla de ti mismo, sin tener que decir una palabra.
¿Cómo ha sido el proceso de crear y expandir la Galería-Estudio El Retablo? ¿Qué sueños aún desea materializar a través de ella?
Un proceso durísimo. La vida, las instituciones, los resultados en Cuba y cualquier parte del mundo, se parecen a lo que uno vive y padece. No he permitido —o al menos lo he intentado— que lo oscuro apague mis visiones ni mis utopías como creador, como ser humano.
Donde no se ha podido crecer y extender la galería, el centro cultural todo, no ha sido por mi voluntad débil y quejosa, sino por una realidad que me supera, pero no me vence.
La jornada “70 Caleros, un mar de colores” promete ser un homenaje a su prolífica carrera. ¿De qué forma recibe este agasajo? ¿Qué significa para un artista consolidado el reconocimiento del público, instituciones, de la prensa y demás implicados en la planificación de ello?
A mí me gusta ver el amanecer y el atardecer, son dos fenómenos naturales maravillosos. Esos son premios enormes, similares a todo lo que uno recibe a nivel profesional. Si uno no se encantara con cosas como esas, estoy seguro no se pudiera pintar, metaforizar ni transformar o reelaborar nada.
Vivir es un privilegio más alto que el mismo arte; por eso hay que ser agradecido y coherente con los dones que uno ha recibido, y usarlos para reescribir y reinterpretar lo feo o bello del mundo.
¿Cómo percibe el futuro del teatro cubano? ¿Qué papel cree que el diseño seguirá desempeñando en la evolución de esta disciplina en los próximos años?
Soy un creador, más cercano a la artesanía que a la predicción. El mejor oráculo que uno puede tener es su trabajo y actitud en el diario vivir, que es bastante complejo. Personalmente, creo que el teatro, con los trastazos milenarios correspondientes y los que faltan, seguirá, continuará su camino de ventana y rostro simbólico de lo cotidiano.
El diseño seguirá cumpliendo su función, porque lo es todo; hasta la conformación de los hombres y las mujeres concebidos por los altísimos de las diferentes religiones es diseño. Es una profesión que no se acaba, solo se trunca con la fatiga que producen los egos.