Teresita Junco (1946-2009) fue una cumbre de verdad y coherencia en la enseñanza del piano en Cuba. Por sus manos pasaron estudiantes que hoy ocupan la vanguardia de la cultura cubana y han mostrado que detrás de su triunfo está el don de una profesora dedicada a elevar el conocimiento y la práctica de sus alumnos.
Por eso, Teresita Junco es una de esas maestras que permanecen en la memoria de muchos intérpretes cubanos y en ese presente que los ha visto convertirse en músicos de relieve en la escena musical cubana e internacional.
Siempre he tratado de escapar de los aniversarios o fechas para recordar a cualquier artista que haya contribuido, desde las más diversas formas, a la creación o la cultura cubana. Ya sea desde la más profunda humildad o del más excelso conocimiento, porque se sabe que desde un sencillo razonamiento, desde un gesto o desde el conocimiento más elevado se puede contribuir con la formación de cualquier persona, en cualquier rama de la vida o el arte. Teresita Junco conservaba esas cualidades que la hacían no solo una excelente profesora sino una maestra con todo el rigor que implica la palabra.
En el 2019 se cumplieron diez años de su fallecimiento. En ese momento se recordaron sus aportes a la enseñanza de la música en Cuba. También se le realizó un homenaje en la UNEAC donde el maestro Frank Fernández le dedicó su propia versión de “Perla marina”, de Sindo Garay, pieza muy querida por la profesora.
En aquel encuentro se escucharon las palabras emocionadas del instrumentista Guido López-Gavilán, con quien Teresita fundó una familia de músicos con resultados imponentes tanto en Cuba como en otros países. Sus hijos, el violinista Ilmar y el pianista Aldo López-Gavilán, han dado prestigio y relieve a la música contemporánea cubana, cada uno desde sus propias coordenadas creativas, con una obra en la que la tradición y la contemporaneidad se dan la mano y en la que se percibe de manera fundamental la impronta de sus padres.
Los que formaron parte del entorno más cercano de Teresita siempre resaltaron su vocación para la enseñanza, así como su dedicación a su familia, a sus hijos. Se entregaba al amor filial con la misma pasión que en sus clases. Para ella, era como si todo fuera parte de un mismo centro emocional que podía quebrarse cuando cualquiera de esos afectos de su vida sufrieran algún envés.
Fundadora y profesora titular de la especialidad de piano del Instituto Superior de Arte (ISA), Teresita Junco tenía un amplio conocimiento de la música y de los más diversos repertorios sobre los que se sostiene la enseñanza de ese instrumento. Se había graduado de Piano y Dirección Coral en el Conservatorio “Amadeo Roldán” de La Habana en 1968 y del Instituto “Gnecin” de Moscú en 1973.
Doctora en Ciencias del Arte, nunca dejó de inculcar a sus alumnos el conocimiento sobre las piezas musicales cubanas que trascendieron el tiempo y se asentaron en la historia. Su interés en mostrar la riqueza y valía de las obras cubanas descansaba en un valioso reconocimiento de los aportes de los ritmos, y de la cultura cubana en general, a la dimensión universal de la música.
Ella comprendió desde muy temprano que ahí radicaba también el crecimiento y la calidad de un pianista. No asumía la enseñanza del repertorio y la tradición cubanas como una camisa de fuerza, sino que mostraba esos atributos para que sus alumnos descubrieran en la profundidad de este vasto territorio un camino para hacerse más universales en la ejecución de su instrumento. Y los resultados de sus estudiantes demostraron que su mirada estaba sujeta por esos impulsos de quien sabe que su verdad nunca se desvanecería en el tiempo. En el caso de Teresita, porque partió de un caudal de conocimientos que nunca dejó de aumentar, a pesar de haber sido una profesora e instrumentista de obra probada y un reconocimiento tácito en la enseñanza artística de la Isla.
En las ocasiones en que tuve la oportunidad de conversar con ella, Teresita siempre ponía énfasis en su interés de aumentar cada vez más la calidad y formación de sus alumnos. Hablaba como si tratara de quedarse en la sombra para que los que brillaran fueran sus estudiantes, exclusivamente. En una oportunidad, recuerdo que fui a entrevistarla y me pidió que en vez de hablar con ella conversara con uno de sus ex alumnos, que acababa de ser premiado en un concurso internacional. No era una falsa modestia. Era una muestra más del ímpetu de la profesora que siempre vio la culminación de su obra en los logros de sus alumnos, logros que ella también consideraba como propios.