La Habana se llena paulatinamente de zombies hambrientos de carne humana que van contagiando con sus mordidas a las personas que encuentran a su paso. Se rumora que los disturbios son causados por fuerzas al servicio de los EE.UU., pero la alarma genera todo tipo de dudas en la ciudad porque nadie tiene respuestas acerca de la verdadera causa del insólito hecho.
Como es habitual en las películas de zombies, el pánico se apodera de la gente. Y la situación sirve de pretexto al protagonista del filme para convertirse en héroe de la historia. Interpretado por el actor cubano Alexis Díaz de Villegas, el personaje de Juan es un hombre que vive en la azotea de un edificio acompañado de su mejor amigo Lázaro, actuado por el también director de cine, Jorge Molina. Ambos personajes han preferido quedarse en la Isla para siempre, porque creen que esa es la única garantía que tienen para llevar una vida cómoda.
Juan descubre la forma de matar a los zombies y sabe que esto les permitirá a él y su amigo, hacer dinero de manera fácil. Crea un negocio cuyo lema es “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos” y por un módico precio, él y sus amigos junto a otros desempleados del barrio, se encargan de asesinar a los infectados. Pero la plaga se vuelve incontrolable y a Juan no le queda más remedio que asumir el papel de héroe para poder salvar de esa locura a las personas que ama. Entre ellos se encuentra su hija, con la que Juan no tiene las mejores relaciones porque esta lo culpa de haber preferido vivir una vida fácil.
Con este personaje se cuenta una segunda historia en la película acerca del remordimiento que Juan siente por la lejanía que él mismo ha provocado en su relación con la hija. Situación que intenta cambiar mostrándole su amor por ella en medio de la inusual invasión de zombies a la ciudad. Pero resulta incómodo que Brugués deje esta idea tan al azar, pues con ella hubiera podido desentrañar de una forma más rica y sin abandonar la comicidad, ese sentimiento de frustración y apego que siente su protagónico hacia Cuba.
Juan de los Muertos se inspira en las llamadas comedias de terror que se burlan de las situaciones absurdas que los zombies promueven. Este filme carente de referencias anteriores dentro de la producción audiovisual cubana llenó las salas de los cines durante su exhibición en el pasado Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.
Antes, ya este director había sorprendido a la cinematografía cubana con Personal Belongings (2006), un melodrama que tuvo mucha acogida por el público de la Isla, ávido de ver representadas en la gran pantalla historias románticas. Al parecer, Brugués prefiere explorar los caminos menos andados por la cinematografía nacional, que desde hace varias décadas aboga por un cine de autor que se preocupe por problemáticas de corte social.
La inexperiencia no determinó sin embargo, el acabado de su producto. Nada inesperado pues Alejandro trabajó con el fotógrafo catalán Carles Gusi, para el que, supongo, no haya sido demasiado difícil lograr esas escenas en las que todo parecía más grande y espectacular de lo que era realmente en el rodaje. Gusi (Vacas, Te doy mis ojos, Celda 211), tenía también en su filmografía comedias como Acción mutante o Torrente, el brazo tonto de la ley con las que ya había experimentado en este tipo de trabajo extravagante.
En el caso de la música, se logró también acoplar el sonido a la historia de un modo sugerente. La película comienza reproduciendo ruidos ambientes en La Habana y termina construyendo la atmósfera de un pueblo fantasma. Igualmente fueron muy acertados los ritmos al estilo funk de los años 70, época en la que se desarrolló el cine de los zombies.
Desde el rodaje, Brugués insistía en que esta era una película para divertirse. En ese momento aclaró que le parecía muy simpático llenar La Habana de zombies. Pero, risas aparte, Juan de los Muertos se interesa más por colmar su historia de guiños simpáticos a escenas de la vida en Cuba —apoyándose en efectos especiales que si no asustan, divierten—, que de desdoblarse en una historia que provoque también la reflexión del espectador.