Mencionar el nombre de Alberto Luberta es hacer de inmediato un viaje por las peripecias de los personajes de Alegrías de Sobremesa, popular programa con el que muchos cubanos se divirtieron durante más de medio siglo. Alberto hizo reír a miles de personas con sus geniales guiones, y Caridad, su esposa, también fue una prestigiosa escritora y directora de emisiones radiales.
En cambio, si hablamos de Aldo Luberta, quizás muchos no identifiquen a esta figura de las letras, con larga historia en la radio y profundamente enamorado del deporte. Aldo es hijo de Alberto y Caridad, de quienes heredó el verbo fácil y la creatividad.
Hoy vive en Paraguay, un tanto alejado de los micrófonos, pero todavía tiene presente un sinfín de historias y vivencias sobre varias estrellas del deporte cubano, las cuales recopiló durante su largo recorrido por el programa Estrellas y Antorchas, una serie en la que contó episodios junto a Manuel Alarcón, Luis Giraldo Casanova, Fidel Linares, Omar Linares, Pedro Chávez y otros tantos estelares.
“Estrellas y Antorchas tiene una historia de niño, pues yo fui siempre muy obeso y el médico le dijo a mi mamá que tenía que empezar a practicar deportes. Quise ser judoca, fui malo, quise ser nadador, nada que ver conmigo, después pelotero y tampoco despunté, pero me aficioné al deporte gracias a mi abuelo y a mi papá”, recuerda Aldo.
Pero antes de llegar a ese espacio, aquel joven siempre dispuesto atravesó por los más insospechados caminos, desde escuelas militares hasta las complejas clases de ingeniería en la CUJAE, donde estudió Telecomunicaciones.
“Hay una cosa que muy pocos saben; yo quise ser militar y estudié en los Camilitos de Capdevila, y al terminar allí me fui para la Interarmas Antonio Maceo a estudiar Ingeniería Mecánica en Tanque y Transporte. Tenía que estar allí cinco cursos, pero en un año y cuatro meses me sacaron”, revela Aldo a OnCuba.
“Me sacaron de la Interarmas el 2 de diciembre de 1988, y en septiembre del año próximo matriculo en la CUJAE para estudiar Ingeniería en Telecomunicaciones. Comienzo a realizar las prácticas en Radio Progreso, pero de la emisora nunca me llamó la atención lo relacionado con la manipulación interna de las consolas de audio, sino lo que estaba fuera de ellas.
“Estuve hasta 1992 estudiando Telecomunicaciones, pero también me sacaron de la CUJAE porque tenía suspenso hasta el receso. Imagínate, no estudiaba, jugaba béisbol en el equipo del Instituto, y bueno, ya desde 1992 comencé mi vida artística hasta hoy”, recuenta Aldo, cuyo recorrido, de una forma u otra, siempre ha estado vinculado al deporte.
“Yo nací en Marianao, en la esquina de la Terminal del Lido, y no se me quitará jamás de la cabeza a Raúl “La Guagua” López, otrora pitcher de Industriales y del equipo Cuba, muy amigo de mi padre. Los que ya peinan sus canas recordarán la actuación de “La Guagua” en los Panamericanos de Winnipeg en el año 1967.
“Me impresionó mucho el final que tuvo. En el año 1998, cuando murió, pude acceder a la historia de esta maltratada gloria del béisbol cubano; nunca tuvo una jubilación y los últimos días de su vida fueron limpiando baños en la Terminal del Lido; nunca me imaginé, de verdad, un final así para alguien como él”, rememora Luberta.
Su vocación por los medios y por escribir viene de herencia, tanto que ha incursionado en el género policiaco. “Siempre me ha encantado. En Radio Progreso yo escribía Agente Especial y aquí en Paraguay, como escribir series de ficción para los medios no existe, tengo cinco libros publicados, dentro de ellos, dos novelas policíacas: Por mano propia y Mientras Asunción duerme.
Pero Aldo Luberta resplandece cuando habla de deportes y enlaza todas las historias que ha vivido junto a grandes atletas cubanos.
Cuéntame un poco más de Estrellas y Antorchas….
Cuando yo comienzo en los medios de difusión, una señora llamada Ana Díaz Cubillas, que actualmente está en España y me conoce de niño, me comenta de un programa deportivo en proyecto en la emisora Radio Arte, llamado Estrellas y Antorchas. Recuerdo que me dijo que no había escritores y me sumé al equipo, en el que figuraban Gloria Martínez Bravo, ya fallecida, y su hijo. La intención era buena, pero tampoco había directores y Ana Lidia me pregunta si yo me animaría a dirigirlo también. Y yo, que no le tengo miedo a nada, porque soy hijo de Caridad y Luberta, dije que sí.
Empezó entonces un reto…
Así mismo, comencé con la historia de “El Cobrero” Manuel Alarcón, que fue Premio en el Festival Nacional de Radio, sin dudas, una de las mayores satisfacciones para mí. Pero en un momento determinado Gloria y su hijo dejaron de escribir y me quedé solo a cargo. Podrás imaginarte, de lunes a viernes escribir yo solo todos los programas.
Recuerdo que cuando comencé a escribir mi papá me dijo: “Ahora es cuando tú me vas a entender a mí los sacrificios que lleva escribir un guion diario”. Y efectivamente, me levantaba en ocasiones a las tres de la mañana, luego salía para el trabajo y así, pero todo lo hacía con una enorme satisfacción. Es lo que me gusta y además lo hago como homenaje y agradecimiento a mis padres y a ése deseo trunco de ser atleta.
Escuché en Pinar del Río las historias sobre Fidel Linares y su hijo Omar, así como la de Luis Giraldo Casanova. ¿Cómo te las arreglabas para acercarte fielmente a la realidad de esas glorias deportivas?
A Casanova lo entrevisté en su propia casa y allí me contó toda su vida. Por cierto, es otro de nuestros protagonistas muy maltratado después de su retiro. Escuchar de José Ariel Contreras decir que en varias ocasiones se le acercó a pedirle gasolina y que su carro, el que heredó del propio Contreras, estuvo dos años en el taller para repararlo, deja a las claras que para mucha gente que dirige, cuando ya no le sirves, eres uno más.
Y a Fidel Linares y a Omar también los entrevisté y así pude plasmar, como en todos los casos, la realidad de estas historias.
¿Algo peculiar que te haya ocurrido escribiendo esos programas?
Sí, recuerdo que a punto de celebrarse las Olimpiadas del 2000 en Sydney, me encargan escribir sobre la historia de los Juegos Olímpicos. Yo entonces le dije al director de la emisora: «Yo no puedo escribir la historia de Barcelona 92 sin mencionar el béisbol, y no puedo escribir sobre el equipo de béisbol, si no menciono a Orlando “El Duque” Hernández, Alberto Hernández, Osvaldo Fernández y Rolando Arrojo». Su respuesta fue: «Bueno, menciónalos pero sin darle tanto bombo, tanta relevancia». Increíble, pero así pasó.
Cuántas vivencias, Aldo, al poder conversar con todos éstos héroes del deporte cubano…
“Y dilo….Imagínate, con Pedro Chávez me pasó algo que me dio mucha pena. Cuando lo fui a entrevistar, yo notaba que en el transcurso de la conversación él me miraba fijamente, hasta que me preguntó: «Ven acá chico, ¿por una casualidad, tú te estás burlando de mí?» Y yo rápido le respondí asombrado: «De ninguna manera Pedro, ¿por qué usted me dice eso?». «Es que yo soy gago –me dice– y veo que por momentos imitas mi manera de hablar».
Y fue cuando yo le aclaré seguidamente: «No Pedro, no piense mal de mí, es que yo también soy gago» Sonrió y me dijo «concho pero que casualidad». Te cuento que un tiempo más tarde, gracias a que el narrador deportivo de la COCO Andy Vargas la coordinó, se me dio una entrevista con Juan Padilla y yo, recordando lo que me pasó con Chávez le dije: «Aclárale a Padilla que yo, como él, soy gago, no vaya a pensar que lo estoy cogiendo para las cosas».
¿Qué tiempo estuvo Estrellas y Antorchas?
Estuve con esa serie hasta 2005, año en que dejé de escribirla debido a una gran decepción sufrida. Resulta que se me acercó el director de Radio Arte, el señor Luis Fernández, y me dijo que habían decidido que yo terminara como director y que me quedara solamente como escritor. Yo le contesté entonces que si esa era su decisión, pues yo ni dirigía ni escribía más.
Sin que me resulte una satisfacción, tuvieron que sacar el programa del aire pues no hubo nunca un “estúpido” como yo, que se estimulara a seguir escribiéndolo.
¿Algún equipo preferido?
Yo digo, con todo orgullo, que soy industrialista, pero tengo dos anécdotas, una con mi abuelo y otra con mi papá, que me hicieron un poco cambiar la perspectiva de fanático que yo tenía.
La primera está relacionada con mi abuelo y aquellos inolvidables topes de boxeo que se celebraran entre Cuba y Estados Unidos.
Específicamente hubo una pelea, en 1979, entre José Gómez, el hombre de más pegada a mi juicio en el boxeo cubano, y el norteamericano Alex Ramos. En el primer asalto del combate, Ramos le propina un golpe a Gómez, a quien le aplican conteo de protección, pero el cubano se repuso y finalmente lo aventajó con absoluta superioridad. Cuando le comento a mi abuelo, yo minimicé la calidad del norteamericano y él me reprendió recordándome la pegada del norteño en el primer round: «no subvalores nunca al contrario».
¿Y la de tu padre?
Muchacho, yo regreso a casa después de sostener con el equipo de béisbol de mi escuela, un juego contra otro colegio y le ganamos 25 por una. Llegué a casa y le dije a mi padre: «Acabamos con ellos, son malísimos». Y él me respondió: «No digas eso porque en primer lugar, si dices que son malos, le quitas mérito a tu victoria, y por otro lado, tú no sabes si cuando se vuelven a enfrentar, la historia es distinta». Esos dos momentos los recuerdo muy bien y te repito, me hicieron cambiar totalmente la perspectiva de fanático que yo tenía desde joven.
Tu padre también amaba mucho el deporte…
No lo sabes tú bien….Amigo de muchos atletas y entrenadores. Te hablé antes de Contreras, y recuerdo una anécdota cuando dieron a conocer por la televisión que El Titán del Box, como bien lo llaman, decidió no regresar a Cuba. Mi papá me preguntó: « ¿Y ahora qué hacemos?»
Por cierto, en estos días que he tenido la feliz oportunidad de conversar con Contreras mediante los encuentros semanales que sostenemos, le dije en broma que hay algo que no le perdono nunca: no haber lanzado con Industriales.
¿Qué tan presente te llega la relevancia de la obra y de la huella que Alberto Luberta dejó en el pueblo cubano?
Con eso tengo algo muy hermoso que me sucedió. La primera vez que salgo de La Habana sin mi familia fue en 1981, a Yaguajay, Sancti Spíritus, a casa de una amiga. Al siguiente día de haber llegado fuimos juntos a un poblado llamado Jobo Rosado, a visitar una familia que mi amiga y sus hijos conocían. Yo me quedo detrás, junto al Moscovich en el que viajamos, y el señor de la casa pregunta señalándome que quién yo era.
Mi amiga responde que yo era el hijo de Alberto Luberta. El señor abrió enormemente los ojos y dijo: « ¿Qué Luberta, el de Rita y Paco?» Eso es algo que no olvidaré jamás y que dice a las claras lo que mi viejo significó para su pueblo, un pueblo lleno de gente: ¡Qué gente caballero, pero que gente!