El día más esperado para Cuba en los Juegos de Tokio llegó. Mijaín López, triple titular bajo los cinco aros, salió a los colchones japoneses en busca de su cuarta final olímpica consecutiva y con él todo un país se levantó a empujar en cada desbalance. Para gracia de todos, el Gigante de Herradura cumplió con creces y ya está a las puertas del cielo, y nosotros con él.
Como si se tratara de un trámite, Mijaín despachó “a las menos cuarto” al rumano Alin Alexuc Ciurariu y al iraní Amin Mirzazadeh, que quedaron sin respuesta ante la superioridad técnica y poder del cubano, extremadamente atlético para los 130 kilogramos, una división de “mastodontes”.
Penalidad, posición de cuatro puntos, vuelta para aquí, vuelta para allá… Ese fue el guion de las primeras peleas del pinareño, quien literalmente “jugó” con sus rivales. Pero, pese al festín, el monarca de Beijing, Londres y Río, no mostraba ni una sonrisa, a sabiendas de que el inicio real de los Juegos Olímpicos estaba por delante.
Semifinales. El turco Riza Kayaalp. El duelo más esperado de la lucha greco en los Juegos. Final adelantada. La tensión se cortaba con el filo de una navaja. Todas las cartas estaban sobre la mesa, y Mijaín seguía con el ceño fruncido y la mirada desafiante, pero transmitía una seguridad de helar la sangre.
Arrancó la pelea. La maquinaria echó a andar. Los dos colosos chocaron, sacaron chispas. Cualquiera diría que ninguno de los dos cedía, pero en realidad Kayaalp iba por detrás, incluso con el marcador virgen. Aunque han pasado cinco años, el turco tiene todavía presente esa imagen suya volando por los aires, lanzado como una pelota por Mijaín en la final de Río 2016.
Kayaalp nunca lo dirá, pero más de una vez debe haber despertado con esa sensación de estar cayendo al vacío, y definitivamente no querría revivir la experiencia. Quizás por eso el combate de Tokio se desarrolló de manera más conservadora, sin riesgos innecesarios por ninguno de los dos bandos.
Mijaín sabía que solo con apretar fuerte en los agarres dejaría constancia de que no ha perdido ni un ápice de su fortaleza, y eso sería suficiente para persuadir al turco de no intentar nada “alocado”. “Él ya sabe cómo terminan esos arranques”, pensaría el cubano.
Y a los efectos, la estrategia rindió frutos. Kayaalp no hizo ni un amago de ataque, no pudo; estuvo todo el tiempo preocupado por no ser arrastrado rumbo al precipicio. Dos penalidades le bastaron entonces a Mijaín, a quien le retiraron dos puntos de un desbalance tras una reclamación de los europeos.
Pero el Gigante de Herradura no los necesitaba. Su sola imagen desarticuló al turco, que tendrá que conformarse con pelear por el bronce. “Donde yo esté, él no gana”, dijo el cubano a la prensa acreditada, ante la cual también mostró algo de sorpresa por el estado físico de Kayaalp. “Salió un poco cansado, no lo vi con la preparación de antes”, aseguró.
Tras este examen, Mijaín enfila a la final contra un rival inesperado, el georgiano Iakobi Kajaia, quien tumbó al ruso Semenov y al cubano-chileno Yasmani Acosta.
En la madrugada de este lunes, tampoco se duerme en Cuba.
Un torbellino llamado Orta
Ya les dije, no vamos a dormir mucho en la próxima madrugada, y Mijaín López no será el único responsable. Luis Alberto Orta, un espigado y fogoso luchador de los 60 kilogramos, se apareció en Tokio como un torbellino y pasó por encima de todo el que se paró delante. Es de La Güinera, dicen, y tiene el espíritu impetuoso de quienes allí residen.
Los colchones del Makuhari Messe Hall fueron testigos de la furia del cubano, incombustible en cada pelea, veloz, con una fortaleza brutal en el tren inferior. Los rivales, algunos de máxima categoría, prácticamente no pudieron mover a Orta del centro del escenario competitivo, donde levantó los brazos como ganador de tres peleas.
Gracias a su instinto felino natural, el habanero hostigó a sus presas hasta dejarlas al descubierto, expuestas a zarpazos mortales. El primero que lo sufrió fue el estadounidense de origen uzbeco Ildar Hafisov, con quien había compartido el tercer lugar en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.
Digamos que Hafisov era la victoria prevista de Orta en los Juegos Olímpicos, porque después le tocaba medirse al ruso Sergey Emelin, monarca mundial del 2018 y subtitular en el 2019. Ese era un hueso duro, pero el antillano de 26 años, con los dientes afilados y un gran instinto de supervivencia, logró remontar una desventaja inicial de 3-0 y terminó inscribiendo su nombre en las semifinales olímpicas.
“Antes de venir para acá le dije a mi esposa que iba a ser un día grandioso”, dijo Orta en zona mixta. Allí, donde quizás muchos no esperaban verlo con una sonrisa de oreja a oreja, también dejó claro que no le importaba mucho el cartel o los resultados previos de sus contrincantes, “solo estaba pendiente del plan de combate”.
Y justo así, apegado a la estrategia trazada junto a los entrenadores, el antillano se metió en un bolsillo al subcampeón mundial del 2018, el moldavo Victor Ciobanu; un juguete de goma en las manos de un niño. En semifinales de sus primeros Juegos Olímpicos, Orta ganó con marcador de 11-0, superioridad no dejan margen a las dudas.