En los primeros días de 1986, justo antes de arrancar la postemporada de la 25 Serie Nacional de Béisbol, Agustín Marquetti Moinelo (Alquízar, 1946) se sentó a conversar tranquilamente con Ángel Leocadio Díaz en un rincón del parque Latinoamericano. Estaban relajados, aunque era palpable la presión que los rodeaba a ellos y a todos los Industriales, el equipo más ganador de la pelota cubana llevaba 13 años sin títulos, en blanco.
Hablaron de todo, pero hay algo que llama particularmente la atención. “Este play off me lo llevo yo”, le dijo Marquetti a Leocadio, quien asintió un poco sorprendido, más por respeto que por otra cosa. Para esa fecha, el toletero de Alquízar tenía 39 años y estaba en el ocaso de su carrera, cada día más cerca del retiro, no por edad, sino porque sus prestaciones en el campo habían disminuido de manera notable.
En la clasificatoria de esa temporada, Marquetti bateó .273, con solo ocho extrabases en más de 140 viajes al plato y slugging de .371, bastante bajo para un pelotero de su poder. Estaba lejos de ser aquel temible jovenzuelo que, con apenas 22 años, lideró a todos los jugadores del país con 19 jonrones y 85 impulsadas en la octava Serie Nacional.
Pero Don Agustín tiene una máxima en la vida: todo puede cambiar de un momento a otro. Y, en efecto, todo cambió a partir del aquel 8 de enero de 1986, cuando se descorrieron las cortinas de la primera gran postemporada en la historia de los clásicos domésticos.
Como tiburón que huele la sangre, el mítico dorsal 40 de la nave azul se transformó desde el arranque de los novedosos play off, recuperó el toque mágico de su swing y sacó a relucir, por enésima vez, esa sangre fría para aparecer en los momentos más tensos. En 24 turnos, dio la misma cantidad de jonrones (tres) que en toda la etapa regular y dejó un extraordinario promedio ofensivo de .458 y brutal slugging de .875.
Claro, nada de eso sería hoy tan relevante sin lo que sucedió el 19 de enero de 1986 contra Vegueros. Ese día, en la mañana, Marquetti ya era un inmortal del béisbol cubano —sin importar lo que hiciera o dejara de hacer hasta su retiro—, pero antes de la medianoche ascendió a otra dimensión: se convirtió en una especie de semidiós.
***
“Me voy a morir, como se va a morir todo el mundo, pero la gente me va a recordar”. Esas son las palabras de Agustín Marquetti en el 2021, 35 años después de desaparecerle una pelota de campeonato a Rogelio García. Sus recuerdos de aquel día son nítidos: la caminata hasta el home plate con dos bates al hombro cuando Pedro Medina se ponchó, las cuclillas antes de entrar al rectángulo en el inning 12 de un juego larguísimo, la primera bola, el tenedor del “Ciclón de Ovas” detenido a la altura de las letras…
“Rogelio era un fenómeno, un súper pitcher, y yo era un viejo de 40 años. Sabía que me tiraría el tenedor. Ya me había ponchado con ese lanzamiento, a mí y a todo el mundo, pero lo iba a repetir porque era su mejor arma. La gente dice que se le quedó colgado y por eso pude conectarle. Yo no sé si le quedó colgado o no, pero le di”, relata Marquetti.
Esa historia Marquetti la ha contado cientos de veces, y el final de la misma es épico. Miles de fanáticos azules invadiendo el terreno, Giraldo González esperándolo para felicitarlo encima del segundo saco y el recordado gesto de las manos en la cabeza, el cual, según cuenta, fue para aguantarse el casco que se le iba a caer y no por asombro ante lo que estaba sucediendo.
Para Don Agustín, por increíble que parezca, aquel estallido en la noche habanera fue un hecho común y corriente, otro día en la oficina, un jonrón más para su fructífera hoja de ruta. “Uno viene a entender la importancia de lo que pasó cuando el juego termina, pero en ese momento lo ves como algo normal”, asegura.
A uno, como simple mortal, le cuesta entender esa visión, quizás porque no entramos a valorar el aura de Marquetti y esa capacidad de resolución a la hora cero que lo caracterizó desde que debutó en los diamantes cubanos.
“Yo siempre he sido muy sencillo, humilde, modesto, pero tenía una confianza inmensa en mis posibilidades. Yo le dije a Leocadio que me iba a llevar el play off, y me lo llevé, a pesar de que ya no era el mismo. En ese punto de mi carrera me había convertido en una especie de jugador-entrenador, y a veces me despreocupaba de mis cosas para ayudar a los más jóvenes. Por eso fui perdiendo terreno, pero, al final, todo el mundo no nació para ser grande, todo el mundo no nació para quedar en la historia. Yo tuve esa suerte.”
***
Agustín Marquetti está muy lejos de su tierra natal. Con 74 años, vive en Homestead, al sur de la Florida, que no es La Habana ni Alquízar, pero donde muchos lo reconocen como un héroe por sus gestas en los diamantes cubanos. Allí se ha establecido, lejos de casa y cerca de sus hijos, quienes emigraron hace más tiempo del que pueda recordar.
“A los hijos uno los cría, pero no son para ti. Ellos hacen su vida a su manera, y los míos vinieron a Estados Unidos. Mi hija se casó y se fue, y mi hijo, el pelotero, salió buscando jugar en el profesionalismo”, asegura Marquetti, quien nunca se acostumbró a la idea de tener lejos a sus dos retoños.
“Tanta distancia fue un trauma muy grande para mí, me afectó, me puse mal, al igual que mi señora. Después pudimos venir, hace ya 11 años, por una carta de invitación que nos puso la hembra. Nos vimos de nuevo, conocí a mis nietos, y decidimos establecernos acá, donde nos atienden muy bien. La gente me lleva, me tratan como si estuviera en Cuba.
“De cualquier manera, no es lo mismo, porque lo de uno es lo de uno, y añoramos Cuba. Aquí tengo cosas que no tenía allá, y allá tenía cosas que no tengo aquí. Solo he intentado adaptarme, ver más lo bueno y no tanto lo malo de lo que me rodea”, precisa.
En todo este tiempo, desde la partida de Agustín Jr., el legendario toletero azul sufrió por no verlo escalar en el béisbol. “Todos los padres quieren que los hijos los imiten, y yo impulsé al mío en el béisbol. Quizás cometí un error, porque era zurdo y lo viré a la derecha desde chiquito, y le dije también que más rápido triunfaba como lanzador por sus condiciones, porque tenía buen brazo y buen tamaño”, recuerda.
Marquetti cree ahora que cometió un error, que moldeó demasiado al Junior, que no le dio suficiente espacio para que hiciera cosas por su propia inspiración, pero también reconoce que su hijo no escuchó consejos. “Fue muy caprichoso, hizo cosas a lo loco y perdió la oportunidad de ser alguien en el béisbol. Cuando estaba intentando firmar aquí, se cortó un dedo de la mano derecha, los scouts le dijeron que no lanzara y al mes él estaba tirando pelotas. Ahí terminó.”
Aunque aquello supuso un trago amarguísimo, Don Agustín nunca dio la espalda a su hijo. Juntos formaron una escuela para niños en la Florida, pero los “boicotearon”, dice. “Nosotros por 12 clases cobrábamos 100 dólares y aquí por una hora la gente cobra 30-40 dólares. Así que imagínate. En ese mundo de entrenamiento y formación hay su mafia, hay clanes, hay mucha competencia, no es fácil, por eso no seguimos. Ahora varias personas me llaman para que ayude a los muchachos y me busco algo, pero ya.”
***
Alquízar. 1946.
La familia Marquetti crece. Si ya había suficientes peloteros, la llegada de Agustín apuntala el linaje beisbolero en una casa donde, hablar de bolas, strikes, ponches y jonrones es un placer. Así uno descubre, sin contratiempos, que el futuro slugger llevaba el béisbol en la sangre, como su abuelo, su padre y sus tíos.
“Desde niño hay vocación. A mí me gustaba el voleibol y béisbol, amé mucho el deporte. Les pedía a los reyes guante y pelota para el “cuatro esquinas”. Cuando uno está viejo le da por regresar a la niñez, y yo recuerdo bien los viajes que hacíamos de muchachos para jugar en Güira, en Artemisa, en San Antonio.
¿Qué imágenes vienen a su mente cuando le hablan de Alquízar?
Mi pueblo, donde nací. Casualmente, antes de venir para Estados Unidos fui hasta allá y casi no conocía a nadie. Muchos de mis amigos han muerto, muchos se han ido del país, y eso me provocó un sentimiento de decepción muy grande, de mucha tristeza. Pero de cualquier manera, uno siempre recuerda ese lugar donde nació, aunque estés viviendo en otro país.
¿Habana o Almendares?
En aquellos tiempos había mucha rivalidad en la pelota con los equipos de la Liga Profesional. Yo era almendarista, los azules, lo que pasa es que alguna gente me asocia con los Leones del Habana porque mi papá me regaló una camiseta de los habaneros y yo andaba con eso para todas partes. Además, uso bastante el rojo porque es mi color favorito y porque tengo hecho santo, Changó, que es rojo.
¿Cómo sería la vida de Agustín Marquetti sin Industriales?
No me la imagino. Industriales es como decir los Yankees en Grandes Ligas. Todo el mundo nos quería ganar, nos guardaban los mejores pitchers. Ser cuarto bate de ese equipo, desde que era un novato, es un orgullo muy grande, y vestir esa camiseta fue un sueño cumplido.
¿Es cierto que quería ser pitcher?
A mí me ponían siempre a lanzar porque tenía buen brazo, pero me gustaba más batear y por eso dejé el pitcheo. Primero jugué bastante en los jardines y ya después en primera base, donde hice carrera con Industriales y con la selección nacional.
¿Quiénes fueron sus referentes ofensivos?
Me gustaba Orestes Miñoso, Rocky Nelson, Ángel Scull, Héctor Rodríguez… Y en aquellos tiempos nosotros veíamos mucho béisbol de Grandes Ligas, por lo que siempre admiré a Mickey Mantle, Ted Williams y Hank Aaron.
¿Cómo vivió la desaparición de las ligas profesionales en Cuba?
Éramos muchachos cuando triunfó la Revolución, tenía como 12 o 13 años. La pelota profesional se fue y llegó la amateur. Fue un cambio brusco, pero no se hablaba del profesionalismo, aquello no se podía ni mencionar, aunque muchos profesionales que se quedaron en Cuba después de 1959 nos ayudaron a ser mejores, como Andrés Ayón, Oscar Sardiñas, Juan Ealo, “Natilla” Jiménez, Conrado Marrero, Juan Delis, Orlando Leroux… Hay que ser agradecidos con todos.
***
Agustín Marquetti comenzó con el pie derecho su aventura en las Series Nacionales. Nada más debutar en la temporada 1965-1966, se le abrieron las puertas rumbo a la gloria y él se encargó del resto, atravesar todo el camino hasta el retiro en 1987, 22 años después.
“Cuando yo empecé a jugar con los mayores no me imaginaba que podía ser cuarto bate de un equipo donde estaban Pedro Chávez, Urbano, Jiménez, Germán Águila, una cantidad de peloteros buenos que metían miedo. Pero el mentor de Industriales, Ramón Carneado, una persona maravillosa y que Dios lo tenga en la gloria, me puso a jugar a pesar de que era un novato. Ese año, mi primero, quedamos campeones”, rememora el toletero de Alquízar.
Ese relato lo traslada directamente a la quinta edición de los clásicos domésticos, cuando pegó 16 extrabases y bateó .294, para dejar claro que no se trataba de un jugador más. Tres años más tarde, en la contienda 68-69, terminó de explotar, con récord de 19 jonrones y liderato indiscutible de 85 impulsadas.
Llegaron entonces los llamados a la selección nacional, donde escribió infinidad de capítulos de histórica rivalidad con Felipe Sarduy y Antonio Muñoz, dos grandes inicialistas que coincidieron en tiempo y espacio con el 40 de los Industriales.
“Cuando yo despunté, Sarduy era el primera base del equipo Cuba y yo jugaba más en los jardines, pero allá atrás habían muchas estrellas. Y me di cuenta que podía pasar a la inicial, pero tenía que mejorar mucho la defensa. Yo me sentía mejor bateador que Sarduy, pero su defensa era superior. Entonces empecé a coger rollings y rollings, tuve días de más de mil roletazos… Obstinaba a los entrenadores”, cuenta Marquetti, quien se apoyó en Germán Águila y Tony González para pulir el arte de fildear.
“Recuerdo que 1971, me parece, estábamos en la preparación para un evento internacional y Sarduy, que jugaba en el equipo contrario, da una conexión durísima por primera con hombre en base. Yo metí tremendo fildeo y saqué doble play. No se me olvida, se me acercó y me dijo: ‘estás de madre’, y así era, yo no pifiaba”, añade mientras le brillan los ojos, orgulloso de tantas historias con el traje de las cuatro letras.
Pero de todas, una en particular lo enamora. En 1972, durante el Mundial de Nicaragua, dio un jonrón de foul que puso a temblar a los americanos y, minutos más tarde, la volvió a botar —esta vez por zona buena— contra el lanzador Jay Smith y decidió el juego.
“Ese es un momento inigualable. Tú no habías nacido. Mucha gente que lo vieron ya no están y poco a poco creo que se ha ido olvidado, pero para mí es una cosa muy grande. Hasta hoy, nadie ha hecho eso”, relata con nostalgia por aquellos duelos contra Estados Unidos, el rival más fuerte de la época, no solo por la calidad de los jugadores, sino por la presión que generaban las disputas ideológicas escondidas tras cada lanzamiento.
Pero no todo en la vida es gloria y felicidad. Don Agustín guarda espinas clavadas, tiene heridas abiertas que probablemente nunca van a sanar. “Mucha gente dice que Antonio Muñoz eliminó a Marquetti de las selecciones nacionales y eso no fue así. Muñoz llegó al equipo Cuba en 1974, cuando ya yo era titular, y alternamos en primera o como designado hasta 1980, cuando me sacaron injustamente de la preselección.
“No fue Muñoz, fue Servio Borges y los que dirigían. Ese año yo había dado como diez jonrones en siete juegos de preparación y ellos me dejaron fuera. Ese es el dolor más grande de mi vida. Los mismos peloteros se preguntaban cómo era posible que me sacaran si yo era el que más estaba bateando. Le dije a Servio que era una injusticia, y que en el estadio Latinoamericano le iban a gritar de todo… Y bueno, no mucho después, en los Centroamericanos de 1982, cuando perdimos en La Habana, la gente le dijo a Servio miles de cosas.”
https://www.youtube.com/watch?v=F5_ZZjTvN1E
***
En 1963, Agustín Marquetti tenía 17 años y recibió por primera vez la oportunidad de representar a Cuba en un evento internacional, un Mundial juvenil celebrado en Canadá. Según cuentan, hasta allí llegaron varios scouts que le ofrecían la jugosa cifra de 50 mil dólares para firmar con Cincinnati, y la respuesta que recibieron no les agradó en lo más mínimo.
“Lo menos que hice fue mentarle la madre, porque esa era la forma de pensar de aquellos tiempos. Para nosotros, hablar de profesionalismo era un tabú, imposible. Muchas de las veces que estuve fuera de Cuba los scouts estaban detrás de nosotros y buscaban firmarme, pero por una cuestión ideológica uno ni pensaba en eso, no se concebía. Es que su te quedabas fuera o buscabas jugar profesional te colgaban el cartel de traidor”, explica Marquetti.
Se nota algo de resignación en sus palabras, pero no hay espacio para el arrepentimiento en la vida del toletero de Alquízar, quien prefiere no comerse la cabeza con lo que pudo ser y no fue. “¿Qué si me hubiera gustado jugar profesional? Pues claro que sí, demostrar mi calidad, probarme, pero no nos tocó, ni a mí ni a las muchas estrellas de mi tiempo. No tengo dudas de que hubiéramos podido jugar en Grandes Ligas.
“Ya eso pasó. No me puedo poner a darle vueltas, porque me va a dar un infarto o me voy a volver loco. No puedo pensar en lo que no fue. Ahora tengo que gozar la vejez. Ando por 74 años y pienso en llegar a 75, y después a 76, y así, palante. ¿Para que me voy a arrepentir? Hay cosas que me hubiera gustado lograr o hacer, pero no me tocaron”, dice Marquetti, quien piensa que todo tiempo futuro puede ser mejor.
“Yo quisiera que los peloteros cubanos de Grandes Ligas puedan jugar por su país en los Clásicos Mundiales, me encantaría verlo. Ojalá fuera mañana mismo, lo que desgraciadamente la política ensucia el panorama. Pero hay que ser optimistas, hoy algo parece imposible y mañana lo logramos. Mira, yo nunca pensé irme de Cuba, rechacé muchas ofertas y aquí estoy, sin traicionar a nadie, aunque algunos me llamaron traidor cuando vine a Estados Unidos por una mera cuestión familiar, para reunirme con mis hijos.
“Otro ejemplo: en mis años de jugador, hablar o pensar en el profesionalismo era malo, pero ahora es bueno. Es como te he dicho antes, en la vida todo cambia. ¿Quién nos iba a decir a nosotros hace 20 años que los cubanos de Grandes Ligas podrían regresar algunos a ver su familia y a sus amigos? Nadie se imaginaba eso, y hoy es posible en cierta medida, Ojalá que eso pueda seguir, que los de allá vengan, que los de aquí vayan, y que cada cual piense como le dé la gana. Esto es béisbol, y el béisbol no tiene fronteras.”
***
En la tarde del 19 de enero de 1986, mi abuelo entró al estadio Latinoamericano arrastrado por una multitud de fanáticos. En el molote, la manilla del reloj que había traído de Etiopía se reventó, cayó al suelo y lo perdió. “Ni miré para atrás, venía una pila de gente, y si regresaba a buscar el reloj me pasaban por arriba”, me ha contado una y mil veces.
Conociéndolo, si eso le sucede cualquier otro día, jamás se hubiera quedado en el parque para ver un juego de béisbol, pero presentía que algo grande iba a pasar ese día… y pasó. Cuando Agustín Marquetti le botó la pelota a Rogelio García, mi abuelo estaba en los palcos encima del dogout de tercera y fue sorteando obstáculos, hasta llegar al terreno y convertirse en un punto más en la marea azul que festejaba el campeonato.
Sin saberlo, estaban celebrando un título, pero también el cuadrangular 200 en la carrera de Don Agustín, primer pelotero capitalino en alcanzar esa cifra. “Soy muy sentimental, y a veces el sentimiento traiciona. Para mí es muy grande. A veces la gente me enseña el jonrón, o me pongo a verlo en Youtube, y de verdad son cosas que quedan dentro, no se olvidan nunca”, dice Marquetti.
Aquella noche, cambió para siempre su vida, la de mi abuelo, la de millones de personas nacidas y por nacer, quienes hicieron suyo el que ha sido, quizás, el batazo más trascendental y espectacular en la historia de las Series Nacionales.
“Tuve la suerte de ser un hombre oportuno, de momentos cumbres, y pude regalarle a la gente aquellos instantes. Pero no lo logré solo. Nadie llega a ser grande sin apoyo, y yo me considero dichoso porque muchas personas me enseñaron, en el béisbol y en la vida. Desde mi familia, que me formaron con educación y respeto, hasta mis entrenadores, que nunca taparon mis defectos y me ayudaron a corregirlos”, asegura Agustín.
Hoy, aunque disfruta el retiro más de 30 años después de colgar los spikes, añora estar más cerca del deporte de su vida, añora el compañerismo, la unión y el amor con que vivían cada episodio en los diamantes. “Los latinos y los cubanos en particular somos muy combativos, añoro ese ese juego enérgico y esa convicción que teníamos. Solo así se podía jugar por 300 o 400 pesos”, expresa.
Casi que forzado, mira al presente del béisbol en Cuba y lo invade una sensación de dolor. “Veo algunos partidos de la Serie Nacional, a pesar de la distancia, pero lo veo con tristeza, porque esa no es la misma pelota de nosotros. Además, son muchos los jugadores que se han ido. Antes no se iba nadie, ahora se va cualquiera, como le dije al presidente del INDER hace 20 años: si no cambiamos nuestra forma de pensar vamos a perder a todos los atletas, a los peloteros, a los boxeadores…”, añade.
Y al final, para cerrar y escudriñar un poco en su memoria, volvemos al mismo punto de lo que le quedó por hacer, pero no, no resurgen cuentas pendientes, Agustín Marquetti tiene su conciencia tranquila. “Viví mi juventud a full. No era rico, pero el pueblo me quería. Yo soy millonario de pueblo, me voy a morir así. No fui el que más jonrones dio, pero logré dos históricos. Eso para mí es un orgullo, es grande, es más que dinero.”
Una tarde, en los 70’s, vi pitchear a Don Agustín en el estadio Latinoamericano, ni recuerdo contra quien jugaba Industriales, pero no había pitcher que aguantara en la lomita, les estaban dando hasta con el cubo y trajeron a Marquetti, que tampoco pudo hacer mucho, pero tuvo el valor de enfrentar aquél reto.
Para mí fue un gran pelotero y uno de los Dioses de Industriales, parte fundamental de la llamada “Tanda del Terror” que le aflojaba las piernas a cualquier lanzador contrario. Un deportista modesto al que nunca se le subió la fama a la cabeza.
Me alegro mucho conocer de él y saber que le va bien, es una Gloria Deportiva cubana, y eso no lo discute nadie.
Saludos