De nuevo entre los cuatro grandes, Cuba terminó su historia en la quinta edición del Clásico Mundial de Béisbol. Después de las remontadas y la ilusionante puesta en escena durante las dos primeras rondas en Asia, el sueño antillano de avanzar a una segunda final —tras aquella de 2006— se desvaneció en Miami, donde Estados Unidos impuso respeto a golpe de batazos.
En sus primeros cinco partidos del Clásico, los lanzadores cubanos habían enfrentado solo a un pelotero de calibre mundial, el arubeño Xander Bogaerts; pero ahora les tocó chocar con una alineación llena de All Stars, Bates de Plata, campeones de bateo y líderes en jonrones y en cuanto departamento ofensivo exista. Sortear eso no era cosa de juego, y se notó.
Ninguno de los 7 tiradores cubanos que desfilaron por la lomita del loanDepot Park pudo aguantar, al punto de que los norteamericanos fabricaron carreras en cada capítulo desde el primero al sexto, hasta conseguir una ventaja insalvable (14-2). El partido fue una práctica de bateo (14 jits, 8 extrabases, 4 jonrones y 9 corredores embasados por boletos y pelotazos), en la que Paul Goldschmidt y Trea Turner tuvieron un mini duelo de jonrones y remolcaron 8 carreras entre los dos.
El inicialista, Jugador Más Valioso de la Liga Nacional en 2022, puso por delante a los norteños en el mismo episodio de apertura con un bombazo de dos anotaciones. A 112 millas salió disparado el batazo que voló hasta los 407 pies por el bosque izquierdo y decretó el inicio de la fiesta —o del funeral, según se quiera mirar.
Turner, que había decidido los cuartos de final frente a Venezuela con un grand slam, no quiso quedarse atrás en la competencia y se llevó la barda en par de ocasiones para llegar a 4 bambinazos en el Clásico, cuarto jugador que consigue esa marca en la historia del evento tras el coreano Seung Yuop Lee (5 en 2006), Adrián Beltré (4 en 2006) y Wladimir Balentien (4 en 2017).
Luego de seis episodios, la pizarra marcha 13-2, pero la agonía no se pudo acortar, porque en semifinal y final no está en vigor el nocaut o mercy rule (regla de misericordia), la cual habría sido una bendición para los cubanos.
Desde la lomita, los lanzadores de Estados Unidos tampoco dieron muchas libertades. El veterano Adam Wainwright permitió una carrera en el primer inning sin que le sacaran la bola del cuadro, pero después atrapó a los antillanos en una telaraña infernal. Con un arsenal variado y picheos que no pasaron de 88 millas, el as de los St. Louis Cardinals retiró cuatro episodios, mientras los suyos abrían la pizarra.
Después vinieron los relevistas Miles Mikolas y Aaron Loup, pero podía haber sido cualquiera. La suerte estaba echada y Cuba enterrada en el loanDepot Park, donde varios aficionados saltaron al campo con carteles contra el Gobierno cubano y en reclamos a la liberación de los presos políticos en la isla. Además, una y otra vez cánticos de “libertad”, “viva Cuba libre” o “patria y vida” atravesaron la estructura metálica del feudo de los Marlins.
Así cierra el Clásico para Cuba, quizá de la manera más cruel; aunque me agrada la idea de que este no sea un punto final, sino un punto de partida. Luego de convocar a profesionales residentes fuera del país y contratados por organizaciones de Grandes Ligas, las autoridades de la isla no deberían perder el impulso y pasar al siguiente nivel de gestión de cara a venideros compromisos internacionales máxima categoría.
Acercarse cada vez más a su extensa diáspora beisbolera (dígase jugadores o entrenadores), tomar en cuenta a aquellos peloteros que hayan abandonado delegaciones después de cumplir con sus compromisos deportivos y a quienes hayan cumplido el cuestionable castigo de ocho años sin regresar al país por haber dejado el equipo en eventos internacionales, son pasos necesarios y nada descabellados para profundizar una fórmula que dio resultados.
La mezcla de profesionales con jugadores de los campeonatos domésticos, los cuales demandan una inyección económica y un cambio en los modelos de gestión, debe continuar, siempre sobre la base del respeto en las relaciones que median el proceso. Quedó demostrado que, si bien existen barreras, no es imposible.
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