Son las 10 y 38 de la mañana en Mantilla. No hay corriente desde hace más de una hora. Por segundo día seguido, una vía libre para reparar transformadores y tendido eléctrico. En la antigua parada de la ruta 4, en plena calzada de Managua, unas 25 o 30 personas esperan por algún transporte, muy cerca de un inspector que hace señas a carros estatales, sin demasiada suerte, mientras algunos le dan conversación sin tregua.
Un señor negro de entre 40 y 50 años, lo que en Cuba llaman un “temba”, no se calla. Dice que la gente no está contenta con “el quita y pon y el relajo” con los apagones. “Una periodista habló fuerte de eso en el Canal Habana, que el desespero está llegando al límite. A ver si no la desaparecen”, le comenta al inspector, que con una voz gruesa y escandalosa lo apoya “100 por ciento”.
El hombre peina canas, lleva una cadena plateada algo extravagante, gafas de sol, botas, un pantalón verde olivo y un pulóver de la bandera americana. Habla en ráfagas, como si llevara días en silencio. En su conversación, hace su particular bojeo a Cuba: salta con facilidad de los apagones a la cola del gas, de la cola del gas a lo malo que está el transporte, de lo malo que está el transporte a lo alto que los vecinos le ponen el reguetón, y de ahí hasta la pelota.
“Hoy se empieza a morir Las Tunas. ¿Cuánto te juegas que le meto los tres de pegueta en el Latino?”, reta a otro señor que acaba de llegar a la parada cargado de jabas de tela y pomos plásticos.
“Ya yo no confío en Industriales pa’ nada”, le responde con acento oriental, quizá santiaguero, el nuevo invitado al debate. “Se van barridos”, añade desafiante.
“Si me van a ganar, que me ganen allá”, riposta el habanero, quizá el fanático azul con más confianza en la remontada de los Leones en la final de la 62 Serie Nacional, que amaneció este jueves 10 de agosto con ventaja de 2-0 para los Leñadores tuneros.
“¿Vas para el Latino?”, le pregunto, y me dice que no, que va a cobrarle la chequera a su madre. “Yo quiero ir, pero hacer una cola en el banco ahora es más duro que jugar un partido de pelota. ¡Qué va!“, me responde antes de montarse en una guagua amarilla que acaba de llegar.
Son las 10 y 38 de la mañana. Faltan poco más de dos horas para que el Latino abra sus puertas para el tercer duelo de la final entre Industriales y Las Tunas; pero siento que ya estoy sentado en las gradas.
Un viaje desde Mantilla hasta el estadio Latinoamericano no debería robarle a quien lo haga más de media hora y unos 200 o 250 pesos cubanos (CUP), asumiendo que los boteros no demoren demasiado. Si no quieres tomar ningún taxi y buscas sumergirte en las bondades del transporte público capitalino, con suerte puedes cubrir el trayecto en una hora y sin gastar más de 10 CUP. Si la jugada se complica, quizá dos horas no sean suficientes.
Y aparentemente, dos horas no son suficientes. En Mantilla, una guagua amarilla, de las escolares que hace mucho tiempo donaron los Pastores por la Paz, recoge a todo el mundo en la parada. “¡Hasta la Víbora!”, grita el chófer, que va directo hasta el cupet Lagueruela, a una cuadra de 10 de Octubre y Acosta.
Allí no se divisa el fin de una cola de carros para echar combustible. La imagen, después de unos días de aparente calma y estabilidad con el abastecimiento en La Habana, ha vuelto a ser común en la mayoría de los garajes de la ciudad. Sin embargo, el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, aseguró hace solo unos días que existía una favorable disponibilidad de gasolina y otros hidrocarburos para las próximas semanas.
En la parada de 10 de Octubre y Acosta, como en la de Mantilla, alrededor de 30 personas se esconden del sol mientras esperan por la guagua en una batalla solitaria, porque no aparece ningún inspector. Pasa un P6 y sigue de largo. Pasa un rutero del P8 y sigue de largo. Ya no son solo 30 los que suplican por algún transporte. Finalmente, las plegarias son escuchadas, llega un P8 y recoge; los últimos en montar van casi colgando de las puertas.
El trayecto hasta Vía Blanca es cansino, sudoroso, gris, silencioso. Nadie habla, ni siquiera de pelota. La gente sube y baja, como autómatas. Afuera, la Calzada de 10 de Octubre es otra cosa: el bullicio, los pregones, las colas para comprar pan, plátanos, el módulo de la tienda o lo que aparezca.
La Habana, entre guaguas menguadas, almendrones topados y lanchitas ausentes
Justo cuando todo el mosaico comienza a quedar atrás, llega la señal para bajar de la guagua: estás acercándote al Latino. La otra pista ineludible es el diálogo en clave beisbolera de cualquier calle del Cerro. “Yo espero que esta gente salven la honrilla y le ganen aunque sea uno a Las Tunas”, dice un joven que no parece tener muchas esperanzas depositadas en Industriales luego de las derrotas azules en el Julio Antonio Mella, sede de los primeros episodios de la final.
Al muchacho todavía lo martiriza el fracaso del segundo duelo, el jit “matador” de Danel Castro y las que, para él, fueron malas decisiones del mánager de los Leones, Guillermo Carmona. “Si yo fuera el presidente del Gobierno, quito a Carmona ahora mismo. Tenía que pasar a Danel y lanzarle a Alarcón, que no batea rompimientos”, dice entre resignación y disgusto.
Mientras habla, camina rumbo a la Esquina de Tejas, cruza la Calzada del Cerro, baja por Consejero Arango y, justo antes de llegar a Zequeira #312, dirección exacta del Latino, saca de la mochila un pulóver y una gorra azul con la mítica I gótica y se cambia de ropa.
Al filo del mediodía no hay muchas sombras en el parque del estadio Latinoamericano, justo detrás de la moderna y gigantesca pantalla que no enciende en las gradas del jardín izquierdo. Allí, algunos vendedores de rositas de maíz y chicharrones de viento organizan sus productos en grandes bolsas negras, mientras otros dividen en cajas un montón de cornetas artesanales.
En las taquillas no hay mucha gente para comprar entradas, a pesar de que el estadio está a punto de abrir sus puertas. Era de esperarse. La fanaticada industrialista se mueve por impulsos, y después de que el equipo perdiera dos juegos en Las Tunas estaba claro que no iban a llenar el Latino desde el mediodía; aunque algunos sí han emprendido una aventura de casi diez horas.
En las pocas sombras del parque, dónde único corre una brisa y no se siente la asfixiante sensación térmica de más de 40 grados Celsius, una mujer con un pulóver de Industriales permanece sentada, conversando muy bajo con un señor que se detuvo en una bicicleta. En su banco cuelgan otras 3 o 4 camisetas azules, como en exhibición. Cuesta 1000 CUP cada una.
Uno de los vendedores de cornetas pasa por delante de la mujer, quien le pregunta el precio de los ruidosos artefactos. “¡Tabla!”, le responde el muchacho, que no tarda en darse cuenta de que no lo han entendido. “100 pesos”, rectifica y sigue de largo tras una señal de desaprobación de la señora.
A los dos minutos, un hombre pasa cerca de ella con un vaso de granizado y ella vuelve a averiguar precio. “50”, le dicen. “¡¿50?!”, responde la mujer con asombro, como si no se hubiera enterado de la inflación.
A menos de 100 metros de distancia, una empresa estatal vende pulóveres a 800 CUP y gorras a 440, de Industriales y Las Tunas. Solo aceptan pago por Transfermóvil o por tarjeta. Un señor de unos 70 años quiere comprar ambos artículos; pero no puede. “Yo no tengo ni celular, así que imagínate los otros inventos esos. Yo sé que es adelanto, pero no puede ser la única opción”, dice molesto.
“Lo único que logran con esto es que quien no pueda pagar en efectivo tenga que morir con los particulares, que vienen aquí, se llevan las gorras y los pulóveres por cantidad y los revenden a más de 1000 pesos. Ahí están, en el parque, y después los verás dentro del estadio. Con eso yo no puedo”.
“¿Qué tiene que pasar para que Industriales gane el campeonato?”, pregunta un hombre de unos 60 años en las gradas del Latino, por la banda de tercera todavía medio desierta a media tarde. La interrogante retumba, pero la respuesta de un muchacho que lleva una camiseta azul casi vintage, con el número 5 y el nombre de Yasser Gómez, es todavía más atronadora: “Un milagro”, espeta el joven sin titubear, preludio de un discurso apabullante para los sueños azules.
“Mira, no hay manera de ganarle a Las Tunas. Un juego, si acaso, y lo veo difícil. Esto se acaba aquí. Olvídate, y no es porque Industriales no tenga picheo o porque Carmona se haya equivocado en una jugada. No, es porque no batean. No tienen un líder, nadie que diga ‘esto es mío’ a la hora de la verdad. No hay un Vargas, un Medina, un Marquetti, un Javier Méndez, un Urgellés, un Rudy Reyes, un Malleta. No hay ni siquiera un Frank Camilo, un Doelsis Linares o un Regueira, que no eran nada del otro mundo, pero la daban.
“Aunque duela, es así, caballero. Y aquella gente es todo lo contrario, te matan poquito a poco. A mí me dijeron el otro día que Las Tunas no ganaba esta Serie porque como las pelotas estaban malas no iban a dar jonrones. Pero es que no les hace falta. Batear no es dar jonrones, y ellos saben batear, inventan carreras como sea. Corren, tocan bola, roban, la dan entre dos, y pa’ colmo los pitchers no fallan. No tiran duro ni nada, pero dan strike, la ponen por ahí, y eso es lo único que hace falta en esta pelota para ganar.
“Olvídate, Industriales está medio muerto, o muerto y medio. Nadie se tiene que volver loco con eso, ya hicieron bastante con llegar a la final, si hace dos meses estaban en último lugar. ¿Tú ves esa tarima que montaron allá atrás en el jardín central en la parte negra? Eso no es para el funeral de Industriales; eso es para que los tuneros gocen el campeonato en el Latino. Yo creo que la última vez que un equipo ganó la Serie Nacional aquí fue precisamente Santiago en 1999, contra Carmona. El hombre está osogbo”.
Cuando el muchacho de la camiseta de Yasser Gómez termina de hablar, hay una pausa corta, un brevísimo silencio sepulcral que parece más bien un trance de asimilación para los industrialistas que ni siquiera habían pensado en la cruda realidad de su equipo y en la enorme diferencia que existe hoy entre los Leones y los Leñadores. Ahora, de alguna manera, estaban alertados.
Pero es solo un pequeño grupo. Ha comenzado a entrar más público, más y más fanáticos que todavía creen en la remontada. Todos, absolutamente todos, se vuelven locos cuando los Leones salen a hacer prácticas en el terreno. Es un instante de ilusión contra toda lógica, porque el muchacho de la camiseta de Yasser Gómez tiene toda la razón. Pero en el béisbol las pasiones tienden a anular el juicio.
Son las 4 y 24 minutos de la tarde y en las gradas del Latino se escucha Luis Miguel y “Contigo aprendí”, banda sonora no muy apropiada para motivar a un equipo moribundo y para mantener arriba los ánimos de la afición. Alguien, en alguna entraña secreta del estadio, se da cuenta y de pronto lo corta. Que suene la conga.
Son las 7 y 32 minutos de una tarde muy despejada y se prenden las torres del Latino. El país presenta un déficit de capacidad de generación de más 470 megawatts para este jueves 10 de agosto, lo que significa que miles de personas no tienen corriente a la hora del juego y probablemente tampoco tendrán cuando este termine. Pero en medio del caos, al parecer, encender un estadio más de dos horas no marca la diferencia.
Para el instante que se prenden las torres, ya los Leñadores han consumado su particular masacre, a plena luz del día. No necesitaron una emboscada nocturna. Desde el mismo arranque, Yosvany Alarcón dio un jonrón de foul, primer aviso de lo que venía. Pero muchos no hicieron caso y siguieron embrujados. Recuerden, la pasión nubla el juicio.
Jonathan Cruz, un chico de 21 años que no ha lanzado más de 30 innings en toda la temporada, alimenta la ilusión. Ha retirado a los primeros 7 rivales por su orden, 3 de ellos por la vía de los strikes. Por un momento, sale a relucir el talento que le permitió firmar hace algún tiempo con los Cerveceros de Milwaukee, aunque ese contrato no le duró mucho tras naufragar en la Dominican Summer League.
Pero su hermética puesta en escena sufre un percance en el tercer inning. Dos boletos, dos sencillos y dos carreras bajan de la nube a los fanáticos azules y de la lomita a Jonathan Cruz, directo a las duchas. Viene otro lanzador; la sangría sigue. Otra vez Danel Castro, otra vez Roberto Baldoquín y ya son 4 hachazos de los Leñadores en un abrir y cerrar de ojos. La daga directo al corazón de los Leones es un “cachito” de Yordanis Alarcón, un “globo” que cae detrás de la primera base como una bomba atómica. Dos carreras más y van 6.
Por espacio de 15 o 20 minutos, el “¡Ruge leona!” o el “¡Dime palestino ahora!” de los parciales tuneros retumba en toda La Habana. No son muchos los que están vestidos de verde y rojo, pero son suficientes para silenciar a los que llevan algo azul, que son el 80 % del estadio.
Contra Las Tunas, el Latino no está dividido en dos, como pasa con Santiago, aunque sí hay santiagueros y otros orientales que apoyan a los Leñadores en el Coloso del Cerro. Cambiar de piel no es complicado cuando quieres ver perder a Industriales; te quitas el pulóver rojo y te pones el verde, como hicieron dos seguidores indómitos apostados en las gradas del parque por la banda derecha.
“¡Qué clase de paliza!”, exclama uno riendo casi a carcajada limpia. El otro lo mira, goza por un segundo, pero le responde en tono de burla: “Deja el relajo, que esto es lo mismo que nos hubiera pasado a nosotros si le ganábamos a Industriales”.
La tormenta pasa, pero los estragos son mayúsculos. Por arriba del banco de tercera no se oye ni un suspiro. El descalabro es tal y la superioridad es tal que, fuera de ese tercer inning demoledor, los tuneros no volvieron a entonar más el desafiante “¡Ruge leona!”. Ni hace falta, porque desde antes de la 7 y 32 minutos de la tarde, cuando encendieron las luces, una parte nada despreciable de los más 22 mil personas que entraron al estadio habían bajado de las gradas rumbo a la salida y de ahí a batirse con el transporte público.
No quieren presenciar la caída definitiva del rey de la selva, que está fulminado, justo el mismo fin que tuvo Cecil en 2015, liquidado por un dentista estadounidense que pagó 50 mil euros en Zimbawe por cazar al felino y sacarle los dientes. Como hoy, fue un 10 de agosto, fecha que quedó para la historia como el Día Mundial del León.
Los cazadores ahora han sido Leñadores despiadados. Entre todos, resalta uno que liquida a los rivales con su hacha casi sin embarrarse de sangre. Es Keniel Ferraz, la estrella inesperada de Las Tunas en los play off. Durante los 3 meses que duró la campaña regular ganó 5 juegos, pero en un mes de postemporada ya lleva 6 triunfos, suficiente para igualar el récord del pinareño Yosvany Torres en la Serie 50, hace más de una década.
El otro que no da tregua es Alberto Pablo Civil, que a las 8 y 46 minutos de la noche pone la penúltima piedra en la tumba de Industriales. Su sequía se alargará un año más. A esa hora, ya el Latino es una mole de concreto casi desolada. Las huestes azules se han recogido, probablemente hasta la próxima temporada.